SANTOS PADRES Y ESCRITORES ECLESIÁSTICOS
(SEGUNDA PARTE)
6. PADRES Y ESCRITORES LATINOS DEL SIGLO III
En un apartado anterior se han puesto de relieve algunos autores que escribieron en latín, y que no pertenecen a ninguna escuela propiamente dicha, como los apologistas Minucio Félix y Tertuliano, aunque escribieron también obras teológicas.


San Hipólito Romano
 
San Hipólito Romano: es el único escritor que dio la Iglesia romana en el siglo III, pero que pensó y escribió en griego, porque este idioma estuvo en uso en aquella Iglesia hasta bien entrado el siglo III; incluso la Biblia se leía en griego; Hipólito pudo ser oriundo de Alejandría, por lo que podría ser englobado entre los autores de la Escuela alejandrina; pero su producción literaria refleja la situación de la Iglesia romana de su tiempo.

Hipólito ha sido considerado como el Orígenes de la Iglesia romana; como ya se ha visto en un capítulo anterior, fue antipapa, pero murió en paz con la Iglesia (235). En los laterales de su estatua, que se conserva en el Museo Lateranense, se halla el catálogo de sus obras. La mayor parte se han perdido; entre las que se conservan, sobresalen: Phüosophumena o Refutación de todas las herejías, que depende en gran medida de la filosofía griega y de los mitos paganos; Syntagma, obra en la que refuta 32 herejías, sólo se conserva la parte final, en la que refuta la doctrina de Noeto; La Tradición apostólica, que es una especie de ritual litúrgico romano, imprescindible para conocer la historia de la liturgia romana.


San Cipriano
 
San Cipriano: nació a principios del siglo III, probablemente en Cartago; se convirtió al cristianismo en el año 246; y dos años después fue elegido obispo de la ciudad. Fue un pastor celoso de su comunidad; se escondió durante la persecución de Decio; esto le ocasionó problemas por parte de algunos rigoristas que equiparaban su modo de proceder a la apostasía. Ya se ha visto anteriormente cómo estuvo en conflicto con el papa Esteban a causa de la rebautización de los herejes. Fruto de sus múltiples actividades pastorales son sus 81 cartas, que contienen muchas noticias de tipo biográfico.

Escribió también varios tratados: Ad Donatum, en el que trata del bautismo y dice que solamente después de larga búsqueda consiguió la paz al recibir el bautismo; Ad Demetrianum, escrito de tipo apologético, en el que rechaza la acusación de que los cristianos sean culpables de la peste que arrasó a Cartago; Ad Quirinum, contra los judíos; en este escrito recoge muchos pasajes de la Vetus Latina. De Ecclesiae unitate (Sobre la unidad de la Iglesia) es un precioso tratado, compuesto hacia el año 252, en el que afirma que el obispo de Roma, sucesor de Pedro, es el fundamento de la unidad del colegio episcopal; pero de ahí no se deduce que el papa tenga un poder universal de jurisdicción, porque cada obispo tiene que responder de su propia grey ante Dios; nadie es obispo de los obispos; , en el que expresa su preocupación por las vírgenes de su comunidad de Cartago, a las que define como «flor del rebaño de Cristo »; De mortalitate, reflexión sobre la muerte, con ocasión de la peste que asoló la ciudad por los años 252-254; De opere et eleemosinis: San Cipriano cuidó con esmero a los pobres, y exhortaba a los cristianos a dar limosnas con este fin. San Cipriano fue el autor latino más estimado y el más citado de todos los autores latinos antes de San Agustín.

Novaciano: es el primer teólogo romano propiamente dicho; antes de caer en el cisma, escribió un gran tratado sobre la Trinidad, en el que aprovecha las aportaciones de Tertuliano y de Hipólito Romano; insiste sin duda en la divinidad del Hijo, pero lo subordina al Padre, como casi todos los teólogos anteriores al Concilio I de Nicea (325); y pone muy de relieve la función del Espíritu Santo en la Iglesia, la cual, por él, y en virtud de sus dones, conserva la unidad y la verdad.

Novaciano, al separarse de la Iglesia católica y fundar su iglesia cismática de los puros o «cataros», se entregó al pastoreo de su iglesia, y escribió tres cartas a sus comunidades, en las que vierte conceptos de extremado rigor ascético, sobre todo en materia de sexualidad. El historiador Sócrates afirma que Novaciano murió mártir en la persecución de Valeriano (253-260); una lápida descubierta en 1932 en una catacumba de Roma, lleva esta inscripción: Al bienaventurado mártir Novaciano, se la hizo el diácono Gaudencio.

7. LA ESCUELA TEOLÓGICA DE ANTIOQUÍA
En los últimos decenios del siglo III, Antioquía, capital de Siria, era un gran centro cultural, con un número muy elevado de cristianos, con un clero muy cultivado intelectualmente, como se demostró durante el sínodo celebrado en el año 269 que condenó a Pablo de Samosata, no sólo por problemas de tipo moral, sino también teológicos. En esta ciudad se fundó una nueva Escuela teológica; su fundador fue Luciano, un presbítero antioqueno, aunque algunos historiadores lo consideran oriundo de Samosata, que cultivaba con gran esmero los estudios bíblicos.

La Escuela antioquena, al contrario que la Escuela alejandrina que se fundamentaba en el platonismo para sus especulaciones teológicas, se apoyaba más en el aristotelismo; y, en vez de centrarse en los altos misterios divinos, como hacían los teólogos alejandrinos, los autores antioquenos se ocuparon preferentemente de cuestiones prácticas: las costumbres y la vida social cristiana, aunque también el estudio de la Sagrada Escritura ocupó la mente de sus grandes maestros, como San Juan Crisóstomo, Teodoro de Mopsuestia y especialmente Teodoreto de Ciro; el método exegético de los antioquenos, en contra de los alejandrinos que se centraban en el simbolismo místico, tendía al sentido literal.

Luciano de Antioquía, el fundador de la Escuela, se dedicó por completo a la enseñanza; contó entre sus discípulos a Arrio, que se preciaba de haber frecuentado sus aulas, junto con algunos compañeros, a los que califica de «con-lucianistas», que sobresalieron después en la ayuda que le prestaron durante y después del Concilio I de Nicea (325); entre ellos figuraron Eusebio de Cesárea y, sobre todo, Eusebio de Nicomedia.

Luciano hizo una edición crítica de la versión de la Sagrada Escritura de los Setenta, para lo cual confrontó también el texto original hebreo; la recensión de Luciano gozó de gran prestigio en las Iglesias de Siria y del Asia Menor, y especialmente en Constantinopla, donde fue después introducida oficialmente. Su método consideraba sobre todo el sentido literal de la Sagrada Escritura; y solamente acudía al sentido místico y simbólico cuando el texto sagrado lo pone muy de relieve. En el método teológico partía siempre de los datos bíblicos, y no de los supuestos filosóficos.

Otros escritos atribuidos a Luciano son en realidad de autoría muy incierta. Tuvo algunos conflictos con la autoridad eclesiástica antioquena, por motivos dogmáticos; por esto y por el apoyo prestado por sus discípulos al arrianismo, se puede concluir que no debió de tener las ideas muy claras en torno a la divinidad del Verbo.

Luciano murió mártir en el año 312, por lo que es considerado como santo, aunque no faltan autores que distinguen entre el Luciano mártir y el Luciano menos ortodoxo; pero la opinión que sostiene que son la misma persona parece la más segura.


Eusebio de Cesárea
 
Eusebio de Cesárea: nació en Palestina hacia el año 265; era siervo y discípulo del obispo Panfilo de Cesárea, a quien cuidó en la cárcel; después de la muerte de éste, huyó primero a Tiro, y después a la Tebaida; después de la paz constantiniana fue elegido obispo de Cesárea. Fue íntimo amigo de Constantino. Eusebio prestó su ayuda a Arrio y a los arríanos; firmó ciertamente el Símbolo niceno, posiblemente más por agradar a Constantino que por convicción personal, porque poco después participó en todos los conciliábulos de Antioquía (330), Tiro (335) y Constantinopla (336) en los que fueron depuestos los más eximios defensores del Símbolo niceno: Eustacio de Antioquía, Atanasio de Alejandría y Marcelo de Ancira, respectivamente. El Concilio II de Nicea (787) lo calificó de «doble alma», y lo catalogó entre los sospechosos de herejía por sus vacilaciones durante la controversia arriana. Murió en el año 339.

Eusebio es considerado con todo derecho padre de la historia de la Iglesia, porque compuso una Crónica, cuya primera parte se conserva en lengua armena, y la segunda parte en la traducción de San Jerónimo que la continuó hasta su tiempo; pero Eusebio es conocido sobre todo por su Historia Eclesiástica; su intención al escribir esta obra fue transmitir las sucesiones de los obispos en las principales sedes apostólicas, recensionar los principales escritores, de cuyas obras cita muchos fragmentos; y exaltar la victoria del cristianismo sobre el paganismo. Gracias a Eusebio se conservan abundantes noticias de la Iglesia de los tres primeros siglos. Concluyó esta obra en el año 324; para el período siguiente, hasta su muerte, es muy útil su Vida de Constantino, la cual, aunque muy retórica y laudatoria de las hazañas de su biografiado, transmite fielmente los acontecimientos. Eusebio escribió también dos obras apologéticas: Preparación evangélica, contra los gentiles; y Demostración evangélica, contra los judíos.


San Juan Crisóstomo
 
San Juan Crisóstomo: estudió y ejerció algún tiempo la abogacía; después fue monje, presbítero, y Patriarca de Constantinopla, donde fue víctima de la inquina de la emperatriz Eudoxia, la cual maquinó con el Patriarca Teófilo de Alejandría, y lo destituyeron del Patriarcado en el Sínodo de la encina; fue desterrado, pero ante la rebelión del pueblo en su favor le fue revocado el destierro; solamente durante unos meses fue repuesto en su sede patriarcal, porque de nuevo la emperatriz consiguió desterrarlo; murió camino del destierro en el año 407; solamente cuando sus restos fueron llevados en triunfo a Constantinopla se restauró plenamente la paz. Mereció el apelativo de «crisóstomo» (boca de oro) por su extraordinaria elocuencia; pero se le conoce también como «el príncipe de los exegetas » porque nadie ha explicado como él la Sagrada Escritura.

Entre sus numerosas obras, merecen destacarse las siguientes: Homilías sobre las estatuas, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, y una pequeña obrita, Sobre el Sacerdocio, en la que expone con maestría teológica y pastoral los diferentes oficios que tiene que desempeñar un sacerdote.

8. LOS GRANDES PADRES POSNICENOS
a) San Atanasio

San Atanasio
 
San Atanasio ha ocupado un puesto relevante en las páginas dedicadas al arrianismo y al Concilio I de Nicea; ahora se tendrá en cuenta solamente su actividad literaria. Nació en Alejandría (295); desde el año 328 ocupó aquella sede episcopal. Fue amigo y discípulo de San Antonio abad, el príncipe de los monjes anacoretas. Una vez conocida su incansable y ajetreada actividad pastoral en defensa de las decisiones dogmáticas de Nicea, no se entiende fácilmente cómo pudo escribir tan profundamente y sobre los temas más diversos, aunque el núcleo central de su producción literaria es la defensa de la divinidad de Jesucristo. Con justo título es llamado «martillo de los arríanos» y «padre de la ortodoxia»:

Contra Gentes, apología contra los gentiles.

Cuatro discursos contra los arríanos, en los que no sólo se defiende de los ataques de los arríanos, sino que también expone el misterio de la divinidad del Verbo, con sencillez cuando se dirige a sus fieles, y con más brillantez y profundidad cuando se dirige a los intelectuales.

Historia de los arríanos, dirigida a los monjes. Denuncia los errores de los arríanos y las intrigas que contra él maquinaron sus adversarios.

Tres apologías de su conducta: en las que se defiende de las acusaciones políticas y canónicas que contra él dirigieron los arrianos y semiarrianos; y protesta contra el usurpador de su sede episcopal de Alejandría.

Sobre la Encarnación del Verbo. El Verbo encarnado fue la obsesión permanente de San Atanasio, pero no dedicó su atención a explicar el modo, sino más bien el hecho mismo de la Encarnación del Hijo de Dios, que significa y es causa de la salvación que Dios ofrece a la humanidad.

— San Atanasio se muestra como un polemista apasionado en defensa de la ortodoxia en sus Cartas a Serapión, y más conciliador en sus escritos Sobre los Sínodos y la Carta encíclica a los obispos.

— Con la Vida de San Antonio, San Atanasio inaugura un nuevo género literario en la Iglesia, a saber, la hagiografía, las «vidas de santos». San Atanasio se inspiró en el género literario clásico del «elogio», aunque en vez de elogiar las gestas exteriores que en la literatura clásica griega y latina ocupan el centro, en la Vida de San Antonio se elogia el ejercicio de la virtud. San Atanasio se propuso ofrecer a los monjes una regla monástica viviente; y tuvo un éxito excepcional entre los monjes, tanto de Oriente como de Occidente.

b) Los Padres capadocios
Reciben esta denominación un grupo de Padres de la segunda mitad del siglo IV: San Basilio, San Gregorio Nacianceno y San Gregorio de Nisa, los cuales no sólo tienen en común su lugar de origen, la región de Capadocia, sino también una serie de afinidades que hacen de ellos un grupo homogéneo: su amistad y parentesco, su eficacia en la defensa de la ortodoxia contra los arrianos y pneumatómacos, su afición a la literatura clásica y su formación teológica al estilo de la Escuela alejandrina; y los tres fueron obispos.

Todo lo cual, sin embargo, no es óbice para que entre ellos haya también grandes diferencias: San Basilio era un hombre muy equilibrado, muy completo, gran teólogo al mismo tiempo que extraordinario pastoralista, cualidad esta por la que ha recibido el apelativo de «latino entre los griegos». San Gregorio Nacianceno era, a la vez que teólogo profundo, un artista consumado, un poeta extraordinario, quizá excesivamente retórico, y pasaba con la mayor naturalidad de la vida activa desbordante a la soledad monástica más estricta. San Gregorio Niseno, hermano de San Basilio, era un intelectual nato, completamente entregado al estudio; menos dotado que su hermano para las cuestiones prácticas.


San Basilio
 
Enumeramos sucintamente las obras de cada uno de estos tres grandes Padres de la Iglesia:

San Basilio: se distinguió como teólogo y filósofo; obispo de Cesárea de Capadocia; murió el año 379. Es autor de varias Homilías, de una Regla monástica; y de dos obras contra los arrianos y pneumatómacos, respectivamente: Contra Eunomio y Sobre el Espíritu Santo.


San Gregorio Nacianceno
 

San Gregorio Nacianceno: íntimo amigo de San Basilio desde que se encontraron en la Universidad de Atenas, obispo de Nacianzo, fue elegido obispo de Constantinopla (381), pero tuvo que dimitir, a los tres meses, porque por entonces, según la ley canónica, no se podía cambiar de sede episcopal. Murió en el año 389. Sus cinco Discursos sobre la Trinidad le han valido el calificativo de «El teólogo»; como poeta compuso 507 poemas o himnos.


San Gregorio de Nisa
 
San Gregorio de Nisa: hermano de San Basilio, que lo consagró obispo de Nisa; fue buen exegeta y buen teólogo. Murió en el año 395. Sus obras mejores son de carácter dogmático: Gran Discurso catequético y Contra Eunomio; escribió también algunas Homilías sobre la virginidad; y Macrina, un discurso sobre la escatología, puesto en labios de su hermana Macrina que había abrazado la virginidad consagrada.

9. OTROS PADRES Y ESCRITORES ORIENTALES DEL SIGLO IV

San Cirilo de Jerusalén
 
San Cirilo de Jerusalén (+386): las Veinticuatro Catequesis, predicadas a los catecúmenos de su Iglesia entre los años 347-348, son su obra maestra.

Dídimo el Ciego (+395): ciego desde los cuatro años, llegó, sin embargo, a ser uno de los grandes sabios de su tiempo. Fue director de la Escuela de Alejandría. Su obra más importante es la Disertación sobre el Espíritu Santo.

Epifanio de Salamina (+403): obispo de Salamina; fue un acerado polemista. Escribió un tratado titulado Panarion, sobre todas las herejías conocidas en su tiempo.


San Efrén
 
San Efrén: nació en Nísibi (Mesopotamia) a principios del siglo IV; fue perseguido por su condición de cristiano durante el reinado de Juliano el Apóstata. Cuando Nísibi cayó en manos de los persas emigró con muchos cristianos a Edesa, donde fundó la llamada Escuela de los Persas; fue un gran asceta. Murió en el año 373. Es el más importante de los Padres sirios; se le conoce con el apelativo de «cítara del Espíritu Santo» por sus hermosos poemas, que fueron traducidos al griego. La mayor parte de lo que San Efrén escribió se ha perdido; y se le atribuyen obras que no son suyas, especialmente himnos que han pasado a la liturgia; fue un escritor muy prolífico. Entre las obras exegéticas sobresalen los Comentarios al Génesis y al Éxodo; también el Comentario al Diatessaron. Entre su obra poética, es preciso mencionar los Himnos sobre el Paraíso, Himnos litúrgicos, entre los cuales sobresale el Himno a la Navidad, los 87 Himnos sobre la fe, y los Carmina Nisibena. Escribió también dos obras ascéticas: Sobre la Iglesia y Sobre la virginidad.

San Efrén ha sido llamado también el Doctor mariano por sus altas especulaciones sobre la divina maternidad y la virginidad de María. Expone también de un modo perfecto el misterio trinitario: «una sola naturaleza, en un solo nombre y tres personas», aunque no emplea la palabra «ritual» de Nicea: «homoousios». En Cristo se distinguen con toda claridad la Humanidad y la Divinidad, las cuales, sin embargo, están íntimamente unidas entre sí. La Iglesia es una, y es el cuerpo perfecto de Cristo, infalible en su magisterio, santa y perpetua. San Pedro es reconocido como «príncipe» y «cabeza» de los Apóstoles.

San Efrén dijo cosas bellísimas sobre el Bautismo y sobre la presencia eucarística de Cristo. En el tema de la escatología tuvo un fallo, pues afirmaba que los justos no entrarán en el paraíso hasta después de la resurrección de los muertos, porque el alma humana sin el cuerpo no podría comprender nada; mientras tanto, las almas están como adormiladas, esperando la resurrección.


Afraates
 
Afraates: era sirio, y de la misma región que San Efrén; es conocido como el «monje sabio» por su extraordinaria erudición; fue obispo de una ciudad cuyo nombre se desconoce; es autor de 23 Homilías o Tratados sobre cuestiones ascéticas y morales; está en perfecta sintonía con la fe de Nicea. Murió en el año 345.

Mencionamos, finalmente, una serie de escritores que, si bien nacieron en el siglo IV, escribieron sus obras a lo largo de la primera mitad del siglo V, en un contexto muy distinto de aquel en que se movió la Iglesia del siglo IV, tales como Teodoro de Mopsuestia (+428) (que fue discípulo de Diodoro de Tarso [+399]), San Cirilo de Alejandría (+444), Filostorgio (+438), Sócrates (+440), Sozomeno (+450), Paladio (+430), Isidoro Pelusiota (+440). Cada uno de ellos tiene un enorme peso específico dentro de la literatura patrística de aquel tiempo.

10. LOS GRANDES PADRES LATINOS DEL SIGLO IV

San Hilario de Poitiers
 
Colocamos bajo este epígrafe los nombres de una serie de Padres y escritores que han ennoblecido la Iglesia de Occidente, aunque alguno de ellos, como San Jerónimo y San Agustín, sobrepasan en unos decenios esa centuria.

San Hilario de Poitiers (+366): se le da el apelativo de «el Atanasio de Occidente» por sus luchas en favor de la fe de Nicea y por haber sufrido también el destierro. Contra los arríanos escribió dos obras importantes: Sobre la Trinidad y Tres escritos histórico-polémicos. San Hilario es considerado como el mejor exegeta de Occidente, pero de su obra solamente se conservan algunos fragmentos.


San Ambrosio
 
San Ambrosio (+397): nació en Tréveris (340); fue abogado; gobernador de Milán; todavía era catecúmeno cuando fue elegido obispo de Milán. Suplió el vacío de su formación teológica entregándose de lleno al estudio de los Padres griegos. A San Ambrosio le corresponde la gloria de haber convertido a San Agustín. A pesar de sus múltiples trabajos pastorales, como obispo y como consejero de los emperadores Graciano y Teodosio, aún tuvo tiempo para escribir numerosas obras, entre las que sobresalen: Sobre los oficios eclesiásticos, Sobre las vírgenes (dedicado a su hermana Marcelina), Sobre la fe (dedicado a Graciano), Oración fúnebre (del emperador Teodosio).

Prudencio: nació en Calahorra (348); desempeñó cargos públicos de cierta importancia, y condujo una vida bastante disipada; después se convirtió a una vida más cristiana y se dedicó a escribir sus poemas. Menéndez y Pelayo lo considera «el poeta lírico más inspirado después de Horacio y de Dante»; y sobre todo sobresale por su profunda inspiración cristiana. Domina perfectamente el latín. Entre sus obras hay que destacar: el Catemerinon (libro diurno), que son doce odas piadosas dedicadas a las diversas ocupaciones cristianas del día; algunas de ellas entraron a formar parte de la liturgia cristiana; el Peristephanon (libro de las coronas), que son catorce himnos, el cuarto de los cuales está dedicado a los 18 mártires de Zaragoza y canta el triunfo de esos mártires, y el quinto está dedicado a San Vicente mártir; Hamartigenia (sobre el pecado original).


San Jerónimo
 
San Jerónimo: nació en Estridón (Dalmacia). Estudió en Roma las letras clásicas; fue bautizado por el papa Liberio; después estuvo en Tréveris y Aquileya; más tarde fue anacoreta en el desierto de Calcidia (373-378); recibió el presbiterado de manos del obispo Paulino de Antioquía; estuvo en Constantinopla cuando el Concilio del año 381, y apoyó a San Gregorio Nacianceno; fue amigo personal de San Gregorio Niseno; estuvo en el sínodo romano del año 382, y el papa San Dámaso le encomendó algunos trabajos bíblicos, como la traducción de los Salmos; en Roma inició en la vida monástica a Paula, Marcela, Albina y Eustaquio; de Roma pasó a Alejandría donde se hizo amigo de Dídimo el Ciego; visitó la colonia anacorética del desierto de Nitria; y en el año 386 pasó a Belén, donde se dedicó por completo al estudio de la Sagrada Escritura; por sus conocimientos bíblicos, es considerado como el «San Juan Crisóstomo de Occidente».

Su obra cumbre es la traducción latina de la Biblia, conocida como «La Vulgata»; escribió algunos comentarios a la Sagrada Escritura (Salmos, Eclesiastés, Profetas, y algunas Carlas de San Pablo); transmitió a la Iglesia latina lo mejor de la tradición exegética griega y hebrea; tradujo al latín algunas obras de Orígenes; completó la Crónica de Eusebio, hasta su tiempo; y es el autor de lo que se suele considerar como la primera obra de Patrología, De Viris Illustribus, una especie de catálogo en el que recoge 135 autores de los primeros siglos cristianos, hasta su tiempo; para los 78 primeros se sirve de la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesárea; es muy duro con sus adversarios, que tuvo muchos, y muy entusiasta con sus amigos, que tampoco le faltaron. Tiene un extenso epistolario. Murió en Belén en el año 420.


San Agustín
 
San Agustín: nació en Tagaste (Numidia) en el año 356; es sin duda uno de los genios más grandes de todos los tiempos; su madre, Santa Mónica, lo inscribió en el catecumenado cuando tenía diez años; pero abrazó el maniqueísmo durante algún tiempo; recorrió todos los sistemas filosóficos; durante su juventud condujo una vida bastante licenciosa. Pasó a Milán como profesor de Retórica, y allí se convirtió al cristianismo; fue bautizado por San Ambrosio (387); de regreso para África, su madre murió en el puerto de Ostia. Durante algún tiempo abrazó la vida monástica; en el año 391 fue ordenado de presbítero para la Iglesia de Hipona, cuyo obispo, Valerio, lo designó su obispo auxiliar; y al morir éste, le sucedió en la silla episcopal.

Dedicó la mayor parte de su vida a escribir y luchar contra las herejías: maniqueísmo, donatismo, pelagianismo. Murió cuando los vándalos asediaban Hipona (430). Su producción literaria es asombrosa; mencionamos solamente sus obras más importantes: Confesiones (historia de su vida), llena de psicología y de teología a la vez; La Ciudad de Dios, es la primera obra propiamente dicha de Teología y Filosofía de la Historia, en la que presenta la lucha continua entre la Ciudad de Dios y la Ciudad terrena; Enchiridion ad Laurentium, es una exposición sistemática del dogma católico; Sobre la doctrina cristiana; Sobre la Trinidad; Regla para los monjes; tiene también un amplio sermonario, predicado a su comunidad cristiana de Hipona, y también un extenso epistolario (se conservan 270 cartas).

La Iglesia tendrá que retornar permanentemente a los Padres de la Iglesia, porque en ellos se encuentra el primer eco y la primera respuesta que suscitó la Palabra de Dios; y ese eco y esa respuesta permanecerán para siempre como paradigma de los ecos y de las respuestas de los cristianos de todos los tiempos.

11. EDICIONES PRINCIPALES DE LOS SANTOS PADRES
Muchos patrólogos, a lo largo de la historia, han editado y están editando aún las obras de los santos Padres en colecciones más o menos numerosas, y con mayor o menor acierto crítico. Citamos solamente las más importantes:

Patrologiae cursus completus, edición de J. P. MIGNE (1800-1875), que se divide en dos partes: Patrología Graeca (PG), 162 vols. (París 1857-1866); Patrología Latina (PL), 221 vols. (París 1878-1890). Esta Colección de textos patrísticos ha sido sin duda y sigue siendo aún la más usada por los investigadores, aunque es bastante deficiente por lo que a la crítica textual se refiere.

Die Griechische christliche Schristefteller der ersten drei Jahrhunderte (GCS), editada por la ACADEMIA DE BERLÍN (Leipzig 1897ss).

Corpus scriptorum ecclesiasticorum latinorum (CSEL), editada por la ACADEMIA DE VIENA (Viena 1866ss); es muy buena filológicamente.

Corpus scriptorum christianorum orientalium (CSCO), publica los Padres orientales que no han escrito en griego ni en latín (París 1903ss).

Patrología Orientalis (PO), edita las obras inéditas que están escritas en idiomas diferentes del latín y del griego (París 1903ss).

Corpus christianorum seu nova Patrum collectio (CChr), publica todos los Padres, con todos los adelantos que ofrecen la crítica y la filología modernas (París 1953ss).

Sources chrétiennes (SC), traducción francesa de los textos de los santos Padres; los últimos volúmenes, además de la traducción francesa, incluyen el texto original; ya están publicados más de 400 volúmenes (París 1941).

Las obras citadas al principio de este capítulo tienen abundantes referencias bibliográficas; pero como catálogo bibliográfico general hay que citar el de WALTER DE GRUYTER, Bibliographia Patrística, 29 vols. (Berlín 1956-1984); y para la bibliografía patrística hispano- luso-americana, ha publicado algunos elencos RAMÓN TREVIJANO en la revista Salmanticensis (1980, 1991, 1992, 1994).


ÁLVAREZ GÓMEZ, JESÚS. (2001). HISTORIA DE LA IGLESIA. MADRID: BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS

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