HISTORIA DE LOS PAPAS
SAN ZÓSIMO
Papa XLI
(18 marzo 417 - 26 diciembre 418)
Griego o judío. Griego de origen, se ha supuesto que tuvo ascendencia judía, pues su padre se llamaba Abraham. Recomendado por san Juan Crisóstomo, formaba parte del presbiterado romano. Su pontificado, breve, presencia tensiones internas muy fuertes y ha sido adversamente juzgado. Conviene por tanto descender al detalle: probablemente el principal defecto consistía en aplicar en el mundo occidental criterios propios de las Iglesias orientales. Siguiendo la vía de sus antecesores en relación con Tesalónica, quería establecer vicariatos también en las regiones de Occidente, haciendo así efectiva esa condición del reconocimiento para la legitimidad de los obispos. Erigió Arles, capital de la prefectura de las Galias, en vicaria, designando obispo de esta ciudad a un turbio personaje llamado Patroclo, al que se acusa de haber manipulado su elección. La decisión de establecer un vicario era correcta, pero la ciudad y la persona probablemente erróneas: los obispos de Vienne y de Narbona, sedes más antiguas, protestaron. Zósimo rechazó estas protestas, apoyó a Patroclo y llegó a deponer a Próculo de Marsella, porque se le resistió. Hay indicios en una carta a Esiquio de Salona de que el tercer vicariato previsto era el de Dalmacia.Las apelaciones. Se trataba seguramente de un progreso en el sentido de dar más unidad a la Iglesia. Roma no discutía el origen apostólico de Jerusalén, Antioquía y Alejandría —al contrario, lo afirmaba—, como tampoco el carácter metropolitano de otras sedes como Constantinopla, Cartago o Milán, pero por encima o al lado de esta jerarquía, pretendía introducir un nuevo esquema de organización que le permitiera disponer de un delegado permanente en cada prefectura del Imperio.
En esta línea, Zósimo aceptó las cartas exculpatorias que, en grado de apelación, Pelagio y su principal colaborador, Celestio, le dirigieron. En ellas, muy hábilmente, evitaban pronunciarse sobre el pecado original y la gracia. El papa llegó a invitarles a un encuentro, en San Clemente, ya que ambos se mostraban dispuestos a someter su caso al juicio de la Sede Apostólica. Comunicó a los obispos africanos estas negociaciones, insinuando si no se habría obrado con excesiva precipitación, ya que los herejes parecían dar señales de arrepentimiento. Los africanos, dirigidos por san Agustín, respondieron en noviembre del 417 en forma bastante brusca: la sentencia que pronunciara Inocencio I debía considerarse válida. El papa había sido sorprendido en su buena fe, al igual que sus legados en el sínodo de Dióspolis en Palestina.
Zósimo confirmó su postura: obviamente, la sentencia de Inocencio seguía siendo válida y sólo al sucesor de Pedro correspondía juzgar en tales casos. Pelagio y Celestio, una vez examinada la causa, fueron excomulgados. Pero en el intermedio de estas discusiones los africanos habían cometido el error de dirigirse al emperador Honorio solicitando un rescripto u orden imperial contra el pelagianismo y sus adherentes. En consecuencia, el papa preparó una Epístola tractoria remitida a todos los obispos, condenando el pelagianismo pero haciendo advertencias respecto a la supremacía de la Sede Apostólica.
Aprovechando la oportunidad de que un sacerdote, Apiario, condenado por su obispo Urbano de Sicca, al parecer con razón suficiente, apelara a Roma, aceptó la demanda y, al devolver al presbítero a África, le hizo acompañar de tres legados que dejaron firmemente establecidos estos tres puntos:
Todos los obispos tienen derecho a llevar sus apelaciones a Roma; los presbíteros y diáconos que se sientan injustamente tratados pueden hacerlo también ante los obispos de diócesis vecinas.
No existe ninguna autorización que permita a los obispos africanos acudir directamente a la corte de Rávena.
De acuerdo con los cánones del Concilio de Nicea y de Sardica, el obispo Urbano sería excomulgado si rechazaba la resolución romana en el caso del presbítero Apiario.
La muerte de Zósimo evitó, probablemente, que el conflicto aumentara; pero en la propia Roma, y fuera de ella, las divisiones se mantuvieron. Es posible que el papa hubiera adolecido de falta de habilidad, pero no cabe duda de que doctrinalmente no se apartaba de la línea seguida por san Dámaso, tratando de llevar a las últimas consecuencias el principio de la delegación de poderes de Jesús en Pedro, según lo explica Mt. 16, 18.
Paredes. Javier. (1998). Diccionario de los Papas y Concilios. Barcelona: Editorial Ariel, S.A .
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