JESÚS ANTES DE SU ACTIVIDAD PÚBLICA

JESÚS ANTES DE SU ACTIVIDAD PÚBLICA

Jesús en Nazaret


Localización de Nazaret
Jesús pasó, con mucho, la mayor parte de su vida en Nazaret. Por tanto, hay que decir algunas palabras acerca de Nazaret, por la que le llamaban «el Nazareno» (Mc 1,24 y passim). En el Antiguo Testamento no se menciona ese lugar en ninguna parte. Tampoco lo menciona Flavio Josefo. Eso se debe seguramente a su escasa importancia. No obstante, Nazaret debió de existir ya, por lo menos, en la época helenística, como lo demuestran los sepulcros excavados en rocas. Por las inscripciones sepulcrales, una de esas tumbas (son más de veinte) puede datar del año 200 a.C. aproximadamente. A. Alt sospecha que Nazaret fue fundada por gente venida de Jafa, ciudad que se halla sólo a 3 km de distancia en dirección sudoccidental, y que es una ciudad que aparece ya en Jos 19,10-16 en la lista de las poblaciones de la tribu de Zabulón. También Nazaret está situada en el territorio de Zabulón. Está rodeada de alturas, y al norte queda el nebí Sa'in. La fuente, que todavía existe, muestra seguramente las cercanías del lugar del antiguo asentamiento. En dirección sudoriental, un wadi, a manera de quebrada, conduce abruptamente en un rápido descenso al lago de Genesaret, situado 550 m más bajo, si podemos suponer que el lugar se hallaba a 340 m sobre el nivel del mar. Éste era, para los habitantes del lugar, el difícil camino que los unía con el mundo, porque al este, a unos 10 km de distancia, transcurría la via maris, la calzada que unía Damasco con el sur de Israel y con Egipto.

En los evangelios se nos dice que Nazaret era una ciudad (Mt 2,23; Le 1,26 y passim). Sobre su magnitud, no se nos dice nada. Porque también la Biblia griega (LXX) traduce por polis la expresión hebrea cir, que designa a todo poblamiento independiente, sin tener en cuenta su magnitud. Según atestigua Mc 6,1 par, Nazaret poseía una sinagoga. Para que llegara a formarse una comunidad sinagogal, eran precisos, por lo menos, diez varones. Pero ese número bastaba. En ese lugar vivía Jesús, en el seno de su familia y con su familia. Era el hijo primogénito (Le 2,7).

Si nos es dado suponer los communiter contingentia, las cosas que suceden generalmente, su madre María sería de 15 a 17 años mayor que él, y José unos 25 años mayor que él. Tiene algunos visos de probabilidad la sospecha de que José, que en los evangelios se menciona únicamente en relación con las historias de la infancia, muriera muy pronto. María habría sido acogida entonces, juntamente con su hijo, en el seno de la parentela. Los nombres de los cuatro hermanos del Señor, Santiago, José, Judá y Simón (Mc 6,3), todos ellos y cada uno en particular nombres de patriarcas judíos, permiten deducir que la parentela de Jesús se hallaba firmemente arraigada en la fe judía. No se nos dice nada sobre los nombres de las hermanas del Señor. Por lo demás, él se llamaba Yehosua' y su madre se llamaba Miryam. Jesús, María, son helenizaciones efectuadas más tarde. Lo mismo que Yosef (José), el hermano del Señor, es presentado en Mc 6,3 con el nombre helenizado de loses (véase Mt 13,55). En la apartada Nazaret no se dejaría sentir mucho la influencia helenística del gran mundo. Pero a 4 km al norte de Nazaret estaba situada Séforis, la ciudad residencial de Herodes Antipas, amigo de la suntuosidad, quien residió allí hasta el año 20 y estaba abierto a la influencia helenística. Da testimonio de ello el anfiteatro, que él mandara construir. Se supone también que los habitantes de Séforis tenían sentimientos helenófilos. Porque en la guerra judía, que tendría lugar más tarde, Séforis acogió a las tropas romanas y se sometió. Los habitantes de Nazaret no les siguieron en este gesto. La mayoría de ellos debieron de sucumbir en la guerra.

Sobre el largo tiempo que Jesús pasó en Nazaret no sabemos nada concreto. Los evangelios guardan completo silencio. Mientras fue un niño de corta edad. María se encargó de educarlo. Luego lo hizo José, quien tenía que instruirle en la torá. En la sinagoga, Jesús oía las lecturas de la Escritura y la interpretación de la misma en la predicación. En la vida cotidiana practicaba un oficio. Para su oficio y para el oficio de José se emplea la misma palabra: tekton, que solemos traducir por carpintero. Ambas cosas las escuchamos en el evangelio, en el mismo pasaje, cuando Jesús habla en público en la sinagoga de su ciudad natal, Nazaret. Sus compatriotas se escandalizan y dicen según Mc 6,3: «¿No es éste el carpintero?», y según Mt 13,55: «¿No es éste el hijo del carpintero?» Lc 4,22 evita mencionar un oficio. Marcos ofrece en este caso la versión más antigua. Porque la tendencia se inclina evidentemente a suprimir con respecto a Jesús la mención de un oficio. Pero podemos suponer que uno y otro ejercieron el oficio de tekton y que Jesús aprendió de José el oficio, según lo que podemos ver en el judaísmo rabínico tardío, en el que se dice que el padre tenía la obligación de enseñar al hijo un oficio manual. Una sentencia rabínica dice así: «Quien no le enseñe un oficio manual, le está enseñando a robar» (bQid 30b).

De todos modos, describir la actividad del tekton como la de un carpintero es decir muy poco. No sólo se ocupaba de trabajar la madera, sino también la piedra, y era, por tanto, también picapedrero (véase 2Re 5,11 LXX). En el griego de los documentos escritos sobre papiro se atribuyen a los tektones las siguientes actividades: trabajan en la construcción de presas, mantienen en buen estado de funcionamiento la rueda de los cangilones, construyen puertas, hacen casas, reparan las sillas de montar, etc.. Vemos, pues, que es muy variado el campo de sus actividades. Por lo demás, así lo confirma la litada de Homero, en la que se habla de un tekton «que con las manos fabricaba toda clase de obras» (5,60s; trad. de Segalá). A pesar de la gran variedad de sus ocupaciones, nos podríamos preguntar si habría suficiente trabajo para un tekton en Nazaret. Ya A. Schlatter contó con la posibilidad de que José hubiera intervenido en la reedificación de Séforis, que había sido destruida por Varo en el año 4 a.C. Y como la reedificación de la ciudad duró años y años, podemos preguntarnos si Jesús no habría participado también en esos trabajos. Todo son conjeturas. ¿Por qué Jesús se quedó tanto tiempo en Nazaret? ¿Cuántos años pasó allí? ¿Y qué le movió, finalmente, a abandonar su patria chica? El motivo externo fue la aparición en público de Juan el Bautista, en Judea. Había llegado hasta Nazaret la noticia del gran predicador de penitencia, que estaba actuando al sur del Jordán. Y Jesús marchó de Nazaret en Galilea al Jordán, para hacer que Juan le bautizase (véase Mc 1,9). Con esto comienza Jesús su vida pública. Pero antes vamos a preguntarnos cuánto tiempo pasó él en su patria chica. Es, al mismo tiempo, la pregunta acerca de la edad de Jesús.

En esta cuestión los evangelios nos ofrecen dos puntos de partida. Uno de ellos es bastante vago; en cambio, el otro parece ser bastante preciso. Según Lc 1,5 y Mt 2, el nacimiento de Jesús (y el de Juan el Bautista) tiene lugar en tiempo del reinado de Herodes. Según Lc 3,1, Juan el Bautista comienza su ministerio en el año 15 del reinado del emperador Tiberio. Además, nos enteramos por Lc 3,23 que Jesús, al comenzar su vida pública, tenía unos 30 años. Este último dato tiene también una" motivación teológica, porque podría hacer referencia a 2 Sm 5,4: también David, el prototipo del Mesías, tenía 30 años de edad al ser coronado rey. Sin embargo, la indicación no precisa la edad («unos 30 años»), con lo que se advierte en Lucas un interés cronológico e histórico. Este interés nos garantiza también que la indicación general «en los días de Herodes», como tiempo del nacimiento de Jesús, es acertada.

Ahora bien, Herodes murió el año 4 a.C. El monje Dionisio el Exiguo, que en el año 525, por encargo del papa Juan I, fijó la fecha de la pascua y calculó por primera vez los años trascurridos después de Cristo, se equivocó en sus cálculos. El año 15.° del reinado de Tiberio abarca el tiempo desde el 1.° de octubre del año 27 hasta el 1.° de octubre del año 28. Se presupone en todo ello la manera siria de contar, que sería la usada por Lucas. Según esta manera de contar, el tiempo que va de la ascensión de Tiberio al trono (19 de agosto del año 14) hasta el comienzo del nuevo año civil (1.° de octubre del año 14), aunque no abarque más que seis semanas, cuenta como el primer año de reinado. Claro que quedan imponderables. Si la muerte de Herodes el Grande es el último momento posible para el nacimiento de Jesús, entonces queda abierta la posibilidad de que ese nacimiento se produjera en un momento anterior. Jesús estará al comienzo de sus treinta años, cuando se llegue al Jordán para ser bautizado por Juan.

En cuanto a otros cálculos cronológicos hay que tener en cuenta que el 15.° año del reinado de Tiberio (Lc 3,1) se refiere al comienzo de la actividad de, Juan el Bautista, no al comienzo de la vida pública de Jesús.

Juan el Bautista y Jesús


San Juan Bautista, pintado por Leonardo da Vinci (1508-1513)
¿A quién encontró Jesús en la persona del Bautista? Juan no se deja encuadrar en ninguno de los partidos religiosos judíos que se describieron anteriormente. No era ni fariseo ni celota ni tampoco esenio. Constantemente se le ha querido ver en la cercanía espiritual de Qumrán, en cuya cercanía material trabajaba, y cuya existencia tuvo que haber conocido. Se ha pretendido incluso, alguna vez que otra, que Juan se educó en Qumrán. Sin embargo, él se diferencia de Qumrán principalmente por el carácter público de su actuación, que se dirige a todos los israelitas. Tan sólo de manera vaga se le puede asociar con movimientos bautistas que debieron de existir por aquel entonces. Lo que caracteriza a Juan en su inexorable predicación del juicio, asociada con la oferta de un bautismo. Es una figura de singularísima significación y magnitud, que nos recuerda a los viejos profetas, pero con contornos que hemos de deducir de lo que se nos refiere acerca de él. Por desgracia, lo que se nos ha trasmitido acerca de Juan no es demasiado.

En el centro de la predicación joánica del juicio se halla el esperado fin de la historia. Su expectación de la cercanía es tan acuciante e incontenible, que eclipsa orientaciones escatológicas comparables en la apocalíptica y en los esenios, y puede caracterizarse como una expectación de la cercanía más inmediata. Con imágenes impresionantes se presenta intuitivamente lo incontenible del juicio que está haciendo irrupción: «El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado al fuego» (Mt 3,10 par). Así como los leñadores dejan al descubierto las raíces de un árbol, antes de dar los últimos golpes para derribar el árbol, así de amenazadora ha llegado a ser para los oyentes la situación. El Juez esperado tiene ya en sus manos el bieldo con el que ha de purificar su era (Mt 3,12 par). No hay nada ya que esperar de la historia que se encamina precipitadamente hacia su fin. Los cálculos acerca del fin, tal como abundan en la apocalíptica, aparecen ahora como superfluos. El futuro esperado, que pone límites a todo lo presente, es obra exclusivamente de Dios.

Con el fin esperado hará irrupción sobre su pueblo la ira divina. ¡Que nadie crea que podrá escapar de la ira que se avecina! (Mt 3,7 par). El fuego en el que ha de caer el árbol que no dé fruto es expresión de la inflexible ira de Dios (ya en Am 7,4; Sof 3,8; Ez 22,31; Sal 89,47 y passim). Y en las palabras que hablan del bautismo de fuego, se convierte en el fuego real que aniquila lo existente, en el fuego inextinguible, al que se arrojará la paja: aquellas personas que no fueron capaces de producir frutos (Mt 3,11 par). Finalmente, ese fuego se refiere al fuego de la Gehenna, que irrumpirá en ese día (véase Job 20,26; Is 34,10; 66,24; Dn 12,2)17. No hay manera de escapar, porque Dios tiene razón para estar airado. Juan ve que ha llegado su fin para Israel. El hecho de pertenecer al pueblo no tiene ya ninguna importancia. Ser hijo de Abraham no sirve para nada. Casi sarcásticamente se ilustran estas palabras señalándose las piedras esparcidas por el desierto. Dios podría hacer de esas piedras hijos de Abraham (Mt 3,9). En el enjuiciamiento aniquilador, el Bautista concuerda con el Maestro de justicia de Qumrán. Ahora bien, no se trata de reunir en torno de sí una comunidad como resto santo de Israel. Para eso es ya demasiado tarde. Juan admite únicamente discípulos que le sigan (véase Mc 2,18 par).


El Bautismo de Cristo por Murillo (1655)
Ante la cercanía del juicio, Juan exige de cada uno la conversión. Pero exige además que se reciba su bautismo en las aguas fluyentes del Jordán. Ese rito bautismal era lo nuevo que caracterizaba a la actuación de Juan y lo que le proporcionó el sobrenombre de «el Bautista». Los que van a ser bautizados hacen ante él confesión de sus pecados, confesión que debió de ser de índole general, análoga a la confesión de los pecados que se hacía en la fiesta judía de la reconciliación o en la fiesta de la renovación del pacto que se celebraba en Qumrán (Mc 1,5; véase 1QS 1,22 - 2,1). El bautismo administrado por él no podía recibirse sino una sola vez. Esto se debía al hecho de que había llegado la última hora. En la unicidad se expresaba su carácter obligatorio. En Mc 1,4 recibe el nombre de bautismo de arrepentimiento (o conversión) para el perdón de los pecados. Este perdón de los pecados que se ofrece en perspectiva presupone en el bautizando una genuina disposición de arrepentimiento. Ello quiere decir que el bautismo por sí solo no garantiza el perdón de los pecados, sino que es, por decirlo así, el sello que atestigua que se ha manifestado una actitud de arrepentimiento. Sin embargo, es importante ver que Juan, como el administrador del bautismo, queda integrado en el proceso de aceptación del hombre. La conversión se hace a Dios. Podemos suponer, aunque no se diga expresamente, que esa conversión implica la conversión a la voluntad de Dios expresada en la Ley. La «predicación de los deberes de estado», que se ofrece en Lc 3,10-14 y que pudiera deberse a la redacción lucana, no nos aclara nada sobre las intenciones propias del Bautista. Las palabras que hablan de fruto digno de arrepentimiento (Mt 3,8) parecen inducir al individuo a que dé forma concreta en su vida a esa disposición suya para el arrepentimiento. Ahora bien, si no hay fruto, entonces el bautismo pierde su sentido. Con ello se realza plenamente el carácter individualizador de esa llamada al arrepentimiento, que hace que cada uno asuma su propia responsabilidad.

Pero el bautismo administrado en el Jordán señala más allá de sí mismo. En su referencia escatológica, nos está señalando a aquel bautismo que se administrará en el día del juicio, esperado para un futuro inmediato y al que todos tendrán que someterse. Pero se discute si Juan anunciaba ese bautismo como bautismo en el Espíritu Santo y en el fuego (así Mt 3,11 ;Lc 3,16) o tan sólo en el Espíritu Santo (así Mc 1,8) o tan sólo en el fuego. Muchas veces se piensa que el Espíritu Santo es una anotación cristiana que se ha hecho a la predicación del Bautista y que dirigiría la atención hacia la experiencia posterior del Espíritu que se tenía en la comunidad cristiana. Sin embargo, convendría no poner únicamente en labios del Bautista el anuncio del bautismo de fuego. Lo caracterizaríamos como simple profeta de desgracias. Asimismo, habría que pensar entonces que podría atribuírsele a él una significación mayor en la comunicación de la salvación, que la significación que se atribuye a aquel a quien él aguarda. Si Juan, según eso, anuncia el bautismo del Espíritu y el bautismo de fuego, ello nos recordará que esa yuxtaposición la encontramos también en la Regla de la comunidad de Qumrán, donde junto a la aniquilación en el tenebroso fuego se anuncia también la purificación por medio de espíritu santo que habrá de tener lugar en el futuro (1QS 4,13 y 21; véase Jl 3,1-3). Está claro que el bautismo del Espíritu y el Bautismo de fuego hacen referencia a grupos distintos: los unos recibirán la aniquilación en el fuego, los otros recibirán la purificación por medio del Espíritu Santo.

Tropieza aún con mayores dificultades la respuesta a la pregunta acerca de a quién ha anunciado entonces el Bautista; quién será el que ha de bautizar con Espíritu Santo y con fuego; de quién tiene conciencia Juan, por tanto, de ser el «precursor». En todo caso, Juan no es discípulo de Jesús. Aunque aparece quizá poco nítida en la predicación de Juan la figura del venidero bautizador en el Espíritu y en el fuego, y aunque podría ser cierto que, para él, el bautismo en el Espíritu y en el fuego ocupa un lugar más destacado que la idea acerca de quién lo va a administrar, sin embargo se ve que el Esperado, el que ha de hacer su aparición en el último día, es —según la concepción del Bautista— un ser que pertenece al mundo celestial. El bautismo en el Espíritu y el bautismo en el fuego son funciones escatológicas, que no pueden atribuirse ya a una persona terrena. Por eso, en último término, sólo se pueden tener en cuenta seriamente dos posibilidades: Dios mismo o el Hijo del hombre. El Hijo del hombre se referiría a aquella figura de juez y de salvador, familiar en la apocalíptica, que está oculto en el cielo y que aguarda a manifestarse cuando llegue el fin. Situar al Bautista cerca de la cristología del Hijo del hombre no significa declararlo como apocalíptico. Y no sería extraño tampoco que siguieran dejándose sentir en su predicación elementos apocalípticos, dado lo muy difundida que estaba la eficacia histórica de la apocalíptica.

Es difícil decidirse en la alternativa entre Dios y el Hijo del hombre. Podría hablar en favor del Hijo del hombre el hecho de que la expectación de éste sigue dejándose sentir en la predicación de Jesús, y que ello sería entonces un elemento tomado por Jesús de la predicación del Bautista, pero no sin modificarlo, claro está. La objeción más importante contra el hecho de referir el bautismo del Espíritu y el bautismo de fuego al Hijo del hombre consiste en que el bautismo escatológico en el Espíritu es algo que siempre se enuncia de Dios. Pero a esto se puede responder que, en la expectación escatológica del judaísmo de la época, existen ideas según las cuales Dios y el que traiga la salvación escatológica han de cooperar muy íntimamente, más aún, que ha de confluir la actividad de ambos. Acerca del Hijo del hombre se dice en HenEt 49 que él posee la plenitud de los dones del Espíritu y la sabiduría mana ante él como agua.

En Mc 1,7 se nos trasmiten aquellas palabras que expresan gran humildad: «Después de mí viene uno que es más poderoso que yo. Yo no soy digno ni siquiera de inclinarme y desatar la correa de sus sandalias.» Mt 3,11 introduce una variación: «...de quitarle las sandalias ». Estas palabras tienen que referirse únicamente al Hijo del hombre o al Mesías. ¿Quién se atrevería a hablar de la correa de las sandalias de Dios? Pero sospechamos que estas palabras aparecieron más tarde. Pues, aun aplicadas al Hijo del hombre presentado como figura celestial, ofrecen dificultades. Aparecieron en una época en que se supo a posteriori que Juan era el precursor de Jesús, y como tal se le consideraba.

La forma exterior de vida del Bautista está en consonancia con su predicación del juicio. Escogió como lugar para su actividad el desierto, porque éste se consideraba como el lugar del nuevo comienzo escatológico. Es dudoso que él se basara para ello en Is 40,3: «¡Preparad el camino del Señor, haced derechos sus senderos!» (véase Mc 1,3). Es verdad que también la comunidad de Qumrán fundamenta su permanencia en el desierto basándose en Is 40,3 (véase 1QS 8,13s), pero no podemos probar que esta reflexión, propia de un doctor de la Ley, la expresara el Bautista mismo. Llevaba una vestidura hecha de pelos de camello y un cinto de cuero en su cintura. Le servían de comida langostas y miel silvestre. La descripción de su vestido no basta para suponer que él se sentía a sí mismo como Elias que hubiera vuelto o que orientase su actividad según el modelo de ese viejo profeta. El vestido de pelos de camello era la vestimenta habitual de los moradores del desierto. Puede apreciarse también como expresión de gran pobreza. El cinto de cuero forma parte también del vestido habitual del campesino y del beduino. La interpretación del Bautista como segundo Elias no se efectuó sino en el seno de la comunidad cristiana. Miel silvestre y langostas era el mezquino alimento que el desierto ofrecía. Las langostas se cocían en agua salada y se asaban sobre carbones. La miel silvestre es miel de abejas silvestres y difícilmente será miel de plantas, como corresponde a una idea que se remonta hasta el Evangelio de los Ebionitas. Como no se mencionan más alimentos, se describe así la rigurosa vida ascética del Bautista.


Sitio del Bautismo de Jesús
Jesús se puso en la fila de la multitud de personas que aguardaban e hizo que Juan le bautizase. Reconoció la labor del Bautista. Más tarde, ese reconocimiento se confirma con palabras y se habla de su significación singularísima:

«¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? ¿O qué salisteis a ver? ¿Un nombre vestido con ropa fina? Mirad, los que usan ropa fina están en las casas de los reyes. Entonces ¿qué salisteis a ver? ¿A ver a un profeta?... Amén, os digo: entre los que nacen de mujer no se ha levantado nadie más grande que Juan el Bautista» (Mt 11,7b-9,11a).


Estas palabras sitúan a Juan por encima de los profetas, pero evitan un predicado mesianológico. Jesús renuncia también a deslindarse con respecto al Bautista.

El hecho de que Jesús recibiera de Juan el bautismo no se puede impugnar seriamente. Es evidente que ese hecho causó dificultades a la comunidad cristiana. Mt 3,14s nos informa de un diálogo que tuvo lugar con ocasión del bautismo, diálogo que tiene como trasfondo lo inadecuado que parecía el bautismo en el caso de Jesús. Lc 3,21 menciona únicamente el bautismo de Jesús en una oración secundaria y Jn 1,29-34 no habla siquiera de él. E. Haenchen puso en duda recientemente el bautismo de Jesús, basándose principalmente en que en la predicación de Jesús hay subyacente una imagen de Dios distinta a la que aparece en la predicación del Bautista. Jesús habla, sí, del juicio, pero en sus labios la oferta divina de gracia resalta poderosamente en el primer plano. El Bautista no habló tampoco del reino de Dios, que es el motivo central de la predicación de Jesús. Tampoco oímos que el Bautista hubiera hecho milagros o que se hubiera ocupado de sanar enfermos. Pero, indudablemente, estas atinadas observaciones no pueden cuestionar la historicidad del bautismo de Jesús.

Ahora bien, en otro contexto más amplio, tales observaciones merecen que las tengamos en cuenta seriamente. Se afirma que, durante algún tiempo, Jesús perteneció al círculo de los discípulos del Bautista. Jn 1,35-51 nos confirma, al menos, que algunos de los que fueron más tarde discípulos de Jesús habían sido antes discípulos de Juan. Entre ellos hay que contar a Andrés, hermano de Simón Pedro, y probablemente también a este último. Para defender que Jesús fue discípulo de Juan, se aduce concretamente aquel logion ya mencionado:
«Después de mí viene uno que es más poderoso que yo...» (Mc 1,7 par).
«Venir después de alguien» es, en realidad, expresión de que se es discípulo de alguien. Jesús utiliza poco más o menos la misma expresión en Mc 8,34: «Si alguno quiere venir en pos de mí (opiso mou akolouthein), niéguese a sí mismo, etc.» Sin embargo, esa idea de posterioridad puede entenderse también en sentido temporal. Entonces no significaría sino que el que es más poderoso aparecería más tarde temporalmente que el Bautista.

La afirmación de que Jesús fuera discípulo del Bautista podría confirmarse con dos observaciones que se hacen en el Evangelio de Juan, en el sentido de que Jesús también habría bautizado. Los patrocinadores de que Jesús fue discípulo del Bautista parten de que fue el bautismo de Juan el que Jesús habría administrado como discípulo del Bautista. En Jn 3,22 leemos: «Después de esto vino Jesús con sus discípulos a la tierra de Judea, y estaba allí con ellos y bautizaba. Y Juan también bautizaba en Enón, cerca de Salim.» Pero esta afirmación se corrige en 4,1-3: «Cuando el Señor supo que los fariseos habían oído que Jesús hacía y bautizaba más discípulos que Juan —aunque Jesús mismo no bautizaba, sino sus discípulos—, salió de Judea y partió otra vez para Galilea.» La corrección que figura entre guiones debe de ser la observación de un redactor más tardío. Hay que contar con que en el cuarto evangelio se nos haya conservado una antigua reminiscencia. Claro está que no se nos dice que Jesús hubiera bautizado como discípulo del Bautista, sino que él tenía sus propios discípulos. En caso de que Jesús mismo hubiera bautizado, su bautismo no se puede equiparar sin más con el bautismo de Juan. Qué sentido daba Jesús a ese bautismo, es algo que no vemos con claridad. No se le atribuye significación especial. ¿Tenía ese bautismo carácter preparatorio en el sentido de una buena disposición para escuchar el llamamiento de Jesús?.

La hipótesis de que Jesús hubiera sido durante algún tiempo discípulo del Bautista, encuentra a fortiori el problema ya mencionado anteriormente de que la actuación pública de Jesús, más tarde, se diferencia considerablemente de la del Bautista. Habría que contar entonces con que Jesús hubiera roto con Juan, o que hubiera tenido una experiencia especial: la experiencia de un encargo o de una vocación divina. Pero de ninguna de ambas cosas tenemos indicios. Tampoco Mc 1,10s par puede aducirse en favor de esto último. Es cierto que Jesús anunció también el juicio. Pero su predicación del juicio posee connotaciones propias y no puede separarse de su predicación del reino de Dios, y mucho menos en el sentido de que aquélla hubiera precedido temporalmente a esta última. Llegamos, pues, al resultado de que Jesús aceptó el movimiento del Bautista, se adhirió a él haciéndose bautizar por Juan, pero no fue su discípulo.

Después de eso, Jesús regresó de nuevo a Galilea, no a Nazaret, sino al territorio que queda a la orilla occidental y septentrional del lago de Genesaret, a fin de dar comienzo a su propia actividad. No eligió el desierto, sino el país benévolo y fecundo de los campesinos y los pescadores. En caso de que él hubiera ya trabajado en el círculo de los que rodeaban al Bautista y hubiera conseguido allí sus primeros discípulos, ello debiera considerarse únicamente como una especie de preludio.

Perspectiva. Si vamos siguiendo la historia de las tradiciones acerca del Bautista hasta su entrada en los evangelios, vemos que predomina una orientación, a saber, la de caracterizar a Juan como precursor de Jesús. Lo indeterminado en el anuncio de aquel que ha de venir, fue precisándose en este sentido. A la luz de la fe en Cristo, el Bautista fue preordenado y subordinado a Jesús. El paso decisivo lo observamos en la fuente de sentencias, en la que se recoge la predicación del Bautista y se la preordena a la predicación de Jesús. Algo parecido hace Marcos, el evangelista más antiguo, que da comienzo a su evangelio con la descripción de la actividad del Bautista, y con ello se convierte en modelo para los demás evangelistas. Si en la fuente de sentencias el Bautista aparece todavía más intensamente como el precursor del Hijo del hombre —Jesús— que viene para el juicio, y se enlaza así en términos generales con la predicación del Bautista, llena de intensiva expectación de la cercanía, vemos que la pregunta que Juan dirige a Jesús desde la prisión significa ya un punto de sutura en el desarrollo que está decantándose:

«¿Eres tú el que viene, o debemos esperar a otro?» (Mt 11,3 par)


Evidentemente, a esta pregunta se responde en sentido afirmativo. El deslinde del Bautista con respecto a Jesús, un deslinde que presenta a Juan como el precursor, va adquiriendo contornos cada vez más precisos hasta llegarse a la separación temporal entre ambos, en el sentido de que Jesús no comienza su vida pública sino cuando Juan ha sido ya encarcelado (véase Mc 1,14).


GNILKA, JOACHIM (1993). JESÚS DE NAZARET. BARCELONA: EDITORIAL HERDER.

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