EL PAPADO DURANTE EL SIGLO V Y PRIMER CUARTO DEL SIGLO VI
a) El papa y su poder: control y centralización
Al mismo tiempo que se producían los debates que oponían Oriente y Occidente sobre la definición del primado romano y sobre el papel del obispo de Roma en el mantenimiento de la tradición ortodoxa, se desarrolló también una reflexión sobre la extensión de la autoridad disciplinar de Roma. Desde el pontificado de León I al de Símaco, los papas afirmaron bajo diferentes formas su autoridad sobre las Iglesias de Occidente.


San León I Magno
 
León I (440-461), en los sermones que pronuncia con ocasión de su elección al pontificado, enuncia la síntesis clásica de la idea del primado romano. Dirigiéndose a los obispos reunidos para la fiesta, se afirma como el heredero de Pedro, en cuya veneración se han reunido los obispos. En la persona de León sus colegas «ven y honran a Pedro», rinden homenaje «principalmente a aquel que ellos saben que es no solamente el obispo de esta sede, sino el primado de todos los obispos» (Sermón 93). Cuando León habla, es Pedro quien habla por su boca (Sermón 94) y «en todo el universo sólo Pedro es elegido para ser encargado de llamar a todos los pueblos, sólo él está puesto a la cabeza de todos los Apóstoles y de todos los Padres de la Iglesia; de manera que, aunque en el pueblo de Dios hay numerosos sacerdotes y pastores, sin embargo Pedro debe gobernar en particular sobre todos aquellos que, por principio, Cristo gobierna» (Sermón 95). Cristo ha hecho de Pedro el princeps de la Iglesia, y el obispo de Roma es su sucesor. La noción de herencia, en la acepción que tiene en el derecho romano, funda las prerrogativas romanas no solamente en el enunciado de la fe, sino en el gobierno de la Iglesia. El obispo de Roma actúa vice Pedro, es su vicario. La fórmula es nueva, aunque la idea no lo es. La noción del principado se toma del vocabulario político, designa claramente una autoridad de gobierno y no solamente una autoridad moral.


San Gelasio I
 
Gelasio I (492-496) mantuvo una correspondencia importante, realizó una acción pastoral eficaz y desarrolló una obra doctrinal considerable. En sus cartas a los obispos de Oriente, a los magnates del reino, al mismo emperador, reivindica la independencia y preeminencia de la sede romana. A finales del año 493, Gelasio, siempre en tono cortés, se enfrentó al conde godo Teia a propósito de un obispo falsario y prevaricador, Eukaristus. En la primera carta que Gelasio dirige al funcionario godo, le pide que se mantenga lejos de este asunto y que no obligue al papa a dar cuenta al rey. Los argumentos de Gelasio son de dos órdenes: por una parte, puesto que el conde es «de otra comunión», no debe inmiscuirse en asuntos que no le conciernen; por la otra, debe imitar al rey, señor e hijo del papa, quien, en su gran sabiduría, no quiere mezclarse en asuntos eclesiásticos. Según Gelasio, el emperador y el papa tienen diferentes funciones en la misma y única comunidad. El emperador tiene sólo auctoritas civil, el papa sólo sacerdotal, pero la autoridad espiritual es superior a la civil. Ella es competente para la administración de los sacramentos y responsable ante Dios también de los soberanos civiles. Se trata de un texto que define perfectamente las relaciones entre el poder bárbaro y arriano, y la Iglesia, en términos que preservan íntegramente la autonomía de ésta última. A sus ojos, la retirada del Henotikon debe significar tanto el reconocimiento de que era erróneo como el signo de la sumisión de Oriente a Roma.

Gelasio escribió contra el pelagianismo, que subsistía en algunas regiones como Dalmacia, y contra el monofisismo oriental. El Liber Pontificalis nos recuerda que tuvo que luchar contra los maniqueos, a cuyos adeptos hizo deportar y quemar sus libros. Su gesto pastoral más recordado fue la prohibición a los cristianos de participar en la fiesta pagana de las Lupercales, cuya celebración a mediados de febrero se había mantenido o se había restablecido en Roma.

b) El primado romano y los patriarcas orientales a comienzos del siglo VI
Los concilios de Constantinopla (381) y Éfeso (431) habían confirmado la primacía ya adquirida del obispo de Roma, pero el concilio de Calcedonia (451), en el canon 28, que completa lo legislado en el concilio de Constantinopla (canon 3), concede al obispo de Constantinopla el derecho a juzgar, en última instancia, todos los litigios de los obispos de Oriente, salvo los de Egipto, que correspondían al patriarca de Alejandría; los de Siria, que pertenecían al patriarca de Antioquia; y los de Palestina, que reclamaba el patriarca de Jerusalén. Esta decisión define y asigna una estructura jerárquica a los patriarcados orientales, organizados por el emperador Justiniano I (527-565).

El citado canon 28 precisa que el obispo de Constantinopla viene inmediatamente después del de Roma, primado de honor justificado por el papel político de la ciudad de Constantinopla. Los Padres conciliares, orientales casi en su totalidad, escribieron respetuosamente a Roma para solicitar la aprobación pontificia del conjunto de decretos, comprendido este último canon dificultoso, votado sin la presencia de los legados del papa. Pidiendo la aceptación por parte del papa, reconocían explícitamente el primado romano, pero León I Magno (440-461) rehusó categóricamente ratificar la promoción del obispo de Constantinopla. De una parte y de otra se quedan a la expectativa.

c) La rivalidad entre Roma y Constantinopla. El Henotikón. El cisma de Acacio
Ante las malas consecuencias seguidas de la celebración del concilio de Calcedonia (451) y la proclamación de su «símbolo de la fe», estudiadas anteriormente, el patriarca de Constantinopla Acacio pensó que era más importante restablecer la unidad religiosa de Oriente que seguir la autoridad del papa de Roma, debilitado por las invasiones y bajo el control político de los bárbaros.

Bajo la presión de Acacio, el basileus Zenón (474-491) publicó una confesión de fe con el título de Henotikón (henosis = unión; por tanto Edicto de unión) en el verano de 482, investida del carácter de ley imperial. Este texto, singularmente conciliador, condenaba por igual a Nestorio y Eutiques, rechazaba el concilio de Calcedonia e, implícitamente, el tomus de León I, que no mencionaba, y sólo se admitían como normas de fe el concilio de Nicea y los anatematismos de Cirilo contra Nestorio, lo que agravó la confusión.


San Félix III, quien debería ser Félix II, ya que al que se cococe por ese nombre se proclamó papa en el año 355, cuando el papa legítimo era San Liberio.
 
Para los católicos el Henotikón era inaceptable, puesto que en él se desautorizaba el concilio de Calcedonia. Cuando la publicación del Henotikón llegó a Italia acababa de ser elegido papa Félix III (483-492), quien envió inmediatamente una delegación a Constantinopla, cargada de cartas de recomendación, aunque nadie atendió a estos embajadores.

En julio de 484, Félix pronunció la deposición de Acacio de Constantinopla. La comunión entre Roma y Constantinopla se había roto, el cisma acaciano duraría hasta el año 519.

d) Italia ostrogoda. El primado romano en Occidente
No se engañaba Acacio al tener en poco el prestigio del pontífice romano en Oriente. Al declive político de Roma se unió el eclipse de su influencia pontificia. Para los orientales el primado de Roma no procedía específicamente del hecho de que Pedro se hubiese instalado allí, sino de su papel de capital del Imperio. La caída del Imperio en Occidente marca el ensombrecimiento de la sede romana. Félix III (483-492) y sus sucesores —Gelasio I (492-496), Anastasio (496-498) y Símaco (498-514)— reinaron separados de Constantinopla, sin influencia práctica en Oriente. ¿Qué sucedió en Occidente?

Desde el año 476, los pontífices romanos debieron cohabitar con los reyes bárbaros. Los papas no tuvieron autoridad política alguna en Roma ni en Italia, no disponían sino de un gran prestigio moral, acrecentado por el recuerdo cercano de León I Magno, que había detenido en 452 la marcha de Atila sobre Roma y que había salvado la ciudad de la destrucción completa cuando el saqueo de Genserico, rey de los vándalos, en 455.

Teodorico, rey de los ostrogodos, asedió a Odoacro en la ciudad de Ravena, y fue el obispo Juan quien se encargó de negociar la rendición de Odoacro, en febrero de 493. Según la crónica de Andreas Agnellus, Teodorico prometió no solamente perdonar a su adversario, sino también compartir con él la dominación de Italia. El 5 de marzo, el obispo abrió las puertas de la ciudad e hizo entrar al nuevo rey. Sin embargo, diez días más tarde Teodorico asesinó a Odoacro durante un banquete, conservando para él solo el poder en Italia.

Odoacro primero y después Teodorico, hasta el año 520, mantuvieron para con las instituciones eclesiásticas el mismo respeto que para todo lo que fuera romano. Se convirtieron en los auxiliares de las sentencias romanas, concedieron el apoyo del brazo secular a las peticiones de los funcionarios pontificios, salvo contra el arrianismo. En el año 500, si se cree lo escrito en la Vida de San Fulgencio, Teodorico habría viajado a Roma para orar solemnemente sobre la tumba de los Apóstoles; pero en la medida en que el rey germano se tenía en principio como el mandatario del basileus y en la práctica su heredero, podía justificar el derecho de control que ejercía de hecho sobre el papado. Su injerencia fue facilitada por el modo de elección del soberano pontífice y por los conflictos que esto provocó.

e) Teodorico (493-525), arbitro del papado. La doble elección papal de 498

Teodorico, rey ostrogodo
 
El principio de la elección del obispo de Roma por el clero y el pueblo de la ciudad permanecía en vigor. De hecho, la elección se acompañaba frecuentemente de disturbios, intrigas, presiones políticas; diferentes facciones se disputaban la sede pontificia, llegando, en ocasiones, a la corrupción. Las diferencias inherentes al procedimiento electivo fueron el origen de una grave crisis de la cristiandad romana: el cisma de Lorenzo.

Para evitar la vuelta a las intrigas y la doble elección, como había ocurrido con la de Eulalio y Bonifacio en 418, el papa Simplicio (468-483) decidió que a su muerte una asamblea de senadores y de miembros del clero romano se reuniera lo antes posible para elegir al nuevo pontífice. Ésta fue la primera medida que tendió a restringir progresivamente el cuerpo electoral del pontífice romano, pero, por contra, se introdujo con ello un elemento político en la elección. En marzo de 483, el delegado de Odoacro, el prefecto del pretorio, Cecina Basilius, preside el colegio restringido que, antes de la elección del nuevo papa, hizo adoptar una reglamentación sobre el uso del patrimonio eclesiástico: los bienes de la Iglesia son absolutamente inalienables; los bienes muebles que no puedan ser utilizados en el curso de la liturgia deben ser vendidos y utilizados en limosnas y no tesaurizados; toda infracción a estas reglas es nula y condenada como anatema. Inmediatamente designa al diácono Félix como soberano pontífice. En caso de división del colegio electoral, el monarca se convertía así en el arbitro de la situación, lo que ocurrirá en la sucesión de Anastasio II (496-498).

Anastasio II, contrariamente a sus predecesores inmediatos, Félix III (483-492) y Gelasio I (492-496), había intentado resolver el cisma del patriarca de Constantinopla Acacio mediante la negociación. A la muerte de Anastasio, un partido intransigente, mayoritario dentro del clero, surgió frente a Anastasio. Este partido, reunido en San Juan de Letrán, designó como papa al diácono Símaco, el 22 de noviembre de 498; en tanto que los partidarios de la política de conciliación del papa difunto, reunidos en Santa María la Mayor, eligieron al sacerdote Lorenzo. Las luchas estallaron inmediatamente en Roma. En medio de esta situación, las dos partes acordaron solicitar el arbitraje de Teodorico, lo que se manifiesta como un testimonio indiscutible de la legitimidad reconocida por la Iglesia al poder real, aunque era arriano. Es verdad que, en esta circunstancia, la Iglesia de Roma no tenía la posibilidad de llamar a otra persona.

Teodorico convocó en Ravena a los dos competidores y enunció la siguiente regla: aquel de los dos candidatos que haya sido elegido el primero y por la mayor parte del clero es el papa legítimo, sentencia que favorecía a Símaco. El 1 de marzo de 499, Símaco reunió en Roma un concilio en el que decidió que nadie tendría derecho, fuera del papa reinante, a ocuparse de la elección de su sucesor. Lorenzo tomó parte en el concilio, firmó las actas y recibió poco tiempo después el obispado de Nocera, en la Campania.

Un rebrote largo y espinoso refuerza aún esta primera manumisión de Teodorico sobre el papado. Los partidarios de Lorenzo lanzaron contra Símaco una campaña de calumnias: le acusaron de corrupción y de malas costumbres. Teodorico llamó de nuevo al papa a Ravena en 501. En Rímini, un día que Símaco paseaba por la playa mientras esperaba la convocación real, vio pasar un carruaje que se dirigía hacia Ravena, llevando las mujeres con las que se le acusaba de vivir criminalmente. Símaco comprendió entonces el complot, regresó a Roma y se encerró en San Pedro. Teodorico, desfavorablemente impresionado por esta huida, nombró un visitador apostólico en la persona de Pedro, obispo de Altino, en Italia del Norte; un sufragáneo de Aquilea, encargado de administrar la Iglesia de Roma hasta que Símaco se justificara. Al mismo tiempo, el rey convocó un concilio para tratar el asunto. Estos métodos, enojosos y sin precedente, venían a suspender al papa y hacerle juzgar por un tribunal eclesiástico. El 23 de octubre de 502, los obispos del concilio decretaron que no podían juzgar a Símaco y lo reenviaron ante el tribunal de Dios; en consecuencia, el papa quedaba restablecido en sus funciones y en su dignidad. Teodorico, después de haber dejado que el partido de Lorenzo actuase libremente, ordenó en el año 507 desarmar y someter a los opositores. Lorenzo vivió en un retiro austero hasta su muerte.

Bajo el pontificado de Hormisdas (514-523), antiguo diácono de Símaco elegido sin competición, el cisma terminó por desaparecer. Pero estos sucesos consagraron la tutela política total de Teodorico sobre el papado: el papa debía comportarse como un subdito fiel.

Por haber despertado las sospechas y la cólera del rey a causa del choque de la misión que Teodorico envió a Constantinopla ante el basileus Justino I, el papa Juan I (523-526) murió en prisión. Para sucederle, después de una sede vacante de dos meses, Teodorico hizo designar a Félix IV en 526. Aún se debe anotar que Bonifacio II, elegido en el año 530, varios años después de la muerte del rey, era godo de nacimiento. La autoridad del papa no podía sino salir disminuida de esta situación. Por otra parte, la división política de Europa y las rivalidades de los reinos germano-romanos terminaron por comprometer el edificio precario de la centralización, puesto en pie por el papado a lo largo del siglo VI.

f) El proceso de Boecio y el papa Juan I
Aunque el proceso de Boecio (c.480-524) apenas tenga carácter religioso, no puede ser disociado de las desventuras del papa Juan I, a causa del papel primordial que jugó en Constantinopla en dos ocasiones. En un primer tiempo, el senador Albinus, un miembro de la familia de los Decii, fue acusado por el referendarius Cyprianus de haber dirigido al emperador Justino I una carta hostil a Teodorico. Boecio tomó su defensa afirmando a la vez la falsedad de la acusación y su solidaridad, como la de todo el senado, con el acusado. Cyprianus dio a conocer unos documentos, falsos según los partidarios de Boecio, y este último fue encarcelado, juzgado, condenado a muerte y ejecutado en el año 524. En la prisión escribió La consolación de la filosofía, importante síntesis de la filosofía antigua y del pensamiento cristiano, destinado a tener un gran suceso en la Edad Media.

Boecio fue acusado por unos ignorantes que no comprendían su actividad filosófica, en primer lugar por haber deseado la libertad de los romanos, y en segundo lugar por practicar artes mágicas. El propósito de Boecio era afirmar la futilidad de la acusación dirigida contra él, pero el ilustre personaje no podía ignorar el concepto de la «libertad» para los romanos. Todas las empresas de la reconquista de Occidente por los bizantinos fueron hechas en nombre de esta libertas, verdadera palabra llave de la propaganda imperial. El proceso de Albinus y de Boecio deja adivinar la existencia de un grupo de aristócratas favorables a la restauración imperial, en un período en que el emperador Justino y su sobrino Justiniano comenzaron a poner en práctica los medios de esta política. Por el mismo Boecio podemos apreciar la calidad del cristianismo de estos últimos romanos, una religión culta, nutrida de filosofía, fiel a la tradición clásica; pero una fe auténtica, perfectamente al corriente de los problemas teológicos y canónicos de la Iglesia de su tiempo.

Dentro de este contexto, Teodorico envió a Constantinopla una embajada, compuesta por cuatro senadores y cuatro obispos, uno de ellos el de Roma. Las fuentes antiguas se interesan por el papel del papa. El rey lo convocó a Ravena y le pidió que exigiera al emperador que dejara a los arríanos, convertidos al catolicismo, volver a su primera confesión arriana. El papa aceptó el resto de la legación, pero rehusó pedir al emperador que aceptara a los apóstatas. Según el testimonio del Líber Pontificalis, la inquietud de Teodorico estaría fundada en la existencia de un decreto de Justino por el que se confiscaban las iglesias arrianas para donarlas al culto católico.

Las fuentes atestiguan el suceso político de la embajada. Recogen, también, la suntuosa recepción del papa en Constantinopla. Al regresar la embajada a Ravena, a pesar del suceso diplomático obtenido, el rey recibió muy mal a sus legados. Durante su ausencia, Boecio había sido ejecutado y Teodorico estaba convencido de la existencia de un complot contra él entre los senadores. El eco del buen entendimiento entre el papa y el emperador pudo persuadirle de un enfrentamiento entre el clero católico y sus adversarios políticos, así como le hizo pensar que la población arriana en adelante estaba amenazada. Los legados fueron hechos prisioneros en Ravena y el papa Juan murió durante su cautividad. Muy pronto adquirió una reputación de mártir. Teodorico, en cambio, dejó de ser el soberano bienquerido, que celebra el panegírico del diácono Enodio, para encarnar en adelante la figura del perseguidor.


ÁLVAREZ GÓMEZ, JESÚS. (2001). HISTORIA DE LA IGLESIA. MADRID: BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS

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