San Telésforo, mártir
Papa VIII (125-136)


Entre los soldados valerosos de Jesucristo, auxiliares de los apóstoles en la promulgación de la fe, se refieren aquellos esclarecidos varones solitarios, imitadores de los santos profetas Elías y Eliseo, habitantes en el monte Carmelo, donde, en honor de la Santísima Virgen, edificaron un oratorio para darle culto. Los cuales, bien entendidos del cumplimiento literal de los oráculos antiguos en la persona de Cristo, verdadero Mesías, prometido en la ley y en los profetas, predicaban su Evangelio entre los gentiles y judíos esparcidos por Palestina, Samaría y otras provincias. Uno de los profesores de este instituto fue San Telésforo, griego de nación, hombre de eminente santidad, de ingenio sobresaliente y de extraordinaria grandeza de espíritu, cuya fama no sólo ilustró las vastas regiones del Oriente, sino que llegó á Roma, donde, bien conocido su mérito, después de la muerte del papa Sixto I fue electo sumo pontífice en el día 9 del mes de Abril del año 139, en tiempo del imperio de Antonino Pío.

Tenía la Iglesia necesidad de un pastor magnánimo, brioso y científico en aquel tiempo en que el furor de los gentiles la perseguía de muerte, y la perversidad de los herejes no perdonaba medio alguno para corromper el sagrado depósito de la fe y la santidad de las costumbres; y este auxilio logró en Telésforo, que, elevado á aquella primera cátedra, se portó como un verdadero sucesor del Príncipe de los Apóstoles, acreditando con su ejemplar vida el espíritu de su instituto, y con sus singulares virtudes y santidad el mérito de sus predecesores. Bien persuadido de las obligaciones propias de un pastor universal de la Iglesia, procuró desempeñarlas con la mayor vigilancia. No faltaron en su tiempo ocasiones para demostrarlo. Los discípulos de Basiliades Antioqueno, hombre de ingenio agudo y perverso, socio de Saturnino y discípulo de Menandro, penetraron hasta Roma con el fin de sembrar en ella el veneno de su impía doctrina contra el Redentor del mundo. Cedrón, otro heresiarca maligno, que por principio de su secta establecía dos dioses, uno bueno y otro malo, despreciaba el Antiguo Testamento y los Profetas y negaba que Jesucristo hubiese nacido de Santa María Virgen, tenido verdadera carne, padecido y muerto en realidad: con los sofismas de que se valía, tenía engañados á no pocos hombres sencillos. Estos y otros monstruos del Infierno, que se reunieron en la capital del orbe cristiano, perseguían á la Iglesia con más daño que los mismos gentiles; de forma que la pusieron en el extremo de peligrar, si el Señor, que afianzó con sus promesas su eterna estabilidad contra el poder del abismo, no hubiera providenciado á un pastor tan celoso, eficaz é invencible como Telésforo, que, oponiéndose á semejantes fieras, no omitió medio alguno que pudiera contribuir á sepultar la perversidad de tan detestables doctrinas.

Echó Dios sus bendiciones sobre los celosos trabajos de este insigne Pontífice, por cuyos desvelos se vio libre el rebaño de Jesucristo de las enfermedades contagiosas de las herejías, con suceso tan feliz, que en su tiempo se vio en Roma, centro de la unidad y de la fe, florecer ésta, el fervor de los fieles y la santidad de sus costumbres.

No satisfecho su celo con tan penosa fatiga, deseoso de dilatar el Reino de Jesucristo, envió muchos operarios apostólicos por diferentes partes del mundo á que predicasen el Santo Evangelio, y con la luz de su celestial doctrina iluminasen á los miserables infieles sumergidos en las tinieblas de la idolatría. Aun en tiempos tan turbulentos como fueron los de su pontificado, encontró lugar su solicitud para publicar decretos utilísimos sobre disciplina eclesiástica. Fueron memorables, entre ellos, la disposición de que los obispos y sacerdotes de Dios no fuesen acusados falsamente por algunos seculares ni manchados con cualquiera clase de calumnias; que no se juzgase al prójimo con temeridad, especificando la clase de acusadores que debían admitirse en los juicios, y mostrando con muchos testimonios de la Santa Escritura la malicia de los que fuesen tales contra los siervos de Dios.

Asimismo estableció la abstinencia de carnes y lacticinios por el espació de siete semanas precedentes á la Pascua de Resurrección; de modo que, aunque el ayuno cuadragesimal tuvo su origen de institución apostólica, observado por tradición, según las diversas costumbres de las iglesias, Telésforo le ordenó en el tiempo dicho por constitución perpetua. También dispuso que en la noche de la Natividad de nuestro Salvador se celebrasen tres Misas: una á la media noche, en que nació Jesucristo; otra al romper la aurora, cuando fue adorado por los pastores, y otra en la hora de tercia, en señal de la luz que brilló sobre nosotros por el nacimiento del Mesías; con la prevención de que en estas y otras Misas solemnes se rezase o cantase el himno Gloria in excelsis Deo, y que, en el Santo Sacrificio, se dijese el Evangelio antes del Canon. Cuatro veces dio Ordenes en el mes de Diciembre, en las que creó diez y nueve presbíteros, diez y ocho diáconos y trece obispos para diversas iglesias.

Después de once años, nueve meses y tres días en el gobierno de la Iglesia como pastor celosísimo, terminó su carrera con la gloria del martirio en tiempo del emperador Antonino Pío, el día 5 de Enero del año 150, en el que hace mención de este insigne pontífice el Martirologio Romano, cuyo celo, santidad y sabiduría elogian San Irineo, Tertuliano, Epifanio y San Agustín, entre otros muchos escritores antiguos. Su cuerpo fue sepultado en el Vaticano, inmediato al de San Pedro.


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