Benedicto XII

Papa CXCVII

20 diciembre 1334 - 25 abril 1342


Benedicto XII

La persona

Siete días duró esta vez el cónclave. Una noticia sin confirmar, aunque muy significativa, pretende que el cardenal de Comminges no fue elegido porque rechazó un compromiso de no volver a Roma. Fue designado entonces un languedociano de alrededor de cincuenta años, Jacques Fournier, nacido de una familia sencilla en Saverdun, cerca de Toulouse, monje cisterciense desde su niñez, al cuidado de su tío que era abad de Fontfroide, cerca de Narbona. Maestro de teología por la Universidad de París y sucesor de su pariente en la abadía, fue obispo de Pamiers (1317), Mircpoix (1326) y cardenal de Santa Prisca (1327), sin abandonar el hábito y las costumbres cistercienses. Como obispo se había distinguido en la persecución a los herejes, hasta convertirse en un experto del procedimiento inquisitorial, aunque prefería la reconciliación y no la condena de los acusados. Juan XXII le había utilizado como su principal colaborador en cuestiones teológicas.

Líneas fundamentales del pontificado

Muchos de los debates que se han producido en torno a su política, han sido despejados por la obra de J. Koch (Der Kardinal Jacques Fournier (Benedikt XII) ais Gutacher in theologischen Prozessen: Die Kirche und ihre Ámter und Stande, Colonia, 1960) y por la exhaustiva publicación de sus cartas. Su primera declaración doctrinal fue para declarar que los niños y los que nada tienen que purgar entran directamente en el cielo en la presencia de Dios. Aunque dio buenas palabras a los enviados que le suplicaban el retorno a Roma, nada hizo para llevarlo a cabo; dispuso en cambio la construcción de un gran palacio en Avignon, trasladando los archivos de la curia a esta ciudad. El argumento que se esgrimía para justificar esta conducta seguía siendo que las violentas querellas internas seguían siendo un obstáculo insalvable para el retorno a Roma. Se afirmaba que Avignon era una ciudad absolutamente pontificia, sin los problemas que en aquella otra ciudad planteaban los grandes linajes. Las obras, dirigidas por el arquitecto Pedro Posson, se iniciaron en 1335: ese mismo año un dominico, Venturino de Bergamo, con sus predicaciones, exaltaba los ánimos de los romanos contra el papa. También Petrarca, decepcionado definitivamente en sus esperanzas, le criticaría con aspereza.

Contrario al nepotismo, Benedicto comenzó expulsando de la curia a cuantos no tenían en ella un oficio definido, y ordenando a los beneficiados que cumpliesen sus deberes de domicialización. Abolió expectativas y encomiendas, salvo las de los cardenales, y emprendió la reforma de las órdenes religiosas, comenzando por la suya propia, el Cístcr (Fulgens sicut stella, 12 julio 1335), y por una disposición de carácter general, la Pastor bonus (17 junio 1335), que intentaba acabar con los monjes que vivían fuera de sus monasterios o los llamados giróvagos: reclamaba de sus hermanos de religión más obediencia a sus votos y, también, que enviaran a algunos de sus jóvenes a las universidades para formarse. La Summi magistri (20 junio 1336) dividió a los benedictinos en 32 provincias, exigiendo la celebración periódica de capítulos. La Redemptor noster (28 noviembre 1336), dirigida a los franciscanos, fue mal acogida por éstos: condenaba a los fratricelli, pero reprochaba también a la Comunidad su relajación de costumbres. Las protestas se fundamentaron en considerar abusiva la pretensión del papa, que penetraba en detalles minuciosos.

Corpulento y de buenos colores, de voz fuerte, piadoso, humilde, pacífico y, al mismo tiempo, severo, Benedicto reorganizó los departamentos de la curia, poniendo orden en las finanzas. Se calcula que sus ingresos anuales eran de 165.000 florines de oro —los más bajos del período avignonense—, pero al ser restringidos los gastos hasta 96.000, pudo efectuar grandes ahorros. Aproximadamente un millón y medio de florines se depositaron en las cámaras inferiores, inmediatas a la habitación del papa, en monedas, oro, plata y joyas de diversas especies. Dedicó una particular atención a la Sacra Penitenciaría (In agro dominico, 8 abril 1338); de entonces data el tribunal de indulgencias, dispensas y exenciones que se conocería como la Rota.

Política de paz

La política conciliadora con los gibelinos en Italia, que logró al principio la sumisión de Bolonia, se cerró con un fracaso: prácticamente toda la marca de Ancona, como la Romagna, escapaban a la influencia pontificia, mientras en Roma las torres de los Colonna y de los Orsini se enfrentaban en una verdadera guerra civil. Idéntico fracaso cosecharía la diplomacia pontificia en sus intentos para detener la guerra entre Inglaterra y Francia: el hecho de que se hubiera autorizado a Felipe VI a disponer de las rentas del clero reservadas para la cruzada, causó un profundo malestar en Inglaterra e hizo ya imposible la predicación de la guerra santa en otros lugares. Solamente en España quedaba abierto el frente. En 1339 un monje calabrés procedente de la ortodoxia, Barlaam, acudió al papa tratando de convencerle de la posibilidad de un proyecto de unión en que estaba interesado también el emperador Juan Cantacuzeno (1341-1355), el cual imprescindiblemente tenía que ser precedido por una sustanciosa ayuda militar. Barlaam desaconsejaba las negociaciones entre pequeños grupos de teólogos. Sólo un concilio, en que ambas partes estuviesen reunidas, tenía buenas perspectivas de éxito, pues los orientales sentían un profundo respeto por ellos.

En 1335 llegaron a Avignon embajadores de Luis de Baviera, que buscaban el camino de la reconciliación. Benedicto consultó con Felipe VI y con Roberto de Anjou y puso como condición un previo acuerdo con éstos. Pero ambos reyes se opusieron resueltamente al entendimiento. Luis de Baviera volvería a insistir en 1338, dejando bien clara su posición negociadora. La negativa actitud de los franceses le favoreció, puesto que en marzo de ese mismo año un sínodo de obispos alemanes celebrado en Spira, mostró su apoyo encomendando a Enrique de Virneburgo, arzobispo de Maguncia, una negociación con la curia. Más tarde, al confirmarse la cerrada actitud profrancesa de Avignon, la Dieta de Frankfurt, con ayuda de los franciscanos rebeldes, redactó un documento, Fidem catholicam, en que se rechazaba absolutamente la doctrina según la cual al papa corresponde la legitimación de la autoridad imperial. No es el pontífice quien crea emperadores, pues el poder de éstos viene directamente de Dios. Los electores, creando una unión (Kurverein) afirmaron que a ellos y sólo a ellos correspondía decir si el emperador había sido legítimamente elegido. Tal fue la doctrina que hizo suya la Dieta reunida en Rense, cerca de Coblenza. A comienzos de 1339 el poder y la autoridad de Luis de Baviera no admitían discusión. Sin embargo, el emperador, a quien preocupaba el futuro de su propia familia, necesitaba de alguna clase de acercamiento a la sede romana y comenzó por abandonar la alianza con Eduardo III (1327-1377) para firmar un acuerdo con Felipe VI en 1341. No conseguiría otra cosa que aumentar el embrollo sin lograr la confianza del papa y alterando la paz interior en Alemania. Su designio era casar a su propio hijo Luis con la heredera del Tirol, Margarita Maultasch, anulando previamente el matrimonio de ésta con un hijo de Juan de Bohemia, impotente, a fin de asegurarle un fuerte dominio señorial. Esta conducta despertó la cólera de los príncipes. Las discordias desgarraban Alemania cuando Benedicto XII murió.


Fuente: Paredes, javier - diccionario de papas y concilios , Tomo 1

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