SAN ESTEBAN I
PAPA XXIII
(12 mayo 254 - 2 agosto 257)
Nacido en Roma, parece que tenía alguna clase de relación familiar con la gens lidia, de la que salieron los primeros emperadores. Es posible que esto explique la singular energía en su conducta, que no excluyó algunos enfrentamientos serios con la otra gran figura de san Cipriano de Cartago. Dos obispos españoles, Basílides de Astorga y Marcial de Mérida, se habían procurado durante la persecución el libelo que les acreditaba como sacrificadores ante los dioses. Fueron depuestos por sus colegas. Uno de ellos viajó a Roma para explicar su caso, acogiéndose a la doctrina de la penitencia, y fueron rehabilitados. Las Iglesias de España escribieron a Cipriano, el cual demostró a Esteban cómo había sido sorprendido en su buena fe, pues la penitencia es válida para reintegrarse a la Iglesia, pero no para conservar los obispados. Paralelamente se planteaba la cuestión del obispo Marción de Arles que, inclinado al novacianismo, negaba la reconciliación a los arrepentidos incluso en el momento de la muerte. Sus sufragáneos de las Galias, decepcionados por la lentitud de Esteban, acudieron a san Cipriano. Los dos casos dieron oportunidad a una correspondencia en la que se advierte que, desde Cartago, se reconocía la plenitud de dominio de Roma, al menos sobre las Iglesias de las Galias y España. Lo que desconocemos es el grado de autonomía que cartagineses y orientales reservaban para cada obispo en su sede; indudablemente se trataba de un espacio muy amplio.

Surgió una cuestión todavía más delicada: la validez de un bautismo impartido por herejes. El año 255 san Cipriano la trató en un sínodo del que remitió después las actas al pontífice: indirectamente se reprochaba a Roma que dijese que no era necesario rebautizar a los fieles que lo recibieran de un hereje, bastando la imposición de manos para una reconciliación. Cipriano decía: no basta la imposición de manos o la confirmación, pues éste es un sacramento de vivos, y estando los herejes espiritualmente muertos se necesitaba del segundo bautismo para su revivificación. Ignoramos cuál fue la respuesta concreta del papa, aunque no hay duda de que sostuvo su opinión con gran energía, afirmando «nihil innovetur nisi quod traditum est». Esteban llegó a acusar a Cipriano de innovador; éste calificaba al papa de soberbio c impertinente.

Por una carta que Firmiliano de Cesárea escribió a san Cipriano, sabemos que el papa se dirigió a las Iglesias orientales reclamando unidad en esta cuestión. Así pues, el metropolitano de Cartago convocó un segundo sínodo en el otoño del 256 al que asistieron bastantes obispos del norte de África. Se había llegado a un punto que presagiaba la ruptura, pues los asistentes al sínodo afirmaron que ciertas cuestiones como la del bautismo de herejes eran competencia de cada Iglesia local en particular y no de Roma en nombre de todas. Esta vez Esteban se negó a recibir a la delegación que le llevaba las actas del sínodo e incluso se las ingenió para que les fuera negado el alojamiento. El fallecimiento del papa (257) y el de san Cipriano, mártir glorioso (258), evitaron que la querella prosperase.


Paredes, Javier. Diccionario de Papas y Concilios. Barcelona: Editorial Ariel, S.A.

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