DIFERENTES FORMAS DE DISIDENCIAS RELIGIOSAS

DIFERENTES FORMAS DE DISIDENCIAS RELIGIOSAS

a) La escatología franciscana: espirituales, beguinos y «fraticellos»

Pedro de Juan Olivi


Pedro de Juan Olivi
Las corrientes escatológicas que marcaron el último decenio del siglo XIII y comienzos del xiv estuvieron ligadas al nombre de Pedro de Juan Olivi, un franciscano languedociano de tendencia espiritual (1245-1298) que ejerció una larga influencia en el seno de la Orden de los hermanos menores y entre los laicos.

Alumno de San Buenaventura, destaca por su celo por la pobreza integral en el seno de la Orden franciscana. A partir de 1289, reprocha a la mayoría de los hermanos que se consideren pobres porque no son propietarios de sus bienes, cuando sí gozaban de ellos, aunque sin propiedad. Olivi propone la práctica del usus pauper, un género de vida riguroso, centrado en la humildad, rehusando toda propiedad y regresando a la observancia escrupulosa de la Regla de San Francisco. Después de numerosos altercados con la jerarquía de la Orden, en 1285 Olivi fue enviado a Florencia, donde entra en relación con personas próximas a él como libertino de Cásale. Llamado al Languedoc en 1289 por el ministro general Raimundo Geoffroi, compone en Narbona, en 1295, su Lectura o Postilla super Apocalipsim, al mismo tiempo que escribe opúsculos en provenzal para uso de sus devotos laicos, como el Caballero armado. A su muerte, fue considerado como un santo y venerado como tal por los beguinos y beguinas de la región.

Como muchos de sus hermanos languedocianos y provenzales, Olivi estaba muy marcado por el joachimismo y, siguiendo a San Buenaventura, asignó a la Orden franciscana un importante papel en la vida de la Iglesia y en su crecimiento. Los hermanos menores no eran fíeles a su ideal, lo que explica el vigor con el que se lanza en la polémica sobre la práctica de la pobreza. En su Postilla super Apocalipsim, Olivi opone la Iglesia carnal a la Iglesia espiritual y anuncia la venida próxima del Anticristo.

Su doctrina es en modo alguno antijerárquica; Olivi es uno de los primeros teólogos que avanza la idea de la infalibilidad personal del papa y condena a los espirituales italianos cuando se rebelaron contra Bonifacio VIII en 1297.

Para Olivi, la Iglesia carnal no es otra cosa que la parte corrompida de la Iglesia que no se identifica necesariamente con el clero o con los prelados; hay también cristianos corrompidos entre los menores relajados o entre los laicos mundanos. Pero, a sus ojos, una lucha, que será muy violenta, ha comenzado ya entre las dos Iglesias. A su término, la Iglesia espiritual triunfará, pero deberá pasar numerosas tribulaciones que le infligirá el Anticristo cuya venida es inminente. Olivi excluye que se pueda tratar de un papa legítimo, habría de ser más bien un antipapa suscitado por el poder político, cuya elección marcará el apogeo de la corrupción de los clérigos. Para esperar esta dura prueba, es necesario permanecer en la pobreza, la humildad y estar atento a los signos de los tiempos, porque este impostor debe ser una persona histórica precisa de la que un cierto número de acontecimientos anunciarán su venida en este mundo. Olivi no desea que se destruya la Iglesia ni que sea reemplazada, sino que aspira a su regeneración y llama a un combate espiritual, el único que permitirá a las fuerzas renovadoras vencer la corrupción que reina en su seno.

Arnaldo de Villanueva

El español Arnaldo de Villanueva († 1311) mantiene unas aspiraciones muy cercanas a las de Olivi, y es uno de los raros teólogos laicos de esta época que ejerce cierta influencia, en la medida en que fue médico personal de papas y de reyes de Aragón, y se aprovecha de su situación para jugar un papel de guía espiritual de sus ilustres pacientes.

Su principal escrito, Tractatus de tempore adventus Antichristi de 1297, fue condenado por la Universidad de París en 1300. Salvo en la última parte de su vida, Arnaldo no estuvo ligado a los franciscanos espirituales. Encarna más bien una corriente apocalíptica autónoma, que se relaciona directamente con las obras de Joachim, o al menos con las que le han atribuido, como De semine scripturarum, comentada por Villanueva. Está profundamente convencido de que la Iglesia se halla en un momento decisivo de su historia que va a ser anunciado por la venida del Anticristo, cuya derrota marcará el comienzo de una nueva era de paz. Se encuentra en Arnaldo toda una especulación ansiosa sobre los datos de estos sucesos que es posible calcular, porque la Biblia, en particular el libro de Daniel, permite leer el porvenir. Pero la comprensión profética de la historia está reservada a los humildes y a aquellos que aman realmente a Dios.

Las ideas de Olivi y de Arnaldo —transmitidas en pequeños opúsculos en lengua vulgar— ejercieron una profunda influencia sobre los grupos de devotos que gravitaban en la órbita de los conventos franciscanos del Languedoc y de Provenza, denunciados bajo el nombre de beguinos en los textos eclesiásticos.

b) Las nuevas herejías y los movimientos nacionales

John Wyclif


John Wyclif por Kirby
La predicación de Wyclif ha sido frecuentemente presentada como los preliminares de la Reforma. Por la importancia del personaje, el volumen de su obra escrita, el carácter sistemático de las tesis defendidas, se puede situar ciertamente en el origen de esta corriente. Pero lo agrio de su carácter, la impotencia de exponer brevemente y con fuerza sus proposiciones esenciales, la ausencia de discípulos activos redujeron poco a poco las consecuencias directas del doctor inglés.

Nacido hacia 1330 cerca de York, después de sus estudios en la Universidad de Oxford, desarrolla su labor toda su vida en esta Universidad como magister de teología. Sacerdote, obtiene algunos pingües beneficios. Muy presente en la corte, es el consejero y la pluma del duque de Lancaster, Juan de Gante (1340-1399), hijo de Eduardo III y padre de Enrique IV. Esta protección principesca le asegura la impunidad en las dificultades que sus escritos le ocasionaron con la Iglesia. Wyclif había adquirido, en el momento en que estalla el «gran cisma», una notoriedad nacional. Filósofo y teólogo, especialmente estudioso de la Sagrada Escritura, consagra la mayor parte de su obra, a partir de 1376, a sus comentarios a la Sagrada Escritura y a su tratado De veritate sacrae scripturae, que le valieron el título de doctor evangelicus. Profesor ya de teología, compuso varios tratados en los que critica a la Iglesia de su tiempo, cuya virulencia no hizo más que acentuarse. Desde 1377, Wyclif es convocado por los obispos a la catedral de San Pablo para dar cuenta de sus tesis, que hasta entonces apenas habían tocado los dogmas. Habiendo escapado de toda persecución, se retira en 1378 de la escena política y se consagra a desarrollar su doctrina.

Sus reflexiones comienzan sobre la naturaleza del poder. Dios sólo es el Señor, dominus, sostiene en e dominio divino. Este Dios creador gobierna el mundo de manera absoluta y de El proviene todo bien. El hombre recibe su salvación de Dios, es a Dios a quien debe los méritos que ayudan a salvarse. En De civili dominio, Wyclif explica que el pecado ha hecho la ley civil necesaria; sin ella la ley evangélica sería suficiente. Es necesario obedecer en todo al príncipe. Dios ejerce directamente, sin la mediación del papa, su derecho eminente sobre los bienes de la tierra; los reyes han de rendir cuentas no al papa, sino sólo a Dios.

En el De veritate sacrae scripturae, Wyclif sostiene que la Sagrada Escritura es muy clara y puede ser comprendida sin el comentario de la Iglesia. La Escritura sirve de fundamento único a toda la Iglesia y a su luz debe ser juzgada la doctrina de los Padres, así como las Decretales pontificias. Wyclif rechaza todo desarrollo de la fe, nada puede ser añadido a la Escritura. Los fieles deben leer la Escritura sin que la Iglesia les imponga la interpretación.

En el tratado De ecclesia, siguiendo a San Agustín, Wyclif define la Iglesia como la comunión de los elegidos, es decir, de los predestinados que Dios ha salvado por toda la eternidad hasta el fin, al abrigo de las consecuencias del pecado, mientras que otros son entregados a la condenación. Pero a diferencia del obispo de Hipona, para quien todos los hombres de este mundo son miembros de una misma Iglesia que posee un destino sobrenatural y a la que todos están prometidos, el doctor de Oxford establece, desde aquí abajo, una separación completa entre las dos: la Iglesia de los salvados, la sola verdadera Iglesia, que no tiene nada que ver con la Iglesia institucional. Esta Iglesia verdadera no constituye una entidad física, puesto que comprende a los que Dios ha escogido, tanto vivos como muertos, y cuyos miembros es imposible reconocer sobre la tierra. Si Dios solo salva al que llega a la salvación, la Iglesia visible pierde su razón de ser o, más exactamente, no tiene sentido más que en la medida en que ella es la emanación de Cristo, su solo jefe, y en cuanto ella se conforma a sus preceptos y a sus actos. No es necesario obedecer al papa ni a los obispos más que en la medida en que ellos sigan a Cristo y anuncien fielmente su Palabra. Wyclif no rechaza formalmente al clero y la jerarquía, pero, a sus ojos, la mayor parte de sus miembros eran hipócritas y enfrentados al Evangelio.

Estas tesis conducen a Wyclif a la afirmación de la Escritura como sola fuente de la fe. Sólo la Biblia es totalmente verdadera y permite al cristiano distinguir lo verdadero de lo falso. Es ella la que juzga y condena a la Iglesia visible cuando ésta se aparta de sus preceptos. El ideal de una Iglesia sin mancha, la de los orígenes cristianos, le permite rechazar en muchos campos a la Iglesia de su tiempo. Igualmente llevan a Wyclif a la reivindicación del libre examen, a la supresión del sacerdocio eclesiástico y a la promoción del laicado al sacerdocio universal, temas mayores de la Reforma del siglo xvi.

Wyclif, animado por un deseo apasionado de reforma, piensa en el poder secular para conducir a la Iglesia a la perfección de sus orígenes. Contra el papa, heredero no de Pedro sino de Constantino, el maestro de Oxford llama al rey y a la nobleza inglesa para que pongan a los clérigos en el camino recto, comenzando por despojarlos de sus bienes cuya posesión y gestión está en contra de su vocación. Como Marsilio, el desprecio que Wyclif tiene por la institución eclesiástica le lleva, como réplica, a exaltar el papel del soberano, verdadero representante de Dios sobre la tierra.

Estas afirmaciones, aunque perdidas en el fárrago de una obra prolija, levantaron vivas controversias. Wyclif las exaspera con su posicionamiento sobre la Eucaristía. Sostiene que en la hostia no está Cristo, que no hay transubstanciación. Los frailes mendicantes, que le habían sido hasta entonces favorables, se vuelven contra él para atacarle violentamente. El duque de Lancaster prefiere abandonarlo. Wyclif crea un grupo de «pobres sacerdotes» destinados a distribuir una predicación popular en el curso de sus desplazamientos. Inspira, también, una traducción de la Biblia comenzada por Nicolás de Hereford y acabada por Purveyen en el verano de 1395. Aunque mediocre y poco precisa, esta traducción tuvo un gran éxito.

Wyclif fue acusado, sin fundamento serio, de haber animado las grandes huelgas sociales de 1381. La amenaza que había pesado sobre los bienes de la Iglesia reconcilia a los clérigos seculares y regulares y desde entonces el movimiento suscitado por Wyclif, abandonado por el poder civil, fue seriamente perseguido por la Iglesia de Inglaterra. El nuevo arzobispo de Canterbury, Courtenay, tomó la dirección de la represión. En febrero de 1388, la doctrina de Wyclif fue resumida en veinticuatro proposiciones heréticas o erróneas y condenada. Los discípulos de Wyclif convocados se retractaron o se enfurecieron. Wyclif enfermó, y dado que se conocían sus relaciones antiguas con la corte, no fue inquietado en absoluto ni su nombre fue pronunciado en los interrogatorios. Abatido por un ataque de apoplejía, murió solo en 1384. La doctrina de Wyclif fue condenada por Gregorio XI en 1372 y sus tesis de nuevo fueron condenadas en Roma en 1412 y en el concilio de Constanza en 1415. En diciembre de 1427, el obispo de Lincoln recibió la orden de desenterrar y hacer quemar los huesos de Wyclif, orden que fue cumplida. Pronto encontró una amplia audiencia, tanto en Inglaterra como en el continente europeo.

Los lollardos

La agitación de los discípulos de Wyclif sobrevivió a su desaparición. Bajo el nombre de lollardos se reagrupa un movimiento en el que se distinguieron, de hecho, tres corrientes de oposición. Una universitaria, animada por el grupo de discípulos de Oxford; otra política, que estaba formada por cierto número de señores unidos a las tesis de independencia del poder real frente a la Iglesia; finalmente, un lollarismo popular asociado al evangelismo, que critica acerbamente a la Iglesia visible.

El arzobispo Courtenay desencadena la persecución de los heréticos adoptando en 1400 un «modelo de proceder contra los heréticos, establecido en el Parlamento». La Inquisición, hasta entonces ausente de Gran Bretaña, hace su aparición a comienzos del siglo XV, y numerosos procesos se iniciaron de 1415 a 1430. En toda la cristiandad inglesa, toda entera, se siguió una reacción ortodoxa.

El reformismo prehusita de Bohemia

En Bohemia, donde la situación moral de la Iglesia era reprobable, las tesis de Wyclif fueron rápidamente difundidas por estudiantes venidos de Inglaterra. Se concentraron en la Universidad de Praga, donde se desarrollaba, desde 1370, un vasto movimiento intelectual y religioso de inspiración nacional. Estos teólogos fueron seducidos por la concepción wiclifiana de la Iglesia como comunidad de los justos, verdadero cuerpo de Cristo en el seno de una institución pecadora y dividida, después de 1378, en dos o tres obediencias.

Es necesario señalar que en Bohemia existía una corriente reformista mucho antes de la introducción del pensamiento de Wyclif. El arzobispo de Praga, Ernesto de Pardubiced, había emprendido una obra de reforma del clero luchando contra el concubinato y la simonía, estableciendo una traducción oficial del Pater noster en checo y extendiendo la devoción a la Eucaristía. El conjunto de la jerarquía sigue sus instrucciones y permanece fiel. La predicación de Matías de Janow tiende a suscitar el retorno al Evangelio. Un laico, Tomás de Stitné, escribe los Discursos bajo forma de entretenimiento, destinados a los niños, que contienen un verdadero tratado de espiritualidad para los laicos. En Praga, dos laicos fundan la capilla de Belén, que debía atender un predicador de lengua checa. En 1402, Hus recibe este encargo. Hus se inserta en una corriente reformadora activa que acoge favorablemente su predicación hasta entonces mantenida en el cuadro de la más perfecta ortodoxia.

Hus, herético a pesar suyo


Jan Hus
Nacido hacia 1370, obtiene en la facultad de artes de Praga el grado de magister y se ordena de sacerdote el año 1400. A la edad de treinta años, Hus aparece en primer plano de la actualidad religiosa. Universitario conocido, sin doctrina original, se distinguía por la pureza de sus intenciones y el rigor de su expresión. Apoyado por el arzobispo Zbynek, Hus ataca los vicios del clero con una vehemencia que no atempera jamás la consideración caritativa de las personas. Poco a poco, Hus fue entrando en una demagogia consistente en acusar globalmente al clero y la jerarquía.

Hus toma entonces conocimiento de las tesis de Wyclif enviadas desde Inglaterra por dos estudiantes checos, Rancanis y Jerónimo de Praga, que habían copiado muchos tratados de Wyclif. La reacción surge muy de prisa y Esteban, prior de la Cartuja de Dolein, escribe un Antiwyclifen 1408. El ruido de la herejía llega hasta la curia. En 1409, el arzobispo de Praga, Zbynek, retira a Hus su licencia de predicar; Hus se niega a someterse, y el obispo hace quemar públicamente los libros de Wyclif.

Hus pasa por ser un discípulo fiel, incluso servil, del maestro inglés. Estudios actuales han mostrado que es necesario matizar esta afirmación y que Hus no toma las tesis condenadas de Wyclif. Así, Hus no enseña la remanencia (remanentia: mantenimiento de la especie de pan después de la consagración), no condena las indulgencias, no sostiene la tesis de que la inmoralidad de los sacerdotes anula la validez de los sacramentos por ellos administrados, etc.

A la historia actual le interesa más situar las tesis eclesiológicas de Jan Hus en relación con las de Wyclif que saber si Hus era efectivamente herético. Para conocer las tesis de Hus hay que apoyarse en su tratado De ecclesia, escrito en 1412-1413 y que le valió el ser condenado en Constanza. Es innegable que Hus ha sufrido, en este dominio como en otros, la influencia del maestro de Oxford. Para Hus, también la Iglesia se define, ante todo, como la comunión de los predestinados de los que Cristo es el único jefe y cuyos miembros son conocidos sólo de Dios. Hus sostiene igualmente que no se debe obediencia a los clérigos sino en la medida en que sean virtuosos y santos; pero también, que la mayor parte de los prelados y de los sacerdotes eran prebendados que sacaban provecho de los sacramentos y organizaban ceremonias suntuosas destinadas sobre todo a atender el orgullo de los ricos. Profundamente ascético y pietista, el teólogo de Praga aspiraba a un cristianismo evangélico, que tuviera como eje la devoción a Cristo, fundada en una lectura personal de la Escritura. La predicación, es decir, el anuncio de la Palabra de Dios, le parece más importante que la liturgia, en la medida en que la Biblia constituye ante todo para él un código de comportamiento cristiano en el dominio moral.

Por lo dicho, en ciertos puntos, Hus parece más conservador y su doctrina probablemente más ortodoxa que Wyclif. Reformador moderado, Hus no afirma que deba ser rechazado todo lo que no se encuentra en la Escritura, sino que es necesario eliminar de la Iglesia aquello que no está de acuerdo con la Escritura. Así, Hus admite la Asunción de María, que no tiene bases escriturísticas pero que está enraizada en la Tradición. Del mismo modo, acepta la noción de la intercesión y no rechaza el culto de los santos, aunque denuncia sus desviaciones supersticiosas. Finalmente, Hus no niega ni los sacramentos —al contrario, rechaza las concepciones heréticas de Wyclif sobre la Eucaristía—, ni las buenas obras que juzga indispensables para la salvación, y admite la legitimidad de la jurisdicción de los prelados y de los sacerdotes que, aun en estado de pecado mortal, ejercen su ministerio de manera válida, por lo menos útil, para con los fieles.

Fue sobre el punto preciso de la jurisdicción papal donde Hus perdió la mayoría de los apoyos: habiendo prometido Juan XXIII la indulgencia a todos los que se enrolaran en la cruzada por él lanzada contra el rey Ladislao, Jan Hus aprovechó para condenar violentamente el procedimiento y enfrentarse al propio tiempo a la misma institución pontificia. Hus agravó su caso adoptando una posición ambigua en relación con el primado del papa, del que negó el origen divino de su poder. Hus no fue, como Wyclif, un adversario feroz del papado. Pero no reconoce al pontífice romano más que una cierta preeminencia en las Iglesias cristianas y el papel de un primus inter pares en el seno del episcopado. A su manera de entender, la verdadera Iglesia era la invisible, los miembros de las diversas iglesias cristianas animadas por el espíritu de Dios eran sus miembros. Ciertamente, la Iglesia romana participaba en esta comunión y tenía una plaza eminente en la medida en que ella contaba con numerosos justos y santos en sus diferentes rangos. Pero la Iglesia romana no podía pretender identificarse con la única Iglesia de Cristo. Esta eclesiología universalista y «ecuménica» era muy nueva a comienzos del siglo XV, y el haber negado las prerrogativas de la Iglesia romana y su catolicidad fue uno de los principales puntos de acusación contra Hus en el concilio de Constanza.

El cardenal Stefaneschi, encargado de la investigación, declara excomulgado a Hus y éste deja la ciudad en 1412. En su exilio denuncia a sus adversarios, exasperando la controversia. Los más pobres de los ciudadanos pidieron partir con él, dando un matiz revolucionario a una enseñanza propia de un reformador moral y religioso.

Jan Hus, excomulgado por el cardenal Stefaneschi, precedido de una reputación de herético y de agitador, hizo su entrada en Constanza, donde se presentaba ante el concilio para justificarse, acompañado de un salvoconducto del emperador Segismundo. Éste, hermano de Wenceslao, rey de Bohemia, se sentía inquieto por la unidad de la Iglesia y la paz del Imperio, a causa de la agitación creciente provocada por los husitas. Segismundo había sugerido a Wenceslao que invitara a Hus a venir al concilio. Wenceslao se lo propuso a Hus, sin imponérselo. El predicador checo llegó a Constanza voluntariamente con una escolta que le proporcionaron Wenceslao y Segismundo.

La condenación de Hus y la persecución de sus discípulos

El 28 de noviembre de 1414, Hus fue sometido a un interrogatorio en presencia de Juan XXIII y después fue encarcelado. Hus mantuvo firme su actitud: negar que era herético y rehusar toda retractación. Su sistema de defensa se hizo insostenible después de la condenación solemne de los escritos de Wyclif. Se afirmaba que Hus enseñaba numerosas tesis del doctor inglés.

Su proceso fue rápido. La vigilancia de Segismundo en relación con Hus era la única posibilidad de salvación; pero el príncipe, que había asistido a los últimos exámenes, públicamente se disgustó cuando Hus rehusó reconocer sus errores. Desde entonces Hus estaba perdido. El 5 de julio, los dos más eminentes padres del concilio, el cardenal Pedro de Ailly, obispo de Cambrai, y el cardenal Zarabella, obispo de Florencia, intentaron por última vez convencerlo, pero fue en vano. Al día siguiente, Hus fue presentado delante de la XV sesión general del concilio que se reunió en la catedral. Treinta artículos extraídos textualmente de sus obras fueron leídos y condenados como heréticos; en concreto, aquellos que afirmaban que los predestinados son los únicos miembros de la Iglesia, que Pedro no es ni ha sido nunca su cabeza, que nadie conserva su prelatura si se encuentra en pecado mortal, que las obras del elegido y no su elección constituyen al verdadero papa, etc.

Jan Hus fue condenado por herético. En una ceremonia trágica, fue degradado de las insignias y de la dignidad sacerdotal y entregado al brazo secular. Durante todo este tiempo y mientras se preparaba la hoguera, no cesó de proclamar su ortodoxia. Murió con gran entereza. Su discípulo, Jerónimo de Praga, sufrió la misma suerte un año más tarde. Compareció delante de la congregación general del 23 de mayo de 1416, donde pronunció su defensa. Declaró no sostener ninguno de los errores que se le achacaban. Pero el 30 de mayo, delante de la XXI sesión general, se retractó. Declarado herético y relapso, fue excomulgado y conducido a la hoguera el mismo día por las autoridades municipales.

Los problemas de los husitas

En Bohemia, el anuncio de la muerte de Hus, lejos de calmar la agitación, terminó por transformar el espíritu reformista, desarrollando en el país una revuelta contra la jerarquía. Hus y Jerónimo de Praga se convirtieron en mártires. Se les consagran iglesias y se les levantan estatuas. Pero se manifiesta un fenómeno nuevo que no había jugado ningún papel en la predicación de Hus: la reivindicación por los laicos de la comunión bajo las dos especies. De repente, este aspecto menor toma de alguna manera la parte por el todo. El cáliz se convierte en la insignia de los husitas y su movimiento se califica de utraquismo (comunión bajo las dos especies).

En 1419, las tendencias ya divergentes del husismo se ponen de acuerdo sobre cuatro puntos expuestos en la declaración de Praga: primacía de la Palabra de Dios y libertad entera de predicación, utraquismo, secularización de los bienes de la Iglesia y reforma moral.

Muy pronto, las discordancias reaparecieron entre los husitas moderados o caliztinos (de cáliz), próximos al catolicismo tradicional, pero unidos al utraquismo, y los extremistas o taboritas (de Tabor, nombre con el que este grupo había rebautizado una montaña en la que se reunían), organizados militarmente, puritanos y anticlericales que rechazaron el purgatorio, las oraciones por los muertos y negaron la presencia real. Algunos sectarios como los adamitas esperaban la llegada del Espíritu Santo y preparaban el fin del mundo por medio de la destrucción de libros, de iglesias, de ciudades y de instituciones sociales, practicando la vida comunitaria y una religión extremadamente simplificada.

Las ratificaciones de los Compactata de 1436, precedidas de la victoria de los caliztinos sobre los taboritas en la batalla de Lipany en 1434, permiten a los utraquistas moderados reintegrarse a la Iglesia. Diez años más tarde, el sínodo de Kutna-Hora bajo el impulso de un prelado obtuvo la reconciliación. Rokycama definió el utraquismo en términos satisfactorios para los católicos; los taboritas continuaron rechazando todo compromiso. Así se inicia una reconciliación religiosa sobre una tierra que había estado destrozada durante cincuenta años. Pero la lasitud fue la causa, y allí como en otras partes la herejía comprometió la reforma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario