VIDA RELIGIOSA DE ISRAEL EN TIEMPOS DE JESÚS

Jesús de Nazaret

VIDA RELIGIOSA DE ISRAEL EN TIEMPOS DE JESÚS

La vida religiosa giraba en torno a tres instituciones: el templo de Jerusalén, las grandes fiestas y la sinagoga

El Templo de Jerusalén

Solo había un templo para todos los judíos del mundo, que iban a él al menos una vez en la vida. Era algo tan esencial en Israel que se podía definir al país como «el Estado del templo», ya que vivía de él y para él.

El templo de Jerusalén en el siglo I, fue el tercero en ser levantado sobre la cima del Monte Moria, colina, donde según una antigua tradición, Abraham se dispuso a sacrificar a su hijo Isaac. El primer templo fue erigido por Salomón hacia el 966 a.C., y fue destruido por Nabucodonosor el 596 a.C. Tras la vuelta de la cautividad Zorobabel levantó un segundo templo de sus ruinas (537 a.C.), pero en tan modestas condiciones que los ancianos que habían visto el antiguo Templo lloraban. Finalmente, en el año 19 a.C., el rey Herodes el Grande destruyó el Templo de Zorobabel para reemplazarlo por otro que sobrepasaba en esplendor, al de Salomón. El templo se terminó en el año 64 d. C. Seis años mas tarde, fue destruido por los romanos y no se ha vuelto a construir ningún otro en ese lugar. Hoy ocupa su sitio la mezquita de Omar.

Flavio Josefo nos describe así el templo construido por Herodes: «El exterior arrebataba los ojos y el espíritu. Por estar recubierto de oro, reflejaba desde el amanecer la luz del sol tan intensamente, que obligaba, a los que querían mirarlo, a apartar la vista. A los extranjeros que llegaban les parecía desde lejos una montaña de nieve, pues donde no estaba cubierto de oro brillaba mármol blanquísimo. En la cima estaba erizado de puntas de oro afiladas para impedir que se posaran las aves y ensuciaran el techo. Algunas de las piedras de la construcción tenían veinte metros de largo...» (De bello judaico, V, 222). Desde luego que cuando el forastero descubría la ciudad de Jerusalén, y en medio una torre de 50 m. de altura (15 pisos), quedaba impresionado.

El templo no consistía en una gran casa, sino en una plaza en forma de rectángulo irregular de 300 por 480 m.; situado en una colina (Sión), dominaba el resto de la ciudad. La gran plaza estaba rodeada de arcos o porches, pudiéndose entrar a través de ellos por nueve puertas. En los arcos se reunía la gente para la discusión, la enseñanza y el tráfico bancario correspondiente al pago de los tributos al templo (todo judío mayor de 20 años debe pagar dos días de trabajo anual al templo, viva donde viva) y la compra de víctimas para los sacrificios (vacas, corderos, palomas...).

A esta primera explanada podía entrar todo el mundo, hasta los no judíos (gentiles, la gente), pero una vez dentro, una nueva barrera avisaba con letreros en latín y griego que los no judíos no debían seguir entrando bajo pena de muerte. Pasada la barrera o muro, había otro que separaba el lugar de las mujeres del de los hombres. En el de los sacerdotes estaba el altar de los sacrificios (25 m. de lado y 7,5 m. de alto).


Modelo en 3D del Templo de Herodes
 
Lo esencial del culto consistía en quemar animales despellejados previamente. Detrás del altar estaba el santuario, es decir, un edificio cúbico de 50 m. de lado, que interiormente sólo tenía dos habitaciones separadas por una doble cortina (velo). En la primera, al entrar -«el santo»-, había un altar con incienso, la mesa de los panes de la proposición y el candelabro de los siete brazos. La otra habitación -«el santo de los santos» (superlativo hebreo que quiere decir: «lo más santo»)- estaba vacía; era el lugar de la presencia del Señor y sólo el sumo sacerdote entraba una vez al año, en la fiesta de «Yom Kippur».

El culto, es decir, el matar los animales y quemarlos tras quitarles la piel, era realizado por los sacerdotes (carniceros especialistas del templo), los cuales, por ello, ocupaban una posición especial en la sociedad, que nada tenía que ver con su situación económica. A la cabeza de ellos estaba el sumo sacerdote que, además de ser la suprema autoridad política, era en el terreno religioso el representante del pueblo ante Dios, intermediario entre Dios y el pueblo. Sus vestiduras las «custodiaban» los romanos, a pesar de las protestas judías por esta injerencia. A sus órdenes estaban el jefe del templo, el vigilante y tres tesoreros, de los que dependía ya el resto del personal. Disponía también de fuerzas de policía con poder de encarcelar. Se sacrificaban en el templo diariamente por culto oficial cuatro animales y muchísimos más privados, aunque no fuese fiesta.

Los sacerdotes, con traje de lino blanco, eran unos 7,200 divididos en 24 secciones, que intervenían por turno dos semanas al año y también en las tres grandes fiestas. Como carniceros, estaban obligados a guardar una serie de normas higiénico-religiosas para no provocar epidemias.

Fuera de estas ocasiones, el sacerdote, normalmente pobre, practicaba su oficio en el lugar donde vivía. No se accedía al sacerdocio por voluntad propia, o por vocación, sino sólo por herencia. Jesús no pudo ser sacerdote, porque su tribu no era tribu sacerdotal. Como ayuda a los sacerdotes, había unos 10,000 levitas que hacían de sacristanes, músicos, policías, etc.

Las Fiestas Religiosas

El año nuevo (Rosh Hashaná)

En el Éxodo, en su capítulo 12 se narra cómo Dios estableció el orden de los meses designando el de Nisán (‘Abib’) como el primero del año, para conmemorar la liberación de su pueblo y la Pascua, recuerdo  del ángel exterminador que “pasó” matando a los primogénitos egipcios y dejando con vida a los israelitas.  Este fue el primer calendario que usó el pueblo judío para fijar sus fiestas.

En tiempos de Jesús había un segundo calendario de uso civil u oficial que comenzaba con el mes de Tishrei (generalmente en septiembre y octubre). La fiesta de Rosh Hashaná marcaba el inicio de un nuevo año judío y formaba parte del período de arrepentimiento. Rosh en hebreo significa “principal o cabeza” y shanah significa “año”. Rosh Hashaná es la cabeza del año en el calendario civil y también se le conoce como el día de nacimiento del mundo, dado que el mundo fue creado en este día (Talmud, Rosh Hashanah 11a).

Según la tradición judía, se cree que Adán fue creado en este día (Mishnah, San Hedrin 38b). ¿Cómo se llegó a determinar que éste fue el día en que el mundo fue creado? Se basan en las primeras palabras del Libro de Génesis, “en el principio”, ya que cuando se invierten estas palabras, se lee Aleph b’Tishrei, es decir, “el primero de Tishrei”. Por lo tanto, a Rosh Hashaná se le conoce como el nacimiento del mundo, ya que la tradición nos dice que el mundo fue creado en ese día. Rosh Hashaná se conoce en la Torá como Yom Teruah, el Día del Sonido del Shofar (trompeta).

El Día de la Expiación (yom kippur)

Diez días después del año nuevo, días que debían ser de arrepentimiento y conversión, se celebraba el yom kippur, el día de la reconciliación, en el que el sumo sacerdote, revestido de vestiduras blancas, entraba en el lugar santísimo del templo.

Tan sólo en ese día podía él penetrar en dicho lugar, que era el situado más atrás en el edificio del templo y que se hallaba detrás de la segunda cortina. Y lo hacía para expiar con sangre de animales sus propios pecados, los de los sacerdotes y los del pueblo. En ese día se celebraba también el ritual del macho cabrío de Azazel o macho cabrío de los pecados, al que se enviaba al desierto y se lo despeñaba desde una roca, para que el pueblo quedase limpio de sus pecados.

Los diez días de arrepentimiento que transcurren entre Rosh Hashaná y Yom Kippur son la gran oportunidad que Dios concede a los hombres para que se reconcilien entre sí, salden sus deudas y se dispongan a pedir perdón.

Fiesta de los tabernáculos (Sukkot)

La Fiesta de los Tabernáculos es un tiempo para celebrar la presencia, el reposo, la bendición, el gozo y la gloria de Dios en medio de su pueblo.

Su nombre en hebreo es Sukkot (tienda, enramada, cabaña). Se celebra el 15 del séptimo mes (Tishrei). Se celebra por siete días y en el octavo había otra convocatoria (Levítico 23,34-43). Y se celebraba en el tiempo de la cosecha de los árboles (frutos).

Se celebraba en tiendas y enramadas. Y en su diseño y celebración se usaban cuatro diferentes tipos de ramas: Ramas con fruto de árbol hermoso, de palmera, de árboles frondosos y sauces.

Originalmente fue la fiesta de la vendimia y debió de celebrarse en los viñedos. De ahí lo de morar en cabañas (tabernáculos) y las numerosas manifestaciones de gozo festivo. Con el correr del tiempo, el objetivo principal de esta fiesta fue que el pueblo recordara que ellos habitaron en tiendas durante su travesía en el desierto; y que recordaran que Dios también habitó en medio de ellos en el Tabernáculo:

"Durante siete días habitaréis en cabañas. Todos los naturales de Israel morarán en cabañas, para que sepan vuestros descendientes que yo hice habitar en cabañas a los israelitas cuando los saqué de la tierra de Egipto. Yo, Yahveh, vuestro Dios". (Levítico 23, 42-43)


La dedicación del templo (januk·káh)

En el siglo II antes de Cristo, Israel estaba bajo el gobierno greco-sirio de Antíoco IV Epífanes, quien pretendió terminar con la observancia de los Hijos de Israel, para lo cual estableció una serie de leyes a fin de asimilarlos a la cultura griega de la época. Para ello declaró ilegal la observancia de los preceptos judíos, en especial la circuncisión, el Shabat y el estudio de la Torá, castigando a los transgresores con la pena de muerte.

No fueron pocos los miembros del pueblo judío que aceptaron esas disposiciones y comenzaron a “helenizarse”; es decir, asimilarse a la cultura griega abandonando la de su propio pueblo, mientras que otros trataban de adaptarse sin perder su peculiaridad.

Pero hubo un hecho que significó el inicio de una revuelta al poder de Antíoco, la profanación del Templo de Jerusalén, sacrificando un cerdo a un dios del panteón griego. Si bien en un comienzo fueron unos pocos, liderados por Matatías y luego por su hijo Judas Macabeo, enfrentaron a los griegos en forma de guerrillas desde las colinas de Judea, obteniendo un triunfo que puede considerarse milagroso debido a la disparidad de las fuerzas, que al cabo de tres años culminaron con la derrota del ejército más poderoso de aquella época y pudieron ingresar a la ciudad de Jerusalén, donde encontraron el Templo Sagrado en ruinas y profanado con ídolos.

Los macabeos lo limpiaron y el 25 de kislev (noviembre-diciembre), lo reinauguraron. Debido a que la palabra inauguración en hebreo es januk·káh, a partir de ese momento anualmente comenzó a conmemorarse esa victoria. Flavio Josefo la denomina la fiesta de las luces, «porque, contra toda esperanza, resplandeció para nosotros tal libertad».

La Pascua (pessah)

En tiempos de Jesús, la Pascua era la fiesta más importante de los judíos. Según Ex 12 y Dt 16, la Pascua es el «paso de Dios» para salvar a su pueblo de la esclavitud y llevarlo a la libertad. Según una tradición judía, la Pascua era asimismo aniversario de la creación.

Durante la pascua, se reunían 180,000 peregrinos en una ciudad que contaba según algunos 25,000 habitantes y pro­bablemente de 45,000 a 50,000. Como no todos estos pere­grinos podían alojarse en la ciudad santa, se ensanchaban sus límites en esta circunstancia y se englobaban en ellos las aldeas de los alrededores.

En la tarde del 14 de Nisán, los cabezas de familia venían al templo con un cordero para inmolarlo. Como no habla sitio suficiente en el patio de los israelitas para acoger a todos, se organizaban tres «servicios»: se ponían en fila ante los sacerdotes que tenían la misión de recoger la sangre de los animales para llevarla a su casa, desollaban al animal y lo asaban. Mientras tanto la esposa preparaba el banquete de la fiesta.

El rito fundamental de la Pascua era la cena en familia o en fraternidad, a base de cordero (signo de la compasión de Dios), pan ázimo (miseria sufrida), hierbas amargas (esclavitud) y salsa roja (trabajos forzados en Egipto). Se conmemoraba la liberación de la servidumbre de Egipto, la alegría por la libertad adquirida y la espera de la venida salvadora del Mesías. Las muchedumbres se agolpaban en Jerusalén. Los padres de familia iban oportunamente al templo con su correspondiente cordero para ser degollado en la parasceve (preparación) por un sacerdote. Era noche de rebelión y de «cuchillos largos» o de espadas. Pero, sobre todo, noche de esperanza escatológica en la liberación definitiva que llevaría a cabo el Mesías.

Fiesta de Las Semanas o Pentecostés (Shavuot)

El Shavuot conmemora el evento más importante en la historia judía: la entrega de la Torá en el Monte Sinaí. Esta fiesta inicialmente era una acción de gracias por la cosecha, con la que se finalizaba la recolección de trigo.

Comenzando en el segundo día después de la Pascua (Levítico 23,15) se hacían ofrendas de cebada todos los días –durante los 50 días que llevan a Shavuot. Este es un importante período de crecimiento e introspección, en preparación para la festividad de Shavuot, que llega 50 días después (siete semanas). Shavuot es el día en el que el pueblo judío estuvo parado en el Monte Sinaí para recibir la Torá, y como tal, requirió un período de preparación de siete semanas.

La entrega de la Torá fue un evento de inmensas proporciones que grabó indeleblemente al Pueblo Judío con un carácter, fe y destino únicos. Y desde que ocurrió este evento, los ideales de Torá – monoteísmo, justicia, responsabilidad – se han convertido en la base moral de la civilización occidental.

La Sinagoga

Si el servicio del culto divino se hallaba concentrado en el templo de Jerusalén, los fieles se reunían en las sinagogas —dispersas por todo el país—, especialmente los sábados, para pasar el día semanal de descanso en oración y escuchando la palabra de la Escritura y la predicación. Ese servicio divino, sin acto de culto, fue capaz seguramente de interiorizar la piedad del individuo y plasmarla personalmente. Los predicadores que hablaban en las sinagogas ejercían profunda influencia sobre la conciencia y la mentalidad del pueblo.

En arameo se solía designar a la sinagoga como keneset, que venía a significar “la congregación religiosa”. Aquí el significado estaba orientado al aspecto comunitario del vocablo. No se trataba de designar un lugar reservado para el culto, sino del acto de la reunión en sí. Lo importante para los judíos no era el lugar de culto. El único lugar de culto al que verdaderamente reverenciaban los judíos de tiempos de Jesús era el Templo de Jerusalén. Las sinagogas tan sólo eran un lugar donde reunirse para debatir los asuntos de interés comunitario, que casi siempre eran de índole religioso. Hay que decir que en los siglos siguientes, tras la destrucción del Templo, la actitud de los judíos hacia la sinagoga cambió hasta convertirla en centro de sus costumbres.

El origen de las sinagogas se remontaba a la época del exilio, y surgió como una forma de reunión para instruir y comunicar la Torá, los escritos propiamente judíos, y no perder de vista las costumbres judías en medio de tanta influencia extranjera. Es decir, no tenían originalmente la finalidad de servir al culto religioso, sino que todo consistía en una sencilla reunión social con fines didácticos y de estrechamiento de los lazos comunitarios. Sin embargo, en tiempos de Jesús era creencia generalizada que la institución de la sinagoga procedía del mismísimo Moisés.

El lugar solía ser una habitación rectangular con sus tres naves orientadas hacia Jerusalén. Tenía un armario para guardar los rollos de la ley, y su local servía, a veces, de escuela. Así como templo no había más que uno para todos los judíos del mundo, sinagogas podía haber varias en la misma ciudad (como «parroquias católicas»).

En Roma había 13 sinagogas y en Jerusalén, 480. La dirección de la sinagoga corría a cargo de un archisinagogo. La sinagoga tenía bienes propios, cementerio e incluso tribunal que podía imponer la pena de flagelación. Con un fondo común se ayudaba a los pobres de esa sinagoga. Cumplía por tanto el papel que entre nosotros desempeñan el ayuntamiento, el juzgado, la parroquia y las obras de beneficencia.

Los ritos religiosos de los sábados constaban de dos partes: primero, la «Sema» (escucha), profesión de fe o credo judío, lectura del decálogo y las 18 bendiciones, a las que los asistentes respondían «amén». En la segunda parte se leía un trozo de la ley (Pentateuco) en hebreo y otro trozo de los profetas (cada línea se traducía al arameo). Todo era comentado por los presentes. Leían los varones mayores de 12 años, debían asistir al menos 10 hombres libres y podía predicar cualquiera. El presidente casi nunca era sacerdote.

El Sábado (Shabbat)

La religiosidad judía estaba firmemente enraizada en el hogar y en la familia, donde se celebraban las fiestas domésticas y principalmente el sábado. La celebración del sábado no se limitaba, ni mucho menos, a asistir al servicio divino de la sinagoga, sino que ese servicio se preparaba ya y tenía su continuación en el hogar. Cuando se anunciaba el comienzo de la tarde del viernes mediante el tañido de la trompeta en Jerusalén y mediante pregones en el campo, entonces se encendía en el hogar la lámpara del sábado, se cambiaba la ropa de diario por un vestido bueno y los miembros de la familia se sentaban a la mesa para participar en la comida de la víspera del sábado. El sábado era signo de la elección de Israel y, por ello, signo visible también de su unidad. El sábado se celebraba con alegría. Todo trabajo estaba mal visto y prohibido. Se imitaba el descanso sabático del Creador, quien en ese mismo día había descansado de la obra de su creación.

En la comida había que acordarse del necesitado, del caminante cansado, del mendigo, y había que invitarlo a la mesa. En el libro de los Jubileos, después de haberse dado instrucciones estrictas sobre el descanso sabático, se lee la siguiente exhortación:

«¡Celebrad el sábado y alabad al Señor, vuestro Dios, que os concedió un día de fiesta y día santo! Un día de realeza santa para todo Israel será este día para siempre» (50,9).


La Oración Diaria

Según el caso alabanza, súplica o acción de gracias, la oración enmarca toda la vida del judío, desde que se levanta hasta que se acuesta. Está prescrita tres veces al día y el tratado de las bendiciones precisa en qué momentos: por la mañana, al mediodía, y “cuando se cierran las puertas de la noche”. El “Shema Israel” (recuerda Israel) es la pieza maestra de esta oración: proclama la fe de Israel en el Dios Único, el amor sin reservas de ese Dios como fundamento de la religión, y la fidelidad a sus mandamientos como respuesta a su amor. Esta oración quedará definitivamente establecida después de la primera rebelión judía; comprende dos fragmentos del Deuteronomio (Dt 6,4-9 y 11, 13-21) y una exhortación final sacada de los Números (Núm 15,37-41).

Pero el judío, cuya conciencia de pertenencia a un pueblo es tan fuerte, no puede contentarse con una oración personal o incluso familiar, deja pues un gran lugar a la oración comunitaria de la sinagoga.

Las Escrituras

En tiempos de Cristo había entre los judíos dos listas de libros sagrados: la hebrea o palestinense, que se utilizaba en Palestina, y la griega o Septuaginta, que se prefería entre los judíos de la Diáspora.

El Canon Palestinense

Los judíos de Palestina clasificaban las escrituras en tres partes: La ley, los Profetas y los Escritos, en el siguiente orden:

I. La Ley: 


Génesis. Éxodo. Levítico. Números. Deuteronomio.

II. Los Profetas: 


Profetas anteriores:  Josué. Jueces. Samuel 1 y 2 en un solo libro. Reyes 1 y 2 en un solo libro.

Profetas posteriores:  Isaías. Jeremías. Ezequiel. Los doce profetas menores.

III. Los Escritos: 


Salmos. Job. Proverbios. Rut. Cantar de los Cantares. Eclesiastés. Lamentaciones. Ester. Daniel. Esdras (Esdras y Nehemías en un solo libro). Crónicas 1 y 2 en un solo libro.

La Septuaginta

Según una tradición, Ptolomeo II, rey de Egipto, para enriquecer su gran biblioteca, envió delegados a Jerusalén para pedir al sumo sacerdote judío, una copia de la ley y personas capaces de traducirla al griego. La embajada tuvo éxito y se le envió una copia ricamente ornamentada de la Ley y setenta y dos israelitas, que asombraron a todos por la sabiduría que mostraron contestando a setenta y dos preguntas que se les hicieron. A continuación fueron llevados a la isla de Faros donde comenzaron a traducir la Ley. Al final de setenta y dos días el trabajo estaba completado y el rey quedó muy complacido.

Los judíos de los dos últimos siglos antes de Cristo eran numerosos en Egipto, especialmente en Alejandría. Poco a poco la mayoría dejaron de utilizar el idioma hebreo. Por ello se convirtió en una costumbre interpretar en griego las Escrituras que se leían en las sinagogas y después de algún tiempo, se compiló la traducción griega del Pentateuco y después se tradujeron los otros libros.

No es posible determinar con precisión cuando se hicieron las distintas traducciones, pero es cierto que la ley y los Profetas, y al menos parte de otros libros, es decir, las hagiografías, existían en griego antes del año 130 a.C. como aparece en el prólogo del Eclesiástico, que no es posterior a ese año.

Es difícil decir donde se hicieron las diferentes traducciones, ya que los datos son tan escasos, pero a juzgar por las palabras y expresiones egipcias que aparecen en la versión, la mayoría de los libros deben haber sido traducidos en Egipto, y muy probablemente en Alejandría. Sin embargo, se sabe que el libro de Ester fue traducido en Jerusalén.

Sobre el número de traductores, si fueron setenta o setenta y dos u otra cantidad es imposible saberlo. Pero un examen del texto muestra que en general los autores no fueron judíos palestinos llamados a Egipto, y diferencias de terminología, método etc., prueban claramente que los traductores no fueron los mismos para los diferentes libros.

Es probable que inclusive en algunos ambientes palestinenses, los siete libros deuterocanónicos hayan sido considerados también como inspirados, dada la lectura que de ellos hacían y la veneración que se les tributaba. En Qumram se encontraron manuscritos del Eclesiástico, Tobías y Baruc.

La lista de los Setenta comprende, en un orden que varía según los manuscritos:

1. Los libros del canon hebreo, traducidos al griego con algunas variantes (importantes en los libros de Ester y de Daniel).

2. Algunos libros que no pertenecen a la Biblia hebrea y que fueron incorporados al Canon cristiano (deuterocanónicos). La iglesia los considera como inspirados al igual que los libros de la Biblia hebrea. Estos libros son: Tobías, Judit, Sabiduría, Eclesiástico, Baruc y los dos libros de los Macabeos.

3. Algunos libros que, aún habiendo sido utilizados en ocasiones por los Padres de la Iglesia, no fueron admitidos por la iglesia (apócrifos). Estos son: Primer libro de Esdras, 3 y 4 de Macabeos, y el libro de las Odas.

Circuncisión e instrucción de los niños

Practicada en el recién nacido a partir del octavo día, la circuncisión era el signo de la pertenencia al pueblo judío, lo que se entendía tanto en su dimensión geográfica como en su arraigo histórico, ya que el texto sagrado relaciona su origen con Abraham (Gén 17, 9-14).

Cuando el niño ya había crecido, su padre lo instruía, conformándose en eso con una de las principales prescripciones del Deuteronomio (Dt 6,7). Esta enseñanza versaba sobre la historia de las maravillas que Dios había realizado a favor de su pueblo y sobre la manera como Israel del había de recordar esas hazañas de Dios y dar gracias por ello. Más tarde, en una fecha que es difícil determinar, el rito de la Bar-Mitzva vendrá a sancionar y consagrar esa enseñanza de la Ley.

Esa obligación que tenía el padre de instruir a sus hijos iba a tener muy rápidamente como consecuencia para cualquier muchacho judío, fuese cual fuere su condición social, el aprendizaje de la lectura. El padre no era el único responsable de velar porque esta obligación se cumpliera sino que también la comunidad se interesaba en ella. Por su parte, la madre se encargaba de la educación de las hijas.

De ese modo la familia judía estaba profundamente inmersa en la creencia y las prácticas de un pueblo al que Dios había llamado y puesto aparte entre todos los demás pueblos de la tierra. Esta elección divina y este sentido de la pertenencia a un pueblo son los constituyentes de la conciencia judía. Es por eso que será constantemente reafirmado el arraigamiento a una tribu, un clan, una familia; para convencerse de ello basta con ver el lugar que ocupan la genealogías en los relatos bíblicos y la solidaridad que se ejerce entre los miembros de una misma familia en las pruebas tanto cotidianas como más trágicas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario