SANTOS PADRES Y ESCRITORES ECLESIÁSTICOS
(PRIMERA PARTE)
1. NOCIONES PRELIMINARES
a) Importancia de los santos Padres para la Iglesia
Una de las actitudes fundamentales de la Iglesia después del Concilio Vaticano II es el «retorno a los orígenes»; y en esta vuelta a su pasado, la Iglesia se encuentra en primer lugar con la sagrada Escritura, y después con los santos Padres; pero la sagrada Escritura y los santos Padres están en una íntima conexión, de modo que a nadie le está permitido interpretar la sagrada Escritura en contra de la tradición viva de la Iglesia, cuyos intérpretes más genuinos son los santos Padres (cf. DV 13 y 23). Es cierto que la tradición no añade nada nuevo a la sagrada Escritura; es decir, ésta no se completa con aquélla; la tradición, en definitiva, no es otra cosa que la presencia viva de la sagrada Escritura en la fe de la Iglesia.

Los santos Padres tienen también una gran importancia para fomentar las relaciones ecuménicas entre las diferentes confesiones cristianas; aunque en este punto es preciso matizar entre unas confesiones y otras, porque si para la Iglesia oriental la teología no puede ser otra cosa que teología de los Padres, para Lutero, en cambio, los Padres no aclaran, sino que más bien oscurecen la sagrada Escritura; sin embargo, dentro de las reformas del siglo XVI, Calvino y Melanchton acudían con frecuencia a los argumentos teológicos de los santos Padres.

b) «A nadie llaméis Padre vuestro en la tierra» (Mt 23,9)
En el Antiguo Testamento, al margen de los padres naturales, se da el nombre de Padre al sacerdote (Jue 17,10), a los profetas (2 Re 2,12); y a los rabinos; en el Nuevo Testamento, Jesús reserva este nombre solamente para Dios (Mt 23,9); sin embargo, San Pablo se da a sí mismo este apelativo (1 Cor 4,15). En el siglo II, los catecúmenos solían llamar padre a su maestro en la fe; las comunidades cristianas, y a veces los mismos paganos, daban el título de padre a los obispos; y en el siglo IV esta costumbre se generalizó en toda la Iglesia.

Después del Concilio I de Nicea (325) el apelativo de Padre se empieza a usar también en plural, los Padres; y en este caso tiene un matiz peculiar, pues ya no se refiere a los obispos, sino a obispos del pasado que tienen una autoridad especial en cuestiones doctrinales y con relación a la fe; y entonces se considera también como Padres a algunos escritores eclesiásticos que no fueron obispos; y se reserva especialmente para los obispos reunidos en un Concilio, los cuales tienen una autoridad especial en materia de fe, como es el caso de los obispos que tomaban parte en los concilios ecuménicos.

En el siglo V, sobre todo con ocasión de las controversias cristológicas de Efeso (431) y Calcedonia (451), se concedió este apelativo a obispos aislados del pasado, a los que se consideraba como testigos cualificados, es decir, como autoridades del pasado en cuestiones en las que la fe estaba de por medio; en esta dirección se orienta la definición de Padres de la Iglesia, de Vicente de Lerins. Pero los Padres de la Iglesia no tienen una autoridad absoluta por sí mismos, sino en cuanto que están de acuerdo con la sagrada Escritura.

c) Definición y «notas» características de los Padres de la Iglesia
Padres de la Iglesia son aquellos escritores eclesiásticos de la antigüedad cristiana a los que la Iglesia considera como testigos especialmente cualificados de la fe, y reúnen estas cuatro características:

1) ortodoxia en la doctrina; 2) santidad de vida; 3) antigüedad, cuyos límites son, para la Iglesia occidental, la muerte de San Isidoro de Sevilla (636), y para la Iglesia oriental, la muerte de San Juan Damasceno (749); 4) reconocimiento por parte de la Iglesia.

Los Padres de la Iglesia son objeto de la Patrología y de la Patrística; la primera estudia la vida, los escritos y la doctrina de los santos Padres y escritores eclesiásticos de la antigüedad, fundamentalmente desde la perspectiva literaria, y, por consiguiente, tiene una relación directa con la Historia de la literatura cristiana antigua; la segunda, en cambio, estudia a los santos Padres en el contexto dogmático, y busca en ellos el testimonio fehaciente de que la tradición de la Iglesia ha sido mantenida ininterrumpidamente por ellos; y dice relación directa a la Historia de los Dogmas. Sin embargo, en la práctica, la Patrología y la Patrística se suelen usar como sinónimos.

Fue el luterano Juan Gerhard (+1637) el primero en usar la palabra patrología; pero el concepto venía de mucho antes, porque la idea de una historia de la literatura cristiana de la antigüedad empieza con Eusebio de Cesárea y, sobre todo, con San Jerónimo.

2. PADRES APOSTÓLICOS
Esta denominación designa aquel grupo de autores cristianos que escriben inmediatamente después del Nuevo Testamento, aunque posiblemente algún autor neotestamentario pudiera ser posterior a algún padre apostólico. Son discípulos inmediatos de los Apóstoles o de alguno de sus sucesores inmediatos; sin embargo, no constituyen entre sí un grupo homogéneo. Dependen directamente de la Sagrada Escritura, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, especialmente de los Evangelios, de las Cartas de San Pablo, y de los Hechos de los Apóstoles. Conocen muy bien la teología judeocristiana de aquel tiempo. En general escriben Cartas de tipo pastoral, a excepción del Pastor de Hermas, que es una obra de género apocalíptico. Escriben en el griego común (koiné) de la cuenca del Mediterráneo. La importancia de los Padres apostólicos radica en el hecho de que son testigos inmediatos de la tradición apostólica. No se preocupan por las relaciones del cristianismo con la cultura griega circundante.


San Clemente Romano
 
San Clemente Romano (+95): tercer sucesor de San Pedro en la sede episcopal de Roma; escribió una Carta a la Iglesia de Corinto, no en nombre propio, sino en nombre de la Iglesia de Roma, para restablecer la paz, rota por algunos carismáticos que rehusaban la obediencia a los presbíteros de aquella comunidad; les inculca la sumisión, porque la autoridad de los presbíteros no proviene de los fieles, sino de Cristo, a través de la sucesión en el ministerio de los Apóstoles; afirma de un modo expreso la divinidad de Jesucristo. Orígenes le atribuye a Clemente Romano la Carta de San Pablo a los Hebreos. Posteriormente aparecieron algunas cartas falsamente atribuidas a este Padre apostólico.


San Ignacio de Antioquía
 
San Ignacio de Antioquía (+110), tercer obispo en la lista episcopal de Antioquía. Fue condenado a muerte por ser cristiano, y fue deportado a Roma para ser expuesto a las fieras; murió mártir en torno al año 110. Durante el viaje marítimo, de Antioquía a Roma, escribió siete cartas a las comunidades cristianas por donde pasaba: Éfeso, Magnesia, Tralles, Filadelfía, Esmirna, Roma, y una personalmente dirigida a San Policarpo de Esmirna. En el siglo V, estas cartas genuinas fueron interpoladas; y se escribieron otras siete enteramente falsas. A tenor de estas cartas, las diferentes Iglesias locales ya tienen obispo monárquico, al que están sujetos los fíeles, los presbíteros y los diáconos. Exalta el magisterio de la Iglesia de Roma, que «preside a las demás en la caridad»; pone en guardia contra los judaizantes y los docetas. San Ignacio es un verdadero místico del martirio, que desea ser molido como blanco trigo por los dientes de las fieras.

Pseudo-Bernabé. La Carta de Bernabé está escrita a finales del siglo i o principios del n, por un autor que ha querido ampararse bajo el nombre del Bernabé de los Hechos de los Apóstoles y amigo de San Pablo. Refuta las objeciones judaicas contra el cristianismo; no se muestra muy entusiasta del Antiguo Testamento.

Didajé: es el escrito más importante de la era posapostólica; fue descubierto en 1783. Es el escrito legislativo cristiano propiamente dicho más antiguo. Su título original, Instrucción del Señor a los gentiles por medio de los Doce Apóstoles, permitiría su inclusión entre los Apócrifos del Nuevo Testamento. Esta obra se divide en tres partes: 1) capítulos 1-10, que contienen instrucciones litúrgicas; 2) capítulos 10-15, que tratan de normas disciplinares; 3) capítulo 16, que aborda la segunda venida del Señor y los deberes cristianos que la preparan.

San Policarpo de Esmirna (+155): San Ireneo de Lyón afirma que San Policarpo de Esmirna escribió varias cartas a algunas Iglesias locales vecinas; pero solamente se conserva la dirigida a la comunidad de Filipo, escrita en torno al año 130; se trata de una exhortación moral, cuya importancia está en que traza un cuadro fiel de la doctrina, de la organización y de la caridad de la Iglesia de entonces. Exige a los fílipenses la obediencia y sumisión a sus presbíteros y diáconos.

Papías de Hierápolis: fue discípulo de San Juan; escribió, hacia el año 135, una obra titulada Explicación de las sentencias del Señor, de la que se conservan solamente algunos fragmentos; expone algunas ideas discutibles doctrinalmente; confirma a Mateo y a Marcos como autores de sus respectivos Evangelios.

Hermas: era un liberto que parece que tuvo mala suerte en el matrimonio y con sus propios hijos; no se encuadra a sí mismo en ninguna de las categorías ministeriales de la Iglesia de su época. Era hermano del papa Pío I (140-154); escribió una obra titulada El Pastor, una especie de Apocalipsis, que se conserva íntegramente en latín y en su mayor parte también en griego; está distribuido en 5 visiones, 12 mandamientos, y 10 parábolas o semejanzas. Algunos santos Padres incluyeron El Pastor de Hermas entre los libros canónicos del Nuevo Testamento; fue muy leído en las comunidades cristianas; depende mucho de la teología judeocristiana. Lo más novedoso de esta obra es su insistencia en la existencia de una penitencia después del bautismo, en la que se perdonan todos los pecados; pero se concederá una sola vez en la vida.

3. LITERATURA APÓCRIFA
Bajo este epígrafe se presentan aquellos escritos que pretenden falsamente un origen bíblico o canónico, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. La mayor parte de esta literatura tiene su origen en sectas gnósticas, las cuales intentaban apoyar sus herejías con una revelación hecha por Dios solamente a los iniciados, a los gnósticos; pero existen también apócrifos ortodoxos, cuya finalidad no era otra que satisfacer la curiosidad devota de los fieles, supliendo las aparentes lagunas de los libros canónicos respecto de algunos episodios de la vida de Jesús, de María, de San José, y de otros personajes que están en contacto directo con ellos. La literatura apócrifa tiene un gran valor como fuente histórica de las creencias y de la religiosidad popular de los primeros siglos cristianos.

Los apócrifos del Nuevo Testamento revisten todas las formas de los libros canónicos: Evangelios, Hechos, Cartas, Apocalipsis; aparecen en el siglo II, tuvieron un florecimiento especial en el siglo III y concluyen en el siglo IV. Tuvieron gran influencia en la liturgia, dando lugar a algunas fiestas, como la Presentación de María en el Templo; y también los artistas han acudido a los apócrifos como a fuente de inspiración para sus creaciones, por ejemplo en los sarcófagos paleocristianos y en los mosaicos del Arco triunfal de la basílica de Santa María la Mayor (Roma), y en las vidrieras de las catedrales; también Dante Alighieri se sirvió de los relatos apócrifos en su Divina Comedia. La literatura apócrifa constituye el primer ensayo de lo que será la leyenda cristiana, que tendrá un gran florecimiento en la Edad Media.

Símbolo de los Apóstoles: no fue compuesto por los Apóstoles antes de separarse, para tener una referencia común de las principales verdades cristianas, como quiere una falsa tradición. Su lugar de origen fue Roma.

Protoevangelio de Santiago: escrito a finales del siglo II; es el primero en referir la presentación de María en el Templo, y los nombres de los padres de María, Joaquín y Ana.

Evangelio de los Hebreos: es una especie de revisión y prolongación del Evangelio de San Mateo; fue compuesto a finales del siglo II.

Evangelio de Nicodemus: tiene datos muy curiosos, pero legendarios, sobre el proceso, pasión, muerte y sepultura de Jesús.

Hechos de Pablo y Tecla: es un escrito novelesco; cuenta la «historia » de Tecla, una doncella de Iconio que, al escuchar a San Pablo que hablaba sobre la virginidad cristiana, abandonó a su prometido en vísperas de casarse; asiste al apóstol de los gentiles en sus viajes; escapó milagrosamente de la muerte en varias ocasiones; y, finalmente, se retiró a la ciudad de Seleucia, donde murió; se trata sin duda de un personaje histórico, porque su culto se hizo muy popular tanto en la Iglesia oriental como en la occidental; varios santos Padres la proponen como modelo en sus homilías con ocasión de la consagración de vírgenes; la descripción que se hace de San Pablo en el capítulo III ha influido en su iconografía: «... Pablo, hombre de baja estatura, calvo, y piernituerto, fuerte, de cejas muy pobladas y juntas; y nariz aguileña...»; en los sarcófagos paleocristianos y en las esculturas, se le presenta siempre calvo.

Hechos de Tomás: a pesar de que es un relato completamente fantástico, se puede retener como histórico el núcleo fundamental de la evangelización del apóstol Santo Tomás en el norte de la India; algunas inscripciones recientemente descubiertas confirman la historicidad del rey Gundafor que aparece en este apócrifo.

Hechos de Pedro con Simón: relata las supuestas disputas de San Pablo con Simón Mago en Roma.

Carta de los Apóstoles: escrita probablemente en la primera mitad del siglo II; anuncia la próxima venida de Cristo.

Cartas de San Pablo dirigidas a Séneca: en las que se presenta al filósofo cordobés como cristiano.

Apocalipsis de Pedro: escrito a principios del siglo II; se leía en las iglesias; algunos Padres lo consideraron canónico; lo equipararon incluso al Apocalipsis de San Juan.

Apocalipsis de Pablo: es uno de los últimos escritos apócrifos; fue escrito en Jerusalén a principios del siglo IV; influyó mucho en la Divina Comedia de Dante Alighieri; a pesar de sus leyendas, su doctrina es perfectamente ortodoxa.

Apocalipsis de Santo Tomás: es de origen maniqueo. En el género apocalíptico apócrifo es donde más se infiltraron las herejías gnósticas; porque era el género literario más apropiado para exponer las pretendidas revelaciones ocultas que habrían sido hechas, no para los cristianos en general, sino solamente para los verdaderos iniciados, los gnósticos.

También hubo algunos escritos apócrifos en torno al Antiguo Testamento; los más importantes son: Odas de Salomón, Testamento de Salomón, Ascensión de Isaías.

4. LOS APOLOGISTAS
a) El género literario apologético
La literatura apologética no se puede entender nada más que en el contexto del rechazo del cristianismo, en primer lugar por parte del judaismo, y después por parte del Imperio Romano, de los intelectuales y del vulgo. Para defender a los cristianos de las acusaciones provenientes de estos cuatro adversarios, surgió el género literario apologético. Pero estos autores no se limitan a proclamar la inocencia de los cristianos, sino que se percatan de que al colocar al cristianismo en contacto con la cultura griega a mediados del siglo n, les incumbe una tarea nueva; por eso los temas que abordan en sus apologías van más allá de una sencilla exposición de la doctrina revelada, como fue la tarea principal de los Padres apostólicos.

Los apologistas se ven obligados a exponer en sus escritos una imagen fiel de su religión, a fin de presentar así un juicio objetivo de lo que son en realidad los cristianos, y en consecuencia exigir a las autoridades del Estado, a los intelectuales y a la misma plebe, un juicio más equilibrado y sereno sobre ellos, porque no son ese tertium genus con que los han motejado porque no saben distinguirlos de los romanos ni de los judíos, sino que son en todo ciudadanos como los demás.

De todo eso se deduce que los apologistas van más allá de una simple defensa del cristianismo, para convertirse en verdaderos evangelizadores de sus lectores paganos o judíos. A los judíos les argumentan desde el Antiguo Testamento para demostrarles que en Jesús de Nazaret se han cumplido las promesas hechas por Dios a los Patriarcas. En cambio, cuando se dirigen a los paganos intentan hacerles ver el absurdo de sus dioses, partiendo del mismo racionalismo religioso propio de los grandes filósofos griegos, que ya estaba haciendo mella en el ánimo y en la inteligencia de los paganos más cultos del momento.

A las autoridades estatales, que condenan a muerte a los cristianos, les arguyen los apologistas que esas leyes son injustas, porque los cristianos son ciudadanos honrados que pagan los impuestos, que cumplen con sus obligaciones civiles, y ruegan por el Imperio y por el emperador. A los intelectuales paganos, que se burlan de la novedad del cristianismo fundado por un ignorante, Cristo, les responden que la religión cristiana ahonda sus raíces en Moisés, que es muy anterior a todos los filósofos griegos. Y contra la plebe, que acusa a los cristianos de llevar una vida deshonesta y ser causa de todas las calamidades públicas, apelan a la manifiesta moralidad y ejemplaridad de vida de los cristianos.

Sin embargo, los apologistas no escriben obras sistemáticas, al estilo de lo que serán posteriormente los tratados de religión, como el De vera Religione de San Agustín. Los escritos apologéticos empiezan en la primera mitad del siglo II, y concluyen a finales del siglo IV o principios del V, pues la Ciudad de Dios de San Agustín puede ser considerada como la última gran apología cristiana contra las acusaciones de los paganos que veían en el hundimiento del Imperio Romano, a manos de los Bárbaros, un castigo de los dioses. Los escritos apologéticos son muy numerosos:

b) Apologistas griegos
Carta o Discurso a Diogneto: no faltan autores que incluyen entre los escritos de los Padres apostólicos este bellísimo documento de la antigüedad cristiana; pero por su contenido debe ser englobado entre los apologistas. Se desconoce el nombre de su autor, que se presenta a sí mismo como «discípulo que he sido de los Apóstoles »; y tampoco se sabe quién fue su destinatario, ese Diogneto que tan interesado se muestra por conocer a fondo el cristianismo; no faltan quienes digan que ese destinatario es el propio emperador Adriano; pero otros retrasan su composición hasta el siglo III. Solamente se conservan algunos fragmentos. Su autor refuta tanto la idolatría como el judaismo; defiende el origen divino del cristianismo, cuyos testigos son los mártires; la caridad es la esencia de la nueva religión; y traza un cuadro muy bello sobre el tenor de vida de los cristianos, de los que afirma: «lo que es el alma en el cuerpo, eso mismo son los cristianos en el mundo».

Cuádralo: es el primer apologista cuyo nombre es conocido; era ateniense de nacimiento; dirigió su apología, de la que solamente se conserva un fragmento, al emperador Adriano (117-138).

Arístides: escribió su apología en el reinado de Adriano, a quien va dirigida; se ha perdido el texto original, pero se ha conservado íntegramente en una versión siríaca. El Damasceno hizo una refundición de esta apología en la adaptación que hizo de la novelita griega Barlaam y Josaphat. Arístides presenta al cristianismo como la única religión que puede traer la salvación al mundo pagano.

Taciano: era oriundo de Siria; discípulo de San Justino; autor del Discurso contra los griegos; se muestra contrario a la filosofía griega, que le parecía necia y engañosa, lo mismo que la religión pagana. Taciano escribió otra obra que le ha dado más celebridad: el Diatessaron evangélico, una especie de armonía evangélica, en la que quiso refundir los cuatro evangelios en un relato único. Taciano es el fundador de la secta gnóstica de los encratitas.

Aristón de Pella: es autor del Diálogo contra Jasón y Papisco (140), contra el judaismo.

Teófilo de Antioquía: escribió varias obras, pero solamente se han conservado sus tres libros A Autolico, un amigo pagano, a quien recomienda la lectura de los libros sagrados de los cristianos; escribió hacia el año 180. Al exponer la fe cristiana, emplea por primera vez la palabra Trinidad, a cuyas tres divinas personas les da los nombres de Dios, Logos y Sofía.

Atenágoras: el filósofo cristiano de Atenas, es el más elocuente de los apologistas, emplea un estilo elevado y poético. Hacia el año 177 escribió su Súplica a favor de los cristianos, dirigida a Marco Aurelio y a su hijo Cómodo, en la que refuta especialmente las calumnias que corren entre el vulgo contra los cristianos.

Melitón de Sardes: uno de los «más grandes luminares de Asia», lo llamaba Polícrates de Éfeso. Durante la persecución de Marco Aurelio, dirigió una apología al Emperador, de la que se conservan solamente algunos fragmentos. Este autor fue el primero en abogar por una eficaz colaboración entre los cristianos y el Imperio Romano.


San Justino
 
Justino: es sin duda el más importante de todos los apologistas. Nació en Sichem, Flavia Neapolis (Palestina), de padres griegos y paganos. Era filósofo. Él mismo dice que primero profesó el Estoicismo, luego frecuentó las aulas de un peripatético, y después profesó el Pitagorismo; pero en ninguna de estas escuelas filosóficas encontró el sosiego intelectual y religioso. También el Platonismo lo atrajo durante algún tiempo, hasta que un día, paseando por la orilla del mar, un anciano le señaló a los profetas como los únicos que han anunciado la verdad. Reflexionando sobre las palabras del anciano, que desapareció misteriosamente, se dio cuenta de que solamente los profetas y los discípulos de Cristo poseían la verdadera filosofía.

La búsqueda sincera de la verdad y el comportamiento heroico de los mártires lo condujeron, según su propia confesión, «a la única filosofía verdadera y provechosa». Justino abrió su propia escuela filosófica en Roma; quería conciliar el cristianismo con el platonismo; a veces tiene expresiones poco felices al pretender explicar los misterios cristianos. Murió mártir en los últimos años del emperador Antonino Pío o en los primeros de Marco Aurelio.

Justino escribió ocho obras, según Eusebio 9, pero sólo tres han llegado hasta nosotros: una Apología, y un apéndice a la misma, que se suele considerar como una segunda apología, dirigida a Antonino Pío y a sus hijos adoptivos: Marco Aurelio y Lucio Vero; y el Diálogo contra el judío Trifón.

c) Apologistas africanos
La literatura apologética floreció especialmente en el norte de África, debido sin duda a las cruentas persecuciones llevadas a cabo por las autoridades imperiales; tanto es así, que los primeros documentos del cristianismo africano son las Actas de los mártires escilitanos y las Actas del martirio de santa Perpetua y sus compañeros. Por eso mismo no es de extrañar que allí donde abundó la persecución, abundase también la literatura apologética, en la que sobresalieron Minucio Félix, Tertuliano, Arnobio de Sicca y Lactancio.

Minucio Félix: oriundo de Numidia; era abogado y conocía muy bien la filosofía estoica; hacia el año 200 escribió el Octavio, un diálogo bellísimo, tanto por su forma como por su contenido, en el que dos personajes, uno cristiano, Octavio, y otro pagano, Cecilio, dialogan acerca de los dioses paganos y del Dios de los cristianos; Cecilio se muestra escéptico frente a los dioses paganos, pero los prefiere al Dios de los cristianos, el cual, por su invisibilidad, se parece más a un fantasma imaginario que a una realidad tangible. Octavio, con argumentos estrictamente filosóficos, le demuestra a Cecilio que su posición escéptica frente a los dioses es insostenible; y, en cambio, el cristianismo es digno de credibilidad; Octavio rechaza también como calumnias las habituales acusaciones acerca de la ignorancia y de la deshonestidad de los cristianos.


Tertuliano
 
Tertuliano: nació en Cartago en torno al año 160, hijo de un centurión romano; fue abogado; tenía amplios conocimientos, no sólo de derecho, sino también de filosofía y de historia, de los que hará gala en sus obras; se casó siendo ya cristiano con una mujer cristiana; era rigorista por temperamento; al decir de San Jerónimo, fue presbítero de la Iglesia de Cartago; se pasó a la secta de Montano, pero rompió con ella, y, según San Agustín, creó su propia secta: los tertulianistas. Algún autor afirma que Tertuliano murió mártir, pero por haberse apartado de la fe católica, la Iglesia se despreocupó de él.

Entre las numerosas obras de Tertuliano, sobresalen sus tres escritos apologéticos: Adversus iudaeos, en el que demuestra que el cristianismo es la verdadera culminación espiritual del Pueblo de Dios; Ad nationes y el Apologeticum van dirigidos a la defensa de los cristianos; y ataca para defender a los cristianos contra las calumnias de antropofagia y malas costumbres que los paganos les atribuyen; y, como espléndido jurista, insiste en las evidentes contradicciones jurídicas en que caen las autoridades romanas al perseguir y condenar a muerte a los cristianos, que son ciudadanos que cumplen sus deberes cívicos como los demás.

Tertuliano escribió también muchas obras dogmáticas y polémicas, en las que demuestra ser un polemista nato; polemiza con todo el mundo; escribió sobre los temas más variados de la teología y de la moral cristiana: De animae testimonio; De praescriptione haereticorum; Adversus Marcionem; Adversus valentinianos; Adversus Praxeam; De carne Christi; De resurrectione carnis; De spectaculis; De idololatria; Ad martyres; De oratione; De cultu feminarum; Ad uxorem; De patientia; De paenitentia; De baptismo; De ieiunio adversus psychicos; De pudicitia; De monogamia; De corona; De fuga.

El que se hayan conservado íntegramente tantas obras de un autor que, en un determinado momento, abandonó el catolicismo, evidencia la consideración de testigo de la tradición en que lo tenía la Iglesia católica. Tertuliano tiene un estilo incisivo, sobrio; y su lenguaje es cáustico más de una vez.

Arnobio de Sicca: con ocasión de la persecución de Diocleciano, provocada en gran parte por culpa de los arúspices y sacerdotes paganos que, debido al incremento de las conversiones al cristianismo, veían que sus ingresos disminuían más cada día, este autor africano escribió los siete libros que componen su Adversus naílones, en el que, con un estilo a veces declamatorio, refuta las abominaciones que se achacaban de nuevo a los cristianos, cuando ya hacía tiempo que nadie creía en ellas.

Lactancio: era discípulo de Arnobio; se le incluye en el género de los apologistas por su obra De morte persecutorum, escrita después de la conversión de Constantino; con ella quiere demostrar que todos los perseguidores de los cristianos tuvieron una mala muerte; y es él quien introdujo una comparación, que se hizo célebre, entre las diez plagas de Egipto y las diez persecuciones del Imperio Romano. Pero Lactancio es más conocido por su obra de contenido teológico, Las instituciones divinas, en la que, aunque hace una exposición sintética del pensamiento cristiano, tiene también un carácter apologético porque toma como punto de mira la refutación de los argumentos esgrimidos contra la religión cristiana por parte de Hierocles, filósofo y gobernador de Bitinia, otro de los principales instigadores de la persecución de Diocleciano. Lactancio fue preceptor de los hijos de Constantino, y murió en el año 317.

5. OTROS ESCRITORES DE LOS SIGLOS II Y III
a) Escuela catequética de Alejandría
Alejandría era, desde antiguo, una ciudad cosmopolita, abierta a todos los credos religiosos y a todas las corrientes filosóficas; su célebre biblioteca, fundada por los Ptolomeos, acumulaba enormes tesoros bibliográficos, a los que tenían acceso fácil quienes tuvieran inquietud por cultivar su espíritu. Allí fue donde, por primera vez, el cristianismo encontró la mejor oportunidad para revestirse de los ropajes filosóficos griegos, especialmente neoplatónicos, que por entonces dominaban los ambientes culturales alejandrinos. La teología alejandrina se fundamentó sobre el neoplatonismo, aunque seleccionaba también algunos elementos de otras escuelas; tomaba del aristotelismo los fundamentos de la Lógica, y del estoicismo todo lo concerniente a la Ética.

Los temas preferidos por los Padres alejandrinos giraban en torno a los altos misterios divinos: la Trinidad, la Divinidad del Hijo y del Espíritu Santo, la hipóstasis divina de Jesucristo; eran, en cambio, poco adictos a los temas jurídicos. En la interpretación de la Sagrada Escritura siguen el método iniciado por el judío alejandrino Filón, que buscaba en el sentido literal un tipo de la realidad espiritual C.19. Santos Padres y escritores eclesiásticos 303 o sobrenatural. Los Padres alejandrinos promueven siempre la concordancia y la síntesis entre la cultura griega y la revelación cristiana.

b) Los comienzos de la Escuela alejandrina

San lreneo de Lyón
 
lreneo de Lyón: no pertenece propiamente a la Escuela de Alejandría, aunque vivió en el contexto de su fundación; es el enlace entre la Iglesia oriental y la occidental, entre la teología griega y la teología latina. Era natural de Esmirna; amigo de San Policarpo; no se conoce bien la razón de su traslado a Lyón, donde fue obispo. Murió mártir, probablemente en los últimos años de la persecución de Marco Aurelio (161-180), aunque hay autores que colocan su martirio hacia el año 202 en la persecución de Septimio Severo. Escribió dos obras muy importantes para la teología del siglo II: Contra las herejías, en la que refuta el gnosticismo, especialmente el valentiniano; y la Demostración de la enseñanza apostólica, en la que trata de los artículos del Credo; es una especie de catequesis para intelectuales; la tradición es norma de fe; los obispos son sucesores de los Apóstoles, y transmisores de la revelación; entre ellos juega un papel preeminente el obispo de Roma.

Panteno: cuando algunos intelectuales alejandrinos abrazaron la religión cristiana, se sintieron en la obligación de dar razón de su fe, y así facilitar el mismo camino a los numerosos intelectuales que vagaban inquietos, de filosofía en filosofía, sin aquietar jamás su desasosiego interior. El primer intelectual cristiano propiamente dicho, cuyo nombre ha llegado hasta nosotros, fue Panteno, oriundo de Sicilia, que hacia el año 180 abrió una Escuela en Alejandría, como poco antes habían hecho primero Justino y después Taciano en Roma. Panteno enseñaba por su cuenta, sin un mandato oficial de la Iglesia alejandrina, pero su Escuela se dio muy pronto a conocer; y muchos cristianos y paganos acudían a oír sus razonamientos en torno a la fe cristiana; si escribió algo, toda su producción literaria se ha perdido, aunque hay quien, sin gran fundamento, lo hace autor del Discurso (Carta) a Diogneto . Panteno testimonió su fe no sólo con sus lecciones, sino también, y sobre todo, con su martirio, durante la persecución de Septimio Severo (202).

c) Clemente Alejandrino

San Clemente Alejandrino
 
Clemente Alejandrino: nació en Atenas en torno al año 150, de padres paganos; una vez convertido, en edad madura, al cristianismo, recorrió Italia, Siria y Palestina, para instruirse con los maestros cristianos más renombrados de la época: al instalarse finalmente en Alejandría, asistió a las lecciones de Panteno, y después impartió también por su cuenta, al mismo tiempo que Panteno, lecciones de «filosofía cristiana». A causa de la persecución de Septimio Severo, que iba dirigida especialmente contra los catequistas y catecúmenos, Clemente se refugió en Capadocia, donde residió hasta su muerte acaecida en el año 215.

Clemente Alejandrino estaba muy bien dotado para realizar un sistema científico del cristianismo; su tesis fundamental consiste en la proclamación de que el cristianismo y la sabiduría profana griega no sólo no están en oposición, sino que el cristianismo es la culminación de las verdades contenidas en los más diversos sistemas filosóficos griegos.

Con ánimo de conquistar adeptos entre los intelectuales paganos, Clemente Alejandrino escribió su Protréptico, o Exhortación a los griegos; es un manual de iniciación cristiana para los paganos en el que intenta convencer a los paganos de la inutilidad de su religión; admite, sin embargo, que en los filósofos gentiles, y muy especialmente en Platón, existen indicios que los pueden conducir hasta el Dios cristiano, porque en Cristo, el verdadero Logos, se halla la satisfacción plena de todas las inquietudes del espíritu humano.

Para quienes se hayan sentido tocados por la lectura del Protréptico, y quieran proseguir en el estudio de la religión cristiana, Clemente Alejandrino escribió el Pedagogo, una especie de manual para creyentes o manual de ética cristiana, teórico y práctico, en el que explica cómo el verdadero Pedagogo, que es el Logos, ha impartido las reglas que han de orientar el estilo de vida de sus verdaderos discípulos, que no son otros que los cristianos.

Los Stromata, o Tapices, son una miscelánea en la que se mezclan los temas de filosofía, teología, erudición y apologética; parecen algo improvisados, como si se tratase de apuntes de clase; esta obra es una verdadera piedra miliar en la historia de las ideas; consta de ocho libros. Es la primera vez que un filósofo cristiano escribe con gran amplitud y profundidad acerca de la relación entre la fe y la razón, dando a la revelación cristiana carta de ciudadanía entre las grandes corrientes filosóficas.

Clemente Alejandrino aborda un gran número de temas cristianos que, a primera vista, parece que no tienen un nexo común, pero en realidad ese nexo o hilo conductor existe, y no es otro que la refutación del gnosticismo valentiniano que negaba a los cristianos en general la posibilidad de elevarse al conocimiento pleno de la verdad cristiana, que estaría reservada solamente a unos pocos iniciados; pero él demuestra cómo el cristiano recibe en el bautismo al Espíritu Santo que lo habilita para ascender desde la sencillez de la fe al conocimiento pleno del misterio cristiano; es decir, a la conformación o configuración total con Cristo.

d) Orígenes

Orígenes
 
Nació en Alejandría; era hijo del catequista y mártir Leónidas; es sin duda el más importante de los teólogos alejandrinos e incluso de toda la Iglesia oriental; a los dieciocho años ya tenía su propia escuela de gramática; realizó frecuentes viajes por Arabia, Palestina, y llegó hasta Roma; este contacto con Iglesias tan importantes y tan diferentes, amplió en gran medida sus conocimientos.

Desde muy joven se dedicó a la instrucción cristiana de los paganos; y entonces se dio cuenta de que necesitaba una mayor formación filosófica; para conseguirla, frecuentó las aulas del neoplatónico Ammonio Saccas, el cual ejerció sobre él una influencia duradera. Puesto al frente de la Escuela alejandrina por el obispo Demetrio, Orígenes confió a Heraclas la instrucción catequética de los principiantes y se reservó los cursos superiores.

Orígenes es sin duda uno de los pensadores cristianos más relevantes de todos los tiempos; tenía una erudición enciclopédica; de conducta intachable, profesaba un amor entrañable a la Iglesia; pero su afán por profundizar más y más en los misterios cristianos, lo llevó a formular algunas proposiciones que estaban en contraste con la tradición de la Iglesia: enseñó la eternidad del mundo, la preexistencia de las almas, el subordinacionismo, y la redención futura de los demonios.

Sus clases eran frecuentadas por intelectuales cristianos y paganos; incluso Julia Mammea, madre del emperador Alejandro Severo (222-235), muy adicta al cristianismo, asistió a alguna de sus clases, como asistió también a las clases de Hipólito Romano.

Un acaudalado alejandrino, llamado Ambrosio, convertido al cristianismo y catequizado por Orígenes, puso a su disposición secretarios y taquígrafos para que escribieran todo lo que su maestro exponía en sus clases y en sus homilías, y todo lo que el maestro les dictase; después los copistas y calígrafos copiaban y difundían sus obras. Solamente así se explica que pudiera escribir tantas obras; se conocen los títulos de más de ochocientas; pero a causa de las violentas controversias que desembocaron en la condena de Orígenes en el Concilio II de Constantinopla (553), tanto su memoria como sus obras quedaron condenadas al olvido, y la mayor parte se perdieron.

El enojoso incidente del sínodo alejandrino (230) que condenó alguna de sus proposiciones, puso fin a la enseñanza de Orígenes en Alejandría; se refugió en Palestina, donde los obispos de Cesárea y de Jerusalén lo ordenaron de presbítero, a pesar de que tenía un impedimento canónico, pues siendo joven se había dejado llevar por un excesivo celo ascético, y mutiló su virilidad; esta ordenación anticanónica levantó la protesta del obispo de Alejandría, Demetrio; lo cual imposibilitó el retorno de Orígenes a Alejandría, y se instaló definitivamente en Cesárea de Palestina, donde fundó una Escuela Teológica, haciendo de esta ciudad el centro más importante de la cultura cristiana de la época.

Orígenes abarca todos los ramos del saber en sus obras más importantes: El Peri-Archon (De los principios) es el primer estudio sistemático de teología cristiana: cada uno de sus cuatro libros está dedicado a uno de estos temas: Dios, el mundo, la libertad, la Revelación. La obra titulada Contra Celso refuta los ataques vertidos por el filósofo Celso en su Discurso verdadero, contra el cristianismo. Para combatir una secta que negaba la eficacia de la oración escribió el libro De oratione, que es el tratado completo más antiguo sobre la oración cristiana.

Pero Orígenes dedicó una atención especial al estudio de la Sagrada Escritura; además de sus homilías o comentarios a casi todos los libros canónicos, emprendió el primer estudio sistemático y crítico del texto del Antiguo Testamento. En las Hexaplas colocó a seis columnas paralelas el texto hebreo, el texto hebreo en caracteres griegos, para determinar su pronunciación, las versiones de Aquila, Símaco, los Setenta y Teodoción. San Jerónimo vio un ejemplar de esta obra que se conservaba en la biblioteca de Cesárea.

Durante la persecución de Decio, Orígenes sufrió toda clase de torturas; pero se vio privado de la gloria del martirio porque no murió en los tormentos; murió probablemente en Cesárea de Palestina en el año 254; su tumba se veneró durante muchos años en Tiro.

e) Otros Padres alejandrinos
Dionisio de Alejandría: sucedió a Orígenes en la dirección de la Escuela de Alejandría; y después fue obispo de la ciudad; fue más pastor de la comunidad que escritor; escribió, no obstante, algunas obras que se han perdido; su doctrina sobre la Trinidad fue puesta en tela de juicio, y tuvo que retractarse ante el papa Dionisio.

Gregorio Taumaturgo (+270): fue discípulo de Orígenes; obispo de Cesárea de Capadocia; dedicó toda su vida a la actividad misionera por el Asia central; escribió una Carta canónica que tiene gran importancia para el desarrollo de la disciplina canónica, y un Comentario al Eclesiastés.


ÁLVAREZ GÓMEZ, JESÚS. (2001). HISTORIA DE LA IGLESIA. MADRID: BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS

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