HISTORIA DE LOS PAPAS

SAN SILVESTRE I

Papa XXXIII

(31 de enero 314 - 31 diciembre 335)

Es difícil saber si el dato de que era romano, hijo de Rufino, que proporciona el Líber Pontiflcalis, es exacto; la figura de este papa se encuentra tan afectada por leyendas que a veces resulta imposible distinguir lo falso de lo verdadero. Sin embargo, esas mismas leyendas ayudan a comprender la conciencia que siempre ha habido sobre la importancia de este largo pontificado. Los donatistas trataron de crear en torno a su persona una imagen negativa y absolutamente falsa: el hecho de que se le titule oficialmente como «muy glorioso» indica sin duda que era considerado como un confesor resistente de la persecución. Sus relaciones con el Imperio reflejan ya la ambigüedad que comenzaba a producirse: es indudable que recibió de Constantino importantes regalos; pero es indudable también que el emperador, todavía no bautizado, gustaba de ser llamado «obispo del exterior», denotando el proyecto de colocar a la Iglesia como una de las instituciones directamente subordinadas a su poder.

Por ejemplo, en el concilio convocado en Arles el año 314 para resolver la cuestión donatista, no presidieron los delegados del papa, sino el obispo Chrestus de Siracusa, que llevaba el encargo del propio emperador. Silvestre justificó (al ausencia con el escaso tiempo transcurrido desde su elección, y luego confirmó los acuerdos tomados y los difundió por medio de una carta que explicaba con suficiente claridad la primacía de Roma, al menos sobre todas las Iglesias de Occidente. En el verano del 325, al ser convocado el Concilio de Nicea por el emperador, a fin de resolver la cuestión arriana, Silvestre fue simplemente invitado como cualquier otro obispo y sus legados no fueron colocados en la presidencia que ostentó, en nombre del emperador, Osio de Córdoba. Hubo a posteriori una pequeña enmienda, puesto que los legados firmaron las actas los primeros inmediatamente después del presidente. Se perfilaba, mediante estos pequeños gestos, la política imperial: para Constantino los obispos eran ante todo funcionarios de alto rango que se ocupaban de un sector tan importante como el de la vida religiosa. Reconocida oficialmente la Iglesia, su clero recobraba la plena condición legal de ciudadanos, con sus derechos y también con sus obligaciones.

La Edad Media, que tuvo que sufrir las consecuencias de esta situación, trató de engrandecer la figura de san Silvestre mediante leyendas. Es un hecho cierto que en la comunicación de las actas de Arles y del Símbolo de Nicea, había una afirmación del primado romano. Lo es también que Constantino, sin incluir a Silvestre entre sus consejeros, consideró la sede de Roma como la primera, haciendo abundantes donaciones, como los terrenos sobre los que a partir del 319 se edificaría la basílica de San Pedro en el Vaticano, y los medios para sostener ; adecuadamente las otras Iglesias. Las dos grandes basílicas, la de San Juan en Letrán y la de San Pablo en la vía Apia, unidas ahora a la nueva levantada so- ¡ bre el sepulcro de san Pedro, eran como las tres columnas para la edificación de un nuevo poder espiritual. Todos estos bienes, junto con los que procedían de donaciones de particulares, se integraron en lo que comenzaba a llamarse Patrimonium Petri, que era todavía un conjunto de propiedades privadas. En poco tiempo el papa llegaría a convertirse en el más acaudalado propietario de Roma y sus copiosas rentas le permitirían asumir funciones sociales y de beneficencia a medida que éstas eran abandonadas por la autoridad imperial.

La leyenda. Entre los siglos v y viii se forjaron las tres leyendas que encontramos reflejadas en muchas obras de arte:

Primera, que fue san Silvestre quien convirtió, bautizó y curó de la lepra a Constantino; en realidad, el emperador recibiría el sacramento en su lecho de muerte y de manos de un obispo considerado favorable al arrianismo.

Segunda, que en agradecimiento, Constantino otorgó a Silvestre el uso de la diadema imperial, con la mitra, el pallium, la clámide y todos los signos externos correspondientes a la majestad, incluyendo el calceus mullas.

Tercera y más tardía, que, no contento con esto, Constantino, al confirmar el primado de Roma sobre todas las sedes patriarcales, le otorgó el pleno dominio sobre «la ciudad de Roma y todas las provincias, vicos y ciudades, tanto de Italia entera como de todas las regiones occidentales». La Falsa Donación de Constantino, sobre la que volveremos, es una superchería forjada en torno al año 778, pero su falsedad no fue descubierta hasta el siglo xv.

Por haber fallecido el 31 de diciembre se dedica a su memoria la noche final de cada año. Fue enterrado en el cementerio de Priscilla.


Paredes. Javier. (1998). Diccionario de los Papas y Concilios. Barcelona: Editorial Ariel, S.A .

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