LAS CONTROVERSIAS TEOLÓGICAS. EL RENACIMIENTO CAROLINGIO

LAS CONTROVERSIAS TEOLÓGICAS. EL RENACIMIENTO CAROLINGIO

a) Las controversias teológicas

El adopcionismo de Elipando y Félix de Urgel


Elipando de Toledo
 
El arzobispo de Toledo Elipando, que se decía primado de España, presentó una teoría trinitaria poco ortodoxa, que se denominó adopcionismo, según la cual Cristo, según su naturaleza humana, era hijo adoptivo de Dios. Puede ser que Elipando quisiera encontrar un punto de relación con los musulmanes centrados en la unicidad de Dios o estuviese influenciado por los nestorianos venidos a España con los ejércitos musulmanes. En Asturias, Eterio, futuro obispo de Osma, y el monje Beato de Liébana —el célebre comentador del Apocalipsis— le contestaron con una carta en forma de tratado.

Cuando Carlomagno conquistó Cataluña entre los años 785 y 790, se dirigió al obispo Félix de Urgel, quien también había predicado el adopcionismo. Félix fue convocado a Ratisbona y combatido por Paulino de Aquilea. Su doctrina se convirtió en una herejía. El papa Adriano recuerda la doctrina ortodoxa, y en concilio, en Francfort (794) Paulino de Aquilea y Alcuino prepararon el dossier que fue enviado a los obispos españoles. Félix, que había regresado a Urgel, mantenía sus ideas, y Paulino debió escribir entre 798 y 800 un Contra Felicem; después Alcuino, hacia 802, escribió dos tratados, uno sobre la fe en relación con la Santísima Trinidad, y otro contra las ideas de Félix que envió a España por medio de Benito de Aniane. Félix, invitado a venir a Aquisgrán, fue encarcelado en Lyon, donde murió en 818. En cuanto a Elipando, continuó hasta la edad de 84 años manteniendo su posición, tratando de heréticos a los que le combatían, particularmente a Alcuino. Como los adopcionistas eran aún numerosos en España y en concreto en Cataluña, Alcuino publicó Los cuatro libros contra Elipando, en los que refutaba las alegaciones del arzobispo de Toledo y establecía, a partir de los escritos de los Padres de la Iglesia, lo que era necesario creer en torno a la Trinidad. El asunto del adopcionismo dio lugar a diferentes obras teológicas, pero no a controversias apasionadas.

La enseñanza de la doctrina cristiana. El problema del culto a las imágenes

Alcuino insistió cerca de Carlomagno para que, con un vigor sacerdotal, predicara la palabra de Dios. Carlos asumió esta tarea de enseñanza religiosa y prescribió que se predicara regularmente y que se enseñara a los fieles el Pater noster y el Credo. En 812 envió a todo el Imperio una encuesta sobre las condiciones necesarias para recibir el bautismo.

Más allá de esta pedagogía elemental, su soberanía sobre la jerarquía eclesiástica, su intromisión en la promulgación dogmática de los concilios, no pretendía ser una oposición al magisterio docente del papa. En efecto, Carlomagno reconoció como evidente la total y absoluta primacía de la Iglesia romana en el plano doctrinal. No obstante, tante, se ocupó de la defensa precisa del contenido de la fe, y asumió en este dominio las responsabilidades tomadas por Constantino, Teodosio y sus sucesores orientales; hizo condenar y perseguir el adopcionismo; intervino en la lucha iconoclasta contra los bizantinos. El papa Adriano envió al príncipe las actas del concilio ecuménico celebrado en Nicea en 787, que condenaban a los iconoclastas y distinguían entre la veneración de las imágenes y la adoración de Dios, definida como un culto de latría. La traducción latina enviada al rey de los francos era considerada mediocre. Carlomagno la mandó anotar por sus clérigos, que descubrieron en ella numerosos errores. Su consejero Alcuino redactó o hizo redactar bajo la inspiración directa de Carlomagno un memorial, Los libros carolinos (Libri carolini), que condenaban a la vez el iconoclasmo y los errores del episcopado griego en Nicea. En 794, el concilio de Francfort condenó a los iconoclastas sin suscribir las definiciones nicenas.

El asunto del «Filioque»

Este asunto tuvo repercusiones mucho más importantes y lejanas, pues aún en la actualidad es causa de diferencias entre la Iglesia romana y las Iglesias ortodoxas. En el año 381 el concilio de Constantinopla había completado el símbolo de Nicea con un artículo sobre el Espíritu Santo: «Creemos en el Espíritu Santo, Señor y Vivificador, que procede del Padre, que con el Padre y el Hijo es adorado y glorificado, y que habló por los profetas».

Para luchar, especialmente contra los arrianos, los teólogos visigodos en el concilio III de Toledo, 586, modificaron la fórmula y le añadieron: «Confesamos al Espíritu Santo, de quien afirmamos que procede del Padre y del Hijo, que es una sola sustancia con el Padre y el Hijo». Los clérigos carolingios, probablemente para afirmar su independencia de los bizantinos y señalar un defecto en los griegos, utilizaron la fórmula en la redacción de Los libros carolinos, pero el papa Adriano rehusó esta interpretación. Paulino, metropolitano de Aquilea, demostró en el concilio de Cividale de 796 lo bien fundada que estaba la fórmula Filioque. Finalmente, en 806, en pleno conflicto con Bizancio, Carlomagno hizo cantar en la capilla de Aquisgrán el Credo con el añadido. Los monjes francos introdujeron este Credo en Jerusalén, lo que provocó un conflicto entre latinos y griegos. Carlomagno hizo justificar su interpretación por sus amigos teólogos, Teodulfo de Orleans y Smaragdo de San Miguel. En el concilio de Aquisgrán de 809, hizo aprobar la fórmula de la doble procesión del Espíritu Santo. Fue enviada a Roma una misión dirige da por Smaragdo, pero el papa León III rehusó recibirla; más aún, mandó grabar cerca de la confesión de San Pedro los dos textos del símbolo de Nicea, en latín y en griego, y propuso suprimir en la celebración litúrgica el canto del Credo, intentando así resolver el problema.

El asunto del Filioque volvió a ponerse de actualidad en 867, cuando el patriarca Focio denunció las innovaciones dogmáticas y disciplinares de los latinos. El papa Nicolás I pidió al clero de Occidente que refutara las objeciones de los griegos. Durante el reinado de Carlos el Calvo, Hincmaro de Reims encargó a Éneo, obispo de París, en nombre de la provincia de Sens, y Odón, obispo de Beauvais, por la de Reims, y pidió a Ratramno, monje de Corbie, ya célebre por otros tratados teológicos, componer un libro «contra las objeciones de los griegos». Focio, después de su segunda deposición en 886, redactó un tratado sobre el Espíritu Santo para responder a las objeciones de los latinos, recordando que el papa jamás había admitido esta innovación. A comienzos del siglo XI, ante la petición del emperador Enrique II, el papa hizo insertar el Filioque en la recitación del Credo.

Controversias sobre la Eucaristía y la predestinación

Existían dos controversias, la de la Eucaristía y la de la doble predestinación, que provocaron discusiones entre los clérigos a mediados del siglo IX. Esta vez la dialéctica nutrió las discusiones; a la auctoritas de los Padres se opuso la razón, que Dios ha dado a los hombres para profundizar y resolver los problemas de la Sagrada Escritura, como afirma San Agustín.

El debate sobre la Eucaristía se abrió cuando en el año 820 Amalado de Metz habló en su libro sobre los Oficios eclesiásticos del triple cuerpo de Cristo, cuerpo nacido de la Virgen, representado por el fragmento mezclado con el vino; cuerpo místico figurado por el pan distribuido, y la tercera parte que simboliza la hostia conservada sobre el altar y destinada a morir. Floro, diácono de Lyon, denuncia las interpretaciones de Amalario en el concilio de Quierzy (838). Por su parte, Pascasio Radberto, abad de Corbie, había escrito un tratado Sobre el cuerpo y la sangre de Cristo, donde definía la Eucaristía apoyándose en los Padres de la Iglesia pero haciendo uso, igualmente, de la razón cuando se encontraba con una dificultad de interpretación, y afirmaba la doctrina de la presencia real. Carlos el Calvo, preocupado por las especulaciones teológicas, preguntó al monje de Corbie, Ratramno, «si el cuerpo y la sangre de Cristo que recibe la Iglesia y los fieles en la boca están presentes en misterio o en verdad ». Ratramno le respondió con un tratado donde distinguía entre lo que se deja ver, el cuerpo real, la veritas, y lo que no es sino un misterio, la figura. Rábano Mauro y Gotescalco defendieron a Ratramno contra Pascasio, que completó su tratado en 850. Ratramno de Corbie escribió otros tratados teológicos sobre la naturaleza del alma, el nacimiento de Cristo. Participó, también, en la controversia sobre la doble predestinación. Hincmaro se enfrenta contra Escoto Eriúgena, quien sostenía las tesis más excesivas de Ratramno sobre la Eucaristía. Escoto venía a hacer de la Eucaristía un gesto simbólico, descartando la presencia real. El arzobispo organizó contra el teólogo un procedimiento canónico, que terminó en 867 con la condena por parte de Nicolás I del simbolismo eucarístico.

Fue Gotescalco, antiguo oblato de Fulda convertido en monje en Orbais, quien lanzó el debate, llevando al extremo las ideas de San Agustín de la doble predestinación: para Gotescalco los hombres desde su nacimiento estaban predestinados por voluntad divina, los buenos a la salvación y los malos a la muerte eterna. En este caso, la redención de Cristo no era universal, sino limitada a aquellos que Dios «por su gracia gratuita había predestinado a la vida eterna». Rábano Mauro, convertido en arzobispo de Maguncia, condenó a Gotescalco y lo expulsó a la provincia de Reims. Hincmaro reinició el debate e hizo condenar al teólogo en los dos concilios de Quierzy de 849 y de 853. Gotescalco fue encerrado en el monasterio de Hautvillers, donde continuó trabajando, sostenido por sus amigos Ratramno y Lupo de Ferriéres. Murió en el año 866, sin reconciliarse con la Iglesia.

Hincmaro pidió entonces ayuda a Juan Escoto Eriúgena. Hábil dialéctico, Juan escribió un tratado en el que demostró que la razón se podía utilizar para combatir las ideas de la doble predestinación, que él negó demostrando que en Dios, que es simple, no se puede basar una doble predestinación. Dios no puede prever los pecados ni preparar de antemano sus castigos, porque pecado y pena no son nada: el infierno es puramente interior y consiste en los remordimientos. El tratado de Juan Escoto fue muy mal recibido por los adversarios de Hincmaro y en particular por Floro de Lyón. El asunto se transformó en un conflicto entre Hincmaro, de una parte, y los teólogos lioneses, de la otra, entre la Iglesia del Norte y la del Sur. Carlos el Calvo, que protegía a Juan Escoto, se sintió feliz cuando el asunto encontró un compromiso en el concilio de Savonniéres (859) y en el de Douzy (860).

La controversia duró veinte años y durante ella se desataron las pasiones de una y otra parte. Con esta discusión, la especulación teológica salió de sus primeros balbuceos y se introdujo en los comienzos de la teología medieval. Juan Escoto se hizo célebre escribiendo la primera gran obra teológica. Conocedor del griego, había traducido la obra de Dionisio el Areopagita y algunos extractos de Máximo el Confesor, y presentó en cinco libros una síntesis, el Periphyseon o De divisione naturae entre 864 y 865. Fue en este gran libro, esta «inmensa epopeya metafísica», como la denominó Étienne Gilson, donde Juan Escoto definió, mucho antes que San Anselmo, los derechos y el papel de la razón frente a la auctoritas. Dios, que es el principio de todo lo creado, es también el fin de todo, lo que podemos conocer por la estrecha unión del ser divino con la naturaleza humana en el Verbo encarnado. Esta obra le valió más tarde la acusación de panteísta.

b) El renacimiento carolingio

El renacimiento carolingio interesa como manifestación de una voluntad de reforma religiosa, antes de ser un fenómeno cultural. En la medida en que Carlomagno quiso un clero más santo y más eficaz, lo quiso, también, más instruido. El renacimiento de las letras bajo los príncipes carolingios busca una mejor formación del clero y alcanza estos resultados, pero no llega a la creación de una cultura laica autónoma a imagen del Renacimiento del siglo XV. Fenómeno puramente eclesiástico, el renacimiento de los estudios fue obra exclusivamente de clérigos para clérigos; sólo accesoriamente participó algún gran laico como Carlomagno, los príncipes de su familia y sus colaboradores directos, pero dependiendo de los clérigos.

Los grandes iniciadores: Alcuino


Alcuino de York
 
En su desarrollo cronológico, el renacimiento carolingio vio sucederse tres grandes generaciones. La primera fue la de los maestros de la escuela, venidos del extranjero la mayor parte: Pablo Diácono, Pedro de Pisa, Alcuino. Éstos trajeron de Italia o de Inglaterra los rudimentos de la cultura; enseñaron a las personas que rodeaban a Carlomagno las nociones de gramática, métrica, retórica y aritmética. De todos ellos, el más activo y más eficaz fue Alcuino.

Alcuino había nacido en York o sus inmediatos alrededores hacia el año 730, en el momento en que moría Beda, en una familia noble emparentada con la de San Willibrordo. Desde su infancia fue puesto junto a Egberto de York y estudió en su escuela monástica las artes liberales, es decir, los rudimentos del latín, la lengua que se hablaba, el griego, la Sagrada Escritura. Este joven estudiante acompañó a Etelberto, el sucesor de Egberto, en su viaje a Roma en 766. Allí adquirió un gran número de manuscritos y estableció contactos con los literatos italianos, Pedro de Pisa entre otros. Alcuino sucedió a Etelberto, cuando éste fue consagrado arzobispo, como maestro de la escuela de York y recibió el diaconado. En el año 780, a la muerte de Etelberto, su sucesor Eambaldo envió a Alcuino a Roma a buscar su pallium. En Pavía, Alcuino se encontró con Carlomagno y aceptó trasladarse a la corte franca (782). Alcuino permaneció al servicio de Carlomagno hasta su muerte en 804, pero a partir del otoño de 796 el viejo Alcuino recibió del rey la abadía de San Martín de Tours y la autorización para vivir allí. Desde allí continuó ejerciendo una influencia preponderante.

Director de conciencia de Carlomagno, de las sucesivas reinas, de Gisela —la hermana del emperador, abadesa de Chelles—, de numerosos grandes, laicos y eclesiásticos, como Arn de Salzsburgo, Alcuino dirigió las conciencias en la dulzura evangélica, predicando una religión que imponía la renuncia del mundo. Pero, al mismo tiempo, Alcuino jugó el papel de un verdadero coordinador de la reforma escolar. Alcuino organizó la schola Palatii (la escuela de Palacio) donde los jóvenes educados (nutriti) en Palacio (vivían, eran alimentados e instruidos en Palacio) se interesaban por las letras al mismo tiempo qué por la práctica de la administración. Alcuino animaba los trabajos de aquella reunión de personas cultivadas de la corte que se denominaba Academia Palatina, donde cada uno tomaba un nombre literario o escriturístico: el emperador era David, Alcuino Horacio, Angilberto Homero, Teodulfo Ovidio, Arn de Salzburgo Áquila, Eginardo Besalel. Su obra escrita es inmensa, se compone de manuales de gramática y de retórica, comentarios a las Sagradas Escrituras —preparó una edición, revisada y corregida, de la Vulgata de San Jerónimo—, poemas y una voluminosa correspondencia de la que han llegado hasta nosotros cuatrocientas cartas. Por su riqueza de espíritu, por su acción, por su obra, Alcuino se presenta como el gran iniciador y creador del renacimiento carolingio.

Alcuino de York compuso manuales de gramática, claros y atrayentes, a veces en forma de diálogos: De gramática, De orthographia. El Dialogus de rethorica et virtutibus, con el pretexto de la retórica trata, en forma de diálogo entre Carlomagno y Alcuino, de la manera en que el soberano debe conducirse para apaciguar las luchas de las facciones. Es una reflexión política y moral, teórica ciertamente. En teología no tiene mucha originalidad. El interés pedagógico lo impulsa a resumir las obras de los Santos Padres. El De Fide sanctae et individuae Trinitatis es deudor en su contenido de San Agustín. Su obra más importante es la Expositio super Iohannem en siete libros. El Adversus Felicem Urgeltitanum sigue la exposición de Félix de Urgel frase a frase, e intenta mostrar sus errores de interpretación de las Escrituras. El Adversus Elipandum Toletanum es puramente polémico.

De Italia vinieron Pablo Diácono, que escribió diferentes obras, entre ellas una Historia de los longobardos; el diácono Pedro de Pisa (+ antes 799), poeta y gramático, y Paulino de Aquilea ( + 802), amigo de Alcuino, en unión del cual luchó contra el adopcionismo, cuando ya era patriarca de Aquilea, cargo que desempeñó desde 787.

El desarrollo de las escuelas y de los «scriptoria»

Desarrollar la escuela de Palacio no era suficiente para mejorar la calidad del clero. Desde su primer capitular (769) Carlomagno había prescrito la deposición de los clérigos ignorantes, porque «aquellos que no conocen la Ley de Dios no la pueden enseñar a los demás». Carlomagno tomó, entonces, medidas para abrir escuelas por todas partes. La Admonitio generalis del año 789 obliga a las catedrales y monasterios a crear y abrir una escuela, destinada a los monjes jóvenes y a los clérigos, pero de la que se podían aprovechar otros muchos.

Por otra parte, en algunos grandes monasterios, al lado de la escuela interior para los oblatos del monasterio, se creó una escuela pública para el clero secular y los laicos jóvenes. El sínodo de Maguncia de 813 prescribió la apertura de una escuela en cada parroquia rural para el reclutamiento de futuros sacerdotes. A partir de 803 los candidatos al sacerdocio fueron sometidos a un examen previo.

Con esta abundancia de iniciativas escolares, algunos monasterios, como los de Fulda, Reichenau, San Gall, Corbie, Corbey, Verden, brillaron con una luz singular. En Provenza y en Aquitania el renacimiento escolar fue poco sensible.

En estos centros se fabrican, en gran cantidad, los instrumentos del trabajo intelectual: los libros. En todos los monasterios importantes se establecieron talleres de copistas, los scriptoria. El uso de la minúscula carolingia, particularmente elegante y legible, favoreció la edición de numerosos manuscritos que fueron buenos manuales, y salvaron de desaparecer un gran número obras antiguas.

La segunda generación de letrados carolingios: Teodulfo y Eginardo


Teodulfo
Teodulfo había nacido en España en 780, de una familia visigoda. Exiliado, fue acogido en la corte por Carlomagno, quien le concede un poco antes de finales del siglo VIII el obispado de Orleans y diferentes abadías. En su diócesis restaura la disciplina, promulga estatutos sinodales y funda ricas bibliotecas. En la corte ejerce una influencia indiscutible sobre el rey; como su amigo Angilberto, es uno de los firmantes y testigos del testamento de Carlomagno. En el año 798, fue enviado como missus en las ciudades de Normandía. Permanece muy cercano de Luis el Piadoso, pero, implicado en el complot de Bernardo de Italia, fue desposeído y enviado al exilio a un monasterio cercano a Angers. Rehabilitado, regresa a su sede y muere, al parecer de manera violenta, en el año 821. Su obra poética, frecuentemente de circunstancias, hecha en gran parte de préstamos clásicos, tuvo un gran éxito en su tiempo: Sobre los hipócritas, Al rey Carlos, A la reina Liutgarda, Sobre la llegada de Luis a Orleáns, Gloria laus (himno para el día de Ramos, que aún se canta hoy), Sobre la resurrección de la carne, El paraíso. Compuso un De Spiritu Sancto, a petición de Carlomagno, para refutar a los griegos en el concilio de Aquisgrán en 809.


Eginardo
Pero, de esta generación de letrados, el más conocido sigue siendo Eginardo, amigo de los precedidos y compañero de estudios de Luis el Piadoso. Había nacido hacia 755 en la ciudad de Main y educado en el monasterio de Fulda. Bajo la recomendación del abad Baugulfo, fue recibido entre los nutriti hacia 791. Su vivo gusto por la poesía latina le hizo ser estimado por todos y recibió el apelativo respetable de Besalel. Como este personaje es el orfebre que adornó la Tienda de la Reunión y todos sus objetos, incluida el Arca (Éx 31,2), se ha afirmado que Eginardo fue el superintendente de bellas artes de Carlomagno. En efecto, hasta el año 814 no ejerce función alguna, cumpliendo algunas misiones aisladas: en 806, por ejemplo, lleva a Roma la copia de la Divisio regnorum. Con la llagada de Luis el Piadoso, fue objeto del favor real. Recibió la abadía secular de San Bavón de Gante, de San Servasio de Maastricht, de San Wandrilo, de San Claudio y de San Juan de Pavía. En 817, el emperador lo colocó junto al joven Lotario, como su secretario particular y consejero. En 828 intenta jugar un papel mediador entre Luis el Piadoso y sus hijos; ante la violencia del conflicto, prefirió retirarse y murió en el monasterio de Seligenstad en 840.

Junto a alguna correspondencia sin interés y un pequeño tratado sobre la adoración de la Santa Cruz, dejó una obra de primera importancia, la Vida de Carlomagno (Vita Karoli). Muy célebre, esta biografía constituye la fuente principal para conocer la persona de Carlomagno. Eginardo la prepara en su retiro de 830. Toma como modelo las Vidas de los doce Césares de Suetonio; en ella se inspira para la división en capítulos, la ordenación de materias y en algunas ocasiones toma sus mismas palabras. Además de sus recuerdos personales, utilizó los Anales Reales (Anuales Regni Francorum), la Historia de los obispos de Metz de Pablo Diácono, el testamento del emperador y alguna correspondencia diplomática. La obra es un panegírico, sigue servilmente a su modelo, pero, en su conjunto, es una fuente preciosa de informes, de noticias, y es un buen ejemplo de lo que la segunda generación de las letras carolingias produjo como obra que imita la antigüedad.

La tercera generación

La tercera generación del renacimiento carolingio llega a su madurez en el momento en que el Imperio comienza de desmoronarse. Estos autores dejan de ser imitadores de sus modelos, conciben obras originales, no conformistas. Es interesante la rica correspondencia del abad Lupo de Ferriéres (805-862), el Epitafio para Arséne de Pascasio Radberto, monje de Corbie, verdadero panfleto contra Luis el Piadoso y la reina Judith. Un discípulo de Alcuino, Rábano (784-856), al que su maestro puso el sobrenombre de Mauro como el compañero de San Benito, dirigió la enseñanza en Fulda antes de convertirse en su abad. En 847 fue nombrado arzobispo de Maguncia por Luis el Germánico. Su influencia pedagógica le valió con justo título ser denominado «el preceptor de Germania». Escribió una abundante correspondencia, varios tratados de Teología y, ante la petición de Lotario, un Homiliario. Su hijo espiritual Walafrido Estrabón (8047-849) fue encargado en 829 de la educación del hijo de Luis el Piadoso y Judith, el joven Carlos. Nombrado abad de Reichenau al final del preceptorado, estudió y comentó el Salterio. Publicó una edición de la Vita Caroli, con una subdivisión en párrafos y un prefacio. Un obispo de Orleáns, Jonás (7807-844?), con dos tratados Sobre la realeza (De institutione regia) y Sobre los laicos (De institutione laicali), adquirió una plaza entre los teóricos carolingios de mediados del siglo XI.

Los personajes originales. Juan Escoto Eriúgena


Juan Escoto
Por diferentes títulos, casi opuestos, debemos retener la atención sobre dos figuras, ciertamente los dos espíritus más fuertes de su tiempo: el teólogo Juan Escoto y el arzobispo Hincmaro. Juan Escoto Eriúgena había nacido en Irlanda, como indica su apodo, y allí realizó sus primeros estudios. Dirigió los trabajos de la Schola palatii de Carlos el Calvo. En 850-851, a petición de Hincmaro, para contrapesar las enseñanzas de un monje heterodoxo, Gotescalco, escribió un tratado sobre la Predestinación. En 860, comienza una serie de traducciones griegas, especialmente de Dionisio el Areopagita, discípulo cristiano del filósofo neoplatónico Proclo, a finales del siglo VI. Publicó en latín el tratado Sobre los nombres divinos, Teología Mística, La jerarquía celeste. Tradujo, también, el tratado Sobre las imágenes de Gregorio de Nisa. Entre 862 y 866 escribió De la Naturaleza (Periphyseon o De divisione naturae).

De la Naturaleza, no se trata de divisiones gramaticales o retóricas, sino de divisiones reales, las que diferencian a los seres y a las cosas unos de otros y que forman un mundo unido y creado por Dios. Juan Escoto intenta explicar las relaciones de la criatura con Dios con la ayuda de las teorías platónicas sobre lo uno y lo múltiple, y después la diferencia entre las cosas por la multiplicidad de las ideas divinas. El mundo es un conjunto jerarquizado cada vez menos noble a medida que se aleja de la perfección divina. El hombre se describe, a la manera de los platónicos, como un espíritu dueño de un cuerpo. La redención cristiana se consigue por un retorno a Dios y a las ideas eternas, a través de toda la jerarquía de los seres. La teoría platónica de la emanación del mundo a partir del Uno y su retorno sirve aquí para describir la idea cristiana de la creación y del fin del mundo. La empresa era nueva en Occidente. Este primer intento de concepción general del universo resulta rápidamente sospechoso; tardíamente, en 1225, es condenado por el papa Honorio III.

Hincmaro

Alumno del monasterio de Saint-Denis desde su infancia, siguió a Hilduino, abad de este monasterio, convertido en archicapellán de la corte en el año 822. Aprendió allí lo necesario para mantenerse en la vida pública. Elegido arzobispo de Reims en 845, después de la deposición de Ebón, se consagra a la evangelización de su diócesis. Reúne el sínodo, publica los estatutos sinodales, predica personalmente, termina la catedral y se esfuerza en recuperar los bienes alienados a su diócesis. Desde este punto de vista, Hincmaro constituye una de las figuras más interesantes de obispo carolingio.

Docto, se opone a las desviaciones doctrinales de Gotescalco, y se enfrenta también contra Escoto Eriúgena. Defensor vigoroso, algunas veces brutal, de la ortodoxia, Hincmaro fue, también, el protagonista de los derechos del metropolitano —ya conocemos el conflicto con Rotardo, obispo de Soissons, que apeló ante el papa Nicolás I—. El arzobispo jugó, por otra parte, un papel político de primer orden a favor de Carlos el Calvo.

A su muerte en 882, dejaba una obra teológica y moral considerable. Había contribuido con el rigor de su pensamiento a orientar la política de su época, pero, por su obra de historiador, a partir de 861 es el redactor de los Anales de San Bertín, orienta la imagen que la posteridad se ha hecho de su tiempo. Espíritu cultivado; fuerte voluntad, algunas veces sin escrúpulos, en un tiempo en que se multiplicaban los falsos cánones, encarna el mejor fruto del renacimiento carolingio: una cultura eclesiástica, especulativa pero al mismo tiempo práctica, tanto apta para la controversia teórica como para el gobierno de los hombres.

Al final de su vida, el período creativo del renacimiento carolingio se había terminado. A mediados del siglo IX, Walafrido Estrabón, en el prefacio de la Vida de Carlomagno, señalaba la caída de los estudios y el debilitamiento de la cultura. Pasado el año 840, toda la legislación escolar cesa y, al final del reinado de Carlos el Calvo, éste y su corte eclesiástica permanecían solos, como un islote de cultura, en un mundo en trance de caer en la ignorancia y la barbarie del pensamiento.


ÁLVAREZ GÓMEZ, JESÚS. (2001). HISTORIA DE LA IGLESIA. MADRID: BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS

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