LA IGLESIA IMPERIAL BIZANTINA EN LA ERA DEL EMPERADOR JUSTINIANO

LAS IGLESIAS CRISTIANAS DESPUÉS DE LA CAÍDA DEL IMPERIO DE OCCIDENTE (400-730)

LA IGLESIA IMPERIAL BIZANTINA EN LA ERA DEL EMPERADOR JUSTINIANO (527-565)

a) Justiniano

Personalidad política y religiosa


Emperador Justiniano
El 1 de abril de 527, Justino hizo coronar coemperador a su sobrino Justiniano, quien le había asistido desde el comienzo de su reinado hacía 44 años. Cuatro meses más tarde, el 1 de agosto, moría el emperador, dejándole todo el poder. Justiniano persiguió con constancia a lo largo de los 38 años de reinado un único objetivo: restablecer el Imperio romano en su integridad y prosperidad. Este objetivo inspira su política interior —reforzar el Estado por medio de una reforma legislativa y administrativa—, inspira su política exterior —reconquistar las provincias perdidas en Occidente: África del Norte, Italia, una parte de España—, e inspira, finalmente, su política religiosa —rehacer y favorecer la unidad de la Iglesia. 

Para Justiniano, en efecto, el Imperio era una estructura administrativa única, establecida por Dios, a cuya cabeza se hallaba el emperador, que aceptaba la verdad de una sola ortodoxia cristiana, la definida por los concilios ecuménicos. Por tanto, Justiniano no podía tolerar las disidencias de la ortodoxia; su deber era defender la verdadera fe. De aquí proceden las numerosas leyes que promulgará contra todas las disidencias religiosas, sobre todo contra las herejías, que consideraba como más dañosas que el paganismo y el judaismo. Sólo los monofisitas encontraron gracia a sus ojos, porque su mujer, la emperatriz Teodora, era de origen monofisita y protegió abiertamente a sus correligionarios. 

El deber de defender la fe concede al emperador el derecho de intervenir en la Iglesia, puesto que él debe ser el garante, el organizador de su unidad. Justiniano intervino más que sus predecesores en la vida de la Iglesia, en la definición de su doctrina. Su modo de actuar es el designado por la historiografía con el término de «cesaropapismo ». No es que ignorara la teoría de los dos poderes, que el papa Gelasio (492-496) había formulado de manera clara; Justiniano conocía la distinción, pero, durante su largo reinado, impuso la unidad del poder en la persona del emperador. 

La cristiandad reconquistada (536-590)

Los emperadores de Oriente se habían esforzado por mantener relaciones personales con los reyes germano-romanos de Occidente. En el año 507, Anastasio nombró a Clodoveo cónsul a título honorífico. Teodorico, que había sido adoptado por el emperador Zenón, llevó el título de patricio; pero a estas ficciones jurídicas no correspondió ninguna subordinación política real. Sin embargo, estos títulos prolongaban la unidad imperial y ponían de manifiesto las diferencias que se acentuaban entre el Occidente, dividido en reinos germano-romanos, y el imperio de Oriente. Esta situación sustentaba entre los griegos la idea de su superioridad y la seguridad de que una reconquista militar sería suficiente para restablecer el antiguo Imperio.

En este espíritu, Justiniano concibe el proyecto de restaurar la unidad. Las expediciones militares se desarrollaron de 533 a 535 y, como consecuencia de estas campañas, el Mediterráneo volvió a ser un lago romano. 

Pero esta reconstrucción fácil no tuvo nada en común con el Imperio romano. En África del Norte, donde la reconquista fue fácil, la ocupación bizantina se limitó, a excepción de Túnez y Constantina, a una pequeña banda costera hasta el Atlántico. En cambio, en Italia la reconquista fue casi total, la guerra gótica resultó tan atroz que dejó a la península exangüe. En España el rey Atanagildo cedió a Justiniano, en la antigua provincia de la Bética, un estrecho territorio que iba de Cartagena a Cádiz por debajo de Córdoba y Sevilla. Todas las islas —Sicilia, Cerdeña, Córcega, las Baleares— fueron ocupadas por los bizantinos. Pero por todas partes, aun cuando en los comienzos, como era el caso de África o de España, se había llamado en socorro al emperador, la presencia bizantina fue rápidamente percibida por las poblaciones romanas y germanas no como una liberación, sino como una ocupación, aunque la mayor parte de España, toda la Galia y las dos Bretañas siguieron independientes. 

Justiniano y el papado

En relación con el papado, Justiniano se encontraba lleno de buenas intenciones; le reconocía el primado de honor, pero también una autoridad privilegiada en la Iglesia. Busca, para sus empresas teológicas, marchar de acuerdo con la Santa Sede; pero considera que los dos titulares, sacerdocio e imperio, iguales en dignidad en su espíritu, no lo eran en autoridad. Como en todo cesaropapismo, no existe paridad verdadera entre los dos participantes, pues el emperador nombra al papa, sin que el papa pueda nombrar al emperador. 

En estas condiciones, el conflicto con el papado era inevitable. Comenzó con la entrada de las tropas bizantinas en Roma en diciembre de 536. El papa reinante, Silverio (536-537), había sido elegido bajo presión del rey de los ostrogodos. Belisario, el comandante en jefe bizantino, se aprovechó de las relaciones de Silverio con los ostrogodos para acusarlo de traición y deponerlo. Parece que, durante el primer trimestre de 537, el basileus intentó sondear al pontífice para saber si estaría dispuesto a admitir algunas concesiones en relación con los monofisitas para restablecer la unidad religiosa del Imperio. Su intransigencia fue el verdadero motivo de su deposición. El emperador buscó un papa más dócil. 

b) Los sucesores de Justiniano. El monoenergetismo


San Máximo el Confesor. Nació el 580 en Constantinopla, y después de ser secretario del emperador Heraclio, se convirtó en monje. Fue arrestado y desterrado por el emperador Costante II. Después de cortarle la lengua y la mano derecha, murió en el año 662.
Bajo Focas (602-610) y en los primeros años del gobierno de Heraclio (610-641), la irrupción de los persas, que ocupaban varias regiones de Asia Menor, de Siria y de Egipto, planteó tales problemas a los emperadores que les quedaba poco tiempo para las querellas confesionales. Además, la ocupación persa sustrajo a los monofisitas del poder imperial. 


Batalla entre el ejército de Heraclio y el ejército persa comandado por Cosroes II.
Una vez que Heraclio logró vencer a los persas, pensó remediar la situación y de nuevo la buscó en la unión eclesiástica, teniendo un leal auxiliar en el patriarca Sergio (610-638). Si la laguna del concilio de Calcedonia había consistido en haber destacado poco claramente la unidad por fijarse demasiado en la dualidad —aunque, por otro lado, no se podía ya renunciar a las dos naturalezas en Cristo, mientras que el concepto de persona seguía siendo algo impreciso—, se podía buscar la unidad en la voluntad y en la acción de Cristo. Algunos teólogos neocalcedonianos apuntaban ya la fórmula que afirma la existencia en Cristo de una única virtud operativa divina. Esta fórmula pareció muy prometedora al patriarca, que trató de compilar un florilegio patrístico que multiplicara los testimonios en este sentido. Sergio confió en el obispo Teodoro de Farán, fiel a Calcedonia; pero también en el obispo Ciro de Fasis, designado patriarca de la iglesia imperial de Alejandría (631). Ciro plasmó estas ideas en el «pacto» proclamado en Alejandría el 3 de junio de 633, en nueve piezas, siendo la central la doctrina del uno y mismo Cristo, que opera lo divino y lo humano «con la energía una, humano-divina». Los monofisitas triunfaron. 

La oposición no se hizo esperar. El monje Sofronio —poco después patriarca de Jerusalén (634-638)— protestó contra la fórmula de unión. Para él contaba el principio aristotélico según el cual la energía y la consiguiente operación dimanan de la naturaleza, y, por tanto, hay que admitir en Cristo dos energías, dos operaciones. 

Sofronio se entrevistó con el patriarca Sergio y convinieron que en adelante no se hablara de operaciones, sino del Cristo uno operante. Sofronio, en su encíclica, se atuvo al acuerdo con el patriarca, pero no dejó la menor duda de que teóricamente a dos naturalezas siguen dos capacidades operativas. El patriarca Sergio publicó el iudicatum en el que se refería a la fórmula concreta y personal de Cristo uno operante. Incluso Máximo el Confesor consideró la fórmula como buena. Sergio expuso el contenido de su decisión doctrinal en un escrito al papa Honorio. El papa se mostró de acuerdo en que no se hablara de dos operaciones, pues eso sólo traería confusiones terminológicas; aceptó la fórmula del patriarca y sacó la conclusión de que era conveniente hablar de «una voluntad» en Cristo. Pero el papa cita las palabras de Jesús: «No he venido para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió», con lo que reconoce una radical facultad volitiva humana en Cristo. 

Sergio quedó encantado con la ayuda del papa que prefería la fórmula «una voluntad». El patriarca logró ganar al emperador que promulgó un decreto, el Ectesis («profesión de fe»), en 638, año de muerte del patriarca y del papa. En él se formulaba la prohibición de hablar de una o de dos operaciones, y en cambio se decretaba la única voluntad en Cristo como fórmula de fe, explicada a su vez en el sentido de que Cristo en la carne no quiso nunca nada separadamente de la voluntad del Logos. Lo que falló no fue la teología, sino la terminología. 

Máximo el Confesor, primero al servicio de Heraclio y después monje en África, como era un adepto entusiasta de Calcedonia, rechazó la fórmula del papa Honorio y de la Ectesis. 

La lucha continuó entre la parte oriental del imperio, partidaria de la unión sobre la base del Ectesis, y el África bizantina, donde surgió un foco de resistencia contra la política imperial. En vista de la situación, el emperador Constante II (641-668) dictó una nueva disposición. SuTipo, del año 648, prohibió toda clase de discusión sobre una o dos operaciones, sobre una o dos voluntades, y derogó el Ectesis. 


Papa San Martín I
Máximo se dirigió, por fin, a Roma, donde el nuevo papa, Martín I (649-655), comprendió sus razonamientos. En 646 se celebró un concilio Lateranense bajo las ideas de Máximo, en el que se reprobó tanto el Ectesis como elTipo. Definieron la doctrina de las dos voluntades en Cristo y excomulgaron a Sergio y sus sucesores. 

El emperador Constante II reaccionó violentamente. Logró que el papa Martín I se trasladara de Roma a Constantinopla en 653. Allí fue procesado de alta traición, quizás se mezclaron otras razones políticas: entendimiento del papa con el exarca de Ravena, que se había hecho proclamar antiemperador en Roma. Al fin, el papa fue condenado a muerte por delito de alta traición, pena que se le fue computada por la de destierro en Crimea, donde el papa murió en el año 655. En 653 la policía imperial logró detener también a Máximo y trasladarlo a Constantinopla, donde fue igualmente condenado por delito de alta traición. Máximo, mutilado de manos y lengua, murió en el destierro el año 662. Constante II quiso hacer sentir su autoridad en Occidente, pero fue asesinado en Sicilia en 668. Le sucedió Constantino IV (668-685), que no tenía el menor interés en continuar una disputa que había terminado sin resultado alguno. No se podía pensar en ganar a los monofisitas. 

Varios sínodos en el siglo VII condenaron el monotelismo, incluso el sínodo local Laterano de Roma (649) y el sínodo Romano celebrado bajo el papa Agatón (678-681). El emperador Constantino IV convocó el que sería el sexto concilio Ecuménico, III de Constantinopla (680-681)24. En su octava sesión, éste aceptó la doctrina del papa Agatón, y en la decimo séptima condenó el monotelismo en un decreto firmado por 174 padres conciliares. Honorio fue censurado expresamente. El concilio no promulgó ningún decreto disciplinar; esto se haría en el sínodo de Trullo (692). El papa León II (682-683), sucesor de Agatón, aprobó las decisiones del concilio en 682. 

c) El sínodo de Trullo (691-692) y la religiosidad de la Iglesia de Oriente

Los cánones del sínodo in Trullo (691-692), así llamado a causa del salón del palacio imperial de Constantinopla donde se celebró, informan de manera especial sobre la vida interior de la comunidad. Los asistentes entendieron esta asamblea como un complemento ecuménico de los concilios de Constantinopla V y VI que no habían dictado cánones disciplinares. Los cánones de este concilio (102 en total) representan, sin orden sistemático, una colección amplia y muy instructiva de prescripciones sobre la vida intraeclesial de la época y la aparición de nuevas herejías. La vida que aquí se muestra es muy variada: aparecen elementos judíos y paganos, y prosperan rasgos de usanzas precristianas y de religiosidad acristiana. Hallamos clérigos conviviendo con vírgenes, taberneros y prestamistas, que frecuentan los juegos del circo y las carreras de caballos o que se reúnen para conspirar contra sus obispos. También encontramos tipos de ascetas o de pseudoascetas, que recuerdan las carnavaladas de los «locos en Cristo»; judíos, que son los médicos más apreciados de la época; festejos carnavalescos con turbulento ajetreo de estudiantes de derecho; baños de hombres y mujeres en común; falsos martirologios; ritos picantes, mordaces y alusivos, etc. 

Es indudable que el sínodo tenía la intención de legislar para la Iglesia universal; pero en una serie de cánones se pronunció contra los usos de la Iglesia occidental, como en el canon 13, sobre el matrimonio de los clérigos; en el canon 55, contra el ayuno en sábado durante la Cuaresma; en el canon 67, que prohibe comer carne de animales degollados, confirma el rito judío, y la repetición del anatema contra el papa Honorio en el canon 1. 

El emperador Justiniano II quiso exigir por la fuerza la firma de este concilio al papa Sergio I (687-701), pero sus emisarios fracasaron frente a las milicias italianas, y el emperador mismo marchó al destierro. Cuando en 705 volvió al trono hizo un intento pacífico. El papa Constantino I (708-715) se trasladó a Oriente y llegó a un acuerdo con el emperador para reconocer los cánones, siempre que se suprimieran los dirigidos contra Roma. 


ÁLVAREZ GÓMEZ, JESÚS. (2001). HISTORIA DE LA IGLESIA. MADRID: BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS

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