ESTRUCTURA SOCIAL DE PALESTINA EN EL SIGLO I

Jesús de Nazaret

ESTRUCTURA SOCIAL DE PALESTINA EN EL SIGLO I

Propagación del cultura griega y el choque con la cultura judía

Advenimiento de Alejandro Magno

Hacia el 530 a.C. bajo el reinado de Ciro el grande, los persas dominaban un imperio que se extendía desde la India hasta el Mediterráneo. Los persas eran tolerantes en materia religiosa, por lo que permitieron el regreso de los hebreos a Judea y la restauración del templo de Jerusalén en el 515 a.C.

Alejandro Magno, rey de Macedonia (Grecia) inicio la conquista del Imperio Persa en 333 a.C., y derrota a Darío III en la batalla de Arbela en 331 a.C.


Alejandro magno
La derrota de los persas en manos de Alejandro Magno, trajo consecuencias importantes en la vida judía. Alejandro conquistó Judea en el 332 a.C., los judíos pasaron a ser sometidos ahora por los Griegos, la diferencia fue significativa, ya que la libertad religiosa que mantenían los persas con Alejandro no sería igual, ya que este decidió propagar la forma de vida griega, sus instituciones, lengua, normas e ideas. Los nuevos conquistadores estaban dispuestos a imponer su cultura en toda sus zonas de influencia, por lo que fundaron nuevas ciudades de tipo griego y las que reconstruyeron lo hicieron bajo el modelo griego, la cultura implica desde luego el aspecto religioso, los dioses griegos impregnaron en las ciudades y panteones, pero el principal medio de difusión de la cultura lo fueron las escuelas y el entretenimiento, la educación y los famosos teatros griegos proliferaron en todos los territorios dominados. A la muerte de Alejandro el reino se dividió entre sus generales, los más importantes fueron el de Siria, bajo la dinastía Seléucida, y Egipto, bajo la Tolemaica, Judea se encontró en el campo de batalla de estos dos reinos, pero algo fue común, ambos influyeron con su cultura a los judíos. Los judíos estaban divididos frente al helenismo, por una parte los que aceptaban la influencia recibida, y por otro lado los que tenían un fuerte rechazo a la influencia helena.

Los Hasmoneos y los jasidim

Las familias más acomodadas y en las zonas urbanas recibieron con mayor agrado la cultura helena; el grueso de la población mantenía su identidad con la tradición y los valores del judaísmo, por lo que solamente se requería una chispa para que iniciara el enfrentamiento entre Helenismo y Judaísmo. En el año 167 a.C. los seléucidas iniciaron en Judea una persecución religiosa prohibiendo las costumbres judías, no podían observar los mandamientos, realizar circuncisiones, estudiar o poseer una Torá, observar el Shabat y otras fiestas, así como la nueva obligación de adorar a los ídolos de los invasores y construir sus altares. Tolerar al invasor, convivir con ellos, negociar e inclusive imitar su forma de vida era aceptable para la mayoría, pero atentar contra su propia identidad y el medio de cohesión que los había mantenido unidos durante casi 1500 años era lo último que podían soportar, la chispa de la rebelión incendió la yesca del nacionalismo judío en el 166 a.C. e inició la guerra, la organización de esta iniciativa y defensa del judaísmo estuvo a cargo del sacerdote Matatías y sus cinco hijos, llamados los Macabeos y un grupo religioso tradicional conocido como los jasidim («piadosos»). En el 164 a.C. los Macabeos capturaron Jerusalén, purificaron el templo y restituyeron las actividades religiosas, además de que la línea de sumos sacerdotes fue reemplazada por la familia de los Macabeos, iniciando la dinastía conocida como Hasmoneos, nombre de la familia de sus ancestros.

Los Hasmoneos llevaron a Judea a una independencia de la que no gozaba desde hacía 450 años, pero al poco tiempo se aliaron con los Seléucidas, si antes habían luchado contra ellos y la helenización, ahora los Hasmoneos dependerán en gran parte del favor de los reyes seléucidas para conseguir sus propias prerrogativas. Judea fue un Estado súbdito del Reino Seléucida.

El Reino Hasmoneo estuvo marcado por una doble tendencia que combinó las instituciones y maneras de las tradición judía y la helenística, lo que causaría muchas contradicciones. No quiere decir esto, necesariamente, que los Hasmoneos renegaran de la tradición sino que adaptaron la Ley Mosaica a las circunstancias para conseguir sus propias prerrogativas.

Los gobernantes Hasmoneos se helenizaron de forma que la disputa ya no era entre helenizantes y no helenizantes, sino entre los mismos judíos, los más píos u ortodoxos (hasidim) y los menos píos y colaboracionistas (los Saduceos). Además intentaron combinar los cargos de las esferas religiosa y civil bajo el poder civil, en detrimento del poder sacerdotal.

Los jasidim, que habían apoyado la resistencia macabea, se opusieron a los Hasmoneos, ya que los consideraron traidores a la causa de Dios. Los Hasmoneos encontraron apoyo en el grupo de los Saduceos.

Partidos y divisiones sociales en Israel

En tiempos de Jesús no había ya jasidim. Pero el movimiento de los mismos demostró ser una especie de embalse del que dimanó la mayoría de los grupos religiosos que se hallaban difundidos en la época de Jesús y que se mencionan casi todos ellos en los evangelios. Los presentaremos ahora brevemente.

Los Esenios


Qumrán
En 1947 aconteció un hallazgo sensacional, junto al Mar Muerto se encontraron una serie de manuscritos que describen a la llamada comunidad monástica de Qumrán, esta era una comunidad de esenios. Además de la comunidad de Qumrán existían otras comunidades de esenios diseminadas por todo el país.

La fundación de la comunidad del mar Muerto debe atribuirse al «Maestro de justicia». Con este nombre honorífico se le conoce en los manuscritos. No se nos dice cuál fue su verdadero nombre. Se trata de un sacerdote del templo de Jerusalén, que irritado se apartó del templo e invitó a retirarse al desierto según aquellas palabras de Isaías: «Allanad para nuestro Dios un camino en la estepa» (40,3). En opinión suya, el culto del templo se había envilecido bajo el ministerio sacerdotal de la época hasmonea. La retirada al desierto debió de tener lugar hacia el año 150 a.C.

La finalidad de aquella segregación fue la de conservar y restaurar en un espacio reducido la santidad del pueblo. La comunidad aprendió a comprenderse a sí misma como el resto santo de Israel, como el verdadero pueblo de Dios en medio del pueblo, en quien Dios ha actuado nuevamente para salvación. Dios ocultaba su rostro delante de Israel y de su santuario, por la infidelidad de ellos, ya que le habían abandonado. Y Dios los entregó a la espada. «Sin embargo, él se acordó del pacto con los antepasados e hizo que quedara en Israel un resto. No lo entregó a la destrucción» (Dam 1,3-5). Dios concertó con ellos un nuevo pacto (Dam 8,21; 19,34; 20,12).

Este acto de segregación tiene concretamente la finalidad de excluir toda contaminación debida al contacto con las demás personas del pueblo. Hay cierto número de prescripciones que trataban de garantizarlo. No se permiten las relaciones económicas ni la comunión de mesa con los de fuera. Tampoco se pueden aceptar regalos. En Qumrán se vive en régimen de comunidad de bienes y cada miembro de la orden renuncia a poseer bienes personales, ello está al servicio —más que nada— no de la realización de un ideal de pobreza sino de la salvaguardia de la santidad del culto.


Localización de Qumrán
 
A los nuevos miembros se les somete a prueba, haciéndoseles pasar por pruebas rigurosas. Tienen que hacer un noviciado de dos años, antes de ser admitidos como miembros de pleno derecho. La comunidad está estructurada jerárquicamente. Sacerdotes y levitas desempeñan las funciones más destacadas. Pero hay además un consejo de los doce. Habrá que entenderlo como una especie de gremio de laicos, mientras que debía de existir un grupo de dirigentes, compuesto por tres personas de la clase sacerdotal. En el Documento de Damasco vemos que hay un dirigente de la comunidad (mebaqqer), cuyas funciones ministeriales recuerdan las del obispo cristiano.

Los Fariseos

Los fariseos procedieron del movimiento de los jasidim. Su nombre de «fariseos», de perusim (= los segregados) estará relacionado con el hecho de que se hubieran separado externamente de otro grupo —que entonces sería el de los jasidim— o de que se hubieran separado internamente del resto del pueblo, lo cual es más probable. Sin embargo, los fariseos no llevaban tan lejos su segregación como los esenios. Permanecen en las ciudades y las aldeas. Siguen asistiendo al templo.

No obstante, su objetivo más destacado era también la santificación y pureza del pueblo. La característica principal del fariseísmo era la observancia de las leyes de pureza ritual del culto, incluso fuera del templo. El culto se convirtió en la metáfora central. Esto significa que los preceptos de la pureza sacerdotal se observaban también en la vida cotidiana. La vida cotidiana quedó ritualizada y de esta manera santificada. Esta forma de adoración de Dios, asociada con numerosas limitaciones y ejercicios obligatorios, atestigua seriedad y dignidad. La Ley, con respecto al culto del templo, aparece ahora en un lugar central.

Junto a la Ley se hallaba la tradición. En su esfuerzo por observar la Ley, los fariseos crearon prescripciones interpretativas, tradiciones para la interpretación, que se llamaron más tarde la tradición de los antiguos, y que debía ayudar a observar la Ley mosaica en la vida cotidiana. El número de esas tradiciones no era exiguo. Y, sobre todo, se consideraban obligatorias en la misma manera en que lo eran los preceptos de la Ley. Había entre ellas numerosas prescripciones relativas al sábado, como por ejemplo la determinación del número de pasos que se podía andar en día de sábado sin quebrantar el mandamiento del descanso sabático, el camino de un sábado (véase Hechos 1,12).

Flavio Josefo atestigua la fe de los fariseos en la pervivencia del hombre después de la muerte. Según el fidedigno testimonio de Hechos 23,8, creían en la resurrección de los muertos. En sus expectaciones escatológicas dirigían su esperanza hacia la venida del mesías-rey de la familia de David. Por medio de él será liberado Israel de toda tribulación y opresión.

Frente a la expectación de la cercanía del tiempo mesiánico de la salvación, vemos que los fariseos eran de reservados a escépticos, teniendo en cuenta los desengaños con que aquellos sectores habían tenido ya que cargar. Este factor pudo hacerles también reservados frente al movimiento de Jesús como movimiento escatológico. No obstante, se mantenían abiertos para una llegada escatológica del reinado de Dios. En este aspecto los fariseos eran «escépticos que no renunciaban». Por lo que respecta a las personas concretas, los fariseos contaban con que habría un juicio escatológico con una retribución individual con arreglo a las obras. A este respecto habían desarrollado la idea de un tesoro celestial en el que se iba depositando, por decirlo así, las obras de caridad y las buenas acciones. Esta idea la hallamos también en los evangelios (Mt 6,20s; 19,21 par; Le 12,33s). Podemos suponer que la actitud interna de los fariseos con respecto a la expectación del juicio estaba caracterizada tanto por la confianza en la propia «justicia» como también en la necesidad de acogerse a la divina misericordia.

En su religiosidad seria, en su tendencia a la santidad, en su vida que no se apartaba de la pública notoriedad, los fariseos gozaban de gran respeto y aprecio en amplios sectores de la población. Josefo señala que su influencia en el pueblo había llegado a ser tan grande, que todas las cuestiones relativas al culto divino, las oraciones y los sacrificios, se llevaban a cabo según las instrucciones de los fariseos. A esto se añadía el que los fariseos, como movimiento de laicos, estaban abiertos para todos. Precisamente en este punto debieron de ejercer particular atractivo. En cuanto a iu actitud política, no estaban completamente acordes. Seguían sintiéndose aquí las viejas diferencias de opinión de los asideos. Por un lado, se pensaba que se podría tolerar un régimen político mientras éste no interviniera en los asuntos religiosos. Aunque fuera el dominio por una potencia extranjera. Por otro lado, se podía poner tan en primer plano la soberanía única y el reinado absoluto de Yahveh, que tuviera que verse como reprobable toda colaboración con un poder extranjero. En el ala izquierda de los fariseos se hallaban los samaítas o partidarios de las enseñanzas de Samay.

No estaría completa la imagen de los fariseos, si no mencionáramos a los escribas (o doctores de la Ley). En los evangelios los encontramos constantemente con nombres diversos: doctores de la ley(Lucas 7,30), maestros de la ley (Lucas 5,17), y escribas. Se trata de una profesión en la que, con arreglo a la doble función de la Biblia como código jurídico y libro religioso, los que la ejercían impartían enseñanzas teológicas y administraban la justicia. Fundaron escuelas teológicas, en las que formaban a alumnos para que fueran igual que ellos. Eran los predicadores más adecuados para hablar en día de sábado en las sinagogas. Con frecuencia debieron de ejercer la profesión de escribas como profesión adicional, junto a la práctica de un oficio manual (como el apóstol Pablo), o disponían de suficientes bienes de fortuna para poder dedicarse por completo a la enseñanza. Pero esto debieron de poder permitírselo muy pocos. El libro del Eclesiástico (Eclo 38,24 - 39,11) pone en guardia al maestro de sabiduría contra el ejercicio de una doble profesión. Así que algunos escribas dependían, seguramente, del apoyo ajeno y de los donativos que recibían. La mayoría de los escribas de tiempos de Jesús pertenecían al partido de los fariseos. Esto, con seguridad, acrecentó más aún la influencia y la importancia de los fariseos. Pero entre las filas de los saduceos había también escribas.

La influencia de los fariseos, en tiempo de los gobernadores romanos, fue inferior en comparación con la de los saduceos. Aunque los saduceos eran el grupo judío más poderoso políticamente, sin embargo se veían obligados a tener en cuenta a los fariseos, a causa del prestigio de éstos entre el pueblo.

Los zelotes

Los zelotes, como partido independiente, procedían de los fariseos, concretamente del ala izquierda y samaíta de los fariseos. Josefo dice de ellos que estaban de acuerdo con los fariseos en todas las demás cosas, sólo que con gran tenacidad se aferraban a la libertad y reconocían únicamente a Dios como su soberano y rey. La aparición de los zelotes está asociada con un suceso político especial: con el censo realizado por los romanos en Judea, y que fue llevado a cabo por el primer gobernador Coponio y por el legado de Siria Quirinio. Un hombre de la Gaulanítide llamado Judas y un fariseo llamado Sadduc hicieron un llamamiento contra esa medida y para la formación de un nuevo grupo. El hecho de que al primero se le conozca también con el nombre de Judas el Galileo, demuestra que Galilea era especialmente sensible a estas ideas. También Judas debió de ser fariseo y escriba.

Sus voces de protesta tenían motivación teológica. También ellos estaban interesados en la santidad de Israel. Su consigna suprema era conseguir el reinado absoluto de Yahveh, reinado que no permitía que Israel estuviera esclavizado a un poder pagano. En este sentido entendían el primer mandamiento del decálogo y daban así una interpretación concreta a aquello de «¡Escucha Israel! ¡El Señor, nuestro Dios, es el único Señor!» (Dt 6,4), palabras que todo israelita recitaba diariamente. La figura de Finees o Pinjas (Núm. 25), de la generación de los que anduvieron peregrinando por el desierto, se convirtió en su ídolo, porque también él, con celo santo y con violencia, había intervenido espontáneamente por la gloria de Dios. Su nombre de «zelotes», personas celosas, que ellos mismos se habían dado probablemente, explica muy bien su actividad, porque el celo por Dios y por la Ley, que los caracterizaba, había sido siempre un timbre de honor. Su manera de pensar y de comportarse se comprenderá únicamente si tenemos en cuenta que Dios y el pueblo, el honor de Yahveh y la libertad del pueblo, se consideraban como inseparables y que, por tanto, la humillación del pueblo suponía al mismo tiempo la humillación de Yahveh.


Zelotes atacando soldados romanos.
 
Por lo que llamaron la atención inmediatamente fue por el empleo de la violencia, con la cual creían que allanaban los caminos para el reino de Dios. Es verdad que estaban convencidos de que, en último término, es Dios solo el que crea la salvación. Pero, a la manera de un modelo sinergético, Dios había querido depender de la cooperación de los hombres. Esto iba acompañado por una rigurosa práctica de la Torá, por la disposición para sufrir el martirio, el cual les anunciaba la cercanía del reino de Dios, y por la idea de la guerra santa. Además, el movimiento de los zelotes tenía carácter de revolución social. A los pobres y a los oprimidos les prometían que, con la llegada del reino de Dios, volverían a alcanzar sus derechos y Dios establecería un nuevo orden. Su rigorismo en observar la Torá iba emparejado, siempre que fuese necesario, con la renuncia a los bienes.

El efecto que causaban en el pueblo lo describiremos en términos de creciente simpatía, sobre todo entre la población rural, que vivía en gran parte en estrecheces. Pero finalmente llevaron ai pueblo a la guerra con Roma, que comenzó tres decenios y medio después de la muerte de Jesús y que significó para Israel la catástrofe. A los zelotes los unía con los esenios la idea de la guerra escatológica santa. Pero una alianza no encuentra expresión visible sino en los primeros días de la guerra. Masada, situada en las cercanías de Qumrán, es símbolo de la conjura y de la destrucción. A los zelotes se los menciona también como grupo en los evangelios. Su influencia llega incluso al círculo de los discípulos de Jesús, donde hay un tal Simón el zelote (Lc 6,15; Hech 1,13).

Los saduceos


Los Saduceos.
Un cuarto grupo se destaca especialmente de los partidos que hemos mencionado hasta ahora: el de los saduceos. Los conocemos por los evangelios. Aunque en ellos se los presenta a veces juntamente con los fariseos (Mateo 3,7; 16,1.6.11s; 22,34), sin hacerse distinción entre ambos grupos, es importante tener en cuenta que se trata de personas muy diferentes. Ya en tiempos de los hasmoneos, unos y otros se comportaban de manera diferente. Los saduceos se mostraban como partidarios de los hasmoneos, a diferencia de lo que hacían los jasidim, los esenios y los fariseos. Al grupo de los saduceos pertenecían los notables y los ricos, los miembros de las familias de sumos sacerdotes y la aristocracia, aunque no hubiese mucha homogeneidad entre ellos. De este grupo salieron regularmente, durante los últimos setenta años de historia del Estado judío, los sumos sacerdotes, siendo el sumo sacerdote en funciones el supremo representante judío del poder. La posición de poder de los saduceos, atenuada todavía en tiempo de Herodes el Grande, porque no aceptaban la política romana universalista de éste, se consolidó en tiempo de los gobernadores romanos, con los que estaban dispuestos a colaborar. También para ellos era Israel un concepto sagrado. Pero creían que la santidad de Israel estaba garantizada por el templo, en el que se ofrecían los sacrificios válidos que expiaban los pecados del pueblo y del país. Un Estado nacional y particular con el templo, dentro de los confines del reino, tal como lo poseyó en otro tiempo el rey David, era para los saduceos el cumplimiento de la expectación de la salvación escatológica.

Así, en su pensar teológico aparecían como conservadores en el sentido de que rechazaban todas las innovaciones y, posiblemente, no reconocían como obligatorio más que el Pentateuco. Las tradiciones interpretativas de los fariseos, la tradición de los antiguos, no las aceptaban ellos. No compartían las esperanzas apocalípticas y escatológicas. En opinión suya no hay ni pervivencia después de la muerte ni resurrección de los muertos. La salvación se realiza dentro de la historia. También rechazaban la existencia de ángeles. En ello tenían plena conformidad con el «Antiguo Testamento» en su estadio primitivo.

Josefo cuenta de los saduceos que el destino del hombre lo hacían depender únicamente de la voluntad de éste, y no estaría determinado por Dios. Recibimos la impresión de que Josefo los quiere presentar a sus lectores helenísticos como una especie de epicúreos. En su actuación eran políticos realistas; en su manera de pensar podrían aparecer como «ilustrados» a los piadosos. En los juicios por delitos observaban una práctica jurídica bastante rigurosa. Su relación con los esenios era clara, ya que éstos se habían separado espectacularmente del templo y, por tanto, de ellos. En Qumrán se los consideraba como los obcecados «hijos de las tinieblas». Es difícil describir su relación con los fariseos. Ambos partidos, fariseos y saduceos, se habían visto obligados muchas veces a tener que arreglárselas juntos. Los saduceos poseían el poder; los fariseos tenían influencia en el pueblo. Así que tenían que tener consideración los unos con los otros. El nombre de «saduceos» se deriva de Sadoq, importante sacerdote entre los que andaban con David (2 Samuel 15,24), que procedía del linaje sacerdotal de los sadocitas. Posiblemente no fueron ellos mismos los que se dieron este nombre, sino que se lo impusieron con cierto acento polémico.

Situación Socio-económica

Palestina contaba aproximadamente con un millón de habitantes, habrá que distinguir entre Galilea (y Samaría), por un lado, y Judea y Jerusalén, por el otro. En el aspecto económico, el país se caracterizaba por la agricultura, es decir, por el cultivo del campo y por la ganadería, la artesanía y el comercio. Es obvio que en Galilea predominaba la agricultura, asociada —a orillas del lago— con la pesca, mientras que en el Sur y en Jerusalén ocupaba un lugar más destacado la artesanía y el comercio. Pero también en Judea había pastizales, campos de labranza y huertos, así como también en Galilea eran imprescindibles determinadas profesiones artesanales. Entre los oficios se contaban, por ejemplo, el de sastre, el de fabricante de sandalias, el de maestro albañil —José de Nazaret, como tekton (Mt 13,35), debe incluirse en este grupo—, carnicero, curtidor (véase Mc 9,3), panadero, herrero, alfarero. En Jerusalén había tejedores de telas finas. El valle de los queseros, que se encuentra en esa ciudad al oeste de la zona del templo, nos indica que existía el correspondiente oficio. Hay que contar además con un número nada reducido de desempleados. Pero nos resulta aquí absolutamente imposible dar cifras concretas.

Los niveles sociales de la población mostraban graves diferencias. En el nivel alto había una delgada capa social de grandes terratenientes, que podían permitirse tener en Jerusalén una mansión. En el nivel bajo se encontraba la masa de los pequeños labradores y los jornaleros.

Pero existía también una clase social media. A ella pertenecían los artesanos, los pequeños comerciantes y también los sacerdotes ordinarios (y los levitas), de los cuales debía de haber unos 7000. Estaban distribuidos en turnos que prestaban servicio religioso por semanas. La mayoría de ellos ejercían su ministerio sacerdotal muy raras veces, de manera que era imposible que vivieran del templo. Se veían obligados, por tanto, a ejercer también otro oficio. La mayoría de ellos no podían permitirse residir en la capital. Jericó se consideraba como ciudad de residencia de sacerdotes. Esa clase social media debía de ser un factor estabilizador en la estructura social.

Las diferencias y oposiciones en las condiciones sociales se acentuaron por una distribución muy desigual de la propiedad de las tierras, las cuales —por la concentración de la propiedad rural— quedaron en gran parte en manos de unos cuantos. La mayor extensión de propiedades, en tiempo del rey Herodes el Grande, la tenía el rey mismo. Pero la cosa no cambió, cuando pasó el poder a sus hijos. Sospechamos que ellos se reservaron las tierras más fértiles. Sabemos de Herodes Antipas que él, anualmente, sacaba de Galilea y de Perea un rendimiento económico de 200 talentos. Los bienes de Arquelao fueron vendidos después de su destierro. Es verdad que no sabemos quiénes fueron los compradores, pero debieron de ser personas con grandes capitales. Podía ocurrir también —así sucedió ya en la época de los Seléucidas— que el rey concediera en feudo tierras a personas beneméritas de su entorno (ministros, militares).

Los papiros de Zenón nos ofrecen una interesante perspectiva de cómo se administraban esos bienes. Zenón es un encargado de Apolonio, el cual ha sido investido por el rey de Egipto del puesto de ministro de hacienda. Apolonio posee en Galilea, concretamente en Bet-Anat, una finca, que fue visitada y examinada por Zenón, en los años 260/259 a.C, acompañado por un considerable personal de griegos, y que además hizo muchos otros negocios. Se nos ha conservado una lista de entrega, que hace referencia a barriles encerados y cántaros empecinados que contenían vino. Sospechamos que Apolonio había arrendado las tierras a labradores galileos y hacía que ellos las trabajasen. Un papiro nos informa de los esfuerzos del encargado por doblegar a los labradores, que ponían dificultades para hacer las entregas. Tenemos así una imagen que concuerda ampliamente con las circunstancias que se presuponen en la parábola de los viñadores rebeldes (Mc 12,1-9 par). También en este caso se trata de una viña arrendada por un propietario extranjero a viñadores galileos que ponían dificultades a la hora de pagar la renta.

Existe, además, la economía del oikos. En ella un administrador actúa en nombre del propietario que vive fuera o en el extranjero. Tiene que preocuparse de los trabajadores y de los esclavos y, naturalmente, tiene que rendir cuentas al amo. También la economía del oikos se refleja en algunas parábolas (Lc 12,42s; 16,1-8; Mc 13,34s).

Con la formación de grandes latifundios llega también el auge de la exportación, que consistía principalmente en productos de la naturaleza como aceite, vino, aceitunas y cereales. La red de caminos, promovida por los romanos, era relativamente buena. Había una calzada que salía de Cesárea del Mar, cruzaba Galilea (vía maris) y llegaba a Damasco; también Jerusalén estaba unida por una calzada con la ciudad portuaria. La prosperidad del comercio se ve también por el hecho de que Herodes el Grande hiciera construir el puerto de Cesárea, denominada anteriormente Torre de Estratón. La fundación de la nueva ciudad tiene lugar en el año 10 a.C. Los grandes terratenientes disponían de buenas relaciones con el extranjero. El Imperium Romanum y la Pax Romana favorecieron el comercio internacional. En Hech 12,20 se hace referencia de pasada a negocios de exportación que eran propiedad del soberano. Herodes Agripa mantenía esas relaciones comerciales con las ciudades costeras de Tiro y de Sidón, que importaban víveres del país del soberano. En Jerusalén había mercado periódicamente: mercado de cereales, de ganado, de frutos y de madera. Había también una lonja para subastas, en la que se exponían esclavos y esclavas y se los ofrecía a la venta. Por los evangelios conocemos la feria o mercado anual que se celebraba en el atrio exterior del templo, y que estaba relacionada con la fiesta de la pascua y comenzaba unas tres semanas antes de la fiesta. Las ganancias obtenidas con la exportación iban a parar principalmente a los ricos.

Los impuestos

Los múltiples impuestos se experimentaban como una carga especialmente abrumadora. El tributo de dos dracmas que había que pagar al templo, lo sentían las personas religiosas como la cosa más natural, tanto más que los recaudadores judíos voluntarios de ese impuesto consideraban esa función como un timbre de honor (Mt 17,24-27). Los aranceles cobrados por los «publicanos» o recaudadores de impuestos, tenían por objeto el cobro de tributos indirectos, no habituales, sobre todo los arbitrios con que se cargaba a las mercancías al cruzar las fronteras del país, y también los arbitrios que había que pagar en el mercado y los derechos de peaje. Los «publicanos» o recaudadores arrendaban la recaudación de esos tributos y tenían así la ocasión de aumentar su cuantía y llenar de este modo los propios bolsillos. De ahí la impopularidad de esas personas y su equiparación con los pecadores públicos.

Los que más pesaban sobre la gente eran los tributos ordinarios. Los romanos consideraban las provincias conquistadas como bienes que eran propiedad de Roma. Por tanto, los habitantes de las provincias, que sólo gozaban del usufructo de esos bienes, tenían que pagar tributos. Se trataba, en lo esencial, del tributo sobre el terreno y de la capitación o impuesto sobre los individuos (tributum agrí et capitis). Sobre la cuantía de esos impuestos no estamos informados con seguridad. En Sicilia el impuesto sobre el terreno consistía en una décima parte de los productos del campo. El impuesto de capitación estaba graduado según el nivel social. Para determinarlo, se llevó a cabo un censo al crearse la provincia de Judea.

Las viviendas

Muy significativo para conocer la situación social de las personas es su tipo de vivienda. La casa de una aldea constaba a menudo de una sola habitación en la que estaba alojada toda la familia, y en ella hacía la vida y dormía. Diversas parábolas nos permiten ver cómo era esa casa. Bastaba una luz puesta sobre el candelero, para iluminar toda la casa (Mt 5,15). Cuando una mujer pierde una moneda, enciende esa luz y barre la casa para encontrar la moneda perdida (Lc 15,8). Es preciosa la parábola del amigo inoportuno con sus peticiones, y que habla de un hombre que se había echado ya a dormir, él y sus hijos, y que había trancado la puerta y no quería que le molestasen (Lc 11,5-7). Cuando había algo de ganado, éste podía estar alojado también dentro de la casa. El lugar donde habitaban las personas se hallaba entonces un poco elevado. El techo estaba cubierto con cañas, paja y ramas, de forma que podía hacerse fácilmente un boquete (Mc 2,4). Hemos de imaginarnos que las paredes de la casa se hacían de barro o de ramas secas. En cambio, la casa urbana de Jerusalén tenía dos plantas. Encima de la primera planta había otra habitación superior (hyperoon), que ocupaba toda la superficie de la casa, y a la que se llegaba por una escalera exterior. En una habitación como ésa se reúnen los apóstoles según Hechos 1,13, y quizás lo hace también Jesús, cuando se reúne con los Doce para celebrar la cena (Mc 14,14). Los edificios a manera de palacios tenían un antepatio de regulares dimensiones con un pequeño pórtico (Mc 14,68).

Los marginados de la sociedad palestina

Los pobres

La mayor parte de la población estaba compuesta por gente pobre, entre quienes se encontraban:

Los campesinos: Los campesinos eran considerados por los sacerdotes como ignorantes de la Ley e incapaces de cumplirla. En algunos casos los campesinos trabajaban juntamente con sus familias las escasas tierras que les pertenecían.

En muchos casos los campesinos arrendaban la tierra. El arrendamiento podía ser de dos tipos: (1) de arrendamiento parcial, el dueño del terreno arrienda la tierra o la viña y hace que su encargado vigile la cosecha. El arriendo consiste en que se le ha de entregar un tanto por ciento fijado de la cosecha, que naturalmente tendrá una cuantía diferente en distintos años. Por eso, el propietario tiene que estar presente en la recolección o ha de hacer que alguien la vigile, y (2) se fija de antemano el arrendamiento que hay que pagar por una parcela de terreno.

Jornaleros: Estos últimos llevaban la peor parte. Vivían al día; no solían encontrar trabajo sino por poco tiempo o para una sola jornada, y tenían que esperar día tras día a que alguien los contratase. Como los describe la parábola de los trabajadores de la viña, andaban ociosos por la plaza del mercado a ver si salía alguna cosa (véase Mt 20,1-16). Los jornaleros no sólo podían ofrecerse para trabajar en el campo, sino también para la pesca y para otros menesteres. De Zebedeo, padre de Santiago y Juan, nos enteramos que tenía jornaleros para la pesca (Mc 1,20). El jornal de un día de trabajo solía ser un denario.

Esclavos: Como en todo el mundo antiguo, también había esclavos en Israel. Hay que comprender toda la dureza que suponía vivir en condición de esclavo. Ser esclavo significaba ser propiedad de otra persona. La existencia de esclavos en Israel se nos confirma también indirectamente por medio de las parábolas que leemos en los evangelios sinópticos. El correspondiente término griego de doulos debemos traducirlo en lo posible por «esclavo», no por «siervo », a fin de no proyectar sobre la época de Jesús condiciones sociales que se darían más tarde. Es verdad que la situación de los esclavos en el hogar judío era menos dura que en un hogar griego o romano. Al menos, así sucedía con los esclavos judíos. Además que el número de esclavos en todo el país no debió de ser tan elevado, otra vez en comparación con el número de esclavos existente en Grecia y, sobre todo, en Roma. El esclavo judío tenía conciencia de hallarse bajo la protección de la Ley, y tenía que ser tratado como un jornalero que vendía su trabajo. De esta manera podía llegar a tener una cantidad modesta de bienes. Sobre todo, el año sabático le concedía la libertad. En todo esto se manifiesta un rasgo humanista de la Ley. Pero la situación era muy distinta en lo que respecta a los esclavos paganos. No disfrutaban de los privilegios judíos. No raras veces se esforzaban por ser admitidos como prosélitos en la sinagoga.

Mendigos: No había pocos mendigos, como nos lo confirman los evangelios. Entre los mendigos se contaban sobre todo personas enfermas e incapacitadas para el trabajo, como los ciegos y los paralíticos. En la calzada por la que pasaban los peregrinos, y en Jerusalén, había puestos preferidos por los mendigos, como por ejemplo ante el pórtico del templo (Hech 3,2). El mendigo ciego Bartimeo está sentado, cerca de Jericó, a la orilla de la calzada por la que pasan los peregrinos (Mc 10,46). Entre esas personas desgraciadas debió de encontrar Jesús oyentes atentos. La limosna era una de las tres prácticas fundamentales de la piedad judía, junto con la oración y el ayuno.

Raras veces llegaban días de alegría a la vida triste de esas personas. Esos días eran las fiestas religiosas, los varios días que duraban los festejos de una boda, la hospitalidad que se prestaban mutuamente, y que hacían que irradiara un poco de luz sobre la sombría existencia de aquellas gentes. El derecho sucesorio contribuía a empeorar más aún la situación de los descendientes. Porque era siempre el hijo mayor el único que heredaba la casa y la granja, que nunca se repartían. Los demás hijos tenían que contentarse con una parte de los bienes muebles. Esto explica a su vez la gran diáspora judía, porque muchos preferían abandonar su lugar de origen y marchar al extranjero.

Las mujeres


Mujer judía
La sociedad estaba estructurada patriarcalmente. El hombre era el dueño y señor de la casa. En el aspecto jurídico la mujer se veía muchas veces menoscabada. Se consideraba como propiedad del marido. Estas relaciones entre marido y mujer, basadas en el derecho de posesión, encuentran expresión en el decálogo, donde se hallan yuxtapuestas estas dos prohibiciones: «¡No codiciarás la casa de tu prójimo! ¡No codiciarás la mujer de tu prójimo ni su siervo ni su sierva ni su buey ni su asno ni nada que sea de tu prójimo!» (Éx 20,17). Esa manera de ver las cosas no había cambiado para nada. Por el contrario, dentro del derecho conyugal, había conducido a la opinión de que el hombre cometía adulterio siempre que deshiciera un matrimonio ajeno, pero no cuando era infiel a la propia esposa. La esposa se consideraba adúltera aun en el caso de que tuviera relaciones con un soltero. Divorciarse resultaba relativamente fácil. En concreto se trataba siempre de repudiar a la mujer, es decir, de que el hombre la echase de la vida conyugal. La mujer no tenía la posibilidad de disolver el matrimonio.

Es difícil decir hasta qué punto se practicaba el divorcio en tiempo de Jesús. Los fariseos admitían el divorcio. Pero dentro de las diversas escuelas se propugnaban normas jurídicas de diferente rigor. Los discípulos de Hilel creían que era lícito el divorcio en el caso de que la mujer hubiera dejado que se quemase la sopa. Entre los esenios el divorcio estaba muy mal visto. En lo que respecta a su posición social, la mujer estaba relegada al hogar. El marido apreciaba a una buena ama de casa. En la literatura sapiencial se alaba a esta clase de mujer: «Mujer hacendosa, ¿quién la hallará? Su valor supera en mucho al de las joyas. En ella confía el corazón de su marido y no carecerá de ganancias. Ella le trae bien y no mal todos los días de su vida. Busca lana y lino... Extiende su mano al pobre, y alarga sus manos al necesitado. No tiene temor de la nieve por los de su casa, porque todos los de su casa llevan ropa de lana...» (Prov. 31,10-31). Como el casar de las hijas era asunto del padre, uno se pregunta si podía existir el matrimonio por amor. De todos modos, poseemos en la Biblia el Cantar de los cantares en el que se ensalza con el más bello lirismo el amor entre dos jóvenes enamorados. También en la educación las muchachas llevaban la peor parte. Aprender la Torá era cosa de los muchachos varones. La educación, desde la primera infancia, estaba en manos del padre. Las mujeres no podían heredar y no eran aceptadas como testigos en un juicio. No tenían acceso a los festines en que había invitados. Sólo podían hacer acto de presencia en la cena del sábado y en la de pascua. La presencia de mujeres en un convite de hombres era cosa inusitada y chocante (véase Mc 14,3 par; Lc 7,36-50). Entretener a los hombres con bailes, durante las comidas, era cosa de rameras (véase Mc 7,22 par).

Los enfermos


Leproso
Se pensaba que las enfermedades crónicas y, sobre todo, las deficiencias físicas, eran fruto de un castigo de Dios a causa de los pecados del enfermo o de sus antepasados. La ceguera, el defecto de una mano o un pie y especialmente todas las enfermedades de la piel eran consideradas enfermedades impuras, consecuencia de una maldición de Dios. Por ello el judío piadoso no debía compadecerse de esta clase de enfermos; debían ayudarles, pero con desprecio, ya que así pensaban seguir la misma actitud de Dios hacia ellos. A esos malditos de Dios, había que maldecirlos… El que los tocaba quedaba impuro, inhábil para dirigirse a Dios en la oración. Por eso se les prohibía entrar en las ciudades. Solo podían pedir limosna en las puertas de la ciudad o en los caminos. Y en el caso de los leprosos, o sea, todos los que tenían alguna enfermedad de la piel, no podían ni acercarse a los caminos, ya que se pensaba que si alguien los miraba contraía impureza legal; por eso se les obligaba a colgarse una campanita para que el que la escuchase desviara la vista y no quedase así impuro al verlo. Decían las reglas de los esenios: “Los ciegos, los paralíticos, los cojos, los sordos y los menores de edad, ninguno de éstos puede ser admitido a la comunidad… Ninguna persona afectada por cualquier impureza humana puede entrar en la Asamblea de Dios…” .

Los que desempeñaban oficios considerados "impuros"

También había marginados a causa del oficio o profesión que desmpeñaban:

Los publicanos: Herodes Antipas, etnarca de Galilea, se servía de un sistema de arrendamiento de la tributación. Los publicanos, que habían arrendado la recaudación de impuestos, se encargaban de cobrarlos para el etnarca. Por tanto, los telonai, en Galilea, eran más que simples recaudadores. Eran verdaderos exactores de impuestos (exigían y aplicaban los impuestos). El telonion («despacho de impuestos»), en el que se hallaba Leví desempeñando su oficio (Mc 2,14), podemos imaginárnoslo sencillamente como la mesa de un cambista en la que se efectuaban pagos y se expedían recibos.

Los campesinos: Estos en la mayoría de los casos ni siquiera podían cumplir las numerosas normas de la Ley. Un campesino no podía detener tres veces al día su trabajo para realizar complicados lavatorios rituales y poder así dirigirse a Dios con los rezos prescritos. Ni podian tampoco cumplir la observancia del sábado, en el que no se podía trabajar absolutamente nada, ni curar, ni cocinar, ni aun casi ni caminar. 

Los pastores: No podían ser testigos en un juicio ni ocupar ningún cargo público. Se les miraba como gente ladrona y mentirosa.

Los curtidores de pieles: Parece que el oficio peor visto era el de curtidor de pieles. Tanto, que era el único caso en el que se permitía a una mujer divorciarse de su marido: si éste era curtidor. Sólo conociendo este desprecio se puede apreciar el mensaje de Pablo cuando dice que se ha hospedado en casa de un curtidor de pieles: fue a buscar la casa del más despreciado…

Los gentiles y los pecadores públicos

Los gentiles eran aquellos que no eran judíos. Era muy importante la pertenencia plena a Israel. Los registros genealógicos que leemos en los libros de Esdras, Nehemías y de las Crónicas nos muestran el valor que se atribuía al hecho de pertenecer al pueblo de Israel por la sangre que se llevaba en las venas. Para los sacerdotes era importante el conocimiento de su genealogía. Para determinados oficios honoríficos como el de presidente de la comunidad, colector de limosnas, miembro del sanedrín, se elegía preferentemente a israelitas de pura estirpe. Los evangelistas Mateo y Lucas se esfuerzan por establecer un árbol genealógico de Jesús.


Adultera
Los pecadores públicos (prostitutas y adulteros) eran discriminados y castigados severamente. En Deuteronomio 22,22 la Ley dice: "Si se sorprende a un hombre acostado con una mujer casada, morirán los dos: el hombre que se acostó con la mujer y la mujer misma. Así harás desaparecer de Israel el mal."

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