EL PONTIFICADO DE GREGORIO I MAGNO
(590-604)
(590-604)
San Gregorio I Magno
a) Orígenes y formación de Gregorio Magno
Gregorio nació hacia el año 540 en una familia patricia donde se vivían las virtudes cristianas; uno de sus antepasados había sido papa de 483 a 492 con el nombre de Félix III, dos de sus tías eran religiosas y son honradas como santas, así como su propia madre, Silvia. Recibió Gregorio una formación clásica y destacó en los estudios de gramática, dialéctica y retórica. Fue nombrado praefectus urbi en el año 572 y en este oficio adquirió o afinó las dotes administrativas que luego demostraría en la reorganización del patrimonio de San Pedro. En el año 574 firma con otros representantes de la nobleza romana el acta con que Lorenzo, obispo de Milán, acepta las deliberaciones del concilio de Constantinopla de 553 y la condenación de los Tres Capítulos, reconciliándose así con la Sede Apostólica.
Tras una madura reflexión y largas dudas, Gregorio se convirtió a la vida monástica (574-575). Renunció a su cargo, rindió cuentas al exarca de Ravena y transformó su propia casa del clivus Scauri en un pequeño monasterio (sobre el emplazamiento aproximado de la actual iglesia de San Gregorio sobre el monte Celio). Vivió bajo la Regla de San Benito, sometido al abad Valencio, porque no quiso tomar la dirección de la comunidad. Además de este monasterio, Gregorio fundó y dotó otros seis en territorios que poseía en Sicilia. Alcanzó, mediante las prácticas ascéticas, una santidad delicada. Agapito II lo distinguió a causa de sus cualidades excepcionales, le ordenó diácono y le envió como apocrisiario a Constantinopla. Allí permaneció de 579 a 585 manteniendo una amistad con el emperador Mauricio y con Leandro de Sevilla, a la sazón en la capital del imperio, para exponer la causa de la Iglesia hispana perseguida por los visigodos arríanos. De sus conversaciones con Leandro nacieron sus Libros Morales (Moraiia in Iob), dedicados a Leandro.
Vuelto a Roma, retornó a la vida religiosa en el monasterio de San Andrés del clivus Scauri y a su trabajo de meditación sobre las Sagradas Escrituras, pero también actuó como secretario y consejero del papa Pelagio II. AI morir éste, víctima de la peste, el 7 de febrero de 590, los romanos lo eligieron papa. Gregorio no quiso aceptar la elección, pero el emperador Mauricio la confirmó y envió la orden de proceder a la consagración del nuevo elegido, que se desarrolló el 3 de septiembre de 590.
Gregorio tuvo que hacer frente a numerosas tareas materiales: debió combatir la peste, el hambre, la invasión lombarda. En Roma desarrolló una actividad desbordante como lo revela el registro de su correspondencia. Se preocupó por la provisión de la ciudad, distribuyó muchas pero discretas limosnas, se ocupó con interés por las propiedades de la Iglesia dispersas en Italia y mantuvo con los intendentes de sus dominios una correspondencia asidua. Pero en ningún momento se limitó a esta administración material de la Iglesia, sino que desarrolló una actividad pastoral considerable en tres direcciones: la redacción de tratados y cartas, el restablecimiento de la disciplina y el apostolado misionero.
b) La romanidad de Gregorio
Cuando se busca una razón capaz de explicar el carácter personal del papa Gregorio, su programa y sus éxitos, no se halla otra que su romanidad. Romanidad significa aquí no tanto cultura romana como sabiduría romana y rica humanidad. Gregorio fue heredero del arte de gobierno de la antigua Roma —lo había aprendido y ejercitado en su anterior carrera al servicio del Estado— que había tenido bajo su mando a pueblos de distinta raza respetando sus peculiaridades. Esta romanidad, caracterizada por su capacidad práctica de buen orden y mando, alcanzó en Gregorio extraordinaria profundidad en el sentido cristiano intentando realizar el lema de Mt 23,11: «el más grande de vosotros sea servidor vuestro». Durante toda su vida, el romano Gregorio permaneció íntimamente identificado con la antigua idea de imperio y de su representante, el emperador de Oriente. Pero no por eso dejó de querer la independencia de la Iglesia. Defendió a Roma contra los lombardos. Pero luego prefirió, en vez de secundar las exigencias del emperador y del exarca, conseguir la retirada del rey Agilulfo por medio de un elevado tributo anual. Frente a sus enemigos no olvidó su carácter sacerdotal, tratando de ganarlos para la fe católica, como lo hizo el hijo mayor del rey.
c) Las obras y tratados pastorales
A través de una actividad incansable que tocó todos los dominios, Gregorio continuó teniendo tiempo para estudiar y escribir. Sus obras están todas escritas con el deseo de la salvación de las almas. Muestran a los clérigos y a los laicos el contenido del pensamiento de los Padres. De hecho, tuvieron una importancia inmensa durante toda la Edad Media. De gran interés fue la reforma litúrgica intentada por Gregorio. Redactó un Sacramentarium gregorianum, aunque de él no poseemos sino una copia que Adriano I envió a Carlomagno hacia 785/786, que presenta el texto gregoriano con las innovaciones que entre tanto se habían introducido en la liturgia romana. Se le atribuye también un Antiphonarium, que queda confirmado por la reorganización llevada a cabo por el pontífice en la schola cantorum, a la que asignó una sede dotada de medios para el sustento de sus miembros que vivían en común.
La Expositio in Iob, llamada también Moraiia in lob, fue comenzada en Constantinopla bajo forma de conversaciones con los monjes que con él vivían. Posteriormente reelaboró todo el material para lograr una obra orgánica.
Las Homiliae in Evangelium son una colección de 40 homilías sobre otros pasajes evangélicos fruto de la predicación de Gregorio durante los dos primeros años de su pontificado. En el año 593 Gregorio las reunió en dos libros. Son modelos de predicación popular ricos en enseñanzas morales y místicas expuestas de manera sencilla y natural. Diversas por su tono y nivel son las Homiliae in Hezechielem prophetam, pronunciadas a finales del año 593 y comienzos de 594, mientras Roma se hallaba amenazada de asedio por las tropas de Agilulfo. El nivel de esta obra es superior a la anterior. Las Expositiones in Canticum canticorum (sobre los ocho primeros versículos) e In Librum primum Regum (sobre 1 Sam 1-16) son, al parecer, textos no redactados directamente por Gregorio, sino dictados por el monje Claudio, que repetía de memoria lo que había oído de viva voz del pontífice.
En la Regula pastoralis Gregorio trata de la sublimidad de la dignidad episcopal, expone las virtudes del pastor. En la tercera parte, que es la más extensa, estudia la manera de educar a las diversas categorías de fíeles, y en la cuarta exhorta a los pastores a renovarse interiormente de forma ininterrumpida. La obra conoció enorme difusión en la Edad Media.
La obra que interesa hoy más a los estudiosos son sus cuatro libros de Dialogi, en los que Gregorio habla de la santidad de muchos obispos, monjes, sacerdotes y gentes del pueblo de la Italia de su tiempo. El libro segundo está consagrado por entero a Benito de Nursia y no es exagerado afirmar que contribuyó de forma decisiva al éxito de la tradición benedictina.
Por último, el Registrum epistolarum recoge en cuatro libros 814 cartas correspondientes a los 14 años de su pontificado, de contenido y carácter muy diverso: instrucción espiritual, oficiales, nombramientos y asignación de cargos, autorizaciones, privilegios, etc.
d) La obra disciplinar y jerárquica
A causa de su sentido pastoral profundo, Gregorio ejerció su autoridad con firmeza. Inauguró su pontificado haciendo dimitir al diácono Lorenzo, muy indócil. Se descargó de la gestión del palacio de Letrán encomendándola a un vicario (vicedominus), primera persona del entorno del pontífice. En un concilio romano celebrado en julio del año 595 decidió rodearse de un grupo de clérigos que, aun no siendo consanguíneos, formarían la familia del Papa. Ejerció con celo su función de metropolitano de Italia suburbicaria controlando de cerca las elecciones episcopales por medio de un «visitador» apostólico. Intervino directamente en la vida interior de las iglesias. Según el uso, reunía a los obispos de la provincia metropolitana una vez al año por la fiesta de San Pedro. A causa de la distancia, autorizó a los obispos de Sicilia a no asistir más que de cinco en cinco años, e instituyó al obispo de Siracusa vicario de la Santa Sede para juzgar los asuntos secundarios. En el resto de Occidente el Papa ejerció una jurisdicción patriarcal y atendió, en apelación, las diferencias entre metropolitanos y entre éstos y sus obispos. Trabajó para resolver el cisma de Aquilea, lo que no se logró hasta después de su muerte, en 607. Con el metropolitano de Ravena, sede del exarca, Gregorio tuvo en ocasiones relaciones difíciles hasta que uno de sus antiguos monjes, Marinio, recibió el pallium. Intervino en muchas ocasiones en el Illiricum y su apocrisiario actuó ante el emperador para que los nombramientos y las decisiones fuesen respetuosos con la autoridad pontificia.
e) La adaptación como principio de actuación misionera
Gregorio, como un auténtico conductor de hombres, sabía muy bien que de la noche a la mañana no se podía lograr una transformación interior, una conversión real de todo un pueblo, y mucho menos empleando la fuerza. Por eso defendió el principio genuinamente católico de que, en la medida de lo posible, hay que aceptar los usos y las costumbres tradicionales de los pueblos y, en vez de eliminarlos, llenarlos de espíritu cristiano: «No se les puede quitar nada a los incultos. Quien quiere alcanzar la cota más elevada, sube paso a paso, no de una vez». Gregorio enderezó la misión por el único camino fructífero que para bien de la cristiandad jamás debió ser abandonado, y en vez de una rígida uniformidad según el modelo de la Iglesia-madre romana, autorizó y predicó una amplia y prudente adaptación (acomodación) para que la fe cristiana se encarnara realmente en el pensamiento y en la vida de los nuevos pueblos que se acercaban a Cristo. De este espíritu está llena la siguiente y otras muchas de las cartas que Gregorio escribió a Mellitus, compañero de Agustín de Canterbury.
«He reflexionado mucho acerca de los anglos. Decididamente, no se deben destruir los templos de los pueblos, sino únicamente los ídolos que se encuentran en su interior. Se bendecirá agua bendita, y con ella rocíense los templos. Construyanse altares y deposítense en ellos las reliquias.
Estos templos tan bien construidos deben pasar del culto de los espíritus malos al culto del Dios verdadero. Cuando el pueblo vea que sus templos no son destruidos, se volverá con alegría al conocimiento y adoración del verdadero Dios en los lugares que le son familiares.
Y puesto que se solían sacrificar muchos bueyes a los espíritus malos, es necesario conservar, modificada, esta costumbre también, haciendo un convite, un banquete, con mesas y ramas de árbol puestas alrededor de las iglesias, que antes eran templos, el día de la consagración de la iglesia misma o de la fiesta de los santos mártires cuyas reliquias se hallan colocadas en los tabernáculos.
No se inmolen ya animales al mal espíritu, pero mátense y cómanse en alabanza de Dios, dando gracias así a quien todo lo ha creado, trocando de ese modo los placeres materiales en espirituales» (SAN GREGORIO MAGNO, Epístola XI, 36, 76: PL 77,1,15.)
f) El apostolado misionero
Las dificultades del apostolado misionero con los lombardos Aunque el papa era un subdito bizantino, quiso ser el obispo no sólo de los romanos, sino también de los lombardos. El exarca de Ravena no había podido detener el avance de los lombardos y apenas si tenía medios para intervenir. Para el papa, la presión lombarda ocasionaba un doble problema: político y religioso. Ante las carencias de los bizantinos, Gregorio tomó la iniciativa de negociar con el nuevo rey de los lombardos, Agilulfo (590-616). En 593 se libró de él mediante un tributo de 500 libras de oro y en 598 obtuvo una tregua, renovada en el año 603. Fue menos feliz en el dominio religioso. Agilulfo no reconoció la medida de su predecesor, Authario (584-590), que impedía la conversión de los lombardos al catolicismo. En contra de esta disposición, Agilulfo se casó con Teodolinda, viuda de Authario, una princesa germana católica, quien fue para Gregorio una ayudante discreta y generosa. En junio de 604 trajo al mundo a su hijo Adaloaldo, que recibió el bautismo católico. Llegaría a ser el primer soberano católico de los lombardos. Sin embargo, las conversiones permanecieron limitadas e individuales. A causa de sus relaciones con los bizantinos, el papa no podía enviar misioneros entre los lombardos que corrían el peligro de ser considerados como agentes enemigos.
La evangelización de Inglaterra
Las mismas dificultades políticas y religiosas entre invasores e invadidos afectaron a los misioneros que Gregorio envió a Gran Bretaña. En efecto, las poblaciones célticas refugiadas en la periferia montañosa no mostraron ningún deseo de evangelizar a los sajones para evitar así tener que repartir el paraíso con los bárbaros. Los misioneros irlandeses no habían aún comenzado esta tarea y los francos tenían demasiadas ocupaciones. Gregorio decidió obrar por propia iniciativa y despachó una misión dirigida por Agustín, el prior de su propio convento de San Andrés. Después de haber reunido algunos compañeros en las cortes francas, el grupo desembarcó, en la Pascua de 597, en la península de Thanet, en la desembocadura del Támesis. El rey Ethelberto de Kent, jefe de la confederación anglo-sajona, que había ya sufrido la influencia de su mujer Berta, princesa franca católica, se convirtió al catolicismo en junio de 597 y muchos de sus subditos con él. Agustín retornó a Arles para recibir de Virgilio, vicario pontificio para las Galias, la consagración episcopal con el fin de tomar la dirección de la nueva Iglesia de Inglaterra. En respuesta a las cuestiones planteadas por Agustín, le envió un verdadero tratado de pedagogía misionera. Deja a los anglos, nuevamente convertidos, la posibilidad de constituir su propia liturgia sin imponerles el rito romano. Autoriza los matrimonios entre parientes, prohibidos por el derecho canónico, para evitar enfrentarse rápidamente con las costumbre de los insulares.
Es famosa la Carta a Mellitus, compañero de Agustín. En toda esta actuación Gregorio tuvo un solo fracaso: los obispos celtas rehusaron reconocer el primado de Agustín, renunciar a sus usos litúrgicos y, sobre todo, colaborar en la conversión de los sajones.
Después de la cristianización de Kent por Agustín y de Essex por Mellitus, consagrado primer obispo de Londres en 604, la misión tuvo que sufrir la muerte de su primado el 26 de mayo de 604, y del pontífice el 1 de marzo de 604.
g) Las relaciones con Oriente
Las relaciones religiosas con el emperador fueron corteses pero firmes. En 592, Mauricio hizo publicar una ley prohibiendo a los funcionarios ser elevados a los oficios eclesiásticos o entrar en religión. La segunda medida se extendía a los soldados y a los curiales (consejeros municipales), para los cuales la puerta del monasterio permanecía cerrada mientras permanecieran en el servicio y no hubieran rendido cuentas. Gregorio aceptó que los funcionarios no fuesen elegidos para un cargo eclesiástico; pero protestó contra la prohibición de entrar en clausura, que era una violación de la libertad de las almas. Con los patriarcas de Antioquía, Alejandría y Jerusalén, Gregorio mantuvo relaciones frecuentes y cordiales. Hizo construir en Jerusalén un hospicio para los peregrinos en el año 600, creó una comunidad de monjes dirigida por su amigo el abad Probus y envió subsidios al hospicio del monte Sinaí.
Dos sacerdotes griegos apelaron a Gregorio contra una sentencia del patriarca de Constantinopla. Gregorio revocó la decisión y restableció a los clérigos en su dignidad. Tanto el patriarca como el emperador aceptaron este procedimiento legitimado por el uso. Pero el conflicto, que estaba latente desde el cisma de Acacio a propósito del título de patriarca ecuménico reivindicado por el metropolitano de Constantinopla, resurgió cuando el papa vio que el título figuraba en cada página de los procesos verbales venidos de Bizancio. A pesar de sus esfuerzos, Gregorio no logró de los patriarcas Juan el Ayunante y Ciríaco que renunciaran a este título. Gregorio escribió una carta a su amigo el patriarca Juan, altamente respetado por su piedad. En ella reivindica para sí el primado de la silla de Pedro, a la vez que rechaza el título de «obispo universal» como expresión de una injusta y poco caritativa presunción. Pero el sucesor del emperador Mauricio, Focas (602-610), tomó el camino contrario de la política religiosa de su predecesor. Muy severo con los jacobitas, proclamó, por un privilegio de 9 de enero de 607, al papa jefe de todas las Iglesias (caput omnium ecclesiarum) y prohibió al patriarca de Constantinopla usar el título de ecuménico. Pero esta victoria postuma del primado romano duró poco; a la muerte de Focas (610) volvió a la nada su decisión.
h) Gregorio y los comienzos del Patrimonio de San Pedro
Sobre una personalidad semejante recayó, casi de manera automática, la dirección política de Roma al desaparecer el Senado. Además, como con el incremento de la riqueza del patrimonio de Pedro había ido aumentando el poder externo del papa, es comprensible que durante la invasión de los lombardos el exarca imperial de Ravena no fuese considerado como el verdadero representante del Imperio romano de Oriente, sino el papa, cuyo prestigio político crece. Con la nueva ordenación económica del patrimonio de Pedro —posesiones en el triángulo formado por Perugia, Ceprano y Viterbo—, Gregorio puso, de hecho, los cimientos de los futuros Estados de la Iglesia. i) Gregorio, «servus servorum Dei»
En contra de la praxis bizantina, en conformidad con la Primera carta de Pedro (5,1-3) y fiel a su propia exhortación al clero, «más servir que mandar», Gregorio se llamó a sí mismo servus servorum Dei. Pero en el caso de Gregorio este calificativo fue algo más que una fórmula de devoción o una exaltación de su cargo por vía contraria. De su alcance nos informa una carta que dirigió en el año 598 al patriarca Eulogio de Alejandría. En ella no solamente rechaza para sí el título de universalis papa, sino que explícitamente rehusa la expresión epistolar «como vos habéis mandado», que Eulogio había empleado en una carta dirigida a Gregorio, porque, precisa Gregorio, «él no ha mandado nada, sino simplemente se ha preocupado de comunicar al patriarca lo que le ha parecido útil». El primado debe ejercerse, en opinión de Gregorio, en forma de servicio, no de dominio. Gregorio rige la Iglesia en cuanto que sirve a los hermanos (cf Lc 2,26ss). De esta forma de entender el servus servorum Dei., típica de Gregorio, hay que distinguir la otra, según la cual el papa sirve a la Iglesia en cuanto que la rige, propia de Gregorio VII. ÁLVAREZ GÓMEZ, JESÚS. (2001). HISTORIA DE LA IGLESIA. MADRID: BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS
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