EL CHOQUE ENTRE LOS ESTADOS Y EL PAPADO

EL CHOQUE ENTRE LOS ESTADOS Y EL PAPADO

a) La crisis de la Sede Romana

Para evitar la renovación de una sede vacante tan larga como para la elección de Gregorio X, durante concilio II de Lyón el papa propuso un reglamento para la elección pontificia, la constitución Ubi periculum. El resultado de este decreto fue muy importante. A la muerte de Gregorio X, en enero de 1276, los cardenales eligieron en la primera vuelta del escrutinio al dominico Pedro de Tarantasia, obispo de Ostia, que tomó el nombre de Inocencio V. Su pontificado fue breve (febrero-junio de 1276). Las desgracias del papado reaparecieron con su sucesor, Adriano V. Viejo y enfermo, este cardenal diácono de San Adriano, no tuvo tiempo de ser ordenado durante los treinta y ocho días de su pontificado (julio-agosto 1276). Juan XXI, que le reemplazó, suspendió la constitución de Gregorio X con el pretexto de reformarla, pero fue víctima de un accidente en Viterbo y murió antes de promulgar una nueva ordenación de la elección pontificia (1276-1277). De nuevo, las sedes vacantes se eternizaron: seis meses fueron necesarios para elegir a Nicolás III, cinco meses para Martín IV, once meses para Nicolás IV.

b) Una situación dramática

Celestino V
A la muerte de Nicolás IV, ocurrida el 4 de abril de 1292, la situación era dramática. Divididos entre el partido de los Orsini y de los Colonna, los cardenales, después de dos años de cónclave, buscaban una solución desesperada. Finalmente, el 5 de julio de 1294 eligieron a un viejo eremita de los Abruzos, Pedro de Morrone —que era tenido por santo—, quien tomó el nombre de Celestino V. El hecho mismo de que se buscara un papa en la esperanza que en él se cumpliera «el papa angélico», anunciado por los discípulos de Joachim de Fiore, que debía reformar la Iglesia y el mundo, o más simplemente que se le escogiera, alejándose de las torpezas y rompiendo con las intrigas, muestra cuan desesperada era la situación. Con un poco de suerte, éste habría sido el momento de la verdad y de la renovación. Pero, faltos de una lucidez real, los actores adoptaron una senda extraviada.

Sin preparación para esta función, ni conocimiento del mundo ni de la política, el nuevo papa cayó rápidamente bajo el poder del rey de Nápoles, Carlos II de Anjou. El papa nombra de golpe doce cardenales, cinco franceses y siete angevinos, que jugarán un papel importante. Pronto el Sacro Colegio rechaza la elección del papa. Persuadido él mismo de que no era apto para ejercer su cargo, Celestino V acepta el aviso de los cardenales, declara que el papa puede dimitir y renuncia a sus funciones el 13 de diciembre de 1294.

c) Bonifacio VIII

Carácter y personalidad

El sucesor de Celestino V fue elegido rápidamente. El cardenal diácono Benito Caetani, originario de Anagni, se convertía en Bonifacio VIII el 24 de diciembre de 1294. Era un excelente canonista que desde hacía más de treinta años pertenecía a la curia pontificia y había realizado diferentes misiones en Francia. Carlos de Anjou apoyó su candidatura. Una misión de Benito en Francia lo había mezclado en la lucha que enfrentaba a los seculares y los regulares en el seno de la Universidad y una facción de los franciscanos espirituales que habían apoyado hasta entonces a Celestino V se declara hostil al nuevo papa, en el que ellos ven al artífice de la renuncia de su antecesor.

Había estudiado en la Universidad de París y fue considerado como un especialista en derecho canónico. Notario apostólico, canónigo de Lyón, elevado al cardenalato en 1281 y legado en Francia, Benito Caetani gozaba de la simpatía francesa, lo que impide prever la orientación posterior de sus relaciones con Felipe el Hermoso. Es necesario buscar en su carácter y su concepción del poder pontificio las causas de sus dificultades con las potencias temporales. Joven, enérgico, dotado de un temperamento de jefe absoluto, Bonifacio VIII no tolera la oposición. Aunque carecía de reacciones violentas, se ha hablado de un carácter ligeramente patológico y su falta de indulgencia le creará muchos enemigos. Debido a su tendencia al nepotismo, dañó la reforma sistemática. Su carácter era adecuado al alto ideal que se había hecho del papado. Heredero de las tesis de Gregorio VII y de Inocencio III, prosiguió la aplicación de la teocracia pontificia con el rigor de un jurista, deseoso de obtener todos sus derechos. En la bula Unam Sanctam de 1302, proporciona la más completa definición de la teoría de las dos espadas. Su situación personal de papa contestado, el tono altanero de sus exigencias y la debilitación real del papado lo enfrentan a las potencias del siglo. Por haber presumido demasiado de sus derechos y de su fuerza, entabla una batalla perdida de antemano.

Felipe IV el Hermoso, rey de Francia

El adversario del papa no era el emperador dominado por el papa en lo espiritual y en lo temporal, era un rey que reivindica los derechos tradicionales de la monarquía sobre la Iglesia de Francia y que inaugura una política netamente secular.

Felipe IV el Hermoso (1285-1314), el principal adversario del papa, era entonces el soberano más potente de Europa. Este príncipe ha dejado la memoria de un soberano violento e injusto, se ha hablado de «la leyenda negra del rey Felipe el Hermoso». Es cierto que la expedición de Anagni, el proceso de los templarios, la persecución de los judíos y las manipulaciones monetarias han contribuido a oscurecer la reputación del nieto de San Luis. Como su abuelo, Felipe es un príncipe devoto, asiste cotidianamente a misa y observa los ayunos prescritos. Lleva un cilicio y vive una vida corriente de una severidad monástica. Su comida es frugal. Huye de las diversiones a excepción de la caza. Sus costumbres son castas y persigue en su propia familia el adulterio. Pero estas virtudes no se acompañan de la humildad y de la caridad que se encontraban en San Luis. Estas mismas cualidades lo hacen más intransigente para reclamar sus derechos y perseguir por todas partes el desorden y la herejía. Hombre cultivado, se rodea de juristas que llamó «legistas».

La doctrina de la «Unam Sanctam»

Frente a las iniciativas francesas buscando una vía de conciliación, Bonifacio VIII endureció su posición. El día de Todos los Santos, unos cuarenta obispos se habían reunido en Roma con el papa. El 18 de noviembre el papa promulgó la bula Unam Sanctam. Esta bula es la última y más perfecta expresión de la teocracia pontificia. Bonifacio VIII hace una síntesis del pensamiento de Inocencio III y de San Bernardo, de Hugo de San Víctor, de Santo Tomás de Aquino y de Gilíes de Roma. El denso razonamiento procede por afirmaciones categóricas. No hay más que una Iglesia, santa, católica y apostólica. Fuera de ella, no hay salvación. El papa, Vicario de Cristo, es la cabeza de la Iglesia. El pontífice romano dispone de una doble autoridad, espiritual y temporal —las dos espadas—. Usa de la primera a su agrado; la segunda es manejada para la Iglesia por los príncipes a requerimiento del pontífice. El papa no tiene superior terrestre; nadie lo puede juzgar. En cambio, los príncipes son instituidos por el papa, que los juzga si obran mal. El documento se termina con esta conclusión perentoria: «Declaramos, decimos y definimos que someterse al pontífice romano es necesario a toda criatura para su salvación» (Porro subesse Romano pontifici omni humanae creaturae declaramus, dicimus et definimus, omnino esse de necessitate salutis). En definitiva, este texto, si bien no es innovador, sí expresa categóricamente la soberanía absoluta del pontífice romano, cuando el rey de Francia y la mayor parte de los soberanos de Europa no estaban dispuestos a someterse.

La derrota del papa. El atentado de Anagni
(septiembre de 1303)

En esta nueva fase del conflicto, Pedro Flote es reemplazado por Guillermo de Nogaret, que dirigía desde hacía ocho años el Consejo del rey y conocía todos los asuntos. Éste no puede aceptar la humillación del rey, pero tampoco puede intentar un cisma de la Iglesia de Francia. Nogaret y los suyos fijan la estrategia: pasan la lucha del plano de los principios al plano de las personas; atacan al papa en su persona a fin de recibir la adhesión de un clero francés más dispuesto a sancionar la indignidad del papa que a tomar deliberadamente partido por la realeza frente a la Santa Sede. En junio de 1303, en una asamblea compuesta de cuarenta arzobispos, obispos y abades, Guillermo de Plaisians enumera veintinueve capítulos de acusación contra Bonifacio VIII: herejía, simonía, sodomía, violencia...

A partir de entonces, Felipe el Hermoso y su consejo se emplean en convencer al clero y convocar un concilio general en Lyón para juzgar y deponer a Bonifacio VIII y elegir un antipapa. Guillermo de Nogaret se encontraba en Italia para notificar la convocatoria del concilio al papa y los cardenales. Bonifacio VIII había abandonado Roma por su residencia en su villa natal de Anagni. Conociendo la obstinación de Felipe el Hermoso, Bonifacio había preparado una bula de excomunión del rey de Francia que eximía a todos sus vasallos del juramento de fidelidad al rey. La bula Super Petri solio debía ser promulgada el 8 de septiembre.

Nogaret debía citar al papa ante el concilio para suspender la excomunión y llevar el asunto ante el concilio. El papa se prepara para lanzar la excomunión contra el rey y sus colaboradores en la fiesta de la Natividad de María, el 8 de septiembre. Nogaret, acompañado de una escolta armada, llegó a Anagni en la noche del 6 al 7 de septiembre de 1303. Sciarra Colonna, hermano de Esteban, se encontraba igualmente a la cabeza de una tropa formada por unos centenares de hombres, dispuesto a forzar el palacio pontificio, imponer a Bonifacio VIII la abdicación y exigirle la reparación de todo el daño hecho a los Colonna. La complicidad de los habitantes de Anagni facilitó la entrada en la ciudad. Al final del día, el palacio pontificio fue forzado. Sciarra Colonna se encontró en presencia de Bonifacio VIII que sostenía en sus manos el Lignum Crucis; el papa prefirió la muerte a la abdicación: «He aquí mi cuello, he aquí mi cabeza». La leyenda quiere que Sciarra le diera una bofetada. Nogaret leyó al papa la requisitoria lanzada contra él, lo puso en arresto y le anunció que sería llevado a Francia para presentarlo ante el concilio. Guillermo de Nogaret invade la ciudad y entrega al pillaje el palacio papal. Al día siguiente, el 9 de septiembre, los habitantes de Anagni, inquietos al ver sus casas presas del pillaje, cambiaron de opinión. Tras combatir en las calles durante dos horas, expulsaron a los invasores.

Las tropas de Scierra Colonna y la escolta de Guillermo de Nogaret sólo dejaron en Anagni al viejo humillado, Bonifacio VIII; lejos de fulminar la excomunión contra los responsables de la agresión, perdonó a todos e hizo liberar a los prisioneros. Inquieto por su seguridad, regresó a Roma en pequeñas etapas, protegido por una fuerte escolta. Amargado y descorazonado, vencido por la celeridad de Felipe el Hermoso, Bonifacio VIII murió el 11 de octubre de 1303.

d) El efímero pontificado de Benedicto XI

Los cardenales se entendieron rápidamente sobre la elección del nuevo papa. Nicolás Bocarini era uno de los dos cardenales próximos a Bonifacio VIII en el momento de la invasión pontificia de Anagni. Era conocido por su dulzura y su moderación. Fiel a Bonifacio VIII, sabía que el difunto papa tenía buenas cualidades. Elegido papa el 22 de octubre, tomó el nombre de Benedicto XI. Benedicto XI busca apaciguar al Sacro Colegio, que para ello le había elegido. Levanta todas las censuras en que había podido incurrir Felipe el Hermoso, sus consejeros y los obispos ausentes en el sínodo de 1302. Perdona también a los cardenales Jacomo y Piero Colonna. Concede al rey de Francia dos diezmos y otras ventajas financieras.

En cambio, excluye de la paz a los autores de la agresión de Anagni, Sciarra Colonna, Guillermo de Nogaret y sus cómplices, que fueron citados a comparecer ante él. Benedicto XI disoció la causa del rey de Francia de la de su consejero y guardó un arma contra Nogaret para evitar la reunión de un concilio cuyo único fin era juzgar los actos de Bonifacio VIII. Pero Benedicto XI murió el 7 de julio de 1304, sin haber podido pronunciar la sentencia contra Nogaret.

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