CLEMENTE V (1305-1314) Y EL CONCILIO DE VIENNE (1311-1312)

CLEMENTE V (1305-1314) Y EL CONCILIO DE VIENNE
(1311-1312)

a) La elección de Clemente V. Su personalidad


Clemente V
Con Clemente V comienza el papado de Aviñón. Los dieciséis cardenales reunidos en Perugia estaban profundamente divididos: unos defendían la política de Bonifacio VIII y otros deseaban reunir el concilio querido por Felipe el Hermoso. De nuevo el cónclave se eternizaba; más de diez meses fueron necesarios para descubrir un nuevo hombre capaz de satisfacer a las partes presentes. Los cardenales lo encontraron fuera del cónclave; el 5 de junio de 1305 eligieron al arzobispo de Burdeos Bertrand de Got.

Subdito del duque de Guyena, rey de Inglaterra, Bertrand de Got estaba unido al reino de Francia por su formación jurídica, adquirida en la Universidad de Orleáns. Obispo de Cominges en 1295, había pagado al rey los diezmos, pero sin olvidar pedir al papa la autorización. Convertido en arzobispo de Burdeos, había estado presente en la asamblea de abril de 1302, convocada por Felipe el Hermoso, pero había viajado también a Roma, en noviembre del mismo año, al sínodo reunido por Bonifacio VIII. Elegido papa gracias a la doble influencia del clan de los Orsini y de los cardenales del partido francés, tomó el nombre de Clemente V y parecía ser el hombre de la conciliación y del apaciguamiento.

Enfermo, Clemente V había fijado su coronación en Vienne para el día de Todos los Santos de 1305, con la intención de proseguir inmediatamente a Roma. Pero, de hecho, su coronación tuvo lugar en Lyón el 15 de noviembre, en la iglesia de San Justo, es decir, en tierra francesa. El cambio de ciudad respondió a una invitación de Felipe el Hermoso, deseoso de encontrarse con el papa. Este encuentro marcó el comienzo de la empresa real que se irá ampliando. El rey no había renunciado al proceso de Bonifacio VIII y pretendía utilizar al papa en beneficio de su política.


Palacio papal de Aviñón.
Clemente V tiene otro deseo: dejar Francia y fijar su residencia en Aviñón en 1309. La ciudad no estaba dentro del reino de Francia, aunque la influencia de Felipe el Hermoso era allí preponderante. Se acusa al papa de no haber resistido suficientemente a la voluntad del rey francés, su compatriota y al mismo tiempo su temible enemigo. Su libertad de acción quedó, a partir de este hecho, muy limitada. Bertrand de Got, excelente canonista, dio muestras en la sede de Burdeos de ambición y de una gran preocupación por los intereses financieros. Conocedor de su gran necesidad de dinero, Felipe el Hermoso tomó contacto con él durante el cónclave; si bien no realizó un pacto formal con el arzobispo, el rey hizo promesas al futuro papa que éste recibió. Convertido en papa Clemente V, reúne una fortuna considerable, coloca a sus sobrinos en puestos de poder y les permite enriquecerse. Francia e Inglaterra pagan pensiones a los cardenales de su partido. Clemente V, para tener un Sacro Colegio dócil, inaugura en este punto la política de los papas de Aviñón, nombra a los cardenales entre los miembros de su familia o entre sus conciudadanos. En 1305, nombra diez cardenales, de los que cinco pertenecían a su familia y nueve eran franceses. En 1315, al final de su pontificado, había solamente seis cardenales italianos sobre veinticuatro. La personalidad del papa, su política y los que le rodeaban, permitieron al partido francés dominar ampliamente en la curia pontificia. A pesar de la insolencia del rey y sus hombres, numerosos entre los «familiares » del papa, Clemente V multiplicó los gestos amables hacia el soberano. Absuelve a Felipe el Hermoso en el asunto de Anagni y le concede un diezmo sobre el clero durante tres años. Se presta a la supresión de la Orden del Temple.

b) El asunto de los templarios


Caballeros templarios
Las relaciones entre el Temple y Felipe el Hermoso se iniciaron bajo los más felices auspicios. La Orden se puso al lado del rey en el conflicto con el papado. Sin embargo, el viernes 13 de octubre de 1307 todos los templarios del reino fueron detenidos. Notificada por cartas secretas, preparada con la mayor discreción, esta operación policial fue un éxito. Ningún templario se opuso a su detención, solamente una docena logró huir. Al día siguiente, una proclama manifestaba al pueblo los crímenes por los que había sido necesaria su detención.

Con anterioridad, el gran maestre de la Orden del Temple, Jacques de Molay, debería haber explicado, tanto al rey como al papa, ciertas prácticas que, por lo menos, parecían curiosas. Por otra parte, después de la caída de Acre el 28 de mayo de 1291 y la detención de las cruzadas, la Orden del Temple había perdido sus objetivos iniciales y aparecía como una potencia financiera de Occidente, un banco para los soberanos y los grandes señores feudales, así como la defensora del reino latino de Oriente. Por ello, con ocasión de retomar la cruzada, se pensó en un proyecto de fusión de las tres órdenes militares. El mismo Jacques de Molay envió a Clemente V un memorial hostil a la fusión; sus argumentos testimonian un mayor interés por los templarios que por la defensa de Tierra Santa. Pero Jacques de Molay no sospechó que se tramase algo contra los templarios.

Dos años después, un burgués de Béziers, Esquieu de Floyran, confió a Felipe el Hermoso testimonios hostiles a la Orden. Antiguos templarios fueron encargados de reintegrarse para expiar a sus hermanos. Felipe el Hermoso conservó estas declaraciones hostiles. El rey no pensaba confiscar los bienes de los templarios, pero se pudo inquietar por su independencia política y se mostró escandalizado por las revelaciones hechas.

Clemente V acepta la decisión real mandando arrestar a los templarios de Loches, donde él se encontraba. Los comisarios reales interrogaron a los prisioneros; los templarios debían escoger entre el perdón, si confesaban sus crímenes, o la muerte si los negaban. Sometidos a tortura, la mayor parte reconoció sus faltas. Los dignatarios del Temple, comenzando por Jacques de Molay, no defendieron la Orden, ni siquiera en un nuevo interrogatorio realizado por los inquisidores, estando presentes los comisarios reales.

Las declaraciones confirmaron las denuncias y provocaron la aversión. Los templarios fueron acusados de apostasía y de sodomía ritual. Los nuevos hermanos recibidos en la Orden eran obligados a escupir sobre la cruz y renegar de Cristo. En sus reuniones ordinarias, los templarios adoraban el rostro de un hombre barbudo —adoración de un ídolo llamado Bafomet—. El día de su profesión, los hermanos eran animados a fornicar entre ellos.

A través de las declaraciones más significativas es posible discernir la realidad contenida en las terribles declaraciones arrancadas por medio de la tortura:

«Hombres rudos, viviendo en Oriente muy cerca de otras civilizaciones como para ser contaminados por osmosis, donde lo peor se aceptaba antes que lo mejor, insuficientemente instruidos para discernir plenamente lo verdadero de lo falso, lo inofensivo y lo criminal, los templarios terminaron por mezclar en sus ritos de iniciación, sin darse cuenta de ello, la profanación religiosa y la novatada» (J. FAVIER, Philippe le Bel, o.c, 444.)
Aun habiéndose acordado que los templarios serían remitidos al juicio de la Iglesia, el acto de Felipe el Hermoso transgredió todas las reglas canónicas. Pero la protesta del papa no se presentó hasta el 27 de octubre. En esta fecha, la confesión de los templarios ya no permitía la vuelta atrás, sus revelaciones impresionaron tanto al papa como al rey en una época en que la tortura era un medio normal para arrancar la verdad. Por ello, el 22 de noviembre Clemente V ordena a todos los príncipes detener a los templarios y secuestrar sus bienes.

A comienzos de 1308, el papa quiso reservarse la prosecución de los procesos. Clemente V considera que los inquisidores diocesanos están sometidos al rey y pide la formación de un nuevo proceso sometido a su dirección.


Felipe IV de Francia, "El Hermoso"
Felipe el Hermoso vuelve a oponerse, como lo había hecho con Bonifacio VIII. Reúne los Estados en Tours en mayo de 1308. Sostenido por una violenta campaña de libelos contra la pasividad del papa, asegurado el apoyo de los Estados, Felipe el Hermoso se encuentra con Clemente V en Poitiers. El rey se halla en una posición de fuerza frente a un papa errante en el mediodía de Francia. La entrevista se abre con un discurso de Guillermo de Plaisians, en el que pide al papa obrar con rapidez en el asunto de los templarios, y la conclusión es brutal y amenazante: «En caso de no hacerlo tendremos que hablar con Vos de otra manera». Ante la ineficacia de un discurso tan contundente, Felipe el Hermoso hizo comparecer ante el papa a 72 templarios, escogidos al azar, quienes confirmaron las acusaciones que habían sido presentadas contra ellos por las gentes del rey.

c) El recurso al concilio

El rey de Francia y sus legistas concibieron un amplio plan de infeudación de la Santa Sede a la corona de Francia. Felipe el Hermoso reclamaba al papa la convocación de un concilio general que se había de celebrar en Francia. El rey quería la condena de los templarios e instruir el proceso de Bonifacio VIII. Pedía la canonización de Celestino V y la absolución de Nogaret y deseaba el establecimiento de la corte pontificia en el reino.

Clemente V respondió a este programa con una serie de compromisos. Convocó un concilio general en la ciudad de Vienne que, como todo el Delfinado, dependía del Imperio y no de Francia, aunque la influencia francesa era grande en toda la ciudad, gobernada de hecho por su arzobispo, Briand de Lagnieu. La bula de convocación, Regnans in excelsis (12 de agosto de 1308), introducía en el programa del concilio el asunto de los templarios. Añadía la preparación de una cruzada y la reforma de la Iglesia, pero no mencionaba en absoluto a Bonifacio VIII. Antes de dejar Poitiers, Clemente V anuncia su instalación en Aviñón. La ciudad no estaba en tierra francesa, sino que pertenecía al primo del rey de Francia, Carlos II, rey de Nápoles. Vienne se encontraba en el condado Venaissin, posesión pontificia desde 1274.

Para retomar la investigación sobre los templarios, Clemente V había previsto, en el verano de 1308, dos conjuntos de comisiones. Las comisiones diocesanas estaban compuestas por el obispo, dos canónigos, dos franciscanos y dos dominicos que debían preguntar sobre las personas. El papa se reservó el juicio de los dignatarios. Las comisiones pontificias instruían el proceso y actuaban en cada país o en el conjunto de la provincia eclesiástica.

El papa había salvado solamente los principios, porque el rey de Francia conservaba la guarda de los prisioneros y la gestión de los bienes del Temple y una gran influencia en la composición de las comisiones episcopales. Cuando se nombraron 573 templarios dispuestos a defender la Orden, Felipe el Hermoso sugirió un golpe de fuerza terrorífico. En 1309, Felipe de Marigny, hasta entonces obispo de Cambrai, se convierte en obispo de Sens. Hermano del ministro Enguerrand de Marigny, debía presidir el tribunal llamado a juzgar los templarios internados en París. El obispo reunió el concilio provincial de Sens y condenó como relapsos a cincuenta y cuatro templarios que confesaron por miedo a la tortura, aunque inmediatamente protestaron su inocencia. A pesar de la intervención de la comisión pontificia, los relapsos fueron quemados en París, el 12 de mayo de 1310. Algunos días más tarde, otros nueve fueron quemados en Senlis y cinco en París. La retractación de la confesión era considerada como una vuelta a la herejía y llevaba consigo el derecho a la hoguera.

La situación se presenta diferente según los diversos países de la cristiandad. En Inglaterra, en los diferentes reinos de la Península Ibérica y en Alemania las investigaciones se volvieron en beneficio de la Orden. En Italia, las comisiones fueron desfavorables a los templarios allí donde predominaba la influencia francesa, por ejemplo en el reino de Nápoles. En Chipre, la Orden fue totalmente disculpada. Pero después del asesinato de Amaury de Tiro y su sustitución por Enrique II de Lusignan, al reiniciarse la investigación se condena a un gran número de templarios. Clemente V no había dicho nada sobre el proceso de Bonifacio VIII en la bula de convocación. Ante la insistencia del rey, el papa decide examinar los actos de su predecesor antes de la apertura del concilio. Clemente V se ingenia para prorrogar sin cesar el proceso, usando todos los medios dilatorios posibles. Felipe el Hermoso constata que el papa se acerca al emperador Enrique VII y se muestra más conciliador. El 27 de abril de 1311, Clemente V rescinde todos los actos de Bonifacio VIII y de Benedicto XI hostiles al rey y a los legistas y concede la absolución a Nogaret, Sciarra Colonna y sus cómplices. Por estas decisiones humillantes para la Santa Sede, Clemente V obtenía que el rey de Francia renunciara a la condenación de la memoria de Bonifacio VIII en el concilio de Vienne.

d) El concilio de Vienne (octubre de 1311-mayo de 1312)

Convocado para el 1 de noviembre de 1310, se abrió finalmente en la catedral de San Mauricio de Vienne el 16 de octubre de 1311. Doscientos treinta arzobispos y obispos habían sido convocados y todos los demás que tenían derecho de hacerse representar. Alrededor de 170 prelados se encontraron reunidos, 120 arzobispos y obispos y unos 50 abades mitrados. El 16 de octubre de 1311, se abrió la primera sesión del concilio de Vienne. H. Jedin señala justamente que el ceremonial litúrgico de la apertura de los concilios ecuménicos quedó fijado en sus grandes líneas en Vienne. El soberano pontífice entra en la catedral donde ya habían tomado asiento los patriarcas, los cardenales, los obispos, colocados en la nave central. El papa da su bendición, el coro entona una antífona, después el soberano pontífice, volviéndose hacia el concilio, recita la oración al Espíritu Santo, Adsumus: «Nosotros estamos aquí, Señor, reunidos en Tu nombre, ven a nosotros y permanece entre nosotros». El canto de las letanías de los Santos sigue con una segunda oración pontificia. El cardenal diácono Orsini canta el Evangelio del envío en misión de los 72 discípulos, que abrirá dos siglos después el concilio de Trento. Finalmente, el papa entona el Veni Creator, contestado en coro por la asamblea. Después Clemente V pronuncia su alocución en la que examina los trabajos de la asamblea.

La supresión de la Orden del Temple

El asunto del Temple inquietaba a todos los ánimos. Para su examen, se eligió una comisión importante, compuesta de 45 miembros, integrada por patriarcas, obispos y abades elegidos de toda la cristiandad. Se componía de italianos; de la Península Ibérica, representados por los arzobispos de Tarragona, Braga y Compostela; ingleses, del Sacro Imperio, de Gran Bretaña e Irlanda, susceptibles de jugar un papel moderador. Una comisión restringida preparaba los papeles de la gran comisión.

Nueve templarios se presentaron para defender la Orden pensando que muchos los apoyarían. Sin embargo, el papa los hizo encarcelar. Una gran mayoría de la comisión, perpleja ante las declaraciones arrancadas por medio de la tortura y retractadas ante la muerte, y dudando a causa de la contradicción que suponían, comparándolas con las investigaciones realizadas en Europa, se pronunció a favor de que se les concedieran unos defensores de la Orden.

Pero el papa, como el rey, estaba decidido a suprimirlos. No había nada de los templarios que tuviera valor en aquel momento. El rey de Francia quería su supresión porque la Orden había dado lugar al escándalo antes de 1307. Al parecer, el papa y muchos cardenales pensaban que el Temple, después de 1307, era motivo de escándalo. Para forzar al papa, el rey convocó de nuevo los tres Estados en Lyón para el 10 de febrero de 1312. El 20 de marzo hizo su entrada en Vienne. Convencidos de que el rey y el papa se habían puesto de acuerdo para la supresión de la Orden, los Padres de la gran comisión conciliar renuncian a su defensa. El 21 de marzo, aceptan su disolución no por sentencia jurídica, sino como medida administrativa.

El 3 de abril, una sesión solemne del concilio reunió a todos los miembros del mismo bajo la presidencia del papa. A la derecha del sumo pontífice se sentó Felipe el Hermoso; a la izquierda, Luis, rey de Navarra, hijo del rey de Francia. Frente a los cardenales, obispos y abades que ocupaban el coro de la catedral, estaba sentada toda la corte de Francia. En medio de aquella asamblea se leyó la bula Vox in excelso, que suprimía la Orden del Temple. La bula admitía la imposibilidad de condenar la Orden sin caer en la injusticia, pues no había caído en la herejía, pero «después de las declaraciones hechas por algunos de sus miembros, especialmente por su maestre general [...] se ha vuelto abominable y odiosa, hasta el punto que se puede creer razonablemente que ninguna persona querrá ingresar en ella [...]».

La Orden de los Templarios quedaba definitivamente suprimida como «medida de previsión y de ordenamiento apostólico». Nadie podría llevar el hábito de la Orden ni tenerse por templario bajo pena de excomunión. A pesar de su debilidad y de sus múltiples concesiones a Felipe el Hermoso, el papa evitó pronunciar una verdadera sentencia de condenación contra los templarios y contra Bonifacio VIII. Clemente V decide entregar a la Orden de los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén todos los bienes de los templarios, a excepción de los que se encontraban en la Península Ibérica, que debían entregarse a las órdenes militares surgidas para la defensa contra el Islam. El papa pidió también a los tribunales diocesanos ser indulgentes en sus juicios contra los templarios y atribuirles una pensión de los bienes de la misma Orden.

Clemente V se reservó el juicio de los dignatarios. Se preocupa de ellos en diciembre de 1313 y confía el proceso a tres cardenales. Cuando la sentencia que los condenaba a prisión perpetua fue proclamada, el 18 de marzo de 1314, ante la muchedumbre agolpada frente a Notre Dame, Jacques de Molay, gran maestre de la Orden, y Godofredo de Charnay, preceptor de Normandía, se indignaron. Esperaban comparecer ante el papa para justificarse. Fue en vano. Entonces, ante los cardenales y toda la muchedumbre declararon que todas las acusaciones obtenidas mediante tortura eran falsas, que la Orden era santa y pura y que su único crimen era haberse dejado condenar para salvar la vida.

El Consejo del rey se reunió al mismo tiempo y Felipe el Hermoso envió a la hoguera a los dos dignatarios relapsos; aquella misma tarde murieron con todo coraje en una isla del Sena, con la mirada vuelta hacia Oriente. El papa moría el 20 de abril y el rey en noviembre del mismo año. El pueblo no pudo impedir ver en ello un castigo de Dios.

La reforma de la Iglesia

El asunto de los templarios, objetivo esencial del concilio de Vienne, había terminado. Pero la bula de convocatoria asignaba también un programa de reforma de la Iglesia. Se ignora si se trataba de retomar un tema de los concilios anteriores o de una voluntad real del papa. En todo caso, algunos Padres tomaron la cuestión muy en serio y redactaron verdaderos «cuadernos de peticiones de las provincias eclesiásticas». Uno de estos documentos, libre y vigoroso, es la memoria de Guillermo Duran, obispo de Mende. En su exposición, pide una vasta reforma de la Iglesia en todos los grados de la jerarquía eclesiástica, comenzando por el papado. Guillermo Duran parte de un principio evangélico: «¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?» (Mt 7,1 -2). Era necesario reformar al jefe si se quería reformar a los miembros. El obispo de Mende redacta la fórmula que se repetirá sin cesar hasta el concilio de Trento. Realizar la reforma en la cabeza y en los miembros (tam in capite, quam in membris).

Guillermo Duran piensa que el papa dispensa fácilmente leyes en beneficio de la Iglesia; la corte pontificia se reserva la distribución de muchos beneficios, los concede a indignos e incapaces, especialmente entre los amigos del papa o a favor de los cardenales. El obispo de Mende se manifiesta defensor del derecho de los obispos. Desea que el concilio general se reúna cada diez años y atempere la autoridad de la Santa Sede.

También se manifiesta Guillermo Duran contra los abusos de los obispos. El derecho de hospedaje se convierte en un pretexto para imponer nuevas tasas; las penas eclesiásticas son pronunciadas sin ningún cuidado; la residencia no es observada. Indica la importancia de los concilios provinciales, surgiere elegir los obispos por medio de un colegio en que estuvieran representados los canónigos, los sacerdotes y hasta los laicos.

Guillermo Duran reprocha a los sacerdotes, sobre todo, su falta de preparación. Duran querría manuales accesibles alejados de comentarios, destinados solamente a la enseñanza universitaria. Propone la creación de establecimientos para su instrucción. Les aconseja trabajar con sus manos, si sus beneficios no les permiten vivir, siempre que esto no sea en detrimento de su actividad parroquial. En presencia de sus fallos, Guillermo Duran se pregunta si no sería oportuno adoptar la disciplina de las Iglesias orientales y permitir el matrimonio de los sacerdotes antes que reciban las órdenes mayores.

A los laicos, el obispo de Mende, les reprocha que quieran apoderarse de la jurisdicción eclesiástica. Deplora, también, su mala y poca presencia en la iglesia; algunos reducen la asistencia a misa, entrando para la elevación y saliendo inmediatamente.

El obispo de Angers, Guillermo Le Maitre, sostiene las mismas ideas que Guillermo Duran: la reforma de la Iglesia debe comenzar por la cabeza.

Pero el concilio de Vienne no tomó en serio la reforma in capite. Clemente V distribuyó más y más beneficios, creó nuevos impuestos, las annatas; llenó de bienes a los miembros de su familia, en la que creó cinco cardenales.

El concilio se contentó con formular algunos decretos para proteger la libertad de los clérigos atacados por los laicos o por los religiosos exentos y restaurar la disciplina entre los mismos clérigos. Un conjunto de medidas son efecto de las diferentes dificultades suscitadas por el desarrollo teológico reciente, las luchas de los mendicantes entre ellos y con el clero secular. El canon 1 contiene la condenación de los errores imputados al franciscano de la tendencia espiritual, Pedro Juan de Olivi. El decreto declara, contrariamente a las afirmaciones de Olivi, que San Juan relata que el golpe de la lanza con el cual fue abierto el costado de Cristo ocurrió después de su muerte, según el orden cronológico de los hechos. Condena la aserción de este franciscano, según la cual el alma no sería la forma del cuerpo, en el sentido aristotélico de la palabra. En materia de bautismo, prefiere la opinión que sostiene que, además de lavar el pecado original de las almas de los niños, el bautismo les confiere la gracia. El canon 2 pone en vigor un texto anterior de Bonifacio VIII, permitiendo a las órdenes mendicantes predicar y confesar con la autorización de los curas. Para poner fin a las luchas sobre la pobreza, la constitución Exibi de paradiso reglamenta en un sentido estricto el derecho de propiedad y el uso de los bienes entre los franciscanos. De este modo la tendencia de los espirituales recibe satisfacción en una cierta medida, sin que fueran erigidos en una orden distinta.

Los cánones 5 y 6 prohiben las beguinas y condenan los errores doctrinales que se habían extendido entre el beguinaje. Particularmente interesa para la actividad intelectual de la Iglesia el canon 10, llamado el canon de las lenguas. Inspirado por Raimundo Lulio, impone la creación de cátedras de hebreo, árabe y caldeo, en París, Oxford, Bolonia y Salamanca para un mejor conocimiento de la exégesis bíblica y mejorar la lucha contra los infieles de Oriente. El canon 11 ordena a los príncipes cristianos impedir el culto público y las peregrinaciones de los musulmanes de sus Estados.

En este concilio aparecen claramente las dificultades que van a pesar en el papado de Aviñón. Será difícil, casi imposible, desprenderse de la influencia francesa. La actitud huidiza de Clemente V, que sólo parcialmente rehusó salvar la memoria de Bonifacio VIII, señala el poder del rey Muy Cristiano sobre el pontífice romano. Este concilio está situado «en la frontera de dos mundos» (H. Jedin). Había sido convocado por el papa y presidido por él. Sus decretos, revisados por su sucesor, Juan XXII, fueron promulgados en 1317. De este modo sólo el papa daba carácter de ley a las decisiones del concilio general. La asamblea siguiente sería convocada a iniciativa del rey de romanos, para deponer tres papas y gobernar la Iglesia hasta su reforma. Vienne es, pues, el último concilio gregoriano, marca una señal; con él, después de un siglo, el concilio será un recurso contra el papa, y no un instrumento de reforma entre sus manos.

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