San Marcelino

XXIX PAPA

(296-304)

Se desconocen sus orígenes familiares. La única noticia comprobada es la autorización que concedió a uno de sus diáconos, Severo, para emprender reformas de ampliación en San Calixto, lo que prueba el crecimiento que había experimentado en este tiempo la comunidad cristiana. Su pontificado coincide enteramente con el gobierno de Diocleciano y la Tetrarquía. El cristianismo estaba penetrando en la misma casa imperial, donde Prisca, esposa del emperador, y su hija Valeria, mostraban evidentes muestras de simpatía hacia los cristianos. Uno de los césares, Constancio, había estado unido en concubinato (matrimonio de rango inferior) con una cristiana, Elena (+330), de la que nació el futuro emperador Constantino. Este crecimiento era considerado por algunos colaboradores del emperador como un gran peligro. Y le incitaron a librar una batalla que por fuerza habría de ser decisiva: si el Imperio no lograba someter a la Iglesia, ésta impondría al Imperio sus condiciones de ser reconocida como «la» religión verdadera.

Desde el año 297 se publicaron decretos que excluían a los cristianos de la Administración y del ejército. La Iglesia obedeció, esperando que pasara esta tormenta como las anteriores. Pero el 23 de febrero del 303 una ley válida para todo el Imperio, aunque luego sería desigualmente aplicada, ordenaba recoger todos los libros, confiscar los cementerios y demás propiedades. Quienes acudieran ante los tribunales de justicia tendrían que ofrecer incienso a los dioses. Los donatistas afirmaron posteriormente que san Marcelino y los tres presbíteros que habrían de sucederle, esto es, Marcelo, Milcíades y Silvestre, habían entregado los libros. San Agustín consideró la acusación absolutamente falsa.

Es difícil pronunciarse sobre la cuestión: se trataba de soportar una tormenta que, por dura que fuese, habría de pasar y por tanto ciertos gestos podían constituir la mejor defensa. En tiempos posteriores, sin embargo, el nombre de san Marcelino fue omitido en la lista de papas y Dámaso I prescindió de él en los panegíricos ofrecidos a sus antecesores. El Líber Pontificalis, que dispuso de un acta de martirio de san Marcelino, dice que ofreció incienso a los dioses, pero que a los pocos días reconoció su error y fue entonces decapitado, junto con otros mártires. Este relato, ampliamente difundido en el siglo vi, carece de comprobación. En uno de los epigramas de san Dámaso se relaciona a Marcelino con quienes exigían penitencias muy serias para el perdón de los lapsi, que no se negaba.

Murió Marcelino cuando la persecución estaba en sus comienzos y no pudo ser inhumado en San Calixto, seguramente porque este cementerio estaba confiscado. Se llevaron sus restos a otro, de propiedad privada, el de Santa Pastilla, que pertenecía a la poderosa familia de los Acilio Glabrio.


Fuente: Paredes, Javier. Diccionario de Papas y Concilios. Barcelona: Editorial Ariel, S.A.

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