Monjes y frailes: un rescoldo que revive

Monjes y frailes: un rescoldo que revive

En el siglo XVI es patente el relevo del monacato medieval. Comunidades nuevas como los Jerónimos, de tanta fuerza en los reinos ibéricos, y familias reformadas como las Congregaciones de Observancia, fuertemente centralizadas y disciplinadas y dispuestas ahora a concurrir a los ruedos culturales, son ya viveros de grandes figuras carismáticas y sobre todo columnas religiosas de las monarquías modernas que utilizan directamente el poder religioso de estas congregaciones para sus proyectos eclesiásticos, mientras los papas del Renacimiento apenas se percatan de la fuerza y atracción de estos grupos religiosos y, olvidando la experiencia de la Reforma Gregoriana, los dejan fuera de su estrategia de acción eclesiástica.

Menos dislocados de su postura tradicional, los conventos mendicantes prosiguen siendo focos de actividad religiosa y cultural en las ciudades. Padecen una cierta esclerosis institucional, debida al sistema claustral, que se reduce a acentuar los estamentos privilegiados en las comunidades (superiores, maestros, predicadores, confesores) y un cierto grado de instalación en los cargos, buscando en muchos casos la permanencia vitalicia. Pero cada convento representa con ventaja el centro religioso más eficaz de la comunidad urbana, gracias a la docencia, a la predicación, a la penitencia y al asociacionismo seglar que prefiere estos ámbitos atractivos que son las comunidades y los templos góticos. Desde los últimos decenios del siglo se producen también en estas familias religiosas las alternativas que traen las observancias. Los nuevos frailes observantes se sitúan en las periferias urbanas o en las nuevas villas y no tardan en prevalecer en las funciones tradicionales de los frailes. Su futuro camino del barroco sigue pautas muy dispares, de centralización férrea en unos casos, de diversificación creciente en otros. Lo más visible de los fenómenos es la gigantesca multiplicación de las familias mendicantes masculinas y femeninas en el período barroco.

Los monasterios en las redes beneficíales

La función tradicional de monasterios y conventos está en interrogante en el quinientos. Los monasterios antiguos, surgidos en ámbitos rurales, que con frecuencia desde su condición señorial han impulsado poblaciones, especialmente nuevas villas, sufren una grave postración al ser enrolados en el sistema fiscal y beneficial de la Cámara Pontificia, que se reserva las provisiones de sus abades y las realiza en personas ajenas a la comunidad, y verse sometidos de hecho a la encomienda laical, que mediatiza el señorío y los oficios y con frecuencia alega un patronato que le permite reservar para sus parientes los títulos abaciales o priorales. En esta situación no puede existir de hecho una comunidad viva sino un colectivo que convive dentro de cada mansión. Tampoco es posible mantener en vida la labor asistencial típica de la Edad Media, especialmente la hospitalidad ofrecida en los pequeños hospitales y hospederías monásticas. De la antigua atracción religiosa de los monasterios queda en vida apenas la devoción tradicional que se manifiesta preferentemente en elegir los enterramientos dentro del templo monástico. De este decaimiento no se libran ni siquiera las grandes familias monásticas como Cluny o el Císter, cuyos abades y capítulos generales no logran mantener la disciplina tradicional de sus familias religiosas. Una suerte diferente cabe a los prioratos canonicales sembrados por toda Europa, cuyo exponente más conocido es la Orden Premonstratense. Mientras los ubicados en áreas rurales sucumben a causa de los mismos agentes que destruyen los monasterios, los sitos en poblaciones urbanas logran sostener su sede y no tanto su comunidad. En muchos casos, como en la ciudad de París, estos cenobios canonicales prosiguen su labor cultural y son con frecuencia sedes ideales para los humanistas cristianos.

Las observancias monacales

Mucho antes que los papas y los obispos se apuntasen conjuntamente a la causa de la Reforma, las instituciones religiosas estaban militando en ella. Había suscitado su iniciativa renovadora un dilatado sentimiento de inautenticidad e infidelidad, expresado primero en denuncias y refugios en la vida eremítica, configurado luego como familia religiosa menor que retornaba a los modelos iniciales de cada institución y establecido finalmente, tras el Concilio de Constanza, como institución observante en forma de congregación o vicariato general. En Italia, y luego en España, el proceso de reforma regular arraiga fuertemente, tiene también sus expresiones doctrinales de justificación de las observancias y censura de la vida claustral tradicional.

— La Observancia: palabra-bandera

Las congregaciones y vicariatos generales de Observancia han dado su fruto ya antes de 1500: una constelación de nuevas casas religiosas; una pléyade de predicadores populares que fueron especialmente eficaces en la Italia del siglo XV y continuaban siendo motores de las masas en el 1500; hombres carismáticos que fueron capaces de buscar remedios para muchas miserias sociales como las carestías alimenticias y la usura, fundando instituciones como los Montes de Piedad. El impacto social de algunos de estos hombres, como fray Jerónimo Savonarola en Florencia o fray Martín Lutero en Alemania, decía con fuerza que los nuevos hombres de las observancias tenían carisma y arrastraban las masas. En sus palabras y gestos de denuncia y reforma entraban todas las demandas populares de la Baja Edad Media.

En el siglo XVI las instituciones observantes tenían mayor vinculación con los señores temporales que con los papas. De los primeros habían recibido dotación y amparo y seguían gozando de valimiento, sobre todo cuando necesitaban legitimar sus pasos sucesivos ante el Pontificado. Se diferencian netamente las observancias monásticas de las observancias mendicantes. Señalamos algunos de sus perfiles a lo largo de 1500.

Destruida la vida comunitaria y desarticulada la administración patrimonial por la entrada de las abadías en el régimen beneficial y fiscal de la Baja Edad Media y sometidas con frecuencia a las tutelas seglares en régimen de encomienda, las abadías benedictinas y cistercienses tuvieron en las normas de Benedicto XII, que les ordenaba formar federaciones y celebrar capítulos generales, un instrumento legal de reconstrucción. No resultó eficaz, ni siquiera en el caso del Císter que formaba de hecho federaciones y celebraba capítulos generales en los que designaba visitadores y emitía normas de gobierno. El camino de la reconstrucción consistió en la iniciativa de un monje carismático que fue capaz de reorganizar su monasterio y traer a otros a su estilo de vida. La nueva asociación o federación recibirá el nombre de Congregación y se organizará fuertemente como institución centralizada en la cual la casa-madre y sus abades generales tienen plenos poderes, legitimados en los capítulos generales que ellos mismos dirigen.

— Congregaciones de Observancia

Cada país contó desde el siglo XV con alguna de estas instituciones monacales. En Italia surgió en los monasterios benedictinos, por obra de Antonio Correr y Luis Barbo, la Congregación de Santa Justina, aprobada por Martín V en 1419, y conocida en la modernidad como Congregación de Montecasino. Su gran éxito en conquistas y experiencias monacales hizo que fuera imitada en Alemania (Congregación de Bursfeld), en Francia (Congregación de Chezal-Benoit) y en España (monasterio de Montserrat en Cataluña). El Císter prosiguió de momento su antigua experiencia de distritos o congregaciones nacionales que no impedían a los superiores generales promover la vida regular. Sin embargo no tardan en aparecer grupos observantes que imitan discretamente la iniciativa benedictina. Nacidos en el siglo XV, se desarrollan con fuerza en el siglo XVI.


Dibujo que representa como era la iglesia del monasterio de san Benito de Valladolid antes de la demolición, en el siglo XIX, de dos cuerpos superiores del campanario.
Tierra predilecta de las experiencias monásticas observantes fue España. Primero, en la Orden Benedictina, con su centro de la Congregación y monasterio de San Benito de Valladolid. Este monasterio, fundación real de Juan I de Castilla (1390), nace con un programa de vida monástica típico de los monjes reformados (ascesis extremosa, trabajo manual, vida comunitaria rígida, oración litúrgica prolongada). Capta lentamente otros monasterios castellanos, entre los que destacan Sahagún, San Claudio de León, San Juan de Burgos y Oña. En 1500 puede ya constituirse en Congregación, con su cabeza en San Benito de Valladolid, y emprende, con el amparo de los Reyes Católicos, la conquista de la mayor parte de los monasterios españoles, entre los que sobresale el monasterio de Montserrat. La pilotan de momento dos hombres de gran talla humana y espiritual, fray Pedro de Nájera, abad general, y fray García de Cisneros, prior observante de Montserrat. Desde estos momentos iniciales del siglo se hace visible el nuevo perfil benedictino: centralización rígida de la Congregación en su cabeza, San Benito de Valladolid, y acción directa de los abades generales en las abadías unidas y en los capítulos generales, con gran resistencia de la periferia; creación de un corpus constitucional que no cesa de enriquecerse a lo largo del siglo XVI; organización de los estudios con su epicentro en San Vicente de Salamanca; reducción de los prioratos y monasterios menores en cada región en torno a un monasterio central; atracción de los monasterios femeninos que, una vez aceptada la reforma, reciben de la Congregación asistencia religiosa; programación capitular de los grandes temas de la vida benedictina: constituciones, contribuciones económicas, casas de estudio, construcciones con presupuestos y trazas. Cada uno de estos pasos se concierta inevitablemente en los dos foros de decisión: el monasterio-madre de San Benito de Valladolid, que la periferia benedictina no consigue nivelar, y la Corte y sus consejos que se consideran obligados a evaluar las grandes decisiones e incluso a enviar delegados a los capítulos generales. La reforma de Valladolid sirve también para otros parajes. La exporta a Sicilia el rey Fernando el Católico, si bien consiente que los monasterios sicilianos terminen uniéndose a la Congregación de Santa Justina; a Portugal, cuyos soberanos aprecian e instalan en los monasterios lusitanos este modelo de observancia benedictina; posteriormente a la Inglaterra de la Contrarreforma que busca refugios para sus instituciones católicas.

Menos brillante resulta el movimiento observante en el Císter. El gobierno central de la Orden, presidido por el abad Juan de Cirey (1476-1503), y el Capítulo General habían luchado ante los papas contra el sistema de reservas que destruía sus abadías. El 17 de febrero de 1494, Cirey reunía en el Colegio de San Bernardo de París una comisión de abades que elaboraba un programa de reforma como respuesta a la asamblea de Tours de 1493. El capítulo general de 1495 la promulgaba y se disponía a aplicarla en toda la orden. Pero los hechos vinieron a evidenciar la constatación de siempre: las reformas jerárquicas suscitaban desconfianza y no prosperaban. Por otra parte la Orden no tenía de momento una rama observante que pudiese ofrecer una alternativa.

Sólo en España surge tempranamente un grupo reformado, capitaneado por el monje fray Martín de Vargas desde el monasterio aragonés de Piedra, que se ve legitimado por Martín V, el 24 de octubre de 1425. Iniciado el nuevo eremitorio toledano de Montesión y amparado por prelados humanistas como el deán toledano Francisco Álvarez de Toledo, cuenta desde el primer momento con la oposición del abad general del Císter y de los capítulos generales. A pesar de todo, el grupo crece y a mediados del siglo XV parece consolidado. Pero no hará conquistas hasta el reinado de los Reyes Católicos de España (1475-1516). En este período se va situando en algunos de los monasterios hispanos y llega momentáneamente a convencer al Capítulo General del Císter de que la Congregación española es capaz de restaurar la disciplina en los monasterios hispanos. Una concordia suscrita en 1511 preveía esta iniciativa. Pero se rompió la confianza al comprobar que la Observancia cisterciense se preocupaba más de crecer en número y en casas que de conseguir un Císter renovado en España. Desde 1517 no será posible encontrar un entendimiento, porque la Monarquía Católica apoya siempre a la Congregación y desconfía progresivamente de los abades generales, una distancia que observan también los reyes de Portugal. Las distancias se agrandan en los años siguientes cuando se intenta introducir la reforma en monasterios reales de obediencia cisterciense como la federación de las Huelgas de Burgos o San Clemente de Toledo. También en este caso, la Corona terminará inclinándose a favor de la Observancia cisterciense, incluso cuando las monjas la rechazan.

En la marcha concreta de la Observancia cisterciense vuelve a repetirse el cuadro de la benedictina. Se desata una fuerte conflictividad entre los abades generales y los titulares de las abadías incorporadas, con la formación de bandos o grupos y la intervención de delegados del Consejo Real que mueve a las partes a concordias y favorece la prosecución de la reforma hasta englobar todos los monasterios de España. Por otra parte la Congregación va adquiriendo un sentido más unitario y centralista para hacer frente a nuevos retos como la reforma tardía de los monasterios navarros, los colegios universitarios de Alcalá y Salamanca y las reformas femeninas. Lo acontecido en tierras hispanas se reitera con otros matices en la vecina Portugal, donde la gran abadía real de Alcobaca está a la cabeza del Císter portugués, resiste a los intentos de los abades de Claraval de recuperar su autoridad y termina en 1567 encabezando una nueva Congregación de Observancia. Muestra y espejo de lo que significaba la reforma cisterciense a causa de sus elementos dispares en monasterios, sexos e instituciones religiosas, es el historial del monasterio real de las Huelgas de Burgos a lo largo del siglo XVI.

Los grupos canonicales

Parejo al monacato discurre el itinerario de reforma de las familias canonicales. En la Cristiandad existían muchas instituciones intituladas canónigos regulares. En tierras renanas y flamencas estaba en flor la herencia de espiritualidad y literatura espiritual que venían produciendo a lo largo del siglo XV los canónigos regulares de Windesheim, principales fautores de la llamada Devoción Moderna y renovadores de una gran parte de los prioratos franceses y centroeuropeos a los que legaron sus Consuetudines y sobre todo su rica literatura espiritual. Su ascesis flexible e ilustrada les hace desembocar a principios del siglo XVI en las formulaciones más ricas del humanismo cristiano que desarrollará Erasmo de Rotterdam, que, aunque educado en sus directrices, carecía de su espíritu religioso.

Ante la oleada de las reformas regulares de los siglos XV y XVI es muy dispar la suerte de estas instituciones incluso en el mismo espacio físico. Así, mientras en España van desapareciendo del mapa como comunidades regulares los canónigos regulares de diversas denominaciones y se van reduciendo a simples beneficios seculares, en Portugal la magnitud de Santa Cruz de Coimbra hace posible no sólo su perduración sino también su reorganización como cabeza de una nueva Congregación de canónigos regulares.

Se sostiene lánguidamente la Orden Premonstratense que llega a los tiempos postridentinos sin alternativas, sobreviviendo apenas la veintena de monasterios que la componen en España bajo la jurisdicción teórica del «visitador general e reformador de todas las casas e personas», que no logra ser efectivo. El 16 de abril de 1567 recibe una disimulada sentencia de muerte en el breve Superioribus mensibus, de Pío V, que faculta para visitar la orden y fusionarla con la de San Jerónimo, una amenaza que consiguen parar en Roma algunos de sus canónigos del priorato de Retuerta en una aventura rocambolesca. La empresa resulta eficaz y la orden sobrevive. En dependencia de los nuncios pontificios postridentinos Castagna, Ormaneto y Sega, sabe elaborar unas Constituciones de Reforma en 1572 que encuentran dificultad en ser aplicadas porque el abad general Jean Despuets (1572-1596) no acepta que el grupo español se configure como Congregación de Observancia hasta los años de 1581-1582 en que se llega a una concordia entre la Orden y la Congregación. Los tiempos urgen ahora en la línea de las reformas más estrechas y la Orden Premonstratense tendrá desde 1593 una facción que se acoge a las nuevas formas de Recolección que anidan entre los frailes mendicantes. En todo caso su fijación en las formas monacales le impidió seguir el nuevo rumbo de los clérigos regulares modernos con su fuerte incidencia en la educación popular y en la acción pastoral.

Las órdenes mendicantes

Muy desigual se presenta a la altura de 1500 el proceso de la Reforma en las órdenes mendicantes. Tiene dos dimensiones: la jerárquica, realizada por los superiores generales y provinciales, por lo general instituyendo casas de recolección en cada distrito territorial; la de los grupos de Observancia, que dentro de cada orden se forman como vicariatos o congregaciones, manteniendo la dependencia de los superiores mayores. Esta segunda presenta gran variedad de formas y desarrollos. Algunos de los institutos, como la familia franciscana, mantienen el proceso abierto y dan vida a diferentes familias autónomas: observantes, recoletos, descalzos, capuchinos, reformados. Otras instituciones, como las órdenes dominicana y agustiniana, mantienen firmemente el cuadro constitucional, ofrecen temporalmente opciones de cambio y reajuste de vida y promueven el retorno a la unidad mediante decisiones jerárquicas que establecen las pautas de vida que consideraban observantes. A estos resultados se llega tras la larga y accidentada marcha.

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