LAS UNIVERSIDADES MEDIEVALES, EL PROBLEMA DEL ARISTOTELISMO Y LA TEOLOGÍA ESCOLÁSTICA

LAS UNIVERSIDADES MEDIEVALES, EL PROBLEMA DEL ARISTOTELISMO Y LA TEOLOGÍA ESCOLÁSTICA

a) La aparición de las universidades

La mayor parte de las universidades medievales han nacido a partir del desarrollo espontáneo de las escuelas preexistentes. El papado jugó un papel decisivo en su génesis concediendo privilegios a centros excelentes en el dominio de la enseñanza y su reivindicación de autonomía en relación con las autoridades locales. Desde entonces, ya no se hablará en los documentos de escuelas canónicas o catedralicias, no porque hayan desaparecido desde 1200, sino porque ya no tendrán el estatuto de universidad.

A partir de los últimos decenios del siglo XII, los maestros que enseñaban en las escuelas y sus estudiantes, cada vez más numerosos, sintieron la necesidad de agruparse en «universidad» (universitas), término que designa en el latín de la época toda asociación que reúne los miembros de una misma profesión. La universitas magistrorum et scholarum se consideraba como una corporación que tenía intereses comunes y específicos.

El hecho de que la mayor parte de los miembros de la universidad fueran extraños a la ciudad o al reino donde ellos estudiaban o enseñaban, los coloca en una situación particular, por lo que tratan de obtener privilegios de las más altas autoridades (emperador o rey, que los pongan al abrigo del control de las autoridades locales).

Pero su problema principal fue el de sus relaciones con la Iglesia. Los universitarios reivindicaban para ellos los privilegios de los clérigos, por lo que maestros y estudiantes se encontraban bajo la jurisdicción del obispo del lugar o de su representante. Pero era evidente, a finales del siglo XII, que los universitarios no podían ser tratados como los otros clérigos de una diócesis a la cual ellos sólo pertenecían provisionalmente. Más aún, un buen número de universitarios no estaban destinados a la carrera eclesiástica y las enseñanzas se multiplicaban y especializaban, por lo que los maestros reivindicaban el derecho de conceder ellos mismos y sin intervención exterior la licentia docendi que era indispensable para abrir una escuela e impartir cursos.

b) El papado y las universidades

La Universidad de París

En 1215 el cardenal legado, Roberto de Courcon, recibe un mandato de Inocencio III para reformar las escuelas parisinas. Courcon promulga un estatuto que permite a los maestros y estudiantes poder concederse constituciones que se refieran en particular a las acciones criminales contra los estudiantes, su edad, sus hábitos, sus sepulturas, los cursos, las «disputaciones», la prohibición de leer la filosofía natural de Aristóteles, los libros para la enseñanza, la obligación de cada estudiante de escoger un maestro que posea sobre su alumno el poder jurisdiccional.


Universidad de Paris
El papado ayudó a los maestros parisinos en un punto capital, el de la atribución de la licentia docendi. La licentia docendi era un asunto lucrativo. En el siglo xn la otorgaba el canciller del cabildo de la catedral de París, pues las escuelas de París se encontraban bajo la autoridad jurisdiccional del obispo. Después de diferentes pasos, el papa Honorio III, respondiendo favorablemente a las preguntas dirigidas por los maestros y estudiantes, debilitó la posición del canciller, nombrando una comisión de tres teólogos para conceder la licentia después de un examen de los candidatos.

El objetivo principal del papado era facilitar el estudio de la teología. La bula Super speculum (1219) juega en este sentido un papel capital. Honorio III permite a los estudiantes de teología recibir íntegramente el producto de sus beneficios durante cinco años, a pesar de su ausencia a causa del estudio. Con esta bula, el papa refuerza el canon 11 del concilio IV de Letrán. En esta misma bula, Honorio III confirma igualmente el decreto del concilio de Tours (1163) que había prohibido a los canónigos regulares estudiar derecho romano y medicina. Prohibición ahora extendida a todos los arcedianos, decanos, priores, chantres y a todos los sacerdotes. Esta decisión, a primera vista sorprendente, no se debe a una predisposición por el derecho romano, sino que se explica por el deseo del papa de reforzar el estudio de la teología en París para la mejor lucha contra la herejía. Inocencio IV, hacia 1245, permitió la enseñanza del derecho en el Studium Curiae.

La prohibición a los clérigos de estudiar medicina consagra la separación de la figura del médico de la del clérigo, de acuerdo con la evolución general de la sociedad y de la Iglesia. Pero el médico permanece subordinado a los preceptos de la Iglesia, y se convierte en su colaborador privilegiado. En este sentido se expresa la c.22 del Letrán IV.

Gregorio IX garantizó la supervivencia jurídica del joven Studium de París, sacudido por conflictos y desórdenes, por la bula Parens scientiarum, de 13 de abril de 1231, considerada como la «carta magna de la Universidad». En el plan universitario, el cambio más importante se refiere a la función del canciller, que es obligado, en adelante, a prestar juramento de conceder la licencia, en las facultades de artes y de medicina, sólo a los candidatos considerados aptos por sus maestros. Para las facultades de derecho y de teología, la investigación de los candidatos recaía sobre su moral, sus conocimientos, su elocuencia y su posible carrera.

Las otras universidades francesas

El papado decidió fundar una Universidad en Toulouse, pues quería crear un centro de ortodoxia, capaz de afrontar la enseñanza y la formación de los heréticos del mediodía. En 1229, el papado intentó su fundación, que no llegó sino cuando el Studium consigue implantarse sin la excesiva adhesión a la lucha contra los cátaros.

La primera intervención importante del papado en la vida del Studium de Montpellier data de 1220.

La Universidad de Oxford


Universidad de Oxford
La Universidad de Oxford es mencionada por primera vez en 1208. El papado intervino indirectamente en sus asuntos por medio del cardenal legado Guala Bichieri, quien visitó Oxford en noviembre de 1213 y en mayo de 1214, y promulgó sus decisiones en junio de 1214. El legado reforzó la jurisdicción eclesiástica a fin de frenar las pretensiones seculares, y se sirvió para ello del solo instrumento de que podía disponer: la autoridad del obispo de Lincoln, de donde dependía Oxford. Este hecho constituyó una victoria no sólo para los maestros, sino también para el obispo, pues en adelante las prerrogativas quedaban fijadas de manera clara y definitiva. El prestigio de Roberto Grosseteste, profesor en Oxford desde 1225 y obispo de Lincoln de 1235 a 1253, contribuyó al éxito de la fórmula institucional impuesta a Oxford por el legado pontificio.

La Universidad de Bolonia


Universidad de Bolonia
Alejandro III tomó decisiones importantes para el desarrollo del Studium de Bolonia, permitiendo a un maestro inglés gozar de sus rentas inglesas mientras permanecía en Bolonia. En 1210 Inocencio III envía a los profesores y a los estudiantes de Bolonia sus decretales: la Compilatio tertia, siguiendo el ejemplo inaugurado por los emperadores suabos e inaugurando un sistema que será seguido por todos los otros papas legisladores. Pero es Honorio III (1216-1227) quien intervino de manera decisiva en la vida institucional del Studium de Bolonia, asegurando su protección contra las injerencias de la Comuna. El Studium terminó por estar estrechamente ligado al papado. En 1219, el papa decidió que los diplomas no tuvieran valor si no habían sido conferidos por el arcediano de la catedral.

Las universidades españolas

El primer centro de carácter universitario, fechado hacia 1212, es la Universidad de Palencia, fundada por Alfonso VIII (1184-1194). El rey reclama la colaboración del obispo Tello Téllez de Meneses, que establece la Universidad sobre la base de la escuela superior catedralicia palentina. El obispo solicita por medio del rey Fernando III que el papa conceda la cuarta parte de las tercias de fábrica diocesanas a la Universidad. Por bula de 3 de octubre de 1220 es concedida esta ayuda y el derecho de impartir Teología, Leyes, Decretos, Gramática y otras disciplinas. La supuesta Universidad de Palencia tuvo grandes dificultades económicas. El concilio de Valladolid de 1228 otorga a los maestros canónigos la posibilidad de percibir las distribuciones beneficiales mientras impartían sus clases y a los clérigos estudiantes la dispensa de residencia y el disfrute de sus derechos parroquiales. En 1263 el obispo de Palencia don Fernando obtuvo del papa Urbano IV la equiparación de los estudios universitarios de Palencia a los de París.

La Universidad de Salamanca, en el reino de León, trató de ser la respuesta a la castellana de Palencia. Para el investigador Beltrán de Heredia, tres factores influyeron en la fundación de la Universidad de Salamanca: la existencia de la propia Universidad de Palencia como estímulo, la escuela catedralicia de Santiago de Compostela y la escuela catedralicia de Salamanca como apoyo. La condición de universidad real comenzó por su fundación por Alfonso IX, pero luego fue ratificada con privilegios, ayudas y leyes de Fernando III en 1252, de Alfonso X el Sabio en 1254, de Sancho IV en 1282 y de Fernando IV en 1300. La categoría de pontificia procede de documentos de distintos papas que otorgan la licencia docendi como Alejandro IV en 1255, la organización académica de Bonifacio VIII en 1298 y la concesión de facultad de teología en 1404 por Benedicto XIII.

La Universidad de Valladolid existe a partir de un documento de Fernando IV fechado en 1304.

Las universidades del reino de Aragón se fundaron más tardíamente: Lérida en 1297-1300, Huesca en 1354 y Perpiñán en 1349.

La ciudad de Sevilla contó con un Estudio General, creado por Alfonso X el Sabio el 28 de diciembre de 1254. En este centro se estudiaban las lenguas árabe y latina y posteriormente medicina, según consta por la confirmación pontificia de Alejandro IV de 1260. Pero su vida fue muy efímera.

c) El aristotelismo cristiano


Aristóteles
El principal problema que tuvieron que afrontar los intelectuales latinos del siglo XIII fue el denominado «desafío aristotélico». Esta expresión no es exacta, pues no solamente hubo una reacción ante la filosofía de Aristóteles, sino ante un conjunto de obras designadas como «ciencia árabe», de las que una buena parte tenían sus orígenes en la Antigüedad y en el pensamiento judío.

La introducción del pensamiento aristotélico en Occidente

Hasta los últimos decenios del siglo XII, Occidente conoció pocas obras de Aristóteles. Después de 1150, nuevos escritos de Aristóteles sobre física, metafísica, psicología, ética y política fueron traducidos del árabe al latín en Toledo. Estas primeras traducciones eran muy imperfectas y los textos originales del filósofo griego se encontraban mezclados con glosas de sus comentadores árabes, en particular las del filósofo cordobés Averroes, que había interpretado algunas de las tesis de Aristóteles en un sentido racionalista extremo. Este pensamiento de Aristóteles fue muy mal recibido en Francia en otoño de 1200 debido a que, según Aristóteles, Dios no es el creador del universo —Aristóteles afirma que la materia es eterna ha existido siempre—, sino solamente un «primer agente», es decir, un simple principio motor, por lo demás inmóvil.

Ante estas tesis, los intelectuales occidentales se encontraron en una disyuntiva: o avalar las tesis de Aristóteles, con peligro de situarse en contradicción con la doctrina cristiana, o replicar definiendo una teología filosófica que integre las adquisiciones de la «ciencia árabe», y rechace su toma de posición cuando sea incompatible con los datos de la Revelación. El problema fue muy difícil.

Lo que se llamó en Occidente el averroísmo fue un intento de racionalizar el dogma cristiano. Averroes rechaza que los teólogos presenten como certeza opiniones racionalmente mal fundadas, que no eran más que afirmaciones indemostrables. Es concebible la seducción que una tal posición intelectual pudo ejercer entre los maestros y los estudiantes de la facultad de artes, quienes aspiraban a convertirse en verdaderos filósofos, comparables a los de la Antigüedad, y a hacer de su disciplina no una simple «servidora» de la teología, sino una vía de acceso autónoma a la verdad.

Ante esta presencia cada vez mayor del aristotelismo, las primeras reacciones de la Iglesia fueron negativas: condenación en París de tendencias «panteísticas» de ciertos maestros en 1210 y prohibición de enseñar las obras científicas y metafísicas de Aristóteles en 1215. La mayor parte de los teólogos parisinos eran entonces conservadores. Juzgaban severamente la «vana sabiduría» en la que se complacen sus colegas de la facultad de artes, y no ven en los escritos de los filósofos más que «sutilezas inútiles».

El aristotelismo cristiano. San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino


San Alberto Magno
El primer teólogo que empleó el conjunto de la filosofía aristotélica para apoyar la doctrina teológica fue Alejandro de Hales (†1245), profesor de la Universidad de París que ingresó en los frailes menores en 1236 y que es tenido por el fundador de la escuela teológica franciscana, llamado en el siglo XIV doctor irrefragabilis. Su obra principal, además de unas glosas sobre las Sentencias de Pedro Lombardo —teólogo de mediados del siglo XII—, consiste en una Suma de Teología incompleta, dividida en cuatro partes, fiel a la tradición agustiniana, según la cual la ciencia sagrada tiene como fin esencial conocer mejor a Dios y amarlo mejor, y no trata jamás de explicar lo irracional y lo sobrenatural. En los argumentos de detalle, cuando se presentan dificultades, no tiene miedo en utilizar el método dialéctico de Abelardo.

Más original y más profundo es el dominico Alberto Magno (h. 1205-1280), que enseña teología en Colonia y en París. Se trata de un espíritu ecléctico, puesto que escribe tanto comentarios de la Sagrada Escritura como tratados de ciencias naturales, con temas tan variados como la zoología, la geología o la botánica. Entre sus contemporáneos, él fue, sin duda, quien tuvo el conocimiento más extenso de los Padres griegos y se inspira en el Pseudo-Dionisio el Areopagita así como en los neoplatónicos. Sus fuentes principales son, sin embargo, Aristóteles y los autores filosóficos y científicos del mundo arabo-islámico, en particular en la Suma de las creaturas y su Suma teológica, inacabada. El proyecto fundamental de Alberto Magno consistía en hacer a Aristóteles inteligible a los latinos incorporando en la cultura occidental la vasta herencia científica que el mundo musulmán había conservado y acrecentado. Alberto, convencido de que el saber no puede sino aumentar y que la humanidad progresa en conocimiento y en sabiduría al paso del tiempo, busca la verdad donde se encuentre para aprovecharse de ella. No excluye la mística, a no ser que sea especulativa, es decir, iluminación de la inteligencia. El ilustre dominico, que tuvo a Tomás de Aquino como alumno y después como asistente, afirma que la razón tiene el derecho y el deber de demostrar todo lo que es indemostrable por la fe y que en esta gestión reside el fundamento mismo de la legitimidad de la filosofía. Hostil al argumento de autoridad, fue sin duda uno de los espíritus más abiertos de su tiempo.

A mediados de siglo, los intelectuales latinos se familiarizaron con el pensamiento de Aristóteles, cuya difusión causó inicialmente una profunda emoción y suscitó reacciones de rechazo. En París, Guillermo de Auxerre trabajó, a petición del papa Gregorio IX, en expurgar las obras de Aristóteles de elementos advenedizos, y entre 1252 y 1255, el estudio de Aristóteles terminó por ser autorizado en la facultad de artes. Alberto el Grande, Roberto Grosseteste y el dominico flamenco Guillermo de Moerbecke, durante los años 1260-1268, realizaron una nueva traducción latina de los tratados de Aristóteles a partir de manuscritos griegos. De este modo, en el siglo XIII, los intelectuales latinos más audaces lanzaron las bases de un aristotelismo cristiano que sintetizaría la filosofía antigua y el dogma cristiano. Éste fue el mérito de Tomás de Aquino.


Santo Tomás de Aquino
Nació en 1224 o 1225 en el castillo de Rocasecca, en el condado de Aquino, situado entre Roma y Nápoles, procedente de una familia aristocrática. Según sus parientes, debía hacer una buena carrera eclesiástica en la abadía próxima de Montecasino. Enviado a Nápoles en 1239 para realizar estudios, decide entrar en los dominicos de esta ciudad en 1244, teniendo que sufrir la oposición de los suyos, que lo encarcelaron en 1246. Estudiante en París (1245-1248), después en Colonia, colaboró con Alberto Magno. Bachiller en 1252, impartió sus primeras enseñanzas comentando la Sagrada Escritura, antes de acceder a la maestría en teología en 1256. Admitido a la enseñanza en 1257, reparte su tiempo tanto en las sesiones públicas de Quodlibet como en discusiones privadas con los estudiantes y la predicación. En 1259, deja el Studium parisino para viajar a Italia, donde escribe la Summa contra gentiles, demostración de la fe cristiana sobre la base de argumentos racionales para uso de los infieles, principalmente de los musulmanes. En 1261, ante la petición del papa, compone el oficio litúrgico del Santísimo Sacramento, cuya fiesta había sido recientemente instituida, y los comentarios sobre los Evangelios, conocidos con el nombre de Catena áurea, en los que cita más a los Padres griegos que a los latinos. Situado en 1265 a la cabeza del Studium de Roma, creado para él, se concentra en la redacción de su obra mayor, la Summa theologica (1266-1273) para la que utiliza toda la traducción latina reciente de Guillermo de Moerbecke. Enviado por su Orden a París en 1268 para contribuir a la defensa de los mendicantes que afrontaban una nueva ofensiva de parte de los maestros seculares, tuvo que hacer frente a la hostilidad de los teólogos tradicionalistas, muchos hermanos menores que le reprochan dedicarse demasiado en sus obras a la filosofía de Aristóteles, y de algunos maestros de la facultad de artes, seducidos por las ideas de Averroes sobre la autonomía del pensamiento filosófico. Fue llamado a Nápoles en 1272 para crear un Studium genérale, pues en la Universidad, creada por Federico II en 1224, no había facultad de teología. Murió en 1274 en la abadía de Fosanova cuando se dirigía a tomar parte como experto en el concilio II de Lyon.

Tomás de Aquino prosigue la obra emprendida por su maestro Alberto Magno. Inferior a él en cuanto a la amplitud de sus conocimientos y a la fuerza creativa de sus concepciones, lo sobrepasa en la claridad y la precisión de la especulación teológica y el rigor del sistema. Tomás de Aquino fue el más genial mediador entre Aristóteles y San Agustín; es, como se le calificó en su tiempo, el doctor común y, en la época moderna, príncipe de la escolástica. La obra de Tomás de Aquino no se impuso en su conjunto sin dificultad en la cristiandad de finales del siglo XIII. La agitación intelectual que se desarrolla en los años en torno a su muerte (1268-1277) demuestra que el tomismo no era aún, como lo fue más tarde, la filosofía oficial del mundo católico.

El averroísmo latino

La empresa intelectual de Tomás de Aquino aparece como la búsqueda de una vía media entre dos corrientes que se desarrollaban entonces en Occidente. La primera es comúnmente designada como averroísmo latino. Reúne a los que consideran que la mejor explicación de Aristóteles es la de Averroes. Siguiendo al filósofo magrebí, consideran a la filosofía como un saber total, englobando las ciencias profanas. El punto de partida del conflicto que opone a los teólogos son unas afirmaciones que figuran en Averroes: la eternidad del mundo y la unidad del entendimiento, que entrañaban, lógicamente, la negación de la inmortalidad personal y el rechazo de la noción de providencia divina. Los maestros universitarios que sostenían estas tesis no intentaban atacar los dogmas del cristianismo. Los filósofos no podían demostrar ni la eternidad ni la creación del mundo y en ambas cuestiones sólo querían utilizar argumentos racionales. Entre la filosofía y la teología no existía contradicción, a condición que cada una permaneciera en su orden y no pretendiera jamás apoderarse del dominio de la otra. Tales tomas de posición contrastan con el proyecto tomista de construir un único sistema filosófico y teológico fundado en Aristóteles.

El fondo del problema era saber si la filosofía podía ser una vía de acceso a la inteligencia de la fe. Los averroístas, cuyo principal representante en París fue Sigerio de Brabante, sin ser increyentes, rechazan esta concepción que hace de la filosofía la «sierva de la teología» y sostienen que el filósofo es también un contemplativo, capaz de acceder a la bienaventuranza, que constituye una verdadera anticipación aquí abajo de la visión beatífica de Dios en el más allá. Tomás de Aquino interviene en este debate en 1270, atacando la tesis de Sigerio, seguidor de Averroes, según la cual existía una sola inteligencia común a todos los hombres. Esta tesis podía legitimar la exención completa de toda la ley moral, en virtud del siguiente razonamiento: si el alma de los santos se ha salvado, la de todos los hombres se salvaría también. Puesto que todos tienen la misma inteligencia, deberían lógicamente participar de un mismo destino en el más allá. El doctor común rechaza esta afirmación, mostrando, al contrario, que cada hombre, por ser persona, es una inteligencia distinta, poniendo así las bases de una metafísica pluralista y de una moral personalista en pleno acuerdo con la tradición bíblica y cristiana.

El obispo de París, Esteban Tempier condena trece tesis averroístas y, en 1277, lanza el anatema contra 219 proposiciones contrarias a la fe. Esta última sentencia reviste una gravedad particular, porque el prelado acusa a los averroístas de adherirse a lo que se llama la doctrina de la «doble verdad»: según estos autores ciertas afirmaciones son verdaderas según la filosofía, pero no lo son según la fe católica, como si hubiese dos verdades contrarias, como si la verdad de las Sagradas Escrituras pudiera ser contradicha por la verdad de ciertos pensamientos paganos. El ataque era duro y tuvo malas consecuencias. En efecto, afirmando que los dos caminos conducen a la verdad, afirmaban que eran paralelos. El obispo de París no rechaza solamente a los filósofos el fideísmo, sino que condena también ciertas afirmaciones de Tomás de Aquino quien estimaba, de acuerdo por una vez con Averroes, que «la verdad no puede contradecir la verdad». Así, no es sorprendente que ciertas proposiciones tomistas fueran censuradas en París en 1277.

El agustinismo buenaventuriano


San Buenaventura
En los últimos años de su existencia, Tomás de Aquino se encuentra frente a la hostilidad de los defensores del agustinismo tradicional, cuyo representante más importante es Juan de Fidanza o San Buenaventura (1217-1274). Después de estudiar en París, donde alcanzó el maestrazgo en artes, entra en los hermanos menores en 1243. Nombrado maestro-regente en 1253, se enfrenta, como Tomás de Aquino, a los clérigos seculares sobre el asunto de las cátedras universitarias. Elegido ministro general de la Orden franciscana en 1257, permanece hasta su muerte, acaecida durante la celebración del concilio II de Lyon en 1274. Un año antes, Gregorio X lo había nombrado cardenal.

La obra de Buenaventura se puede definir como una teología según la piedad. Desconfiando del aristotelismo, del que denuncia sus daños, se orienta hacia Platón y Agustín, y está muy marcado por la experiencia de San Francisco de Asís de quien exalta su figura en su Vita maior, que se convirtió en la única biografía autorizada del Poverello en el seno de la orden en el capítulo general de Narbona de 1260.

Para Buenaventura, el pensamiento científico no tiene nada de definitivo y el conocimiento según la razón no puede él solo dar cuenta de Dios y del mundo. De este modo, se inclina por una línea mística: la búsqueda de la unión con Dios en un éxtasis de la inteligencia y de la voluntad, que él describe en dos de sus principales obras, el Breviloquium y el Itinerarium mentís in Deum. En el primero, Buenaventura explica el dogma cristiano partiendo de un principio primero, Dios, a fin de mostrar que la verdad de la Escritura viene de Él, trata de El y nos conduce a Él. En el segundo, invirtiendo la perspectiva, describe la remontada de la criatura hacia Dios que ha revelado su misterio a los hombres en Jesucristo. El «doctor seráfico», como se le llamará muy pronto, insiste en la identidad del hombre y su ejemplar, Cristo. Dios y el hombre están hechos uno por el otro y ordenados el uno al otro. Toda criatura es «capaz de Dios», es decir, según San Agustín, está animada de una fuerza fundamental hacia el ejemplo de donde procede su ser y de quien es imagen. Por la contemplación de los sufrimientos y de la vida de Cristo, esta orientación dinámica hacia Dios produce una «recreación» del hombre que puede desembocar en una participación viviente, desde aquí abajo, en la naturaleza divina en el «rapto» místico. El problema de la teología bonaventuriana es el de la divinización del hombre.

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