UN MUNDO DE IMÁGENES Y DE COLORES
1. EL ARTE COMO TESTIGO DE LA FE DE LA IGLESIA

El Buen Pastor
 
El arte paleocristiano tuvo que abrirse un camino en medio de grandes dificultades, de manera que hasta el siglo II no aparecieron expresiones artísticas propiamente dichas, ni en la arquitectura, ni en la pintura ni en la escultura, porque los cristianos todavía permanecían deudores de su inculturación inicial en el judaismo que repudiaba cualquier actuación en el terreno del arte por la prohibición bíblica de realizar cualquier imagen de Dios (Éx 20,4); este influjo se advierte en los principales escritores cristianos del momento, tanto de Oriente como de Occidente. En Oriente, Orígenes afirma que los cristianos aborrecen los templos, los altares y las imágenes; y de hecho los cristianos no tenían templos, ni altares, ni imágenes de ninguna clase; y en Occidente, los escritores africanos Minucio Félix y Tertuliano también se declaran contrarios a cualquier representación artística cristiana; el primero porque se basaba en el esplritualismo del Dios cristiano, al que no es posible contener en un templo o en una imagen; y el segundo porque no era capaz de deslindar el arte grecorromano de la religión pagana; y así los artistas no podían ser otra cosa que emisarios del diablo.

Cuando estaba a punto de concluir la etapa de las persecuciones contra la Iglesia, las áreas sepulcrales cristianas estaban ya llenas de sarcófagos con bajorrelieves que representaban a Cristo y escenas evangélicas; y las catacumbas romanas, napolitanas y africanas, también mostraban espléndidas pinturas con imágenes cristianas en sus muros. Sin embargo, todavía el Concilio de Elvira (305) era contrario a la presencia de imágenes dentro de los lugares de culto.

El impacto del Cristianismo naciente, sin embargo, en las culturas en marcha produjo un cambio de enormes consecuencias en el campo del arte, porque la persona de Jesús y su evangelio no abordan solamente un aspecto del hombre, sino que lo abarcan en su totalidad. Jesús de Nazaret y su mensaje evangélico trajeron consigo una nueva concepción del mundo, del hombre y de Dios; y no era algo que el hombre hubiese podido alcanzar por su propio esfuerzo, sino algo que le ha sido concedido gratuitamente.

En Cristo, Dios salió al encuentro del hombre, incrustándose en la línea normal de unas religiones y de unas culturas en marcha; pero, cuando los heraldos del evangelio penetraron en las fronteras del Imperio Romano, las espléndidas realizaciones artísticas de la época clásica de Roma y de Grecia, en cuanto tales, no les llamaron especialmente la atención; quizás porque las realidades del más allá, abiertas por la resurrección de Cristo, obsesionaron exhaustivamente su espíritu que había sido alcanzado por la Vida que surge de la Muerte.

La actitud hostil de los cristianos frente a las expresiones artísticas experimentó un cambio a partir del siglo III; y empezó a hacer acto de presencia entre los cristianos a través de símbolos: la paloma, el pez, la barca, el áncora, el pescador, el filósofo y, sobre todo, el pastor; temas a los que los artistas cristianos les infundieron un significado netamente evangélico.

2. EL ARTE PALEOCRISTIANO ES UNA «PROVINCIA» DEL ARTE DEL IMPERIO
Los cristianos primitivos aprovecharon la memoria histórica, cultural y religiosa de toda la cuenca del Mare Nostrum para reconducir los temas artísticos propios de ese contexto cultural al modo de entender el mensaje cristiano. Los artistas cristianos se apropiaron y reinterpretaron su propia cultura desde la nueva visión del mundo, del hombre y de Dios, que les proporcionó el evangelio; para ello se sirvieron, siempre que pudieron, de la simbología propia de la cultura ambiental. De lo contrario, ni ellos ni sus contemporáneos hubieran podido comprender el mensaje de Cristo.

El arte paleocristiano es un buen testimonio de lo que aquellos primeros cristianos creían, vivían y esperaban; el arte fue la primera experiencia de inculturación del evangelio en una cultura distinta de aquella en la que había nacido; y por eso mismo esta primera inculturación permanecerá para siempre como el modelo a seguir en la presentación del mensaje revelado a gentes que todavía no lo conocen. En realidad los artistas cristianos no hicieron nada más que seguir cuidadosamente el mandato de Jesús: «Id por todo el mundo anunciando el Evangelio y bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19), lo cual comportaba presentar el evangelio en un lenguaje que pudiera ser entendido por quienes lo escuchaban.

El arte paleocristiano, como sucederá en épocas posteriores hasta hoy mismo, compartió los valores y los gustos de la expresión artística de su época; es decir, el arte paleocristiano es una «provincia» del arte contemporáneo vigente en el Imperio Romano, pues tanto su factura como su estilo, y hasta algunos de sus temas, se inscriben perfectamente en el arte de la antigüedad tardía.

El arte es un medio, como lo es la palabra, para enseñar o predicar el evangelio a toda criatura; es cierto que la palabra tiene la primacía en la transmisión de las verdades y de los sentimientos; pero el arte ha sido, en determinados momentos de la historia de la Iglesia, un complemento eficaz e indispensable de la palabra en la transmisión de la fe; el arte paleocristiano, de la misma manera que las palabras componen una frase o un discurso, se convierte en una expresión de la fe; hasta tal punto que la parte creativa y personal de los artistas es mucho más reducida que lo que constituye la parte común del «vocabulario» normal de las artes visuales; es decir, no hay «plagio» por parte de los artistas cristianos, sino que, tanto ellos como los artistas paganos, utilizaron unos esquemas y técnicas comunes a todos.

3. PROXIMIDAD DEL ARTE PALEOCRISTIANO A LA SAGRADA ESCRITURA
Las primeras expresiones del arte paleocristiano tienen un interés especial porque están muy próximas a la Sagrada Escritura; y esta proximidad no es solamente cronológica, sino, y muy especialmente, también temática, pues el arte paleocristiano está fuertemente impregnado de las palabras y de los gestos salvadores de Dios, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, lo mismo que cabe decir de la liturgia, de las homilías de los santos Padres, y de los tratados de los teólogos.

Es cierto que durante 250 años (64-313) existió entre el paganismo encarnado en el Imperio Romano y el cristianismo un antagonismo radical desde una perspectiva político-religiosa; pero desde el punto de vista de la piedad popular hay que admitir que esa rivalidad fue mucho menos virulenta, puesto que, desde los comienzos del siglo III, precisamente cuando aparecen las primeras muestras artísticas cristianas, tanto los cristianos como los paganos compartían una aspiración religiosa común que se manifestaba en creaciones artísticas vecinas e incluso similares, hasta poder afirmar que «lo que se cuestionaba entre los paganos y los cristianos de la antigüedad tardía, era sin duda la verdad de sus opciones específicas, pero no la concepción general de la vida, del hombre y del mundo».

El lenguaje artístico cristiano, como ocurre también con el lenguaje hablado y escrito, cambiaba y se enriquecía constantemente, adaptándose a la mentalidad y a la idiosincrasia de los hombres y de los pueblos que iban entrando en contacto con el evangelio; pero es preciso tener muy en cuenta lo que sucedió en los orígenes del lenguaje artístico cristiano, porque sus primeras expresiones de la fe han tenido un influjo determinante en los cambios que el curso de la historia les ha impuesto a los diferentes estilos artísticos.

4. LA INCULTURACIÓN DEL EVANGELIO EN EL ARTE PALEOCRISTIANO

Primera representación de la Santísima Virgen María (siglo II, Catacumbas de Santa Priscila - Roma) .
 
Por todo lo dicho, no es de extrañar que los artistas paleocristianos tomasen elementos propios del arte grecorromano, y los reinterpretasen a la luz de su fe, purificándolos unas veces y otras veces adoptándolos sin más, pero infundiendo el espíritu cristiano al mensaje de determinados personajes históricos, ciertos mitos y otros símbolos comunes de la cultura circundante, como fue el caso de Orfeo, del Pastor, de la Orante, de las escenas de maternidad, de las cuatro estaciones, del pavo real, y de otros, hasta el punto de poder afirmar que no hay prácticamente ninguna figura importante del arte paleocristiano que no haya tenido algún precedente en el arte pagano de aquel tiempo; y cuyo empleo, por consiguiente, no podía provocar extrañeza ni entre los cristianos ni entre los paganos.

Todo hombre inmerso en aquel contexto cultural de la cuenca mediterránea había aprendido de pequeño que Palas Atenea, a pesar de permanecer siempre virgen, había dado a luz un hijo llamado Erictonio; y por tanto la presencia de una virgen-madre en los orígenes del cristianismo, no sólo no se presentaba como algo incomprensible, sino que existía una cierta predisposición para aceptar el mensaje religioso que en ese punto le ofrecía la fe cristiana.

Tampoco era enteramente ajena a la cultura helenística la idea de un Dios-colgado-de-un-madero, pues ya era conocida, no sólo literariamente, sino también artísticamente, la figura mitológica de Marsias, un héroe griego que había sido vencido, desollado y colgado de un árbol por orden de Apolo, y a quien su padre, Olimpo, enterró después de expirar.

Orfeo, aquel dios mitológico que amansaba a las fieras con la dulzura de su música, era de sobra conocido, y también fue muy usado en las pinturas y relieves paleocristianos para representar a Cristo que, con la dulzura de su mensaje evangélico, atrajo a los hombres hacia sí.

5. ALGUNAS EXPRESIONES DEL ARTE PALEOCRISTIANO
a) Antes de Constantino

San Hipólito Romano
 
El arte cristiano del siglo III era fundamentalmente un arte funerario: pinturas catacumbales y relieves de los sarcófagos. Por entonces no existía aún ningún edificio o monumento cristiano, al margen de las «iglesias domésticas» y de alguna pequeña iglesia propiamente dicha en algunas ciudades del Imperio, como en la remota Dura Europos en las orillas del Eufrates, la cual por otra parte no era otra cosa que la ampliación y acomodación de una iglesia doméstica anterior. Se trataba por tanto de unas expresiones artísticas muy modestas, más volcadas sobre el individuo que sobre la comunidad cristiana en cuanto tal. De este primer período solamente quedan algunas estatuas de bulto como la del Buen Pastor, y la de Hipólito Romano, que se conservan en el museo lateranense de Roma.

b) Después de Constantino
Desde la segunda mitad del siglo IV, el cristianismo triunfante adquiere una nueva visibilidad; y parejamente el arte cristiano salió a la luz, y se hizo más oficial, más grandioso, más rico; tomó sus modelos del arte imperial, y encontró una función social nueva, para dirigirse a los pueblos recientemente cristianizados. Constantino tuvo, como consecuencia de la unión estrecha entre lo político y lo religioso, un rol económico decisivo. La Iglesia se enriqueció rápidamente con enormes donaciones imperiales y de las familias más poderosas, que le permitieron realizar ambiciosos programas de construcción y de decoración de unos lugares de culto acordes con la nueva situación.


Basilica de Santa Sabina
 
El arte cristiano se diversificó también, al beneficiarse de nuevas larguezas financieras de las autoridades estatales; solamente así se pudieron levantar suntuosas basílicas en Roma, Jerusalén, Belén, Constantinopla, Rávena y en muchas otras ciudades del Imperio, que fueron decoradas con espléndidos frescos y espectaculares mosaicos.

Constantino fue el primer mecenas del arte cristiano; y después, siguieron sus huellas, y las marcaron todavía más profundamente aún, sus sucesores en el Imperio, como fue especialmente el caso de Justiniano, que a expensas del fisco imperial levantó la inimaginable basílica de Santa Sofía en Constantinopla y varias en Rávena.

El primer emperador cristiano no sólo permitió al arte cristiano aparecer a la luz del día, sino que además le dio aire imperial, fastuoso y rico, con significados a veces bien lejanos del ideal de sencillez evangélica. De este modo, es cierto que el arte cristiano se difundió por todas partes, pero no es menos cierto que en gran medida perdió su gratuidad. El arte cristiano se convirtió así en un elemento propagandístico para un doble servicio: el servicio de la fe cristiana, y el servicio de aquel estado teocrático que fue el Imperio bizantino.

La ruptura entre las formas de expresión artística de la fe, antes y después de Constantino, no es, sin embargo, total, porque los temas antiguos perduraron después del triunfo del cristianismo; pero ¿cuál fue el verdadero rol de los emperadores cristianos en el desarrollo artístico en la Iglesia del siglo iv? Fue sin duda un rol político y religioso a la vez, porque en aquel tiempo todavía no se podían separar completamente la religión y la política, a pesar del principio de libertad religiosa decretado en Milán (313) para todos los ciudadanos del Imperio.

6. CRISTO Y MARÍA EN EL ARTE PALEOCRISTIANO
a) En el arte preconstantiniano
La adaptación del Evangelio a las distintas culturas con las que la Iglesia se ha encontrado a través de los siglos, ha alcanzado sin duda su mejor expresión en la iconografía de Cristo y de María. Seguir, paso a paso, la evolución que las figuras de Cristo y de María han asumido, desde los orígenes de la Iglesia hasta la actualidad, constituye una auténtica aventura llena de sorpresas.

Esta aventura por el mundo del arte tendría que iniciarse en la iconografía de Cristo en los frescos de las Catacumbas; discurrir después por los mosaicos de factura ravenatense, por los iconos bizantinos, y por los marfiles carolingios. Esta excursión nos muestra la constante preocupación de la Iglesia por acercar la figura de Cristo al hombre a quien tiene que evangelizar: un mismo Cristo, un mismo Señor, una misma fe, pero expuesto en los mil y un modos de entender que sean accesibles al hombre de cada momento histórico.

El arte catacumbal no se atrevió a mostrar a los fieles a Cristo crucificado, porque la cruz era símbolo de un escarnio demasiado fuerte, escándalo para los judíos y necedad para los griegos (1 Cor 1,23); necedad que encontró su máxima expresión en aquel grafito blasfemo con que un alumno pagano, conocedor de la religión de su compañero cristiano, Alexámenos, quiso insultar cruelmente, grabándolo en una de las paredes de una escuela pública de Roma (s. III); se trata de un hombre, con cabeza de asno, crucificado; y ante él se halla un niño de pie, con esta inscripción aclaratoria: «Alexámenos adora a su Dios».

En las catacumbas tampoco aparece la cruz desnuda, a no ser crípticamente como un ancla invertida, la cruz gamada de la cultura iraní y, en alguna ocasión, también como la cruz egipcia de la vida.

Cristo es representado en los frescos de las catacumbas y en los relieves de los sarcófagos como un joven imberbe, signo de la eterna juventud de Dios, como un filósofo o un maestro que enseña a sus discípulos la verdadera sabiduría; como un pastor que lleva la oveja perdida sobre sus hombros; como un Orfeo que encandila y amansa a las fieras; también en escenas, tomadas del evangelio, en las que Jesús realiza gestos salvadores, como la resurrección de Lázaro, la curación del paralítico, del ciego de nacimiento, y de la hemorroísa, la multiplicación de los panes y los peces, la conversión del agua en vino en las bodas de Cana, y otras muchas.

La Virgen María es representada con menor frecuencia, tanto en las profundidades catacumbales como en los sarcófagos, en escenas que la representan como Madre de Dios, con el Niño en brazos; éste es el caso de la imagen de María más antigua del arte paleocristiano, conservada en las catacumbas de Priscila; en la escena de la Anunciación y, sobre todo, en la escena de la Epifanía o adoración de los magos. Y siempre como una venerable matrona, unas veces de pie o, más frecuentemente, sentada en un trono.


Pintura de las catacumbas de Roma que data del siglo IV. En ella se observa a la Virgen María con los brazos extendidos y al Niño Jesús en su pecho.
 
b) En el arte bizantino
El arte bizantino realizó la mejor y más exacta representación musiva del dogma cristológico que definió el Concilio de Calcedonia (451): «el que en lo divino es invisible, fue visible en lo humano; el incomprensible quiso ser comprendido; el que estuvo sobre todos los tiempos, empezó a ser en el tiempo. El Señor de cielos y tierra, sin principio ni fin, veló su majestad ilimitada y tomó carne humana; Dios, que no puede padecer, se hizo hombre y se sujetó al sufrimiento; y el inmortal se sometió a las leyes de la muerte».

Se trata de un Cristo, Señor sublime, que gobierna los destinos del mundo desde su trono imperial, en el que generalmente se halla sentado; pero, a veces, sobre el trono imperial se hallan depositados solamente los signos de su poder: la cruz y la corona junto con el manto imperial.

En los mosaicos y sarcófagos ravenatenses aparece la cruz, pero más que como un árbol descarnado, símbolo de tortura, como una cruz cubierta de piedras preciosas, o rodeada de coronas de laurel, como símbolo del poder de Cristo; y, antes de representarlo muerto en la cruz, es mostrado como un guerrero armado con la cruz, a modo de lanza, con la que derrota al dragón infernal.

En el arte bizantino hay cuatro formas iconográficas fundamentales de Cristo:

1) Cristo de medio cuerpo, con el libro de la ley evangélica en la mano izquierda, y haciendo con la mano derecha el gesto de hablar o de explicar a sus fieles la ley evangélica; lleva túnica roja como símbolo de su sangre derramada, y manto azul para representar la esperanza de la salvación, gracias a su redención; el color rojo representa también la naturaleza divina, y el color azul la naturaleza humana.
2) Cristo, presidiendo el mundo, sentado en el arco iris que representa al mundo, mostrando las cinco heridas de la pasión, y rodeado por la «almendra» divina o el resplandor divino, que simboliza el triunfo de Cristo.
3) Cristo-Pantocrátor: Cristo, Señor del mundo, con el libro apocalíptico de los siete sellos en la mano izquierda, y la derecha en actitud de explicar su mensaje evangélico.
4) Cristo clavado en la cruz: un ángel recoge en una copa la sangre que redime al mundo; al pie de la cruz, un cráneo y dos tibias cruzadas que, según una leyenda, representan a Adán, que habría sido sepultado donde fue levantada la cruz de Cristo; a los lados de la cruz están la Virgen y San Juan evangelista, intercediendo por la humanidad.
El arte bizantino siempre representa a la Virgen María como Madre de Dios, Theotokos, de cinco maneras:

1) sentada en un trono y haciendo ella misma de trono del Niño;
2) la Virgen señala con la mano derecha al Niño sobre su brazo izquierdo, indicando que él es el camino de la salvación;
3) la Virgen está de pie con los brazos levantados, rogando a Dios por la humanidad, el Niño está en clípeo o medallón;
4) la Virgen amamanta al Niño, lo cual simboliza la naturaleza verdaderamente humana del Verbo encarnado;
5) la Virgen acaricia al Niño, que suele llevar en la mano una flor, una manzana o un pajarito.
7. ¿CÓMO ERA FÍSICAMENTE JESÚS DE NAZARET?
No es verosímil que, procediendo Jesús de Nazaret de la raza judía, cuyos rasgos son tan marcados, solamente se haya distinguido por la belleza, la regularidad, la finura del rostro, el vigor, la dignidad y la nobleza de los gestos y de todo su cuerpo; por eso resulta difícil encontrar bajo el cielo de Palestina ese Cristo, cuyo modelo ha prevalecido en la escultura de la Edad Media y en la pintura del Renacimiento. No cabe duda de que ese rostro de Cristo es tan convencional como el rostro de Cristo de los tres primeros siglos: aquel adolescente imberbe, con los rasgos y el porte que se admiran en los frescos de las catacumbas romanas y en las estatuas del Buen Pastor del siglo III.

Los evangelios presentan a Jesús como un obrero; no hay nada que atestigüe que haya sido pastor; las imágenes del Buen Pastor transmitidas por la antigüedad cristiana no son nada más que un símbolo; sin duda que los cristianos del siglo III ni pensarían siquiera que los cristianos de los siglos posteriores discutirían sobre el parecido de aquellas figuras graciosas, verdaderamente obras maestras, con el Jesús histórico que recorrió los polvorientos caminos de Palestina.

Es muy probable que si Jesús de Nazaret, en vez de desarrollar su misión en Palestina, en aquel contexto hostil a las representaciones figurativas, la hubiera desarrollado en Roma, en Alejandría o en Atenas, habrían subsistido algunos vestigios iconográficos, como han permanecido los bustos de Séneca, de Platón o de Pericles.

No cabe duda de que la noticia transmitida por el Pseudo Antonín, es absolutamente anacrónica: «una imagen pintada, y puesta en el mismo pretorio, viviendo él (Jesús), muestra pies hermosos, sutiles, faz hermosa, cabellos rizados, estatura común, mano hermosa, dedos largos». Evidentemente, descripciones así abundan, como esta de San Juan Damasceno: «se le representa, tal como lo habían pintado los antiguos historiadores, con cejas que se juntan ("cejijunto"), ojos bellos, nariz larga, cabellos rizados, el cuerpo encorvado, rostro joven, barba negra, tez del color del trigo ("trigueña"), que era el de su madre».

San Juan Damasceno no hace otra cosa que describir la belleza majestuosa del Cristo que por entonces presentaban los iconos bizantinos, que no responden a la realidad histórica, sino a un concepto teológico. En efecto, ha prevalecido la imagen de Cristo defendida por aquellos escritores que se apoyaban en que Cristo «es el más bello de los hijos de los hombres» (Sal 45,3), en contra de quienes afirmaban que Cristo era un hombre feo, que «no tenía hermosura ni resplandor» (Is 53,2).


ÁLVAREZ GÓMEZ, JESÚS. (2001). HISTORIA DE LA IGLESIA. MADRID: BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS

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