SITUACIÓN POLÍTICA DE ISRAEL EN TIEMPOS DE JESÚS

Jesús de Nazarét

SITUACIÓN POLÍTICA DE ISRAEL EN TIEMPOS DE JESÚS

Los emperadores romanos Augusto y Tiberio


Octavio Augusto
El tiempo en que vivió Jesús coincide con la época del reinado de dos emperadores: Octavio Augusto (27 a.C.-14 d.C.) y Tiberio (14-37). Ninguno de los dos pisaron jamás terreno sirio o palestinense. No obstante, la larga época de su reinado aseguró paz y bienestar para Roma. Con el nombre de Augusto, que pudo acabar con éxito las guerras civiles y cuyo prudente reinado disfrutó de tiempos felices, está asociado el recuerdo de la Pax Romana Augustana. Poetas y sacerdotes le aplaudieron. Virgilio anuncia en su égloga IV la época dorada. Horacio, que compuso el Carmen saeculare, ensalza en otro lugar a Augusto llamándolo «el más grande de los príncipes de la tierra». Aunque lo rechazó por lo que respecta a Roma, el emperador permitió que en la parte oriental del imperio se le venerara como a dios. Señal bien patente de ello es el templo dedicado a él y a la dea Roma en Ancira (la actual Ankara), en cuyas paredes se descubrieron ya en el siglo XVI extensas inscripciones griegas y latinas con las Res gestae divi Augusti (las «hazañas del divino Augusto»). Aunque Augusto no hizo nunca acto de presencia personal en Palestina, sin embargo su poder se hallaba bien presente en el país, representado por el rey Herodes y luego por los hijos de éste y por el gobernador romano de Judea.


Cesar Tiberio
 
Algo parecido puede afirmarse de Tiberio, de quien dicen que fue tímido, y que con los años se fue retirando cada vez más a Campania y a la isla de Capri. Sejano, prefecto de la guardia y cuya influencia sobre el emperador comenzó a crecer hacia el año 20, llegó a ser en Roma, en ausencia del emperador, una autoridad casi omnipotente. A él, que era enemigo de los judíos, le debe Poncio Pilato su nombramiento como prefecto de Judea. En el año 15 del reinado del emperador Tiberio hace su aparición Juan el Bautista (Lc 3,1). A Tiberio se le debe el nombramiento de L. Vitelio como gobernador de Siria en el año 35, con cuyo nombre está asociado el hecho de que Pilato fuera suspendido de su cargo.

Herodes el Grande


Herodes el grande
Herodes, en cuyo reinado tiene lugar el nacimiento de Cristo, procedía de una acaudalada familia idumea —su padre se llamaba Antípater, su madre era nabatea y se llamaba Kypros—, pero fue considerado siempre por el pueblo judío como intruso y como usurpador extranjero. Su reinado está marcado por el enfrentamiento sangriento, con los parientes de la familia real hasmonea que reinó antes que él. También la princesa hasmonea Mariamne, que fue su segunda mujer, fue víctima de la violencia política. Consiguió forjar un reino que comprendía Idumea, Judea, Samaría, Perea y extensos territorios situados al nordeste de Palestina, y lo gobernó en paz durante casi treinta años. Hacia fines del año 40 a.C. fue nombrado rey de Judea por decreto del senado romano y a instigación de los triunviros Antonio y Octavio: este último más tarde sería Octavio Augusto. Los gobernantes de Roma veían en Herodes a la persona apropiada para pacificar al insumiso pueblo judío, situado al borde del imperio.

La situación política de Herodes dentro de la estructura de poder del imperio mundial romano se caracteriza por el título de «rey aliado y amigo del pueblo romano» (rex socius eí amicus populi romani). Por considerársele como la prolongación del brazo de Roma para el país gobernado por él, no se impusieron limitaciones a su poder en materia de política interior, pero no tenía atribuciones para emprender nada en materia de política exterior. Su autoridad comprendía la administración plena del derecho civil y penal público y privado, la administración de la hacienda pública y de las finanzas, y el derecho a mantener un ejército. El hecho de que, en política exterior, tuviera las manos atadas, lo ilustrará un suceso que ocurrió el año 9 a.C. Había llegado a oídos de Augusto que Herodes había emprendido una campaña militar contra los árabes, sin pedir antes autorización a Roma. A continuación le escribió una carta el emperador en la que le decía —con lenguaje inconfundible— que hasta ahora lo había tratado como amigo, pero que en el futuro lo consideraría como subdito. Ahora bien, las facultades extraordinarias de que gozaba el monarca en materia de política interior, se le habían concedido a título personal (ad personam). Esto significaba, entre otras cosas, que no podía dejar en herencia, sin más, a sus hijos tales facultades y que su testamento, para que fuera válido, tenía que ser confirmado por el emperador.

El poder que se le había conferido, supo ejercitarlo Herodes con habilidad política y de manera consecuente, pero a veces también con dureza y brutalidad. Los tribunales de justicia establecidos por él se acomodaban en la práctica a las concepciones jurídicas del mundo helenístico-romano. Será difícil determinar ahora cuál fue su política en materia tributaria. Pero hay muchos indicios de que el impuesto para si era superior al existente en el tiempo de los hasmoneos, y que exigía también el pago de un tributo que luego trasmitía al emperador. A esto se añadían impuestos de diversa índole: capitación y censo, impuesto sobre los ingresos y sobre los bienes, impuesto sobre la sal y otras cosas por el estilo. Reorganizó los aranceles aduaneros de una manera que sobrevivió a su época. Las competencias del Sanedrín, tribunal supremo de justicia judío, eran muy limitadas. La potestas gladii, es decir, la potestad para ejecutar a una persona, no la poseía —seguramente— ese tribunal. Si los hasmoneos habían poseído no sólo atribuciones reales, sino también las del sumo sacerdocio, Herodes tuvo que contentarse con las primeras. Como idumeo que era, es decir, extranjero en el país, Herodes no se habría atrevido a pretender el ejercicio del sumo sacerdocio. Él lo sabía muy bien. Sin embargo, el oficio de sumo sacerdote, que subsistía junto al suyo de monarca, experimentó considerables recortes. Se abolió el carácter hereditario de sumo sacerdote, y abolió también el derecho del sumo sacerdote en funciones a permanecer vitaliciamente en su cargo. El sumo sacerdote se limitaba a ser desde entonces un simple funcionario encargado del culto, y que dependía en todo momento de la voluntad de Herodes.

No obstante, Herodes se esforzó por elevar su cargo real por encima de un simple cargo de poder político y trató de conferirle cierto aire religioso. Claro que lo hizo de una manera que a todo judío creyente tenía que parecerle contradictoria y despertaba en él un profundo aborrecimiento.


Templo de Jerusalén reconstruido por Herodes el grande
En una cosa puede afirmarse que el rey fue complaciente con la sensibilidad de los judíos. Hizo que el templo de Jerusalén surgiera con nuevo esplendor, lo cual acrecentó el prestigio de la ciudad en el interior y en el exterior.


Reino de Herodes
Creó, además, un reino que por su extensión tenía que recordar al reino de David. Ahora bien, David fue el prototipo del Mesías. Pero, por otro lado, Herodes creía que el que garantizaba la paz, el bienestar y la redención no era Israel y el Mesías esperado, sino Roma y el emperador universal, concretamente Augusto. Como rey que era por la gracia de Roma, quiso representar el esplendor de Roma. Por su parte estaba dispuesto a participar en el culto al emperador, culto que comenzaba a extenderse por las provincias. Es muy significativo que diera el nombre de Sebaste a la capital, recién erigida de Samaría ("Sebaste" es la forma femenina del griego Sebastos, que significa Augusto), lo cual equivalía a consagrar la ciudad al emperador divino. Puesto que Herodes, con esta actitud, ponía en duda supremamente la peculiaridad y la elección de Israel como pueblo de Dios, su mesianismo romano-imperial tuvo que parecerle sospechoso al pueblo y condujo necesariamente a que se hiciera cada vez más profundo el abismo existente entre el rey y el pueblo.

Los hijos de Herodes

Herodes tuvo que modificar su testamento. Primeramente había otorgado la primacía a Antípatro, hijo de su primer matrimonio con la jerosolimitana Doris. Él debía ser, por deseo de Herodes, el rey de todo el Estado, mientras que Alejandro y Aristóbulo, hijos del matrimonio con la hasmonea Mariamne, tendrían sólo la condición de reyes de determinados territorios. Sin embargo, increíbles intrigas, sobre todo las de Antípatro contra sus dos medios hermanos, condujeron primeramente a la ejecución de los mismos. Pero también Antípatro, que había urdido una conspiración, fue víctima de la violencia poco antes de la muerte de su padre.


Repartición del reino de Herodes
 
Cinco días antes de su fallecimiento, a fines de marzo o comienzos de abril del año 4 a.C, Herodes redactó su testamento definitivo, que nombraba rey a Arquelao, es decir, señor supremo de todo el país. Antipas y Felipe debían ser tetrarcas: el uno sobre Galilea y Perea, la TransJordania judía; el otro, sobre la Gaulanítide, la Traconítide y Batanea hasta la ciudad de Paneas, territorios todos que quedaban en el nordeste del país. Arquelao y Antipas eran hijos de Herodes de su cuarto matrimonio con Maltake, mujer samaritana, y Felipe hijo del quinto matrimonio con la jerosolimitana Cleopatra. Herodes el Grande estuvo casado diez veces, con la jerosolimitana Doris, con la hasmonea Manamne, con otra Mariamne, hija de un sacerdote, con la samaritana Maltake, con la jerosolimitana Cleopatra, con Palas, Fedra y Elpís Los nombres de las dos últimas mujeres son desconocidos.

Herodes encargó también a Arquelao que llevara a Roma y entregara a Augusto su anillo de sellar y las actas selladas de las disposiciones generales sobre el Estado, ya que Augusto tenía la decisión suprema sobre todo lo dispuesto por el rey.

Sin embargo, a la muerte del rey comenzaron las agitaciones en diversas partes del país. Antes de que Arquelao pudiera marchar a Roma, tuvo que sofocar un levantamiento en Jerusalén. Augusto, antes de que estuviera resuelta la cuestión de la sucesión al trono, había tomado la providencia de enviar a Israel un procurador llamado Sabino, que debía ocuparse de establecer la paz y el orden. Pero se comportó sin miramientos y provocó al pueblo. Entre los herederos hubo discordias con respecto a la sucesión al trono. Además de hacerlo Arquelao, Antipas fue a ver al emperador porque se sentía tratado injustamente. También otros miembros de la familia herodiana se hallaban a la sazón en Roma. Mientras tanto, un tal Judas reunió en torno suyo en Galilea, en las cercanías de Séforis, un grupo de rebeldes y llenó de inseguridad la región. En Perea hizo algo parecido un antiguo esclavo de Herodes, llamado Simón. El legado romano Varo, partiendo de la ciudad siria de Antioquía, intervino con un ejército contra los alborotadores, avanzó hasta Jerusalén y en el camino redujo a cenizas la ciudad de Séforis. Conviene recordar que Séforis se hallaba sólo a 4 kilómetros de distancia de Nazaret, donde Jesús niño iba creciendo en el seno de su familia.

El emperador Augusto invitó a venir a Roma a las diversas partes del litigio en torno a la sucesión al trono de Herodes, y los recibió a todos en el templo de Apolo, donde les concedió audiencia. La decisión de Augusto confirmó en lo esencial el último testamento del monarca. La modificación quizá más importante consistió en que el emperador denegó a Arquelao el título de rey. Fue nombrado etnarca de Judea, Samaría e Idumea. Antipas y Felipe recibieron el título de tetrarcas. Aquelao tuvo que ceder las ciudades de Gaza, Gádara e Hippos, que pasaron a formar parte de la provincia de Siria. A pesar de todo, fue el que salió mejor parado, como lo demuestran los ingresos que los príncipes percibían de sus tierras. Para Arquelao, esa suma era de 600 talentos al año, mientras que para Antipas la suma era únicamente de 200 y para Felipe, de 100.

Por lo que respecta a la vida de Jesús, entre los hijos de Herodes el más importante fue, sin duda alguna, su príncipe territorial Herodes Antipas (4 a.C-39 a.C). Comenzó su gobierno a los dieciséis años. Le consideraban ambicioso, inteligente y ostentoso, pero era menos enérgico que su padre. Reedificó la ciudad de Séforis, destruida por Varo, la rodeó de fuertes murallas y fijó en ella su residencia. La planta de un anfiteatro al aire libre da testimonio del gusto del tetrarca por lo helenístico-romano, cosa que demostró también dando el nombre de Livias, y más tarde de Julias, por la esposa del emperador, que se llamó Livia y más tarde (por adopción) Julia, a la ciudad de Betaranfta, fortificada por él. La ciudad más importante creada por él fue Tiberíades, junto a la orilla occidental del lago Genesaret, que recibió este nombre en honor del emperador Tiberio y a la que Antipas trasladó su residencia. No se puede determinar con toda exactitud la fecha de fundación de la ciudad, pero debió ser antes del año 20 d.C. En tiempo de la vida pública de Jesús, la ciudad estaba ya edificada. Su edificación estuvo asociada con el escándalo. En efecto, para hacer sitio para la ciudad hubo que trasladar de allí gran número de monumentos fúnebres. Como según las leyes del Levítico el lugar debía considerarse en adelante como impuro, los judíos creyentes se negaban a asentarse en Tiberíades, a pesar de las tentadoras ofertas que se les hacían. Antipas se vio forzado a llevar allí una población, recogida un poco de todas partes, a veces por la violencia. Tal vez arroje una luz particular sobre el judío Jesús el hecho de que no se mencione nunca en los evangelios la ciudad de Tiberíades como lugar en que él hubiera actuado. Sospechamos que Jesús no entró tampoco jamás en esa ciudad. En su país, Antipas ejerció sin limitación alguna la postestad de juzgar. El fue quien mandó prender y dar muerte a Juan el Bautista. Sobre ello nos informan tanto los evangelios como Flavio Josefo. Sin embargo, hay divergencias en cuanto a los motivos para la intervención del tetrarca y acerca de las circunstancias concretas de la ejecución. Mc 6,17-29 y Mt 14,3-12 refieren la conocida historia de la vengativa Herodías, que trata de dar muerte al Bautista, porque éste fustigaba su unión con Antipas, una vez disuelto su matrimonio con un hermanastro de Antipas, y que logró la meta deseada en el día del cumpleaños del tetrarca, gracias a la ayuda de su hija, que bailó ante el soberano. En cambio, según Josefo, Antipas obra así por razones políticas. Tenía miedo de que Juan, con su poderoso atractivo y su elocuente palabra, indujera al pueblo a la rebelión. Por esta sospecha hizo encadenar al Bautista, le llevó a la fortaleza de Maqueronte, junto a la orilla oriental del mar Muerto y ordenó que allí lo ejecutaran. La tradición sinóptica está plasmada según el modelo del profeta Elias, que fue perseguido por Jezabel, esposa del rey Ajab de Samaría (IRe 21, 17ss)15. El martirio del Bautista habrá que situarlo a fines de los años veinte.


Moneda con la efigie de Herodes Antipas
Antipas resultaba también peligroso para Jesús. Según Lc 13,31, hicieron a Jesús una seria advertencia y le exhortaron a que abandonara su territorio, porque Antipas se propondría dar muerte a Jesús. Más tarde enjuiciaremos el suceso de la historia de la pasión, narrado únicamente por Lc 23,6-12, según el cual Pilato habría hecho que Jesús, cargado de cadenas, compareciera ante Antipas. De todos modos, el tetrarca no tenía competencia alguna judicial en Jerusalén.

Hay que atribuir a la ambición de su mujer Herodías el que Antipas perdiera el gobierno de su país. Por la incesante insistencia de su mujer, Antipas solicitó ante el emperador Calígula, en Roma, la dignidad real, que Agripa II, heredero de Felipe, había recibido ya del emperador en el año 37. Pero Antipas, denunciado por Agripa ante Calígula por diversos errores cometidos y acusado incluso por medio de calumnias, fue depuesto y desterrado a Lugdunum en la Galia, donde murió.

Además de mencionar a Antipas, el evangelio menciona también a Felipe (Filipo), tetrarca de los territorios situados al nordeste (4 a.C- 34 d.C). Así lo hace Lc 3,1 en su gran referencia cronológica, en la que presenta a Felipe como tetrarca de Iturea y de la Traconítide. Dicen de él que reinó con clemencia, justicia y paz. Josefo cuenta de él que estaba siempre dispuesto a ayudar inmediatamente en sus derechos a todo el que solicitaba su ayuda. Fue el único príncipe en un país de población judía que mandó acuñar monedas con la efigie de Augusto y de Tiberio. Claro está que la población de su territorio estaba muy mezclada. El elemento sirio y helénico predominaba incluso sobre el elemento judío. Felipe demostró también su adhesión a la familia imperial, dando el nombre de Cesárea, en honor del emperador, a la ciudad de Paneas, fundada por él junto a las fuentes del Jordán, y dando el nombre de Julias, en honor de la hija de Augusto, a la aldea de Betsaida, elevada por él al rango de ciudad, y ampliada y situada no lejos de la desembocadura del río Jordán en el lago de Genesaret. En los evangelios, la ciudad en cuyos alrededores tuvo lugar la confesión de Simón Pedro, que reconoce a Jesús como el Mesías, lleva el nombre de Cesárea de Filipo (Mc 8,27 par), que conservó también el nombre del tetrarca, mientras que la otra ciudad, que es la patria de los apóstoles Simón Pedro, Andrés y Felipe, es denominada siempre Betsaida a secas (Jn 1,44; 12,21: Mc 6,45; 8,22; Mt 11,21 par; Lc 9,10). Jesús mismo entró en territorio de soberanía de Felipe y actuó en Betsaida. Hablan en favor de ello no sólo los discípulos que procedían de aquel lugar, sino también las palabras de censura pronunciadas contra Betsaida, en los ayes que se lanzan contra las ciudades galileas (Mt 11,21 par). Posiblemente, Jesús entró algunas veces en aquel territorio para evitar que Antipas le prendiera. El tetrarca Felipe, que residía en Betsaida, murió allí durante el vigésimo año del reinado de Tiberio (33/34 d.C.) y fue enterrado fastuosamente en una tumba que él mismo había mandado construir durante su vida.

Arquelao (4 a.C.-6 d.C), que es el que había salido más ganancioso en el testamento de su padre y que fue también el más favorecido por Augusto, demostró ser el más indigno de los hijos de Herodes. Gobernó a su pueblo de forma tiránica y caprichosa. Poco después de ser nombrado etnarca de Judea e Idumea, sustituyó al sumo sacerdote en funciones, Joazar, por el hermano de éste, que se llamaba Eleazar; pero también éste tuvo que ceder pronto su puesto a un tal Josué ben Sie. Causó entre el pueblo especial escándalo su segundo matrimonio con Glafira, mujer de su medio hermano Alejandro. En el décimo año de su gobierno marchó a Roma una delegación de judíos y samaritanos notables para quejarse ante Augusto de la crueldad y tiranía de Arquelao. Las acusaciones debieron de ser extraordinariamente graves. Porque Augusto reaccionó con desacostumbrada dureza. No le juzgó digno de escribirle una carta, sino que por medio de un legado le hizo venir a Roma, donde fue castigado —después de sometérsele a juicio— con privación de su cargo, con la confiscación de sus bienes y con el destierro a Viena de la Galia. La única mención directa que se hace de Arquelao en el evangelio confirma su mala reputación (Mt 2,22). En la versión que ofrece Lucas de la parábola acerca de los dineros confiados a algunas personas, podría haber una alusión a Arquelao. Se sospecha que en el episodio allí entrelazado acerca del pretendiente al trono, que marcha a lejanas tierras para hacerse cargo del trono, y que nos habla del empeño de los habitantes de aquel lugar por impedirlo, y de la cruel venganza que toma a su regreso el recién entronizado rey (Le 19,12-27), podría haber una reminiscencia de los acontecimientos que condujeron al nombramiento de Arquelao como etnarca en el año 4 a.C.

Los gobernadores romanos en Judea

El país que había quedado sin príncipe, y que había estado antes bajo el dominio de Arquelao, fue sometido a la sazón, en el año 6 d.C, a la administración directa por parte de Roma. Además de los territorios de Judea, Samaría e Idumea, formaban parte de esa zona las grandes ciudades de Jerusalén, Cesárea del Mar, Samaría/ Sebaste y Jope. El país recibió un gobernador del orden ecuestre (o estamento de los caballeros). Las pocas provincias romanas que recibieron tal gobernador eran siempre territorios con disturbios, y acerca de los cuales se opinaba en Roma que necesitaban mano dura. El título de gobernador se refleja de diferentes maneras en la literatura contemporánea. En el Nuevo Testamento predomina el término de hegemon, mientras que Flavio Josefo prefiere el de epitropos. En la inscripción latina de Cesárea se dice que Pilato fue praefectus Iudaeae. Probablemente Augusto prefirió el título de praefectus. El gobernador estaba subordinado de manera no muy estricta al legado de Siria. Esta subordinación se entendía particularmente en casos de emergencia y de fuerza mayor. En relación con la institución de la administración romana, y siendo P. Sulpicio Quirinio gobernador de Siria y Coponio el primer gobernador de Judea, se ordenó un censo de la población con el fin de determinar los impuestos. Si Herodes y sus hijos habían tenido todavía cierta consideración con la sensibilidad judía, se vio muy pronto que el yugo romano era todavía más opresor e ignominioso. La fundación del partido antirromano de los celotas se halla relacionado íntimamente con ese censo.


Teatro de Cesarea maritima, ciudad donde residían los gobernadores romanos
Los gobernadores de Judea residían en Cesárea del Mar. Pero solían dirigirse a Jerusalén en ocasiones especiales, sobre todo con motivo de las principales fiestas judías, cuando se reunía gran gentío en la ciudad. Disponían de fuerzas armadas, pero que no estaban integradas por soldados que poseyeran la ciudadanía romana, como ocurría en las legiones, sino de levas que se hacían casi siempre entre la población del país. Eran tropas auxiliares. Como la población judía estaba exenta del servicio militar, en esas tropas debieron de prestar servicio principalmente samaritanos y árabes. Los romanos se aprovecharían de sus sentimientos antijudíos. Un ejemplo que ilustra el odio contra los judíos que existía en esos soldados fue con ocasión de la muerte de Agripa en el año 44 d.C, cuando los soldados expresaron indignamente su alegría por el fallecimiento de un rey amigo de los judíos. Los impuestos cobrados por el gobernador iban a parar inmediatamente al fisco imperial, no a las arcas del Estado. Probablemente la división de Judea en diez toparquías tenía la finalidad de cobrar los impuestos sin mayores dificultades.

El templo de Jerusalén gozaba de la protección estatal. La magnanimidad de esa protección se ve por el hecho de que estaba prohibida a los no judíos, bajo pena de muerte, la entrada en el recinto sagrado más allá de la barrera que indicaba la prohibición. Los romanos hicieron que se fijaran los correspondientes letreros de advertencia, redactados en griego y en latín. Tenían cierta consideración con la sensibilidad de los judíos por cuanto evitaban entrar en Jerusalén con las insignias de campaña que tenían la efigie del emperador. Pero guardaron a buen recaudo en la fortaleza de la Torre Antonia, en un ángulo del templo, la suntuosa vestidura del sumo sacerdote. En el templo debía ofrecerse dos veces al día un sacrificio por el emperador y por el pueblo romano.

Sobre la administración de las finanzas del templo, el gobernador ejercía, según creemos, algún tipo de supervisión. Los nombramientos de sumo sacerdote los hacían también los romanos, por medio del gobernador de Siria o del gobernador de Judea. Así fueron las cosas en los años 6 a 41 d.C.

En tiempo de Jesús ejercieron sus funciones cinco gobernadores romanos. El tiempo en que desempeñaron su cargo no lo podemos determinar sino aproximadamente: 1) Coponio (6-9), 2) Marco Antípulo (9-12), 3) Annio Rufo (12-15), 4) Valerio Grato (15-26) y 5) Poncio Pilato (26-36). En la época de Coponio tuvo lugar el censo. Apenas sabemos nada del segundo y del tercer gobernador. Valerio Grato, durante los once años que estuvo en el ejercicio de sus funciones, nombró a cuatro sumos sacerdotes, los cuales, con excepción del último, que fue Caifas, no ejercieron su cargo más que un año. El último fue José Caifas. Valerio Grato fue nombrado ya por Tiberio. La política de este emperador con respecto a los gobernadores consistía en mantenerlos el mayor tiempo posible en el cargo. Está relacionado con ello el que los dos gobernadores mencionados en último lugar permanecieran en Judea once y diez años respectivamente. Es curioso el fundamento en que se basaba esa política. Tiberio opinaba que los gobernadores eran como las moscas que acuden a picar el cuerpo de una persona herida. Una vez que se han hinchado bien de sangre, se hacen más moderados en sus extorsiones.


Poncio Pilato
El gobernador que más importancia tiene para nosotros es, evidentemente, Pilato, de la familia de caballeros de los Pontii. Se hizo famoso en todo el mundo e inolvidable para todos los tiempos por haber cooperado de manera decisiva en la crucifixión de Jesús de Nazaret. Otro miembro de la familia, L. Poncio Aquilio, es recordado históricamente como uno de los que participaron en el asesinato de Julio César. Se nos ha trasmitido el nombre de la mujer de Pilato. Se llamaba Prócula Claudia. Podemos suponer que también ella residía en Judea (véase Mt 27,19). El emperador Augusto había revocado ya la prohibición de que las mujeres romanas acompañaran a sus maridos a las provincias, cuando éstos fueran a desempeñar el cargo de gobernador. Filón de Alejandría designa a Pilato como persona que por naturaleza era inflexible, terco e incapaz de ceder en nada, y le acusa de corrupción, violencia, latrocinios, brutalidades, ejecuciones constantes sin proceso judicial, y crueldad incesante e insorportable. Aunque este juicio se pase un poco, nos queda no obstante la impresión de que Pilato era una persona profundamente desagradable y cruel. Varios sucesos que se nos refieren del tiempo en que él ejerció su cargo, ilustran su manera de proceder y sus relaciones tensas con el pueblo judío. Filón cuenta en el contexto mencionado que el romano había hecho llevar a Jerusalén escudos votivos recubiertos de oro. La indignación de la población no logró nada, hasta que se decidió presentar directamente a Augusto una queja. Josefo nos narra un incidente todavía más dramático: Pilato hizo esta vez que se introdujeran en la ciudad insignias militares que llevaban la imagen del emperador, a pesar de que la Ley judía prohibía todas las imágenes. Después de que se le dirigieran en vano varias súplicas, Pilato reunió al pueblo en el estadio de Cesárea, mandó que los soldados lo rodeasen y amenazó con proceder inmediatamente a una masacre. Como los judíos se arrojaran al suelo, descubrieran sus gargantas y declararan que preferían morir antes que dejar que se hiciera algo que iba en contra de la ley, Pilato tuvo que darse por vencido y ordenó que se retiraran de Jerusalén las imágenes. Josefo nos refiere también que estalló una rebelión porque Pilato quería tomar dinero del tesoro del templo para construir un acueducto que llevara el agua a Jerusalén. La rebelión fue reprimida sangrientamente. Según Lc 13,1, el gobernador habría mandado pasar a cuchillo en el recinto del templo a unos galileos que habían venido a ofrecer sacrificios. Acerca de ese acontecimiento no nos cuenta nada Josefo.

Sobre este trasfondo nos llama mucho más la atención el hecho de que, durante los diez años de gobierno de Pilato, no se nombrara ningún nuevo sumo sacerdote. José Caifas, el sumo sacerdote que había sido nombrado por Valerio Grato, no perdió su cargo sino en el año en que Pilato fue desposeído de su oficio, cuando Vitelio, legado sirio, puso como sumo sacerdote a Jonatán ben Ananos. Esta prolongada actividad paralela de Pilato y de Caifas y la pérdida simultánea de sus respectivos cargos en el año 36 nos hace suponer que Caifas estaba dispuesto en gran medida a cooperar con el romano. Probablemente esto tiene también importancia para la ejecución de Jesús. La razón para que Pilato fuera desposeído de su cargo fue una masacre ordenada por él entre los samaritanos de la aldea de Tirataba. Éstos querían a la sazón subir al Garizim, que era su monte sagrado. Y como portaban armas, Pilato creyó que debía intervenir. Vitelio, ante quien luego los samaritanos presentaron su queja, ordenó a Pilato que se dirigiera a Roma para dar cuenta de ese acto ante el emperador. Pero antes de que él llegara a Roma, ya había muerto Tiberio. Con ello desaparece el romano del escenario de la historia. Noticias surgidas más tarde acerca de su suicidio o de su ejecución por Nerón, deben atribuirse a la leyenda cristiana.

Los sumos sacerdotes y el Sanedrín

Cuando nació Jesús, probablemente desempeñaba todavía sus funciones de sumo sacerdote en Jerusalén Simón ben Boetos (aproximadamente, 24-5 a.C), que procedía de una familia alejandrina y era de linaje sacerdotal bajo. Su institución como sumo sacerdote por Herodes el Grande arroja una luz muy significativa sobre las circunstancias políticas y el puesto ocupado por la segunda personalidad en el Estado judío, después del monarca. Simón tenía una hija, llamada Mariamne, a la que consideraban la mujer más bella de su época. Herodes que la codiciaba por esposa, eliminó el impedimento de la distancia social con respecto a él promoviendo al padre de esa mujer a la dignidad de sumo sacerdote. El hijo que Mariamne dio a luz, y que se llamó igualmente Herodes, nos es ya conocido por lo que dijimos antes. Estaba casado con Herodías, pero Antipas logró luego seducir a esta mujer a lo que Juan el Bautista se opuso. Ahora bien, el sumo sacerdote Simón, por asociarse con la conjura de Antípatro, cayó finalmente en desgracia ante Herodes el Grande. Fue depuesto inmediatamente por el rey, y ocupó su lugar Matías ben Teófilos, ciudadano de Jerusalén.

Matías desempeñó su cargo solamente durante un año. Perdió su oficio de sumo sacerdote, cuando en unos alborotos ocurridos en el templo fueron destruidos unos regalos votivos que Herodes había mandado llevar allí. De los sumos sacerdotes siguientes apenas sabemos más que el nombre. Entre ellos se cuentan José ben Ellem, Joazar ben Boetos y Eleazar ben Boetos. Vemos que Herodes tuvo preferencias por la familia de Boetos. Eleazar, desde luego, fue promovido ya por Arquelao a la dignidad de sumo sacerdote. Tal cosa ocurrió en el año 4 a.C. Más tarde Arquelao volvió a nombrar para el cargo de sumo sacerdote a Joazar ben Boetos, que ya había desempeñado una vez este cargo y que se declaró partidario del censo ordenado por los romanos. Sin embargo, fue desposeído finalmente de su cargo por Quirinio en el año 6 d.C, porque tenía conflictos con el pueblo35. En sustitución suya, fue nombrado para el cargo Anas ben Se ti. Con él aparece en escena una de las figuras más importantes del sumo sacerdocio, que dejó también sus huellas en el Nuevo Testamento. Dentro de él, tan sólo se le menciona en la tradición de Lucas y de Juan, pero ocupa en ella un lugar muy destacado. Según Jn 18,13s; 19-24, Jesús fue interrogado por Anas en el proceso. Hay que tener en cuenta que el cuarto evangelio no nos informa nada acerca del interrogatorio de Jesús por el Sanedrín. Según Lc 3,2, en tiempo de la actividad pública de Juan el Bautista ejercerían conjuntamente Anas y Caifas el cargo de sumo sacerdote. Hech 4,6 nos trasmite incluso la impresión de que Anas es el único sumo sacerdote y que interroga a Pedro poco después de la muerte de Jesús. De hecho, por aquel entonces estaba en funciones José Caifas. Anas desempeñó el cargo del 6 al 15 d.C, pero logró mantener gran influencia durante los años decisivos. ¿Tendría en cuenta Lucas tal circunstancia o se imaginaba que había dos sumos sacerdotes en funciones? Según Flavio Josefo, Anas era considerado como uno de los hombres más afortunados, porque después de él cinco de sus hijos prestaron servicio al Señor como sumos sacerdotes, cosa que no había ocurrido nunca. En otro pasaje, Flavio Josefo menciona de pasada el sepulcro de Anas, que se encontraba al sur de la ciudad.


Sumos sacerdotes Anás y Caifás según la pelicula "La Pasión de Cristo".
 
Entre los períodos en que desempeñaron sus funciones Anas y Caifas hubo tres sumos sacerdotes, cada uno de los cuales no llegó a ejercer su cargo más que un año. Anas, depuesto por el prefecto Valerio Grato, fue sustituido por Ismael ben Fabi. Vinieron luego Ismael ben Anas y Simón ben Kámitos, y a éste le sucedió finalmente José de la familia de Kayaf (de ahí el nombre de Kayafas o Caifas), que ejerció sus funciones del 18 al 36 d.C. Según Jn 18,13, era yerno de Anas, quien de esta manera quería consolidar en su tiempo el poder político de su familia. Caifas aparece con realce en la historia, por lo que nos dicen los evangelios sinópticos a propósito de la historia de la pasión. Caifas aparece en ella como la persona que más empeño tuvo en eliminar a Jesús. Así lo vemos en el relato del interrogatorio, Mc 14,53-65 par y Jn 11,47-51. Flavio Josefo nos habla con escasas palabras de su deposición por Vitelio. En el mismo contexto se nos habla de la devolución a los judíos de la suntuosa vestimenta del sumo sacerdote. Según esto, Caifas, a pesar de haber pactado con Pilato, no logró conseguir tal cosa. La escena vuelve a arrojar nueva luz, posteriormente, sobre Pilato, quien —en su actitud, entre distanciada y llena de odio, hacia los judíos— no estaba dispuesto a realizar tal gesto.

Entre el pueblo, la casta de los sumos sacerdotes, que compraban por dinero su cargo y que trataban de que éste se perpetuara en la propia familia, era impopular, poco respetada e incluso odiada. Es muy significativa la canción popular que se nos trasmite en el Talmud: una especie de copla que expresa muy bien el aborrecimiento que se sentía por los manejos de la aristocracia sacerdotal:

¡Qué pena tengo por la casa de Boetos! ¡Qué dolor me dan sus mazas!
¡Qué pena tengo por la casa de Anas! ¡Qué dolor me dan sus denuncias!
Porque son sumos sacerdotes, y sus hijos, tesoreros, y sus yernos, administradores,
y sus siervos apalean al pueblo.


Será mejor tener una visión de conjunto. Vamos a ofrecer una sinopsis de los que gobernaban en Palestina en tiempos de Jesús:

Los herodianos

Herodes el Grande (37-4 a.C.)
Antipas (4 a.C.-39 d.C, Galilea-Perea) - Felipe (4 d.C-34 d.C, Gaulanítide-Traconítide-Batanea) - Arquelao (4 a.C.-6 d.C, Judea- Samaria-Idumea)

Gobernadores en Judea-Samaria-Idumea

Coponio (6-9)
Marco Ambirio (hacia 9-12)
Annio Rufo (hacia 12-15)
Valerio Grato (15-26)
Poncio Pilato (26-36)


Sumos sacerdotes en Jerusalén

Simón ben Boetos (24-5 a.C.)
Matías ben Teófilos (5-4 a.C.)
José ben Ellen (desempeñó el cargo sólo para una fiesta)
Joazar ben Boetos (4 a.C.)
Eleazar ben Boetos (4 a.C.-?)
Jesús ben Sie (se desconoce cuándo ejerció sus funciones)
Joazar ben Boetos (por segunda vez en funciones, del ? al 6 d.C.)
Anas ben Seti (6-15 d.C.)
Ismael ben Fiabi (hacia 15-16)
Eleazar ben Anas (hacia 16-17)
Simón ben Kámitos (hacia 17-18)
José Caifas (hacia 18-36)

El Sanedrín, suprema autoridad judía en materia de administración y justicia, se halla en estrechas relaciones con el sumo sacerdote, por cuanto el sumo sacerdote en funciones fue siempre el presidente de ese gremio compuesto por 71 personas. Surgido de una reunión integrada por representantes de la nobleza sacerdotal y de las familias más notables del país, se desarrolló ya con toda probabilidad en el período persa, y se menciona por primera vez en un edicto del rey Antíoco III (223-187) de Siria, recibiendo el nombre de gerousia (consejo de ancianos). Los escribas debieron de ser desde un principio miembros del consejo, aunque en número bastante reducido. Tan sólo en tiempo de la reina Alejandra (76-67 a.C.) va creciendo la influencia de los mismos, y los escribas de procedencia farisaica debieron de constituir en el consejo una fracción que iba teniendo cada vez más poder. Herodes el Grande inició su período de reinado con un demostrativo acto de poder con respecto al Sanedrín. Mandó ejecutar a gran número de sus miembros, porque el consejo se había atrevido a recordarle los límites del poder del monarca. Los sustituyó por personas que le eran sumisas. Sin embargo, durante los largos años de su reinado, el Sanedrín —entonces es cuando aparece ese nombre— careció prácticamente de importancia. Lo mismo habrá que decir de la época en que reinó Arquelao, hijo de Herodes, durante la cual la competencia del consejo, en consonancia con la división del país, quedó limitada a Judea.

Precisamente en la época de los gobernadores romanos fue cuando el Sanedrín pudo recuperar sus antiguos derechos, aunque limitados, eso sí, a Judea. Pudo ejercer nuevamente sus funciones como autoridad judicial en procesos civiles y penales. Tal cosa se hallaba en consonancia con la política romana en las provincias conquistadas. Claro está que la limitación más importante de los derechos del Sanedrín consistía en que los romanos, como potencia de ocupación, se reservaban el derecho de intervenir en todo momento por propia iniciativa y de actuar independientemente. De particular interés para nosotros, en relación con el proceso de Jesús, es la cuestión de si el consejo judío disponía de la potestas gladii, es decir, si tenía potestad para dictar y ejecutar la pena de muerte, o de si tal derecho quedaba reservado para el gobernador. Estudiaremos este problema más tarde, cuando hablemos del proceso de Jesús.


GNILKA, JOACHIM (1993). JESÚS DE NAZARET. BARCELONA: EDITORIAL HERDER.

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