CRISIS Y REFORMA EN EL SIGLO X
EUROPA DURANTE LAS SEGUNDAS INVASIONES
EL SACRO IMPERIO ROMANO GERMÁNICO
a) Las «segundas invasiones»
La piratería musulmana en el Mediterráneo occidental
A comienzos del siglo IX se iniciaron los ataques musulmanes y sus enfrentamientos navales con las flotas carolingias en el Mediterráneo. Los piratas islámicos parten de sus bases situadas en la costa norteafricana o en la española (Pechina, Denia) y aprovechan también el aislamiento en que viven las poblaciones de Córcega, Cerdeña y Baleares. Desde 827 hay desembarcos y establecimientos fijos, primero en Sicilia, después en Creta y algo después en el sur de Italia, donde los grupos musulmanes ayudaron a los señores cristianos como mercenarios, antes de ocupar, en los años 840 y 841, Tarento, la isla de Ponza y Barí. En 846 una expedición sarracena saqueó Ostia y los arrabales de Roma, pero la reacción del rey carolingio Luis II alejó el peligro durante los veinte años siguientes. Los bizantinos reconquistaron los lugares apresados por los sarracenos, pero los actos de piratería continuaron durante el siglo X.En las tierras provenzales, las piraterías musulmanas comenzaron en torno al año 840: Marsella y Arles fueron atacadas varias veces. Hacia el año 890 un grupo de musulmanes andalusíes establecieron una base fija en Fraxinetum, el condado de Frejus, cerca de Saint-Tropez. Desde allí lanzaron ataques en Provenza y en los valles de los Alpes, interceptando el curso de los viajeros y peregrinos que iban a Italia, y dominaron los pasos de los Alpes occidentales durante el siglo siguiente, hasta su destrucción en 973. Las amenazas piratas sobre Niza, Antibes, Tulón y Marsella continuaron hasta comienzos del siglo XI. Los musulmanes, por último, mantuvieron aisladas a Córcega y Cerdeña, y conquistaron las Baleares hacia el año 902. En Italia Central, el papa Juan X, con la ayuda de Alberico de Espoleto y Adalberto de Toscana, expulsó a los sarracenos de su escondite de Garigliano (916).
Los escandinavos, vikingos o normandos
Desde el año 835-840 las incursiones vikingas se hicieron más duras y profundas: los escandinavos remontan el curso de los ríos, fijan campamentos fortificados para el invierno, devastan áreas enteras durante varios años consecutivos y obtienen cuantiosos botines, mientras que practican una política de terror contra las poblaciones, en especial contra los clérigos y los monjes. Podemos ahora añadir que en la Francia occidental en 864 (Ordenanzas de Pitres) Carlos el Calvo organizó la restauración de las murallas y la fortificación de puentes, aunque la política de defensa no fue efectiva hasta que pasó a poderes territoriales más reducidos. A partir de las expediciones de los años 856-862 en la región del Sena, los vikingos racionalizaron su agresión, combinando el pillaje con el cobro de tributos por treguas. Son los danegeeld, que aparecieron en 845 en Francia y en 865 en Inglaterra. En el último cuarto del siglo IX, los escandinavos intentaron consolidar sus posiciones, obtuvieron áreas territoriales bien pobladas, aumentaron y mejoraron su colonización y sujetaron a la población a un régimen habitual de percepción de rentas. Alfredo el Grande, con la victoria de 878, salvó su reino de Wessex y a la misma Inglaterra anglosajona.Los húngaros
Los húngaros o magiares, situados en las llanuras de Panonia, entre el Danubio y Tisza en el 895, realizaron varias expediciones a Bizancio en 934, 958 y 961, pero la mayoría se encaminaron hacia el Occidente europeo. Realizaron sus primeros saqueos en Italia en 899, y por los años 900 a 906 destruyeron Moravia. Desde 906 a 919 lanzaron expediciones casi anuales contra tierras alemanas; penetran hasta la Lorena y atacan sobre todo a los monasterios; Baviera sería atacada entre 913 y 937. El año 922 alcanzaron Italia, hasta Benevento; dos años después saquearon Pavía, recorrieron el valle del Ródano; algunas bandas llegaron incluso a Cataluña. Los cristianos estaban aterrados a causa de estos «nuevos hunos», hasta que Enrique I los venció junto al río Unstrut (933) y Otón I en Lechfeld en 955, en una batalla decisiva que puso prácticamente punto final a estas incursiones.b) La disolución del Imperio carolingio.
A partir de 830 se sucedieron las revueltas de los hijos mayores de Luis el Piadoso contra su padre, completadas con luchas intestinas entre ellos y con el establecimiento de diversos acuerdos de reparto territorial. El emperador fue obligado a abandonar su puesto en 833, con el apoyo de los obispos, quienes aceptaron su deposición por incapacidad, aunque Luis recuperó el trono un año más tarde. Los proyectos de reparto tuvieron lugar en los años 831, 833, 837 y, muerto Pipino, en 839. A la muerte del emperador, la discordia continuó entre Lotario, Luis, Carlos y Pipino de Aquitania, hijo del otro hermano, ya difunto, del mismo nombre. Después de muchos intentos se llegó al Tratado de Verdún del año 843, por el que los poderes y tierras del Imperio se dividieron en tres porciones: la Lotaringia, gobernada por Lotario, el hijo mayor; Francia occidental para Carlos el Calvo, el hijo menor; y Germania, para Luis, denominado el Germánico, a las que se añadirían, respectivamente, Italia, Aquitania y Baviera. Lotario conservaría el título imperial y las dos capitales políticas: Aquisgrán y Roma.Tratado de Verdún
Entre los años 875 y 881 se produjeron cambios generacionales y relevos entre los carolingios que contribuyeron a acelerar la ruina del edificio político. Luis II de Italia murió en 875 y su tío Carlos el Calvo, de acuerdo con el papa Juan VIII, recogió la herencia y el título imperial. Al año siguiente fallecía Luis el Germánico, dejando Baviera a Carlomán, Franconia, Turingia y Sajonia a Luis III, y Suabia a Carlos el Gordo, los tres hijos suyos. La muerte prematura de Carlos el Calvo (877), de su hijo y nietos, provocó el colapso del reino de Francia occidental. En 880 Luis III recibió de sus parientes franceses la parte occidental de Lorena. Después de la muerte de Luis III y la de todos los reyes carolingios, salvo Bosón, éste unificó el poder regio en manos de Carlos el Gordo, que recibió el título imperial en 881. Pero fracasó ante los vikingos que asolaban las costas francesas, fue obligado a abdicar en 887 y murió al año siguiente.
La crisis y la disgregación del regnum francorum carolingio toca fondo en el año 888. El título imperial, aunque sobrevive penosamente hasta 924, no tiene significado alguno incluso en Italia. En 887, Arnulfo, hijo de Carlomán, fue elegido rey de los pueblos de la frontera oriental, pero reconoció a Lorena como reino autónomo en 888, el mismo año en que Eudes, conde de París, es elegido rey de la Francia occidental y Berengarío de Friuli se alza con la corona de Italia. En el año 915 Berengarío consiguió la corona imperial, y, a partir de su muerte en el año 924, el título imperial permaneció vacante durante decenios.
c) El nuevo Imperio
Enrique I de Sajonia
Sacro Imperio Romano Germánico
Otón I, que se ha convertido en una figura legendaria, casi al mismo nivel que Carlomagno, se formó una idea muy alta de su deber. Del Imperio tenía aún en la memoria el modelo carolingio. Quiso reproducirlo uniendo fuertemente las tierras sometidas a su autoridad, dando al catolicismo el papel de cimiento social que ya le había asignado Carlomagno. Esta preparación religiosa, muy viva en él, acerca su modo de pensar más al de Luis el Piadoso que al de Carlomagno. La Iglesia, en tanto que institución, fue aún más directamente implicada en la construcción política.
Bajo el gobierno de Carlomagno se había visto a los obispos entre los missi, o bien ponerse a la cabeza de su milicia para ir al ost, pero ninguno había ocupado plaza de conde o de duque. Alemania conoció, como Francia durante el siglo X, la progresiva devolución de la autoridad real entre las manos de descendientes de funcionarios carolingios, que constituyeron los comienzos de la feudalidad. Para oponerse a los feudos laicos, Otón desarrolló una verdadera feudalidad eclesiástica, invistiendo a los obispos de poderes de mando.
Ejerció la elección de los obispos con acierto, preocupándose, en sus decisiones, de poblar la Iglesia de sus fieles y de poner a su cabeza a miembros de su familia. Sus hermanos Bruno y Guillermo ocuparon las sedes de Colonia y de Maguncia. Además, Bruno fue el canciller y ejerció sobre la Lorena el control político de un vice-rey. Apoyado sobre una feudalidad eclesiástica numerosa y ricamente dotada, Otón apareció como el rey de los obispos y, según las palabras de Rutger, biógrafo de Bruno, su reino era el regale sacerdotium, el reino de los obispos.
d) El desarrollo del cesaropapismo otoniano
Emperador Oton I
En este Imperio sagrado, dos personajes ocuparon el sumo del poder, pero no había igualdad entre ellos. Ciertamente, estaba aceptado que la consagración pontificia constituía al emperador. Pero en el cesaropapismo otoniano, a imagen del carolingio, el papa ocupaba el segundo lugar. El emperador lo tenía en la mano; el debilitamiento anterior del papado acrecentó el desequilibrio entre los dos poderes. Pero aun cuando los papas fueron sometidos al emperador, continuaron interviniendo. Juan XIII permaneció fiel a Otón I. El papa y el emperador pensaron en la celebración de un gran concilio en Ingelheim, pero el papa murió antes de su celebración y Otón I le siguió al año siguiente (973).
En los comienzos, Otón I se manifestó severo con el papado: la deposición de Juan XII, la elección de León VIII (963), a pesar de las protestas de los romanos, manifestaron la determinación del emperador de controlar el papado aplicando los derechos renovados del «privilegio otoniano». Pero si bien el emperador ejerció su tutela sobre la Santa Sede, identificó su causa con la de la Iglesia y pobló su propio gobierno de clérigos. La influencia de los clérigos aumentó sobre los sucesores de Otón I, más débiles.
Los otonianos no favorecieron el mantenimiento de la obra de su fundador. Otón II (973-983) tuvo dificultades con sus vasallos y chocó en su intento de extender efectivamente su autoridad a Italia del Sur, al sufrir la derrota de Cortona, cerca del cabo Colonna (982). Desde su advenimiento el papado le había dado grandes disgustos: la nobleza romana fue dirigida contra el emperador germánico por la potente familia de los Crescencios. Benedicto VI (973-974), elegido papa poco después de la muerte de Otón I, fue depuesto por el duque Crescentius, hijo de Teodora la Joven, encarcelado y estrangulado. El diácono Franco, ambicioso y sin escrúpulos, jefe del partido griego en Roma, fue designado para enfrentarse a la autoridad imperial. Tomó el nombre de Bonifacio VII (974). Al cabo de seis semanas, un enviado imperial, el conde Sicco, lo expulsó y huyó a Constantinopla llevándose el tesoro de la Iglesia. Crescentius murió en Roma con el hábito monástico. Benedicto VII (974-983), protegido por Otón II, tuvo un pontificado apacible. Por instigación del emperador fue reemplazado por Pedro, obispo de Pavía, archicanciller para el reino de Italia, que tomó el nombre de Juan XIV (983-984). Pero el emperador murió en Roma, donde había venido para hacer papa a Juan XIV, a la edad de 28 años en 983, dejando un niño de tres años bajo la tutela de Theófano, y fue enterrado en San Pedro.
Aprovechándose de los desórdenes que siguieron a la muerte del soberano, Bonifacio VII regresó de Constantinopla, tomó asiento en Letrán, expulsó a Juan XIV y lo encerró en el castillo de Sant' Angelo e hizo que muriera. Pero un año después, el usurpador murió repentinamente, posiblemente envenenado; fue reemplazado por Juan XV, de la familia de Crescentius. Los romanos se aprovecharon de Otón III y de la revuelta de su primo Enrique de Baviera.
Juan XV (985-986) no tenía gran personalidad y fue criticado por su nepotismo y por su debilidad por los regalos. Dejó que Crescendo II, llamado Nomentanus, gobernara Roma del mismo modo que anteriormente lo había hecho Alberico como «senador, duque y cónsul de los romanos». No quiso entrar en conflicto con la emperatriz Theófano, que ejercía la regencia por su hijo menor Otón, nacido en 980. En el exterior, Juan XV o sus consejeros trataron de intervenir. Impusieron la paz entre Ricardo I de Normandía y el rey anglosajón Aethelredo ante la pujanza de los daneses. Pero Juan XV rehusó reconocer a Gerberto de Aurillac, nombrado para la sede de Reims por Hugo Capeto (991). La tutela de Crescencio se hizo a su vez insoportable y Juan XV se dirigió a Otón III y lo declaró mayor de edad en 995.
ÁLVAREZ GÓMEZ, JESÚS. (2001). HISTORIA DE LA IGLESIA. MADRID: BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS
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