LA LUCHA DEL SACERDOCIO Y DEL IMPERIO. LOS PAPAS DE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XII

EL MOVIDO SIGLO XII

LA LUCHA DEL SACERDOCIO Y DEL IMPERIO.
LOS PAPAS DE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XII

Las relaciones entre el papa y el emperador no habían quedado totalmente resueltas con el concordato de Worms. Proclamada la primacía del poder espiritual sobre el temporal, el papado echaba las simientes de la renovación del conflicto. En la dialéctica de lo espiritual y lo temporal, al menos pretendidamente, se había cambiado: el papa aspiraba a gobernar el mundo y a disponer de la corona imperial. A su vez, los emperadores mantuvieron una lucha por la defensa de la autonomía de su poder. Dos partidos políticos se enfrentaron en Alemania y en Italia: los güelfos —de Welfo, familiar del duque de Baviera—, devotos del papa, y los gibelinos —de Weiblingen, feudo originario de la familia de los Hohenstaufen—, partidarios del emperador. En dos ocasiones la lucha alcanzó su punto más caliente, bajo los reinados de Federico I Barbarroja (1152-1190) y de Federico II de Suabia (1202-1250).

Mientras que los dos poderes se enfrentaban en una lucha sin descanso, las monarquías de Occidente desarrollaron una nueva forma de gobierno cristiano que escapaba a la vez a la hegemonía del papa y del emperador.

En medio de estos conflictos, el papado medieval llegó a su apogeo bajo los pontificados de Inocencio III (1198-1216) y Gregorio IX (1227-1241), que ejercieron un verdadero papel de árbitros de Occidente.

a) Honorio II (1124-1130)


Papa Honorio II
El futuro Honorio II, Lamberto, había nacido en Fagniano, cerca de Imola, de una familia modesta. Arcediano de la catedral de Bolonia, fue promovido cardenal. Fue elector y consejero de Gelasio II, e, igualmente, eligió a Calixto II en Cluny. Intervino en las negociaciones del concordato de Worms. El 13 o 14 de diciembre de 1124, Calixto II murió. Roma se hallaba bajo los dos poderes de Pierleoni y Frangipane. Los Pierleoni proclamaron a su candidato Tomás, cardenal de Santa Sabina, que tomó el nombre de Celestino II. Roberto Frangipane le impuso silencio y aclamó el nombre de Lamberto de Ostia, que fue reconocido por muchos cardenales y entronizado con el nombre de Honorio, quien, para validar su elección, se sometió a una nueva elección el 21 de diciembre.

El corto pontificado de Honorio II (1124-1130) marcó un momento de entendimiento entre el papado y el imperio. Coincidieron dos espíritus conciliadores: el nuevo papa, Honorio II, antiguo negociador de Worms, y Lotario III, que había sucedido a Enrique V en 1125 con el apoyo del papa. Honorio II, no obstante, intentó reforzar su posición italiana, se acercó a Francia y se apoyó en los normandos de Italia. Concedió a Roger II de Sicilia (1101-1154) la investidura de Italia meridional. Pero, a su muerte, el cisma que había intentado aparecer antes de su elección, se destapa.

Graciano y su «Decreto»

Las grandes orientaciones eclesiológicas y políticas de la Iglesia romana antes y después del concordato de Worms influyeron en la génesis del Decreto de Graciano, «el padre de la ciencia del derecho canónico». La biografía de Graciano es incierta. Probablemente era monje, pero sólo a partir del siglo XVIII se afirma como camaldulense. El título de magíster le fue atribuido hacia 1170 por Simón de Brisignano.

La obra de Graciano lleva por título Concordantia discordantium canonum, pero es conocida como Decretum Gratiani. El Decreto se sirve de un nuevo método utilizado por primera vez en la teología de la primera escolástica. Graciano proporciona a la canonística el medio de resolver las contradicciones entre los cánones y reconciliar las diferentes doctrinas. El Decreto circula hacia 1140. Su redacción le llevó treinta años. Está dividido en tres partes: Distinctiones, Causae y Tractatus de consecratione; división, quizás, no del propio Graciano, sino de los decretistas que fueron sucesivamente completándolo, por ejemplo, con el tema del matrimonio.

b) El cisma de 1130: Inocencio II (1130-1143), Anacleto II (1130-1138)

A la muerte de Honorio II (13 de febrero de 1130), el cardenal Haimeric, canciller, nombró una comisión de ocho cardenales encargados de elegir al papa. Dos de ellos se retiraron, uno de los cuales sería después Anacleto II. Veinte cardenales, entre los cuales estaban los seis comisionados, eligieron papa a Gregorio del Santo Ángel, que tomó el nombre de Inocencio II y fue investido en Letrán rodeado por los Frangipane. Pedro de Pisa, el mejor canonista del colegio cardenalicio, protestó contra el carácter no canónico de esta elección. Al mismo tiempo, la mayoría de los cardenales, 21, se reunía en la iglesia de San Marcos. Informados por Pedro de Pisa de la elección de Gregorio, eligieron unánimemente al cardenal-presbítero de Santa María in Trastevere, Pedro, hijo de Petras Pierleoni, que tomó el nombre de Anacleto II. La validez de ambas elecciones era problemática.

Gregorio Papareschi era originario del Trastevere. Muy pronto curial, fue nombrado cardenal del Santo Ángel in Pescheria. Participó en las elecciones de Gelasio II y Calixto II, así como en las negociaciones del concordato de Worms y en Letrán I.

Pedro Pierleoni había estudiado en París y se hizo monje en Cluny. En 1116 fue llamado a Roma por Pascual II, quien lo nombró cardenal-diácono de San Cosme y San Damián. Participó en la elección de Gelasio II y fue favorable a la de Calixto II, quien lo envió como legado suyo en Francia, Inglaterra, Escocia, Irlanda y las Islas Oreadas. Durante su segunda legación en Francia (1123-1124) visitó a Esteban de Muret en Grandmont y aprobó la regla de los premonstratenses de Norberto de Magdeburgo. En 1124 regresó a Roma, donde el nuevo papa, Honorio II, no contó con él.

Las razones de la doble elección de 1130 no se han podido esclarecer. Unos opinan que son el resultado de los conflictos entre los Frangipane y los Pierleoni. Otros, que habría sido causada por la existencia de dos grupos de cardenales rivales: unos viejos, originarios de Roma y de Italia del Sur, nombrados por Pascual II, curialistas de carrera y representantes del papado reformador anterior al concordato de Worms, partidarios de Anacleto II; y otros nuevos, provenientes de las ciudades de Italia del Norte o de Francia, nombrados por Calixto II y Honorio II, próximos a las nuevas corrientes espirituales e intelectuales, con una visión de la Iglesia más libre de los conflictos con el Imperio. Otros, por último, señalan la ascendencia judía de Anacleto II que habría jugado en su contra.

Inocencio II se vio obligado a huir a Francia. Luis VI de Francia reúne un sínodo en Étampes para juzgar los méritos personales de los dos pretendientes. Bernardo de Claraval sostiene a Inocencio II por haber sido elegido por la pars sanior y consagrado ordinabiliter. La adhesión de Alemania fue presentada oficialmente a Inocencio en el concilio de Clermont del 18 de noviembre de 1130 donde se reunieron numerosos obispos.

El contenido de este sínodo no era nuevo, pero fue presentado como un «programa de gobierno». El canon 5 prohíbe a los benedictinos y a los canónigos regulares, después de los votos, estudiar medicina o derecho civil, disciplinas lucrativas. Disposición consagrada en la bula Super Speculum de Horonorio III (1219). Inocencio II pretende reformar el monacato y apoyar las ideas de los canónigos regulares: oración, liturgia, cura animarum (cura de almas) y voto de pobreza. El canon 9 prohíbe los torneos.

Otros encuentros oficiales confirmaron a Inocencio el sostén de los más importantes soberanos de la cristiandad. Inocencio II se reunió con Luis VI de Francia, con Enrique II de Inglaterra y con Lotario II. Un nuevo concilio en Reims en octubre de 1131 promulgó de nuevo los decretos de Clermont y fue el verdadero triunfo de Inocencio II. Estas adhesiones permitieron a Inocencio II entrar en Roma, donde, el 30 de abril de 1132, tomó posesión de Letrán, apoyado por los soldados del rey de Alemania —coronado emperador el 8 de junio—. El papa le enfeudó temporalmente parte de la herencia de la condesa Matilde y ambos firmaron el concordato de Worms.


Papa Inocencio II y Roger II de Sicilia
En mayo de 1135 se reunió en Pisa un gran concilio con la presencia de 113 obispos venidos de Italia, Alemania, Francia, Hungría, los reinos anglo-normandos e ibéricos, que promulgó de nuevo los cánones reformadores y tomó medidas disciplinares contra los adversarios de Inocencio II. Pierleoni y sus adeptos fueron excomulgados o depuestos, así como el rey de Sicilia, Roger II, que había recibido de Anacleto II una bula erigiendo a Sicilia en un reino hereditario mediante el homenaje y censo anual a la Iglesia romana. Roger II pidió escuchar una comisión de cada pontífice antes de manifestar su veredicto. Anacleto, que permanecía recluido en la «ciudad leonina» de Roma, murió el 25 de enero de 1138, con lo que el arbitraje de Roger II fue superfluo.

Inocencio II, con el apoyo del rey de Germania, Lotario, pudo fijarse definitivamente en Roma el 1 de noviembre de 1137. El hecho de que después de la muerte de Anacleto sus partidarios eligieran un nuevo papa, Víctor IV, no tuvo consecuencia alguna. El cisma terminó porque los grandes soberanos de la cristiandad (Francia, Inglaterra, Alemania) se unieron a Inocencio II. Éste ganó gracias a que el cardenal Haimeric construyó una red de apoyo a escala internacional que comprendía a Pedro el Venerable, Norberto, fundador de Prémontré y arzobispo de Maguncia, y Bernardo de Claraval. La victoria de Inocencio II sobre Anacleto II es la victoria del partido reformador de los concilios de Clermont, Reims, Piacenza y Pisa, y de una Iglesia más universal y más consciente de la evolución de la sociedad. Roger II reconoció finalmente a Inocencio II y se sometió a su soberanía.

El prestigio del papado salió reforzado del cisma. Los proyectos reformadores de Inocencio II, que conceden un puesto central a la cura animarum, a la formación del clero, a la espiritualidad exigente de los canónigos regulares, presuponen un encuentro con las tensiones profundas de una sociedad cristiana en plena transformación. Para lograr su reforma, Inocencio II tuvo que apoyarse en una curia centralizada, internacional y menos romana.

El concilio II de Letrán (1139)

El concilio tuvo lugar entre el 3 y 8 de abril de 1139 3. Algunas fuentes hablan de 500 o 1000 participantes, aunque probablemente fueron pocos más de cien. La presencia de patriarcas y de obispos de Oriente le dio mayor universalidad que a Letrán I.

Victorioso, Inocencio II se mostró intransigente. El papa se presentó como la fuente de todos los honores eclesiásticos, lo que presagiaba las peores sanciones personales. El rival, sin explicitarlo, era considerado un intruso. Todos los decretos de Anacleto II fueron anulados y los obispos que se habían adherido a su causa fueron llamados y degradados. Un legado pontificio visitó Francia para destruir los altares que las criaturas del antipapa habían consagrado. Inocencio II depuso al insigne cardenal canonista Pedro de Pisa, que se había separado de Anacleto en 1137 y se había unido a Inocencio por medio de Bernardo de Claraval. Fue enviado al exilio y no reaparece en la curia hasta el pontificado de Celestino II (1143-1144). Igualmente excomulgó a Roger II de Sicilia, que había sostenido al antipapa.

De 30 cánones, solamente dos, 23 y 30, conciernen a la fe. Los otros retoman o prohíben los decretos de Letrán I: prohíben los matrimonios entre consanguíneos (canon 17), condenan la usura (canon 13), las armas mortales (canon 29), los torneos (canon 30), los incendios voluntarios (cánones 18, 19, 20), los atentados contra el clero y los monjes (canon 15), imponen la «Tregua y la Paz de Dios». El canon 25 condena de nuevo (cf. Letrán I, canon 8) la investidura laica en todos sus grados. Se prohíbe la simonía, la venta de beneficios y la promoción eclesiástica (cánones 1 y 2), el matrimonio y el concubinato de los clérigos ordenados de órdenes mayores (canon 6), de los canónigos regulares y de los monjes profesos (canon 7). Los hijos de los sacerdotes fueron descartados de la sucesión en los cargos de su padre (canon 16), igual que del ministerio sacerdotal si no habían abrazado la vida religiosa (canon 21). Se repite la prohibición a los monjes y a los canónigos regulares de estudiar medicina y derecho romano (canon 13).

El canon 23 condena a unos herejes que rodeaban a Pedro de Bruis, los petrobrusianos. En su doctrina se encuentran ya las herejías populares y anti-sacerdotales más tardías: el rechazo de la Eucaristía, del bautizo de los niños, del sacerdocio y del matrimonio. Otro hereje, Arnaldo de Brescia, antepasado de los fraticelli, reclamaba para la Iglesia la pobreza integral; fue condenado al silencio. Expulsado de Italia, se refugió en Francia.

c) La revolución democrática romana

Celestino II (1143-1144) y Lucio II (1144-1145)


Papa Celestino II
Los romanos no manifestaron hacia el papado, cuya autoridad crecía en el mundo, un respeto muy grande. El pueblo romano continuó juzgando al papa según sus intereses particulares o sus rencores. Los Pierleoni no estaban desarmados. Suscitaron un antipapa, Víctor IV, que se sometió muy pronto a Inocencio II. La muchedumbre romana, animada por la nobleza, proclamó la decadencia temporal del papa e instauró la República. Se eligió un senado y un patricio en la persona de Jordán Pierleoni, hermano de Anacleto II. Murió Inocencio II y sus sucesores no fueron del agrado de los romanos.

El cardenal Guido procedía de una familia noble de Cittá di Castello. Parece que fue canónigo regular. Como se le atribuye el título de magíster se supone que tenía estudios. Fue creado cardenal por Honorio II. En el cisma de 1130 se puso al lado de Inocencio II, fue uno de los mayores consejeros del papa y se rodeó de Pedro Abelardo (quizás el maestro de su juventud) y de Bernardo de Claraval. Fue designado por Inocencio II entre los cinco candidatos propuestos para su sucesión. Muerto Inocencio II, los cardenales acordaron unánimemente su elección el 26 de septiembre de 1143 y fue coronado el 3 de octubre. Su pontificado fue breve, pero se alejó de su predecesor. Celestino II no quiso renovar a Roger II la investidura del reino de Sicilia. En diciembre de 1143 creó diez cardenales y reintegró en su dignidad al cardenal-presbítero de Santa Susana, el anciano Pedro de Pisa, que había sido destituido por Inocencio II. Murió el 9 de marzo de 1143.

Gerardo, originario de Bolonia, donde estudió, pertenecía a los canónigos de Luca, introducidos en San Juan de Letrán. Desde 1123 está junto al papa. Participó en numerosas misiones diplomáticas. Durante el cisma fue uno de los representantes del movimiento de los canónigos reformados al lado de Inocencio II. El 1 de marzo de 1144 sucedió a Celestino II con el nombre de Lucio II. Gran diplomático, firmó una tregua con Roger II de Sicilia en Ceprano en junio de 1144, quizás para que le ayudase en su conflicto con la comuna de Roma. El papa se apoyó en los Frangipane, a los que concedió la guardia del Circo Máximo. Se afirma que murió de una pedrada en medio de un tumulto romano, mientras otros piensan que logró dialogar con los senadores del Capitolio.

La dictadura romana de Arnoldo de Brescia (1138-1152)


Busto de Arnoldo de Brescia, Villa Borghese, Roma.
La anarquía aumentaba en la Ciudad Eterna. Un agitador, el canónigo de San Agustín Arnoldo de Brescia, ejerció el gobierno de la ciudad. Probablemente discípulo de Abelardo, Arnoldo había recibido una buena formación filosófica e intelectual. Predicador de talento, gozó en su patria de una gran reputación; pero sus ansias excesivas le llevaron a tomar posiciones extremas por las que fue condenado en el segundo concilio de Letrán de 1139. Exiliado, vivió en Francia hasta 1143. A la muerte de Inocencio II regresa a Italia y, apreciado por su demagogia, fue colocado a la cabeza de la República romana en 1147.

El nuevo papa, Eugenio III, negoció con los revolucionarios, aunque no eliminó a Arnoldo. La predicación del canónigo revolucionario alcanzó su máxima intensidad. Según Arnoldo, la Donación de Constantino era falsa, el papado debía abandonar toda pretensión temporal y entrar con toda la Iglesia en el camino de la pobreza. Arnoldo elaboró una nueva constitución romana con un senado de cien miembros, dos cónsules y un emperador elegido. Eugenio III persuadió al nuevo rey de Germania, el joven Federico Barbarroja, del daño que el revolucionario romano procuraba tanto al Imperio como al papado. Eugenio y Federico firmaron un acuerdo en 1153 en Constanza, en el que Federico liberaría al Estado Pontificio y lo restauraría, mientras que el papa consagraría al emperador y defendería sus derechos en Italia. Ni Eugenio III ni Anastasio IV vieron los resultados del acuerdo.

Eugenio III (1145-1153)


Papa Beato Eugenio III
El primer papa cisterciense, Eugenio III, descendía de una familia modesta (Paganelli) de Montemagno, cerca de Pisa. Su encuentro con Bernardo de Claraval, cuando Inocencio II estuvo en Pisa (1134), le empujó a dejar su canonicato y hacerse monje en Claraval (1138). Bernardo le confió en 1141 la dirección de la abadía de San Salvador, dependiente de Farfa. Inocencio II le encargó reformar una abadía cisterciense de Roma.

Eugenio III, aunque no era cardenal, fue elegido papa el mismo día de la muerte de su predecesor (15 de febrero de 1145), en un momento difícil de la historia de Roma. Bernardo de Claraval quedó sorprendido y temió ante esta elección. El Capitolio había sido tomado al asalto por los romanos y Eugenio no pudo llegar a Roma sino en diciembre de 1145 y noviembre de 1149, pero en ambas ocasiones se vio obligado a abandonar la ciudad poco después (1146, 1150). A finales de 1152 los romanos aceptaron negociar con el papa. Eugenio III hizo su entrada en Roma el 9 de diciembre. Permaneció en paz hasta su muerte, acaecida en Tívoli el 8 de julio de 1153.

Fue en Francia y en Alemania donde se desarrolló la mayor parte de su pontificado. Estuvo en Francia desde comienzos de 1147 para preparar la segunda cruzada. En 1147, en un sínodo celebrado en París comenzó a examinar las doctrinas de Gilberto de la Porree, en presencia de Bernardo de Claraval. En Tréveris aprueba, con el consejo de Bernardo, las revelaciones de Santa Hildegarda de Bingen, quien recibe el permiso de predicar y escribir. En un sínodo reunido en Reims el 21 de marzo de 1148, Eugenio III condena a Eon de Stella y clausura el debate sobre las doctrinas de Gilberto de la Porree.

Bernardo de Claraval y sus enseñanzas sobre la Iglesia


San Bernardo de Claraval
Marcado, sin duda, por el largo cisma de 1130, Bernardo coloca la unidad de la Iglesia en el centro de su eclesiología. La Iglesia es una ciudad visible que comprende diversos órdenes «que tienen sus leyes propias», pero que debe tender «a hacer una sola túnica», cuya salvaguardia y conservación pertenecen al papa, el único garante de la unidad de la Iglesia. Los dos poderes, simbolizados en las dos espadas, deben colaborar en el entendimiento y en la concordia.

Bernardo utiliza esta imagen en varias ocasiones y circunstancias. En la Epístola a Eugenio III las dos espadas son atribuidas y pertenecen a Pedro; deben ser, pues, desenvainadas una por su mano y la otra bajo su señal. Bernardo no pretende elaborar una doctrina de la fusión de los dos poderes en una sola mano, el papa. Permanece fiel a la concepción gelasiana de la separación de los dos poderes, pero sostiene que la autoridad civil está «supeditada, obligada, constreñida» por la autoridad pontificia. La autoridad civil «debe» poner su espada al servicio de la Iglesia.

Bernardo precisó la reflexión eclesiológica sobre el primado de Pedro. El papa no es solamente el vicario de Pedro, sino también de Cristo. Llama al papa Vicarius Christi. Esta evolución estaba fundamentada en la idea de que los cristianos unidos forman «el cuerpo mismo de Cristo»; por tanto, la unidad de los cristianos presupone un jefe único que tenga la plenitudo potestatis.

San Bernardo comenzó a escribir De consideratione cuando supo la elección de Eugenio III, a quien está dirigido. En este escrito se halla su más completa reflexión eclesiológica sobre el papado. La obra está dividida en cuatro partes según la fórmula te, sub te, circa te, supra te. El libro II, escrito durante el descalabro de la segunda cruzada (julio 1148), está especialmente consagrado al papa, su naturaleza, su persona, su conducta. Bernardo insiste sobre la humildad de la condición humana del papa. Critica el fastuoso vestuario y el ceremonial que había adoptado el papado durante la primera mitad del siglo XVII, una evolución que tendía a confundir el poder espiritual y el temporal.

Crítica de la Iglesia. Gerhoch de Reichersberg. Juan de Salisbury


Gerhoch de Reichersberg
La crítica de la Iglesia es objeto de otra obra dirigida a Eugenio III. En el Tractatus in psalmum LXIV, compuesto durante su última estancia en Roma, Gerhoch de Reichersberg retoma los temas que había abordado en su primera obra, Opusculum de aedifitio Dei: Sión y Babel se confunden sobre la tierra. La avaricia, la concupiscencia, la libido hacen de los cristianos ciudadanos de Babel. Es en Roma, fundamento de la Iglesia, donde se desarrolla la lucha entre Babilonia y Sión. La confusión entre lo espiritual y lo temporal es la causa principal. La Donación de Constantino es válida, pero la Iglesia no puede ni debe aceptar todas las donaciones. La justicia debe ser cumplida por los laicos a fin de que «las manos de los que celebran el sacramento estén libres y permanezcan puras».

Atribuyendo al papa el título de Vicarius Christi y sucesor de Pedro, Gerhoch critica un poder ilimitado que San Pedro no había tenido jamás: «Es un espectáculo risible ver al papa en procesión los días de fiesta cabalgando un caballo imperial y ver a los papas representar el papel del César [...]; el mal comienza con Gregorio VII, después los papas no han hecho otra cosa que amasar oro y plata».

Aunque menos atenta a las implicaciones eclesiológicas, la crítica de las costumbres de la Iglesia romana realizada por Juan de Salisbury, en su Policraticus, es virulenta: «Mientras que las iglesias caen arruinadas y los altares son olvidados, el papa construye palacios y se pasea no solamente vestido de púrpura sino decorado de oro». En sus obras, consagradas al Estado y al arte del gobierno, Juan de Salisbury, que conocía bien la corte de Roma, se preocupa del gobierno de la Iglesia que deseaba fuerte, capaz de intervenir con autoridad y determinación en los asuntos de los reinos, especialmente en Inglaterra.


Paredes, Javier. (1998). Diccionario de los Papas y Concilios . Barcelona: Editorial Ariel, S.A

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