LAS LETRAS CRISTIANAS

LAS IGLESIAS CRISTIANAS DESPUÉS DE LA CAÍDA DEL IMPERIO DE OCCIDENTE (400-730)

LAS LETRAS CRISTIANAS

a) Italia: Boecio (c.480-c.524), Casiodoro (c.490-583), Gregorio I Magno (c.540-604)

Ya hablamos en otro lugar del papel importante que Boecio y Gregorio Magno representaron para las letras cristianas y como últimas manifestaciones de la cultura antigua.


Casiodoro
En la Italia del Sur, Casiodoro, antiguo ministro de Teodorico, fue uno de los más grandes sabios de su tiempo. Organizó centros de estudio en Vivarium; sabía que en una época de crisis era necesario organizar una biblioteca con obras profanas y religiosas y traducir las obras griegas. En sus Institutiones nos dejó una especie de catálogo de esta biblioteca, que comprendía obras religiosas y profanas, pues los libros clásicos eran necesarios para la exégesis de los monjes. Los manuscritos reunidos por Casiodoro llegaron a Roma y enriquecieron la biblioteca de Letrán, antes de ser utilizados por los sabios de Inglaterra.

Casiodoro nació hacia el año 485; era hijo de un prefecto pretoriano. Realizó sus estudios de retórica en Roma. Su carrera conoció un eclipse entre 527 y 533. Conserva sus cargos tras la muerte de Teodorico y se retira en 538. En 540 es llevado a Constantinopla en el séquito cortesano del rey ostrogodo por el general bizantino Helisario. Su carrera civil se para en este punto. De el queda una colección de diez libros de cartas, las Variae. Escribe una Historia de los godos, de la que se conoce un resumen.

b) Francia: San Gregorio de Tours (538-594) y Venancio Fortunato (c.530-600)


San Gregorio de Tours
Dos nombres marcan la literatura cristiana gala durante el siglo VI, Gregorio de Tours y Fortunato, ambos con dos ópticas y estilos muy diferentes. Gregorio había nacido en Clermont hacia 538 en una familia senatorial. Realizó unos buenos estudios para su tiempo, pero en la práctica muy sumarios. No tenía un conocimiento serio de la gramática ni de la retórica y sus obras están llenas de graves errores. Gregorio defiende su rusticidad. En 573, cuando ya era sacerdote, fue aclamado como obispo por el clero de Tours. Ocupó su vida entre la acción pastoral y la redacción de sus obras. Junto a cinco obras hagiográficas sobre San Martín, San Julián, los mártires, los confesores, los Padres —De virtutibus sancti Martini (574-575), De passione et virtutibus sancti Juliani (585), De gloria Martyrum (587), De gloria confessorum y Vita Patrum (594)—; su obra más importante sigue siendo la Historia de los Francos (Historia Francorum). Abarca la historia de los pueblos francos desde la creación del mundo hasta sus días, pero a partir de 561 narra los sucesos de los que ha sido testigo y aporta las pruebas de su narración de una manera seria y crítica muy aceptable para su tiempo. La muerte interrumpió su obra en el año 594. La Historia de los Francos es la gran fuente de que disponemos para conocer la sociedad franca del siglo vi. Fue, además, un diligente obispo que realizó importantes reformas en su diócesis.


Venancio Fortunato
Venancio Fortunato nació en Italia, cerca de Treviso, hacia el año 530. Educado en Rávena, partió en peregrinación a Tours en 565. A su paso por Metz en 566 celebró las bodas de Sigiberto, rey de Austrasia, con Brunequilda con un poema que le valió su consagración oficial. A la vuelta, se detuvo en Poitiers para venerar la tumba de San Hilario, y allí fijó su residencia, convirtiéndose en un amigo de Santa Radegunda y en familiar de la Santa Cruz. Ordenado sacerdote, fue elegido en 597 obispo de Poitiers y murió en el año 600. Fortunato, poeta amable y fácil, compuso poemas de circunstancias y se elevó a la gloria cuando escribió los himnos Pange lingua gloriosi y Vexilla regís prodeunt, aún en uso en la liturgia latina, para acoger, en 568-569, el verdadero trozo de la cruz que Radegunda recibió de Constantinopla. A la muerte de su protectora, escribió su vida, completando su obra de hagiógrafo (vidas de San Germán, de San Pair de Avranches, de San Aubin de Angers). Se puede considerar a Fortunato como el último de los poetas latinos de la decadencia. Después de él y Gregorio de Tours, ningún nombre ilustra las letras francas. Sólo se conserva a finales del siglo vn y comienzos del vm la mediocre crónica del Pseudo-Fredegario, testigo de la degradación definitiva de la lengua y del empobrecimiento del pensamiento.

c) La aportación cultural hispana: San Isidoro de Sevilla (570-636)


San Isidoro de Sevilla
La Hispania romana tardía no abundó en doctores de la Iglesia, en obispos y en abades, pero la Hispania visigoda alcanzó altas cotas. En el siglo vi floreció una nueva vida espiritual estimulada por la afluencia de orientales y africanos. Mérida tuvo en la primera mitad del siglo vi tres metropolitas orientales. La restauración de Justiniano reforzó en el sur de la Lusitania, en la Bética y en la región de Cartagena el influjo griego. Las relaciones entre Hispania y África eran muy antiguas y se reforzaron con las oleadas de inmigrantes, abades con sus conventos, que el rey de los vándalos Hunerico (477-484) empujó hacia Hispania.

La floración de autores en la España de finales del siglo VI y a lo largo del siglo VII es tal que no dudamos en considerar a la Península Ibérica como una potencia cultural de la Europa de aquellos años. Casi todos estos autores, al menos los más importantes, fueron eclesiásticos. Puesto que no podemos detenernos en cada uno de ellos, daremos un escueto relato para fijarnos en el más importante de todos. Cabe mencionar a Liciniano de Cartagena (siglo VI), Juan de Biclara (c.540-621), Braulio de Zaragoza (c.585- 643), Eugenio II de Toledo (fines del siglo vi-657), Ildefonso de Toledo (principios del siglo VII- 667), Julián de Toledo (642- 690), Tajón de Zaragoza (siglo VII), Idacio de Barcelona ( + c.689), Quirico de Barcelona (siglo VII). Los obispos sabios de Zaragoza y de Toledo, nutridos también de las letras paganas y cristianas, escribieron mucho. Algunos clérigos volvieron la espalda a una cultura humanista que les parecía sin futuro: Fructuoso de Braga (principios del siglo VII- c.665) y Valerio del Bierzo (c.630- c.695) adoptaron una cultura ascética únicamente religiosa, de tipo monástico.

Isidoro nació probablemente hacia el año 560, después de haber emigrado su familia de Cartagena a Hispalis (Sevilla). Huérfano desde niño, debe su formación religiosa, junto con sus hermanos Fulgencio y Florentina, a su hermano Leandro, jefe de la familia. Isidoro siguió la carrera eclesiástica y política de su hermano, a quien sucedió en la sede metropolitana de Sevilla hacia el año 600. Celebró sínodo en Sevilla en 619, otro de fecha desconocida y otro en 628 o 629, y presidió también el concilio IV de Toledo de 633. A la muerte del metropolitano, 4 de abril de 636, nadie puso en duda su santidad. Pero sus restos fueron trasladados en el 1063 a León por el primer rey de Castilla y León, Fernando I.

Apoyado en las justificaciones que Agustín y Gregorio Magno habían dado acerca de la necesidad de un serio fundamento cultural para una vida de fe individual y colectiva, Isidoro asoció a su vocación religiosa un gusto personal por el saber universal. Construyó, a partir de las categorías de la gramática antigua, una especie de teología del lenguaje que percibe en toda palabra humana su misteriosa relación con el Verbo de Dios. Este descubrimiento se manifiesta a través de obras gramaticales que abren y facilitan la exploración de las palabras de Dios, en las Diferencias, donde el uso de una técnica de distinción semántica se aplica también a las palabras de la Revelación y a un vocabulario teológico. Esta reflexión se va a extender a los veinte libros de las Etimologías, la obra más leída por los maestros de la Alta Edad Media, en los que, con una erudición enciclopédica que abarca todo el mundo conocido, se utiliza la etimología como una búsqueda del origen de las cosas a través del de las palabras. Isidoro une una filosofía del lenguaje —que a través de Varrón se remonta al estoicismo— al uso que de la etimología hicieron los judíos, seguidos de los cristianos, para alcanzar una exégesis ordenada y descifrar la Palabra de Dios contenida en las Escrituras. Esta vasta enciclopedia estaba destinada a reemplazar las enciclopedias paganas.

Pero Isidoro escribió otras muchas obras. En relación con la Sagrada Escritura escribió dos obras más importantes: Differenciarum libri dúo: a) De differenciis verborum, b) De differenciis rerum, donde aparecen las ideas maestras de la exégesis y la obra más interesante, titulada Mysticorum expositiones sacramentorum o Exégesis de los sentidos sagrados y espirituales, también conocida por Quaestiones in Vetus Testamentum. Junto a estas dos obras más importantes escribió otras cuatro como instrumentos de trabajo más modestos: Prooemiorum liber unus; Allegoriae quaedam sacrae Scripturae; De ortu et obitu Patrum; Liber numerorum qui in sanctis scripturis occurrunt. Sobre historia escribió: Chronicon; Historia Gothorum, Wandalorum, Sueborum, una obra consagrada por completo al elogio de los godos desde sus orígenes bíblicos (Gog y Magog, nieto de Noé e hijo de Jafet) al triunfo definitivo de Suintila sobre los bizantinos, a la que se añaden dos apéndices sobre los vándalos y los suevos. La obra se cierra con una Recapitulación, que constituye un elogio de las virtudes y de las hazañas de los godos y está precedida por una famosa, artística y poética Alabanza de Hispania (De laude Spaniae). Se cierra este conjunto con De viris illustribus y De haeresibus.

La obra dogmática de Isidoro está recogida, fundamentalmente, en dos tratados. El primero, que carece de título y que San Braulio lo denominó Sententiarum libri tres, de carácter dogmático; el segundo versa sobre la conversión y el tercero es de ética y moral. El segundo tratado lleva como título: Defide catholica ex veteri et novo testamento (Contra iudaeos libri dúo), escrito para su hermana Florentina, ha sido calificado como el intento más hábil y lógico de cuantos se emprendieron en la antigüedad para presentar la verdad de Cristo.

Como un manual de liturgia se puede considerar la obra De Ecclesiasticis offciis, escrita a petición de su hermano Fulgencio. El primer libro, De origine officiorum, trata propiamente de los oficios y culto divino; el segundo, De origine ministrorum, estudia el ministerio de las personas y su origen. Dos obras del santo hispalense se pueden incluir dentro de la ascética: Synonimorum libri dúo, que, atendiendo exclusivamente al título, ha sido erróneamente clasificada entre las obras gramaticales, pero su subtítulo, De lamentatione animae peccatricis, deshace el error sobre su verdadero contenido, una fervorosa efusión de afectos del alma pecadora, que anhela salir de sus desgracias. Por último, la Regula monachorum, que tiene como característica la dulzura, la suavidad, la temperancia.


Basílica de Santa Leocadia de Toledo
El concilio IV de Toledo, reunido el 5 de diciembre de 633 en la basílica de Santa Leocadia de Toledo, presidido e inspirado por Isidoro de Sevilla, es de una amplitud excepcional; los 75 cánones de sus actas pasan por la liturgia, las funciones y deberes de los obispos y de los clérigos, hasta las disposiciones sobre los judíos y los monjes, terminando con el largo canon 75, que constituye la ley fundamental de la monarquía visigoda católica.

Tras la muerte del doctor egregio Isidoro de Sevilla, el más grande sabio de la época, los centros culturales de la zona mediterránea se trasladaron al interior de Hispania; Málaga, Sevilla, Cartagena y Valencia pasaron a segundo término. Mérida y Zaragoza reafirmaron sus puestos respectivos en la Iglesia peninsular, mientras que volvió a florecer Toledo con los dos Eugenios, Ildefonso y Julián. El godo fructuoso, que se había criado en Palencia, vino a ser entre los años 640-650 el padre del monacato de Hispania. Escribió su regla para la Iglesia del Bierzo, donde después vivió también su biógrafo Valerio de Astorga. El rey Recesvinto nombró a Fructuoso obispo de Dumio y finalmente metropolitano de Braga.

Los hombres de Iglesia de primera fila de aquel tiempo plasmaron la liturgia (después llamada mozárabe). El líber de virginitate sanctae Mariae de San Ildefonso de Toledo representó un hito en la historia del culto de María.

d) Los medios culturales monásticos de las Islas Británicas. Beda el Venerable (672-725)


Monasterio de San Pablo en Jarrow.
En los medios monásticos de las Islas Británicas se desarrolló una nueva cultura religiosa. Los monjes celtas —de San Columbano (c.543-615) ya hablamos) —, durante mucho tiempo aislados del mundo mediterráneo, se pusieron a estudiar el latín, que para ellos era una lengua extranjera, de la que tenían necesidad para las celebraciones litúrgicas y la lectura de la Biblia. Estos ascetas se convirtieron en sabios en exégesis escriturística, en cómputo, en derecho canónico. Transmitieron los principios de esta cultura religiosa a los monjes anglosajones y éstos a los del continente. A finales del siglo VII, los monasterios anglosajones, relacionados con Roma, recibieron libros y maestros. El monasterio de Jarrow, fundado por Benito Biscop, fue, gracias a Beda el Venerable, el foco de estudios más importante en la primera mitad del siglo VIII.


San Beda
Beda, llamado el Venerable, aunque canonizado y por ello santo, aparece como el instigador del nacimiento de las letras cristianas en Inglaterra. Hasta su muerte, en el año 735, residió en el monasterio de Jarrow, donde entró muy joven. Beda se benefició de la importante biblioteca acumulada por Benito Biscop, durante sus viajes a Europa, para enriquecer sus conocimientos. Una sólida formación intelectual, el gusto por la claridad y la probidad del pensamiento le permitieron sacar el mejor provecho de esta documentación. Escribió más de cuarenta obras.

Para enseñar la Sagrada Escritura, multiplicó las obras susceptibles de ayudar a los jóvenes monjes a su comprensión y a su interpretación. Los manuales elementales constituyen en su producción un primer paso. De la métrica, De las figuras y de los propios, De la ortografía, De la naturaleza de las cosas. Su obra propiamente religiosa toca todos los géneros: poema Sobre el Día del Juicio, libros sobre Los lugares santos, Homilías sobre la Escritura, de las que se encuentran aún hoy pasajes en las lecciones del Breviario romano. Como Gregorio de Tours o Isidoro de Sevilla, quiso dejar testimonio sobre la historia de su pueblo y escribió la Historia eclesiástica de la nación inglesa, la Historia de las abadías de Wermouth y de Jarrow y la Vida de San Cuthherto. Por su característica enciclopédica da elementos del patrimonio antiguo y proporciona los materiales para los escritores siguientes.

Hostil a las artes liberales como eran enseñadas en la Antigüedad, construyó, a partir de la Biblia, un programa de estudio. Los tratados de gramática antiguos son indispensables para conocer la Sagrada Escritura, los manuales de métrica permiten la creación de una poesía cristiana religiosa, la aritmética y la astronomía no son estudiadas por sí mismas, pero sirven para fijar los grandes momentos de las fiestas religiosas y, ante todo, de la Pascua. Desde su convento, Beda fue el consejero y el inspirador de Egberto, ascendido a la sede de York en 732. Egberto, hermano del rey Edberto de Nortumbría, había completado su formación mediante un viaje a Roma, donde había recibido el diaconado. Su obra fue esencialmente pastoral. Escribió un Diálogo de la institución eclesiástica sobre la disciplina y un muy importante libro litúrgico, el Pontifical. Se le ha atribuido durante mucho tiempo un Penitencial, considerado hoy como una obra posterior, de mediados del siglo IX, proveniente, puede ser, de la región occidental del Imperio carolingio. Bajo su pontificado, la escuela episcopal de York alcanzó un desarrollo considerable y se convirtió en un instituto de enseñanza superior muy activo. Para dirigirla asoció a su pariente Aelberto, que le sucedería a su muerte en el año 766. Su resplandor ilumina nuevamente los hogares culturales de Europa, el renacimiento carolingio procede directamente de allí.

Ningún conocimiento podía existir fuera del círculo de la fe. Éste fue el principio adoptado por los monasterios y los autores de las Islas Británicas y del continente, que se convertiría en una de las columnas sobre las que se habría de edificar el Renacimiento carolingio.


ÁLVAREZ GÓMEZ, JESÚS. (2001). HISTORIA DE LA IGLESIA. MADRID: BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS

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