LA CRISTIANDAD LATINA EN EL SIGLO XII

EL MOVIDO SIGLO XII

LA CRISTIANDAD LATINA EN EL SIGLO XII

a) La lucha de las investiduras en Inglaterra. Enrique II y Tomás Becket


Enrique II de Plantagenet
En Inglaterra la realeza quería mantener buena relación con la Iglesia. Enrique I (1100-1135) cede en sus exigencias parcialmente en 1107, aunque en la práctica se esforzó por recobrar el terreno perdido. El reinado de Esteban de Blois (1135-1154) estuvo marcado por una gran confusión en las relaciones del rey y la Iglesia; por fin, la reforma terminó por dar algunos frutos. Enrique II de Plantagenet (1154-1189) quiso volver hacia atrás y revalorizar las costumbres de Guillermo el Conquistador y de Enrique I. Creyó poder alcanzarlo colocando en la sede metropolitana de Canterbury a su canciller Tomás Becket (c. 1118-1170). Hijo de un comerciante de Rouen emigrado a Londres, había recibido una buena educación entre los canónigos regulares ingleses, después en París y finalmente en Bolonia.

Su formación canónica lo sitúa en el mismo grado que su amigo Juan de Salisbury, a quien éste dedica su Polycraticus. Tomás frecuentó la curia pontificia al servicio del arzobispo de Canterbury, Teobaldo. En 1154 se convierte en canciller del joven rey Enrique II y realiza una política que tiende a afirmar la autoridad real, poco apreciada bajo Esteban. No tiene nada de raro que en estas condiciones el rey lo eleve a la sede primacial el 1 de mayo de 1161.

Santo Tomás Becket
Esta promoción provoca en el nuevo arzobispo un cambio radical. Tomás Becket asumió la defensa de la Iglesia en general y de la Iglesia inglesa en particular con el mismo vigor con que se había manifestado como canciller. Muy pronto se enfrenta a los oficiales del rey, particularmente en lo que toca a la instrucción de las causas criminales. Las asambleas de Westminster (octubre de 1163), Clarendon (enero de 1164) y Northampton (octubre de 1164) son las etapas de la ruptura. En Clarendon, Tomás promete verbalmente a su soberano respetar las costumbres, pero rehúsa firmar el documento donde figuraba que si surgían diferencias ya entre los laicos, ya entre los clérigos, ya entre los clérigos y los laicos, serían tratadas en la corte del rey (punto 1), y, más grave, durante la sede vacante de los arzobispados, obispados, abadías y prioratos de dominio real, todos quedarían en manos del rey, que percibiría todas las rentas. Cuando fuera necesario proveer la iglesia vacante, se procedería a su elección en la capilla real, con el consentimiento del rey y con el consejo de las personas del reino que él designara para este caso. El elegido hará homenaje al rey, prometiéndole, antes de ser consagrado, poner a su servicio su vida y su dignidad temporal, salvo su orden sagrado (punto 12). Los privilegios judiciales de la Iglesia quedaban reducidos: prohibición de apelar a Roma, limitación de las intervenciones eclesiásticas en la justicia ordinaria, necesidad de autorización previa a los obispos para salir al extranjero o a Roma.

La proposición del rey provocó una ruptura entre Tomás y los obispos que aceptaron firmar las constituciones propuestas; para el arzobispo, la puesta por escrito de costumbres que la Iglesia deseaba abandonar progresivamente era una amenaza para la libertad de sus sucesores. Condenado y amenazado, Tomás partió discretamente al continente y se refugió entre los cistercienses de Savigny (finales de 1164). Durante su largo exilio de seis años, su convicción no cesó de reforzarse por medio de la meditación, la reflexión y los estrechos contactos con Alejandro III, que condenó las proposiciones de Clarendon. Enrique II se vengó con los que rodeaban a Tomás. En sus cartas, como antes Anselmo, Tomás Becket recordaba sin cesar la superioridad de lo espiritual y de la Iglesia sobre lo temporal y el rey.

Finalmente, tuvo lugar una reconciliación en Freteval (22 de julio de 1170), pero fue ficticia. Los consejeros de Enrique II, numerosos obispos y clérigos estaban furiosos con la intransigencia del prelado que ponía en peligro su confort y sus buenas relaciones con la corte. El retorno de Tomás a Canterbury se realizó en medio del entusiasmo de unos y del odio de otros. Ante el deseo de Enrique II de deshacerse de este «clérigo presuntuoso», cuatro caballeros normandos, creyendo ejecutar un deseo del rey, asesinaron al arzobispo el 29 de diciembre de 1170. El impacto de esta «muerte en la catedral» fue tal que Enrique II se vio condenado umversalmente. El papa pronunció la excomunión contra los asesinos y contra el rey, y canonizó a Tomás como mártir. Enrique II se humilló públicamente ante la tumba del santo. El concordato de Avranches (1172) marcó la vuelta atrás, y con ello el abandono de las prerrogativas reales excesivas, y manifestó el triunfo póstumo del mártir de Canterbury. Chelini opina que, a este precio, Enrique II, cuya actitud recuerda la de Enrique IV en Canossa, consigue mantener en lo esencial los artículos de Clarendon y la tutela de la monarquía normanda sobre la Iglesia de Inglaterra.

b) La Península Ibérica


Concilio de Coyanza, placa conmemorativa en Valencia, España.
En Coyanza, bajo la presidencia del rey de Castilla Fernando I (1035-1065), se reunieron los obispos de Lugo, Oviedo, Compostela, León, Astorga, Palencia, Calahorra, Pamplona, Osma y Braga, es decir, de Galicia, de Asturias, del reino de León y de Castilla, y de Portugal (que aún no existía). Los cánones del concilio de Coyanza tratan de la disciplina del clero y de su vida religiosa: el régimen canónico se impone a los obispos, las reglas de San Isidoro y San Benito a los monjes; a los obispos se les concede o confirma la autoridad sobre los abades y sobre las simples iglesias; se describe el hábito de los sacerdotes y de los diáconos: tonsura y la barba cortada; se determina el ritual de la misa: se precisa que el altar sea de piedra, la hostia de pan fermentado, se prohíbe el cáliz de madera, y se establece que es conveniente colocar el cáliz bajo la patena y cubrirlos con un corporal de lino; los fieles conocerán el Símbolo de los Apóstoles (Credo) y la oración dominical (Pater noster); los monjes sabrán el salterio, los himnos y los cánticos; el bautismo se administrará la vigilia de Pascua y de Pentecostés; los cristianos deben ir a la iglesia el sábado por la tarde para las Vísperas y participar el domingo a los Maitines, a la misa y a sus diferentes Horas Canónicas, prohibiéndose el trabajo y el viaje; el viernes es día de ayuno; se prohíbe la cohabitación con los judíos y con las mujeres no autorizadas.

El nombre de la abadía borgoñona de Cluny se asocia al de España a lo largo del siglo XI. El rey de Navarra Sancho III el Mayor introdujo la reforma cluniacense y contribuyó al desarrollo del movimiento benedictino en la Península. El soberano envió a unos monjes a Cluny para aprender las costumbres benedictinas. A su regreso, uno de ellos, Paterno, recibió (1022) la dirección de San Juan de la Peña (Aragón). Ese mismo año entró en la esfera cluniacense San Salvador de Leire (Navarra), San Millán de la Cogolla en 1030 y San Salvador de Oña en 1032. A la muerte de Sancho III (1033), el movimiento benedictino estaba en pie, pero sería falso calificarlo de cluniacense, porque el nombre de la gran abadía borgoñona no se cita en los textos y los monasterios permanecen en la dependencia del rey. Desde la segunda mitad del siglo XI, las cosas cambiaron. Los cluniacenses se hicieron particularmente presentes en el reino de Castilla y de León, donde Alfonso VI (1072-1109) les facilitó el ingreso. Este rey impuso en la abadía de Sahagún al monje cluniacense Roberto, quien, al no prestarse a favorecer una empresa tan impopular como la implantación del rito romano, fue excomulgado por Gregorio VII y sustituido por Bernardo de Salbetat, el futuro arzobispo de Toledo.

Desde el comienzo del siglo XI, la popularidad de la peregrinación a Santiago de Compostela cobra una gran autoridad, que le permitió apropiarse de la sede episcopal de su vecina Iria. Continuas peregrinaciones venían de Aquitania y de Francia por Roncesvalles a través de Navarra y Castilla para rendir culto al apóstol Santiago. En el siglo XII fue escrita una guía para estos peregrinos; los historiadores hablan de una arquitectura propia de las iglesias colocadas sobre las rutas que conducían esta peregrinación. Compostela alcanza un beneficio superior, logrando a comienzos del siglo XII la sede de un arzobispado, que adquiere por desplazamiento del de Mérida. Fue muy importante el papel jugado por «el camino francés» como vía de transmisión de prácticas y costumbres del país al norte de los Pirineos. Al otro extremo de Occidente, Compostela adquiere, como lugar de peregrinación, una importancia religiosa considerable, concurriendo con San Pedro de Roma, lo que se traduce en un desafío en relación con el papado. La puesta en práctica de esta ruta y su éxito creciente es para España el hecho más importante de finales del siglo XI y comienzos del siglo XII.

Las Órdenes Militares tenían normalmente su plaza en un país de reconquista cristiana, en la frontera frente a los musulmanes. Los templarios y los hospitalarios obtienen donaciones desde el comienzo de su expansión. Recibieron una ayuda considerable cuando en 1134 el rey de Aragón, Alfonso el Batallador, al no tener descendencia, hizo su testamento a favor de las Órdenes Militares, a las que donó todos sus bienes. Su hermano Ramiro II, invitado a salir de su monasterio y a casarse, recuperó el reino. Los templarios fueron encargados de guardar la frontera. En 1158, ante de la amenaza almohade, se retiraron de Calatrava. El rey ofreció la fortaleza a quien la quisiera defender, lo que aceptó el abad Raimundo de Fitero, al que se unieron algunos caballeros. Éstos formaron un grupo que adopta la regla del Císter y se agrega a la Orden cisterciense en 1164 en la filiación de Marimond, dando nacimiento a la Orden de Calatrava. En Évora (Portugal) en 1176, otra milicia de caballeros toma la regla de Calatrava y se une a Citeaux, formando la Orden de Évora, más tarde de Avís. En León, la cofradía de San Julián de Pereiro se une, igualmente, a la Orden del Císter; hacia 1187 estaba afiliada a Calatrava y en 1216 tomó el nombre de Alcántara. La cofradía de San Marcos de León está en la base de la Orden de Santiago, nacida oficialmente en 1170, reconocida en 1175 por Alejandro III, que tomó la Regla de San Agustín, permitiendo así a sus miembros estar casados.

c) La cristianización de Pomerania, Prusia y los países bálticos


El obispo san Otón de Bamberg evangelizador de Pomerania
En estas regiones, en el siglo XII, se combina la evangelización propiamente dicha y las expediciones militares. Además de la acción de Boleslao III, duque de Polonia, en Pomerania, la iniciativa fue casi siempre germánica. Las nuevas órdenes religiosas, cistercienses y premonstratenses, jugaron un papel decisivo en esta evangelización y contribuyeron al establecimiento de una red parroquial. Los vendos, tribus eslavas instaladas entre los ríos Elba y Oder, fueron definitivamente ganados al cristianismo entre 1150 y 1170 por la acción del margrave de Brandeburgo, Alberto el Oso, y por el duque de Sajonia, Enrique el León, extraordinario colonizador. Colonos alemanes se instalaron en las tierras desérticas de los obispados de Oldemburgo, Mecklemburgo y Ratzeburgo. A comienzos del siglo XIII, la vida parroquial se desarrolla por todo el país de los vendos, ganado a la vez al catolicismo y a la civilización germánica.

El obispo de Bamberg, Otón, llamado por el duque, evangeliza Pomerania —sometida por Boleslao III entre los años 1124 a 1128—; pero, a pesar de la soberanía polaca en aquel lugar, los misioneros extendieron la lengua y la cultura germánicas. San Adalberto de Praga intentó la cristianización de los prusianos, pero fue martirizado en 997, y Bruno de Querfurt sufrió martirio con sus compañeros en 1009.

Las tribus prusianas entre el Vístula y el Niemen continuaron resistiendo la cristianización, así como los livonienses en el golfo de Riga. Se fundó un obispado sobre el Dvina en Uxhull en 1186. Poco después, en la misma época, el monje francés Fulco fue consagrado obispo de Estonia.

En el siglo XIII la acción misionera, apoyada por incursiones armadas, se prolonga en las tierras bálticas. Inocencio III vigila particularmente la evangelización de Europa del Noreste. En Livonia, un canónigo de Bremen, Alberto de Buxhóvden, realiza una acción apostólica muy eficaz: en 1201 funda Riga en la desembocadura del Daugava y establece allí su obispado. Apoyado por los caballeros portaespada (Fratres militiae Christi); orden militar organizada conforme al modelo del Temple, lleva también el cristianismo a una parte de Estonia, desde Curlandia a la isla de Oesel. Alberto de Riga (+ 1229) durante los treinta años de su episcopado concluye la organización de las estructuras religiosas del país. En 1255, Riga fue elevada al rango de arzobispado para Livonia y Prusia.

Desde el comienzo del siglo XIII, el cisterciense Christian de Oliva intenta convertir a los prusianos. Sus intentos no se lograron hasta después de la intervención de los Caballeros Teutónicos. Bajo el gobierno del gran maestre Hermann de Salza (+ 1239), esta orden militar, a la que se juntaron los portaespada en 1237, logró someter a los prusianos. La conquista se había terminado a finales del siglo XIII. Dos tercios del país constituyeron Prusia teutónica; el gran maestre de la orden se convirtió en príncipe del Imperio y fijó su residencia en Mariemburgo. El resto fue confiado a los nuevos obispos, sufragáneos de Riga. Los lituanos, que habitaban entre el Báltico y el Pripet, recibieron una primera evangelización con la conversión del príncipe Mindowe en 1250. Mindowe (o Mindaugas) aceptó la corona enviada en 1253 por Inocencio IV, pero, debido a la oposición de su pueblo, volvió al paganismo. En 1263 fue asesinado con sus dos hijos. La conversión efectiva se produjo en el siglo XIV bajo la dinastía de los Jagellon, con su unión con Polonia.


Eric IX el Santo
En el siglo XII el rey de Suecia, Eric IX el Santo, que había implantado el cristianismo en el norte de su país, lo introdujo en Finlandia, donde triunfó a finales del siglo XIII. Prácticamente, al término del siglo XIII Escandinavia y la Europa báltica estaban enteramente conquistadas por el cristianismo, pero guardaban costumbres originales.

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