SAN PEDRO Y LA IGLESIA DE ROMA

SAN PEDRO Y LA IGLESIA DE ROMA


San Pedro

a) Presencia de San Pedro en Roma

Algunos autores, por controversias estrictamente confesionales entre distintas Iglesias, apoyándose en aquella expresión de los Hechos de los Apóstoles, «se marchó a otro lugar» (Hch 12,17), con que San Lucas concluye el relato de la prisión y liberación de San Pedro, durante la persecución de Herodes Agripa, que causó el martirio de Santiago el Mayor, han negado la presencia y muerte de San Pedro en Roma, pues con esa frase afirmaría San Lucas que San Pedro murió por entonces; pero los acontecimientos del concilio de Jerusalén invalidan por completo esa teoría. Tampoco tiene visos de verosimilitud alguna la afirmación de quienes quieren ver en el relato de la controversia con Pedro en Antioquía (Gal 2,6-9) que éste ya había muerto cuando Pablo escribió la Carta a los Gálatas. Estas objeciones se estrellan contra el muro firme de la tradición, escrita y monumental, tanto de la Iglesia occidental como de la Iglesia oriental, que está unánimemente a favor de la presencia y muerte de Pedro en Roma. La capital del Imperio Romano es la única ciudad del mundo que tiene la pretensión de haber sido el escenario de la muerte de Pedro.

Según una tradición, de la que se hace eco San Jerónimo, San Pedro fue obispo de Roma durante veinticinco años, aunque no es necesario entender que se tratase de una presencia ininterrumpida durante todo ese tiempo; se sabe con toda certeza, por los Hechos de los Apóstoles, que Pedro estuvo en el concilio de Jerusalén (48-50); y que, por la Carta de Pablo a los Gálatas, después estuvo en Antioquía.

b) Testimonios escritos

San Pedro escribió su primera Carta en Roma: «os saluda la Iglesia de Babilonia» (1 Pe 5,13); Babilonia es Roma en sentido figurado, lo mismo que en el Apocalipsis de San Juan (17,5; 18,2); pues no puede tratarse de la Babilonia bíblica, junto al Eufrates, ni tampoco de la Babilonia egipcia que, por entonces, no era nada más que una simple fortaleza militar emplazada donde está actualmente El Cairo. Clemente Romano escribe en torno al año 92 una carta a la Comunidad de Corinto, en la que atestigua el martirio de Pedro y Pablo en Roma durante la persecución de Nerón '. San Ignacio de Antioquía en su Carta a los Romanos, escrita en torno al año 110, cuando iba a la capital del Imperio para recibir el martirio, dice que él «no les manda como Pedro y Pablo» .

La Ascensión de Isaías, juntamente con el Apocalipsis de Pedro, dos libros apócrifos escritos a principios del siglo II, son considerados hoy día por la crítica histórica como un gran apoyo en defensa de la presencia de Pedro en Roma, pues supone una información exacta sobre su martirio durante la persecución de Nerón.

Durante el siglo II abundan los testimonios a favor de la presencia de San Pedro en Roma: Papías de Hierápolis (136) dice que Marcos escribió, a petición de los fíeles, el evangelio que Pedro predicaba en Roma. Dionisio de Corinto (170) afirma que Pedro y Pablo predicaron el evangelio en Roma. Ireneo de Lyon (180) también afirma reiteradamente que Pedro y Pablo fundaron la Iglesia de Roma, lo cual no significa que ellos fueran los primeros que predicaron el evangelio en la capital del Imperio. En tiempos del papa Ceferino (197-217) el presbítero romano Gayo, que polemizó sobre la grandeza de la iglesia romana con el montanista Proclo que ensalzaba a la Iglesia de Hierápolis, porque allí poseían los sepulcros del diácono Felipe y los de sus cuatro hijas profetisas, invitaba a éste a que visitara la colina del Vaticano y la Vía Ostiense donde encontraría «los monumentos sepulcrales de Pedro y de Pablo, aquellos que fundaron la Iglesia de Roma». La Iglesia africana, representada en este caso por Tertuliano (205), una de sus máximas figuras, afirma que Pedro fue equiparado al Señor y bautizó en el Tíber. Y, finalmente, todos los Catálogos más antiguos de los Obispos de Roma empiezan por Pedro.

c) Testimonios arqueológicos

A los testimonios literarios, que tienen sin duda un gran valor demostrativo, hay que añadir los testimonios arqueológicos.

Culto a San Pedro y San Pablo en la catacumba de San Sebastián

El calendario de la Iglesia de Roma (354) y el Martyrologium Hieronymianum (431) celebran el día 29 de junio la memoria de San Pedro en el Vaticano y la de San Pablo en la Vía Ostiense; y la memoria conjunta de los dos Apóstoles Ad Catacumbas, en la Vía Apia, en el lugar que más tarde ocuparía la basílica cementerial de San Sebastián que en el siglo iv se llamaba todavía «iglesia de los Apóstoles ». Una inscripción damasiana habla de una presencia de San Pedro y de San Pablo en aquel lugar, en el sentido de que habían estado sepultados allí. Las excavaciones realizadas en 1917 demostraron que ambos Apóstoles fueron venerados allí, como puede verse en los «graffitti» existentes sobre las paredes de aquel lugar de culto. Existe una probabilidad de que los restos de los Apóstoles, o parte de los mismos, pues en algunas fuentes se habla solamente de las cabezas, fuesen trasladados a aquel lugar con ocasión de la persecución de Valeriano (258) que impidió la visita a los cementerios cristianos, aunque también se pudo tratar del culto particular de la secta novaciana en memoria de los Apóstoles.

La tumba de San Pedro en el Vaticano

De la disputa del presbítero romano Gayo con Proclo, presbítero frigio y montañista, se deduce que a principios del siglo III la comunidad cristiana de Roma estaba plenamente convencida de que en la colina del Vaticano se hallaba la tumba de San Pedro. Las excavaciones llevadas a cabo por orden de Pío XII entre 1940 y 1949 han permitido sacar algunas conclusiones que no admiten discusión:


Entrada a la gruta vaticana donde se encuentra la tumba de San Pedro
1) la identificación del monumento sepulcral de San Pedro del que habla el presbítero romano Gayo, el cual estaba rodeado por algunas tumbas más antiguas de la Necrópolis vaticana;

2) una tumba vacía, en forma de «capuchina», situada exactamente debajo del Trofeo de Gayo;

3) signos evidentes de un culto ininterrumpido a San Pedro desde el monumento de Gayo que fue encerrado como en un estuche de mármol y pórfido sobre el que se superpondrán el altar de Gregorio Magno, el de Pascual II y el actual de la Confesión construido por Clemente VIII a finales del siglo XVI.

El descubrimiento de la tumba de San Pedro, a pesar de su indudable importancia porque confirmaba la tradición multisecular sobre su martirio y sepultura en el Vaticano, decepcionó un tanto a la cristiandad y también a la ciencia arqueológica, porque en ella no se encontraron los restos del primer Papa. ¿Qué había pasado con los restos de San Pedro? Los arqueólogos descubrieron un «hueco» o nicho en el muro de los «graffitti» revestido de mármol y mosaicos en el que había restos de huesos y de tierra.

En 1953 Margarita Guarducci, profesora de la Escuela Nacional de Arqueología de la Universidad de Roma, investigó los «graffitti» del Muro g, y logró identificar el nombre de Pedro en forma criptográfica, unas veces solo, y otras veces unido al nombre de Cristo e incluso al nombre de María con aclamaciones victoriosas; y, lo que es más importante, una frase en griego Petr(os) ení (Pedro está aquí) grabada sobre un fragmento del revoque en la intersección del Muro de los «graffitti» con el Muro rojo; y el análisis de los huesos y de la tierra a ellos adherida llevó a la conclusión en 1962 de que aquellos huesos humanos pertenecían a un solo individuo, varón, de unos sesenta a setenta años, y de complexión bastante robusta, y la tierra coincidía con la tierra de la tumba vacía.


Margarita Guarducci
Margarita Guarducci hizo público el resultado de sus investigaciones en 1965, llegando a la conclusión de que aquellos restos humanos eran precisamente los del Apóstol San Pedro. Los argumentos en favor de la autenticidad petrina de estos restos son fundamentalmente los siguientes:

1) Los restos de tela y los hilos pertenecían a un paño de color púrpura bordado en oro; lo cual evidencia la veneración que se tributaba a esos restos;

2) el «hueco» o nicho del muro de los «graffitti» fue hecho en la segunda mitad del siglo III o incluso en tiempos del propio Constantino, cuando se revistió de mármoles y pórfido el monumento anterior conocido por el presbítero romano Gayo;

3) los «graffitti» demostraban la veneración de la memoria de San Pedro en aquel lugar;

4) los restos humanos fueron recogidos de la tumba vacía que está debajo del monumento funerario porque la tierra que llevan adherida es idéntica a la tierra de la tumba;

5) esos restos humanos envueltos en un paño de púrpura bordado en oro fueron introducidos en ese «hueco», labrado al efecto, lo más tarde cuando Constantino revistió de mármol y pórfido el monumento funerario anterior; y así permanecieron hasta que los arqueólogos los descubrieron en tiempos de Pío XII.


La tumba de San Pedro
A las conclusiones de Margarita Guarducci sobre la autenticidad de los restos de San Pedro se han hecho algunas objeciones relativas a la inviolabilidad del «hueco» desde los tiempos de Constantino; pero, sopesadas las conclusiones a favor y las objeciones en contra, el papa Pablo VI anunció al mundo en 1968 el hallazgo y la identificación de los restos del Príncipe de los Apóstoles.


ÁLVAREZ GÓMEZ, JESÚS. (2001). HISTORIA DE LA IGLESIA. MADRID: BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS

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